15 de marzo de 2009 : a las 4:00 am estuve lista para empezar mi primera experiencia como observadora nacional de las elecciones presidenciales en El Salvador en el populoso municipio de Ciudad Delgado, dentro del Área Metropolitana de San Salvador. Sería un largo día. Ciudad Delgado me recibió con la sorpresa de pobladores saliendo […]
15 de marzo de 2009 : a las 4:00 am estuve lista para empezar mi primera experiencia como observadora nacional de las elecciones presidenciales en El Salvador en el populoso municipio de Ciudad Delgado, dentro del Área Metropolitana de San Salvador. Sería un largo día. Ciudad Delgado me recibió con la sorpresa de pobladores saliendo al encuentro de una procesión vestida de rojo, encabezada por los sonoros tambores de una batucada. Visión premonitoria de lo que se multiplicaría por miles, 20 horas después.
En términos generales, la jornada electoral transcurrió con normalidad. No faltaron las evidencias de intentos de fraude. En Ciudad Delgado hubo dos casos escandalosos. Para que se comprenda mejor, una explicación breve. En El Salvador, quienes trabajan en las Juntas Receptoras de Votos (JRV) -nombre genérico de las mesas de votación- están autorizados por la legislación electoral para ejercer su derecho al voto en el mismo centro de votación en el que realizarán el trabajo, antes de las 7:00 am, hora en la que se abren las urnas al público en general. Para evitar que en otro momento del día acudan a votar por segunda vez en el lugar que les corresponde, de acuerdo al padrón electoral, se les decomisa el Documento Único de Identidad (DUI), hasta la hora de cierre de las urnas.
En el centro de votación DIGESTYC, en el fui asignada como observadora, se presentaron en horas de la mañana un diputado de ARENA y cuatro guarda espaldas armados como responsables de mesa. En virtud de su acreditación, pudieron votar en las mesas que supuestamente tenían que cuidar, pero no permitieron que se les manchara el dedo con tinta indeleble (procedimiento obligatorio después de marcada la papeleta e introducida en la urna), ni entregaron sus DUI a los encargados. Acto seguido, abandonaron el lugar y no se les volvió a ver en todo el día. No sólo faltaron en el desempeño del papel al que se habían comprometido; lo más grave y probable es que los cinco hayan vuelto a votar por ARENA, cerca de sus respectivos domicilios.
En horas de la tarde se descubrió un caso de doble voto ejecutado por un arenero al que miembros del FMLN descubrieron e identificaron. La policía se lo llevó detenido a una delegación. La ley ordena para este delito entre 3 y 6 años de prisión, pero no he tenido más noticias al respecto. Más allá de Ciudad Delgado, los días siguientes a las elecciones he sabido de otros movimientos sospechosos: buses provenientes de Nicaragua, Honduras y Guatemala fueron detenidos en las fronteras y en algunos puntos de San Salvador. Aquí, en la capital, ciertas calles amanecieron ese 15 de marzo con marcas verdes dibujadas en el suelo, con el objeto de orientar a los choferes extranjeros hacia los centros de votación. Un grupo de ciudadanos que detuvo 2 de 3 camiones llenos de vecinos centroamericanos denunció que algunos confesaron haber recibido USD $ 200 por cometer el fraude. Esta información coincide con hechos como haber encontrado correligionarios de ARENA con varios DUI escondidos entre su ropa y las denuncias de estacionamientos en los que se estaban repartiendo DUI como si fueran servilletas. No en vano hay electores que, celebrando el triunfo, aseguran: «le ganamos a ARENA, a la campaña sucia y multimillonaria que impulsó, al PCN, al PDC y también a los hondureños, los guatemaltecos y los nicas», en referencia a las personas de esas nacionalidades que venían a ejercer un voto ilegítimo por ARENA.
No obstante, las voces de quienes defienden la limpieza del proceso electoral e invitan a olvidarse de las denuncias de fraude no han tardado en hacerse escuchar. Como observadora de las elecciones y como ciudadana salvadoreña sostengo todo lo contrario. Frente a una competencia electoral tan reñida y una diferencia tan pequeña en el número de votos, los intentos de fraude llevan a cuestionamientos decisivos: ¿cuántos votos efectivos de ARENA fueron fruto de trampas que no pudieron detectarse? ¿Cuántos de los resultados electorales anteriores han estado viciados por esto mismo? ¿Qué tan duro es el «voto duro» de ARENA? ¿El hecho de que se lleven a cabo estas medidas fraudulentas no demuestra la falta de voluntad de ARENA por jugar limpiamente el juego de la democracia electoral que ha enarbolado en su discurso? ¿La impunidad en lo que respecta a estas medidas ilícitas no atenta contra el proceso de profundización democrática por el que atraviesa el país desde la firma de los Acuerdos de Paz?
Una de las primeras reformas que este nuevo gobierno debe llevar a cabo es sin duda la modernización del sistema electoral en El Salvador. Ya hemos escuchado a dirigentes del Frente pronunciarse en ese sentido. La idea es despartidizar las instituciones y los procesos electorales e implementar el voto domiciliar (un sistema que permite a cada quien ejercer el voto en su respectiva colonia y domicilio), entre otras medidas tendientes al empoderamiento ciudadano del sistema eleccionario. Que sea la gente, más allá de los cuadros partidarios, la que se apropie de los comicios y garantice su transparencia. Este triunfo fue posible precisamente por eso: porque la gente se apersonó y lo vivió como suyo.
En ese sentido, h ubo cordones humanos que se encargaron de impedir el ingreso de buses centroamericanos al territorio salvadoreño. En algunos casos se cometieron injusticias, porque se negó la entrada y se agredió a grupos que no venían a hacer fraude, sino a ejercer funciones de observación e información. Los salvadoreños estaban dispuestos a defender su voto y a evitar el fraude hasta con las uñas si era necesario. Hubo en muchas casas encargados de transportar a cada miembro de la familia para llevarlo a votar. Los que pudimos, viajamos desde otros países con el objetivo principal de ejercer el sufragio. A los centros de votación se acudió masivamente y las camisetas y accesorios del FMLN o de ARENA pululaban por doquier. No dejó de llamarme la atención el hecho de que la campaña electoral no haya cesado ese día. Al contrario, la ciudad, congestionada como un día regular de la semana, vibraba de movimiento y efervescencias partidarias.
Clímax de ese fervor presencié en dos centros de votación a los que acudí acompañando a alguien a votar y votando. En el primer lugar, el centro escolar España, tuvimos que hacernos a un lado, por orden de policías y agentes de seguridad, para que tres camionetas de grandes dimensiones se introdujeran lo más posible dentro del estacionamiento: Tony Saca, todavía presidente de la República -a quien, dicho sea de paso, le están cobrando sus compañeros de partido la derrota- llegaba a marcar la papeleta en la bandera de ARENA. Un abultado grupo lo rodeo y comenzó a cantar apasionado el himno de ese partido. Me revolvió las entrañas escuchar que en la parte más agresiva de la letra levantaban todavía más la vos: «El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán». Poco después, en Antiguo Cuscatlán, ocurrió otro tanto, cuando la alcaldesa de ese municipio -arenera reelecta en enero por 7º vez- votaba en el mismo centro en el que debía votar yo. Un nuevo enjambre arenero la rodeó y vitoreó. Cuando pregunté a los observadores y fiscales electorales de dichos lugares si estaban permitidos tales pequeños mítines, me respondieron que no, pero que los correligionarios del FMLN hacían lo mismo y también se los permitían. Parece ser un rasgo muy arraigado dentro del electorado salvadoreño hacer proselitismo hasta el último minuto. La suma de todos estos elementos me permite afirmar que la vocación democrática del pueblo salvadoreño se evidenció, como en otros momentos decisivos de la historia, en estas elecciones.
En Ciudad Delgado la mayor parte de partidarios del Frente acudió en horas de la mañana y el medio día a votar. Familias enteras, abuelas que sólo podían caminar con ayuda de alguien y que nunca antes habían votado y bebés ataviados con los colores rojo y blanco, inclusive, acudieron a marcar las banderas del FMLN en las papeletas de votación. A juzgar por los contenidos de las urnas, que se abren y se cuentan en presencia de todos los encargados de la mesa, los votos de ARENA se ejercieron sobre todo en horas de la tarde, al menos en el centro de votación DIGESTYC. El grupo de observadores que me acompañaba en el lugar llevó a cabo una eficiente labor de conteo de votos por mesa, de promedios y porcentajes. Para las 7:00 pm conocíamos los resultados: de 19 Juntas Receptoras de Votos, 14 habían sido ganadas por el FMLN y 5 por ARENA, con una diferencia del 4% a favor del Frente. Justo la tendencia que se mantendría a nivel nacional y daría el triunfo definitivo a éste último. Alrededor de esa hora, recibí una llamada que reafirmaba mi sensación de victoria: el FMLN había ganado en San Miguel y la arena había declarado ya públicamente su victoria. La gente ya estaba celebrando en las calles. ¡Ganamos, amiga! Me decía la voz al otro lado de la línea. ¡Ganamos!
Me inquietaban dos temores: que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) demorara conscientemente los resultados oficiales y que ARENA se negara a reconocer la derrota. Los gritos de júbilo hubieran podido convertirse fácilmente en gritos de frustración, de rabia y violencia. Pero la diferencia entre ésta vez y las elecciones de, por ejemplo, los años setenta en El Salvador, es que ahora la derecha no podía acudir a sus consuetudinarios recursos de antaño: la represión indiscriminada, la fuerza militar, la complicidad estadounidense y los golpes de Estado. Los tiempos han cambiado. La correlación de fuerzas a nivel continental favorece a la izquierda. El nuevo gobierno de Estados Unidos parece querer redefinir sus estrategias de acercamiento con América Latina, en aras de recuperar una hegemonía que ha ido perdiendo fuerza en el continente. Esta vez no había armas de por medio. La voluntad soberana del electorado tenía que ser respetada dentro del marco democrático. ¡Y ganamos!
En el grupo que me rodeaba, la sensación generalizada fue de incredulidad. Ni los extranjeros ni los locales podíamos terminar de creerlo. Lo primero que me sorprendió fue la rapidez con la que empezaron a hacerse públicos los resultados. Hacia las 8:00 pm, Walter Araujo, presidente del TSE y furibundo arenero, leyó los datos correspondientes al 33% del escrutinio a nivel nacional. Se reveló allí la tendencia que se mantendría hasta las 10:00 pm, cuando el 91% del conteo fue revelado: 52% de votos a favor del FMLN, 48% a favor de ARENA. Fue una competencia reñida, pero GANAMOS.
El espíritu de triunfo que se fue contagiando por todo el país empezó a inundarnos hasta que en San Salvador recibimos la noticia de que la concentración sería en El Salvador del Mundo (monumento del santo patrono nacional) y en Masferrer, dos glorietas que se comunican entre sí por la calle Paseo General Escalón, columna vertebral de la colonia Escalón: el corazón de la burguesía capitalina. En el trayecto hacia ese punto de encuentro se veían cada vez más carros, cada vez más personas celebrando, emanando un entusiasmo genuino y profundo. El Paseo Escalón se convirtió todo en una enorme fiesta roja. Banderas rojas, camisetas rojas, niños saltando, cientos de jóvenes lanzando gritos de júbilo, lluvia de viejas y nuevas consignas: «el pueblo unido jamás será vencido», «sí se pudo», «¿quién dijo miedo?». Aunque se veían carros nuevos y algunas camionetas lujosas, los símbolos de ARENA habían desaparecido de la ciudad por completo. La mayor parte de los carros y los buses llenos de gente que acudían sin cesar y ya no cabían en la concentración eran viejos y destartalados, porque la mayoría de la gente que acudió a la celebración era gente humilde. Miles de personas se habían desplazado desde los extremos de la ciudad, desde municipios apartados de la Escalón, como Soyapango, Mejicanos, Ayutuxpeque y Zacamil, a horas en las que por la capital ya no circula el transporte público, para presenciar el discurso de Mauricio Funes, el nuevo presidente de El Salvador.
Y el discurso fue más de lo que todos esperábamos. Su tono conciliador, unificador y pacificador daba argumentos para pensar que esa celebración y esa alegría tenían un sólido fundamento: una nueva etapa está comenzando en El Salvador. Acorde con ese espíritu reconciliatorio transcurrió la celebración. Hubo euforia colectiva intensa, pero todo se dio en orden. Ni una pinta en la pared, ni un vidrio roto, ni un episodio de violencia. Se trató de una auténtica fiesta cívica en la que todos los presentes nos convertimos en hermanos. Éramos caras desconocidas, pero compartíamos el mismo sentimiento y nos comprendíamos con sólo mirarnos y regalarnos sonrisas. ¡Por fin! Después de tantos años de irrespeto hacia la voluntad popular, después de medio siglo de dictadura militar, después de la represión indiscriminada de los setenta y ochenta, después de 11 años de guerra civil, después de 80 mil muertos, después de 20 años de neoliberalismo a ultranza y prepotente gobierno de ARENA, después de toda una vida en la que la derecha ha gobernado siempre, con la actitud de propietaria de una hacienda y alejada en todos los sentidos de las mayorías populares, ¡ ganamos! Tanta lucha y tanto sacrificio valieron la pena.
La izquierda llega al poder en tiempos de crisis económica mundial y enfrentar a la derecha salvadoreña como contra poder y como fuerza opositora no será tarea fácil. Pero la atmósfera poselectoral que se respira es de optimismo, de motivación para trabajar, de conciencia en la necesidad de que todos somos responsables de producir el cambio. El Salvador se viste de nuevo con ropas de revolución, pero la revolución que emprendemos ahora es la transformación creativa y liberadora de la cultura, la vocación y el compromiso. El Salvador está dando muestras de una mayor madurez política. Hemos aprendido lecciones y hemos dado un paso al Frente, en honor a nuestros muertos y en nombre de nuestro futuro. Seguimos celebrando este triunfo, que es salvadoreño, latinoamericano y de todo aquel que quiera abrazarlo para llevarlo a su destinatario legítimo: el pueblo.
Gracias a los observadores internacionales que vinieron de lejos para formar parte de estas elecciones trascendentales y de este momento definitorio de nuestra historia. Gracias a todos los que nos han acompañado de diferentes formas a lo largo de décadas enteras de lucha por la superación de los atavismos retardatarios en El Salvador. Esta victoria también les pertenece. No dejen de estar pendientes de nuestros pasos. Y hagan un brindis en honor de este pueblo que al fin está estrenando el gobierno que se merece.
Hoy en e l pulgarcito de América nace la esperanza. Viene el cambio.