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Vaticano

Volver a las raíces

Fuentes: Página 12

El Papa. El gran tema de los últimos días. Se siguen discutiendo las causas de su renuncia. La única explicación es: no tenía otra salida. Los problemas de la Iglesia Católica son innumerables. Y para sanear toda esa antigua estructura de siglos, la única forma de seguir adelante era una sola: cambiar todo. Y para […]

El Papa. El gran tema de los últimos días. Se siguen discutiendo las causas de su renuncia. La única explicación es: no tenía otra salida. Los problemas de la Iglesia Católica son innumerables. Y para sanear toda esa antigua estructura de siglos, la única forma de seguir adelante era una sola: cambiar todo. Y para el papa Ratzinger, eso era imposible. El es un ultraconservador nato. La crisis del catolicismo en su propio país, Alemania, es tan grande en la actualidad que para buscar una solución debían aplicarse medidas que iban contra su pensamiento y filosofía de siempre. Repetimos, Ratzinger es un ultraconservador y no podía ahora ir contra esos principios de toda la vida. Y, justamente, los cardenales italianos conservadores lo eligieron Papa a él porque creían que, con sus pensamientos teóricos, el alemán iba a vencer todas las ofensivas de la izquierda católica. Más, con la crisis que está viviendo el catolicismo alemán en estos momentos se hacen necesarias ya mismo medidas de cambio fundamentales. Pero no, el camino de Ratzinger era: ante los problemas, rezar, pedir al Señor su benevolencia, pero seguir el mismo camino. Aunque finalmente, no vio salidas. Tenía que jugarse. Tenía que tomar verdaderamente el poder y modernizar la Iglesia desde sus bases. Más, a su edad y con el cardenalato conservador que lo rodeaba, era imposible. E hizo lo impensado para un Papa; renunció. Y aquí no se equivocó. Deja el caos que no pudo ni quiso sanear desde la base. Y les deja el cadáver a los que vienen. La realidad lo dice: no hay otro camino para la Iglesia Católica actual que modernizarse. Avanzar, acompañar a los que luchan por un mundo sin violencias, injusticias ni guerras. Empezar, para ello, con su organización interna.

Terminar, por ejemplo, con la irracionalidad de la exigencia de la castidad para sus sacerdotes. El amor debe ser el sentimiento fundamental de la vida del ser humano. Acabar con el mito de que sólo los hombres pueden ser los representantes de Dios en la Tierra. Por ejemplo, antes, a las mujeres no se les permitía participar en la vida política. Ahora, sí. Y han demostrado que hasta pueden ser mejores que los hombres. Aquí, en Alemania, ha quedado demostrado que la actual primera ministra, Angela Merkel, es la mejor gobernante que ha tenido Alemania en ese cargo, desde los tiempos de Adenauer. Lástima que sea conservadora, opinan muchos. Y el tercer cambio -entre otros muchos- sería acabar con esas representaciones un tanto fuera de época, con esos disfraces y bonetes cada vez más grandes y esas sotanas que les cubren el cuerpo. Y que sigan el ejemplo de esos curas obreros que vestían como trabajadores comunes, con total sencillez y ninguna pompa. Además, acabar con esos rezos y exclamaciones tan teatrales e irracionales como aquella de «Dios, ten piedad de nosotros» o «Dios, en su infinita bondad». Porque entonces habría que preguntarse: ¿por qué Dios, en su infinita bondad, permite las guerras y la muerte por hambre de miles de niños en el mundo? No, la Iglesia Católica debe alejarse definitivamente del camino actual. El único futuro de progreso y triunfo sería que tome el camino de aquellos obispos como Angelelli y De Nevares (a quienes conocí mucho y conversé largo con ellos) que dedicaron sus vidas a un verdadero apostolado: luchar desde las bases contra las injusticias sociales. Para que todos tengan trabajo y techo dignos y se acaben las injustas diferencias sociales, los conflictos, las guerras. Es decir, las verdaderas diferencias de total injusticia e irracionalismo que vive actualmente y ha vivido siempre el ser humano. Disminuir lo injusto de todos los días. Ir a las verdaderas enseñanzas de Cristo Jesús, que era un hombre cualquiera pero con los ideales justos y no el hijo de algún Dios y menos de una virgen. (Esto, lo de la virginidad de María, es un insulto al acto de procreación, una de las cosas más hermosas y apreciadas de la vida, siempre que se haga por amor y no por violencia.)

Basta a eso de arrodillarse y rezar, no. Hablar en voz alta y denunciar las injusticia de la sociedad. Todo queda demostrado con este hecho cierto e indiscutible: mientras un alemán fue Papa, dejaron de pertenecer a la religión católica miles de alemanes. Y esto se debe precisamente al haberse comprobado los miles de casos de abuso sexual de niños en las escuelas católicas por parte de sacerdotes y «hermanos». No sólo aquí, sino también en Estados Unidos, Canadá y otros países con esa religión. Hechos que fueron reconocidos por las propias iglesias locales. Además, se sumó, en este país, la negativa de dos hospitales católicos de atender a una mujer violada que había solicitado «la píldora del día después» para impedir un posible embarazo. El motivo de la negativa fue «que un hospital católico se niega a apoyar toda clase de abortos». El escándalo fue tan grande que tuvo que salir al paso el cardenal de Colonia, Meissner, a declarar que «la negativa había sido un error» y que a partir de ahora se iba a atender a toda mujer violada y, en el caso de comprobarse la violación, se le suministraría la citada píldora. Pero igual, este paso atrás no alivió en nada la indignación de todos los sectores de la sociedad alemana. El cardenal Meissner y otros obispos alemanes salieron entonces a declarar que en Alemania se había preparado una campaña anticatólica que se igualaba al pogrom de la Alemania nazi contra los judíos. Esto agravó más la situación. La reacción fue peor. No se trata de lo mismo. Se considera un deber para la sociedad terminar con los delitos contra la infancia y dar ayuda a la mujer violada. El mismo papa Ratzinger, durante su mandato, fue observando y censurando esos inexplicables casos de pederastia. Y en algunos de sus últimos sermones, insinuó que era necesario debatir el tema y buscar una solución: asumió que la Iglesia, en su futuro, debía adoptar reformas. Aquí se veía que estaba abandonando su posición ultraconservadora. El, que siendo obispo estuvo contra la Teología de la Liberación. Pero luego, en su pontificado, parece que fue aprendiendo la lección.

La Iglesia Católica necesita una total renovación, así no tiene futuro. Ojalá que el próximo Papa comprenda la nueva época que se abre y haga lo que dejó de hacer o no pudo hacer el papa Benedicto. Pero, claro, siguen estando en el poder inmediato los cardenales ultraconservadores. La masa mundial de católicos que quiera un verdadero cristianismo deberá moverse ya mismo y hacer conocer los cambios necesarios. No dar curso a la elección de un Papa elitista sino a la de uno de los tantos teólogos progresistas que fueron surgiendo en las últimas épocas. Sin ellos, no hay futuro para el catolicismo. Que Ratzinger sea la última experiencia del intento de conservar un sistema que se ha quedado en el tiempo. Acercarse a la Teología de la Liberación significaría un paso adelante, una actitud positiva para esa religión y para el progreso del mundo.

Volver a las raíces. Seguir el ejemplo de tantos mártires que dieron su vida por un sentimiento que proclamaba la solidaridad, la convivencia de los seres humanos y la mano abierta como única fórmula de llevar adelante el pensamiento de Jesús, para un mundo de paz y sin injusticias.

Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-213945-2013-02-16.html