La jornada del 15 de octubre (15-O) ha sido la primera respuesta global coordinada a la crisis y señala la emergencia de un nuevo movimiento internacional. Con las revoluciones del norte de África como aguijón inicial, mediante un efecto de emulación e imitación, la protesta llegó a la periferia de Europa. El mundo Mediterráneo se […]
La jornada del 15 de octubre (15-O) ha sido la primera respuesta global coordinada a la crisis y señala la emergencia de un nuevo movimiento internacional. Con las revoluciones del norte de África como aguijón inicial, mediante un efecto de emulación e imitación, la protesta llegó a la periferia de Europa. El mundo Mediterráneo se situaba así en el epicentro de esta nueva oleada de contestación social, en un momento donde entrábamos en una segunda fase de la crisis que tiene en la zona euro su punto focal.
Poco a poco la rebelión de los indignados ha ido tomando una dimensión internacional verdadera, más allá de las acciones de simpatía y solidaridad. Primero fue el movimiento de protesta griego, precedente al español y a las revueltas del mundo árabe, quien integró la simbología y los métodos del 15-M e insertó su lógica en la dinámica internacional naciente. Después, ha sido sin duda el arranque de la protesta en Estados Unidos, todavía en un estadio inicial, la variable más relevante del momento, cuyo destino será crucial para el desarrollo global del movimiento.
El 15-O ha sido la jornada de protesta mundial más importante desde la gran movilización global del 15 de febrero de 2003 contra la guerra de Irak. De dimensiones mucho más modestas, expresa sin embargo una dinámica social más profunda que la histórica jornada contra la guerra Aquélla fue simultáneamente el momento álgido y el final de la fase ascendente del ciclo internacional de protestas antiglobalización que eclosionó en noviembre de 1999 durante la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle, y que se venía gestando desde el alzamiento zapatista de enero de 1994.
«El mundo tiene dos superpotencias: los Estados Unidos y la opinión pública mundial» escribió el New York Yimes después del 15-F. Desde entonces, sin embargo, la coordinación internacional de las protestas languideció y los instrumentos lanzados por el movimiento antiglobalización, como el Foro Social Mundial, perdieron fuerza, centralidad y utilidad concreta.
El contexto actual es muy distinto del que vio emerger al movimiento antiglobalización a finales del siglo anterior. El ciclo presente se desarrolla en medio de una crisis sistémica de dimensiones históricas y por ello la profundidad del movimiento social en curso y su arraigo social es sin duda alguna mayor. La vitalidad del 15-O en el Estado español sorprendió de nuevo a propios y extraños, desmintiendo así algunos análisis impresionistas sobre la crisis del movimiento 15-M que habían proliferado en las últimas semanas. No estamos ante un fenómeno episódico o coyuntural, sino en el comienzo de una nueva oleada contestataria que expresa una marejada de fondo que no va a evaporarse.
La propia naturaleza del capitalismo global y la magnitud de la crisis contemporánea empuja a la internacionalización de la protesta social. El eslogan «unidos por el cambio global» expresa bien éste nuevo «internacionalismo de la indignación» que emana del 15-O, cuyo reto es desencadenar un movimiento global que señale otro camino de salida a la presente crisis civilizatoria.
A diferencia del periodo antiglobalización, la interrelación entre los distintos planos espaciales de la acción, el local, el nacional-estatal y el internacional, es ahora mucho más sólida. El vínculo entre lo local y global, lo concreto y lo general es muy directo y evidente. Con las resonancias de las movilizaciones en el mundo árabe de fondo, el 15-M estalló como una protesta en el Estado español con manifestaciones en bastantes ciudades. Rápidamente se dispersó geográficamente por un sin fin de municipios y por los barrios de las grandes urbes. Las asambleas barriales nacieron o se fortalecieron sintiéndose parte de un movimiento general. Su actividad localiza las demandas y objetivos globales del movimiento y globaliza los problemas concretos particulares. Hay un camino de ida y vuelta del barrio al 15-O y viceversa.
Desde su estallido el movimiento ha comportado en nuestro país un fuerte proceso de repolitización de la sociedad y de reinterés por los asuntos colectivos. La marea indignada no ha alcanzado todavía consistencia suficiente para provocar un cambio de rumbo y de paradigma, pero sí ha supuesto un desafío sin precedentes a un neoliberalismo de muy maltrecha legitimidad y a los intentos de socializar el coste de la crisis, que hasta hace pocos meses parecían incontestables. Por encima de todo, el recorrido que va del 15-M hasta el 15-O ha transmitido un mensaje de esperanza en la capacidad colectiva de poder incidir en el sombrío curso de la humanidad. No en vano la indignación es, justamente, como señalaba el filósofo Daniel Bensaïd «lo contrario del hábito y de la resignación».
Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la UAB y Esther Vivas, Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la UPF.
+ web: http://esthervivas.wordpress.
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