Para Víctor Carceler, que ama el software libre y la literatura rusa No ha sido muy comentado hasta el momento salvo error de apreciación por mi parte. Tomo pie en el magnífico artículo de Manuel Ansede en el global-imperial-antichavista (que sigue intentando tener mucho mando en plaza) del pasado viernes 6 de mayo: «Un arca […]
No ha sido muy comentado hasta el momento salvo error de apreciación por mi parte. Tomo pie en el magnífico artículo de Manuel Ansede en el global-imperial-antichavista (que sigue intentando tener mucho mando en plaza) del pasado viernes 6 de mayo: «Un arca de Noé radiactiva» [1]. Ocho breves actos y unas dudas como conclusión.
Primer acto. «Portaaviones y destructores repletos de cabras, cerdos y ratas flotaban en las paradisíacas aguas del atolón Bikini, en el océano Pacífico, en julio de 1946». El Gobierno de EE UU había expulsado a los 167 nativos de las islas sin muchos miramientos. Para bombardearlas. Usaron dos armas nucleares. De unos 20 kilotones cada una (un 33% más de los 15 kilotones de la detonación en Hiroshima). «El 1 de julio, los militares lanzaron en Bikini la bomba Gilda, con la imagen grabada del personaje de la actriz Rita Hayworth». Ansede recuerda el anuncio de la película, estrenada ese mismo año: «Bella, mortal… empleando todas las armas de una mujer».
Segundo acto: el 25 de julio tiraron la segunda, bautizada Helena de Bikini (por Helena de Troya, dándoselas de cultos y helenistas). «Ambas bombas generaron sendas columnas radiactivas de agua y coral pulverizado que bañaron a los animales asustados en los barcos. Los que no murieron achicharrados por las explosiones, fueron fulminados en los días siguientes por las fuertes dosis de radiaciones ionizantes».
Tercer acto. La Operación Crossroads , así se llamó la operación, implicó una flota de 242 barcos, 42.000 personas, 156 aviones y más de 5.000 animales. Objetivo oficial: estudiar los efectos de un ataque nuclear. Pero, como es de toda evidencia, con el deseo oculto, señala Ansede con razón, de mostrar músculo a la Unión Soviética tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, una Unión Soviética que carecía en aquel momento de armamento atómico.
Cuarto acto. Unos 100 buques, muchos de ellos capturados a alemanes y japoneses, «fueron bombardeados con la cuarta y la quinta bombas atómicas de la historia, tras la de la prueba Trinity en Alamogordo (EE UU) y las de Hiroshima y Nagasaki».
Quinto acto. Uno de aquellos barcos, el portaaviones USS Independence, hundido a 830 metros de profundidad, ha resucitado ahora gracias a una expedición científica. En marzo de 2015, con un submarino cedido por la compañía Boeing (¿qué buscarán con ello?), «Delgado y su equipo descubrieron los restos del USS Independence en las aguas del santuario marino de la Bahía de Monterrey, en la costa de California. Ahora, la revista especializada Journal of Maritime Archaeology publica la autopsia del portaaviones y los documentos desclasificados que detallan su papel en los inicios de la Guerra Fría».
El buque sigue mostrando las huellas de los ensayos nucleares. «La primera explosión, una atmosférica a 600 metros de distancia, barrió su cubierta, sus aviones, sus cabras, sus cerdos y sus ratas. Los torpedos almacenados en la popa reventaron». Ansede añade indignado: «De manera irresponsable, los mandos militares enviaron poco después a los jóvenes soldados, algunos de 18 años, al USS Independence y al resto de barcos radiactivos a reponer los animales y los equipamientos destruidos». La segunda bomba, submarina y a 1.300 metros del portaaviones, «acabó de convertir el buque en un cascarón de hierro flotante».
Sexto acto. «Los efectos de la radiación mataron a la mayoría de los animales en todos los barcos», ha comentado Delgado, el director de la expedición científica. «Las pruebas sirvieron para confirmar, por si había dudas, que un ataque atómico sería letal para la flota estadounidense. Las tétricas grabaciones de la operación, incluidas en el documental estadounidense Radio Bikini (1988), muestran cabras en carne viva intentando comer paja tras sobrevivir al hongo nuclear».
Séptimo acto. Tras la Operación, «algunos de los barcos que no se hundieron, como el USS Independence, fueron remolcados hasta San Francisco para estudiar con detalle los efectos de las bombas y ensayar medidas de descontaminación». Al llegar al puerto, la radiación del portaaviones alcanzaba los 60 milirrem diarios. «La dosis normal que recibe una persona es de 620 milirrem al año, por fuentes naturales y pruebas médicas». Así, pues, unas 33 veces más. El buque sirvió de plataforma para la escuela de descontaminación radiológica de la Armada de EE UU, pero uno de sus documentos confidenciales de 1949 recomendó su hundimiento: «el coste de eliminar los contaminantes superaría el valor de la chatarra del barco». ¡Los negocios son los negocios!
Octavo acto. Mas aún: «En 1951, el USS Independence, finalmente aprovechado como almacén de basura radiactiva, fue hundido en un lugar secreto y a suficiente profundidad como para no estar al alcance de los espías soviéticos». «Otros 85 barcos radiactivos de la Operación Crossroads habían sido lanzados antes al fondo del océano. Y allí sigue la flota fantasma que dio el pistoletazo de salida a la Guerra Fría».
Conclusión y preguntas: derrota del nazismo, 1946, más de 20 millones de ciudadanos soviéticos muertos, el país totalmente destrozado, Hiroshima, Nagasaki, dos nuevas demostraciones atómicas,… Sin piedad, sin temblor en el pulso atómico del Imperio, del lado oscuro de la supuesta fuerza liberadora. ¿Podemos imaginarnos las reflexiones y el miedo de la dirección política del Estado soviético, del PCUS, de la ciudadanía más informada? No se trata de justificar nada, por supuesto, pero, ¿tenían o no tenían motivos para estar desesperados? ¿Estaban en condiciones de enfrentarse a los nuevos ataques de la Bestia? ¿Podemos entender la apuesta forzada (sin negar u ocultar convencimientos de algunos gerifaltes) por el desarrollo atómico soviético? ¿Que hacer si no? ¿Dejarlo todo? ¿Entregarse? ¿Ponerse de rodillas?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.