Recomiendo:
0

Mientras EE.UU. y las potencias regionales del Medio Oriente luchan por su control, el pueblo yemení paga un terrible precio

Rivalidad imperial en Yemen

Fuentes: Socialist Workers

Yemen, con sus 29 millones de habitantes, enfrenta una de las peores catástrofes humanitarias del siglo XXI. Desde el año 2015, más de 90.000 ataques aéreos han sido lanzados sobre el suelo yemení, matando decenas de miles de personas y arruinando la vida de millones más. Esta intervención militar es liderada por Arabia Saudita, en […]

Yemen, con sus 29 millones de habitantes, enfrenta una de las peores catástrofes humanitarias del siglo XXI. Desde el año 2015, más de 90.000 ataques aéreos han sido lanzados sobre el suelo yemení, matando decenas de miles de personas y arruinando la vida de millones más.

Esta intervención militar es liderada por Arabia Saudita, en coalición con Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Jordania, Marruecos, Bahrein, Senegal y Sudán, con el respaldo de Estados Unidos (sin autorización del Congreso); además del Reino Unido, Australia, Alemania, Canadá y Turquía; bajo la excusa de salvaguardar la democracia y restaurar el orden en el país. Sin embargo, en su campaña, la coalición ha cometido actos que desmienten su propósito, y por los que debiera ser internacionalmente juzgada y condenada.

Los países que brindan apoyo directo han ofrecido armas, suministros y apoyo logístico, además de material táctico con la finalidad de imponer un bloqueo a las importaciones comerciales y ayuda de organizaciones internacionales. Estados Unidos reabastece los aviones de combate saudíes y de los EAU que sostienen la operación aérea de la coalición militar.

Incluso antes de comenzar la guerra saudita contra Yemen, el país era el más pobre de la región. Ahora, con el bloqueo de la coalición, el pueblo yemení enfrenta, lo que las Naciones Unidas han llamado, la «crisis humanitaria más grande del mundo».

Un estimado de 5.000 civiles ha sido asesinado por los ataques aéreos de la coalición. Sin embargo, la verdadera pesadilla para el pueblo yemení es el hambre, la propagación de enfermedades, la falta de agua potable y suministros médicos, entre otros factores agravados por los ataques.

En abril de este año, una epidemia de cólera se extendió por todo el país. Lo que comenzó con unos pocos casos de la severa enfermedad bacteriana se propagó en el agua durante nueve meses, llegando a afectar a más de 900.000 personas.

Los niños yemeníes enfrentan niveles récord de desnutrición. Según, Save the Children (Salven a los Niños), la guerra y el bloqueo son responsables de la muerte de al menos 40.000 niños sólo el año pasado. Más de 2 millones de personas han sido internamente desplazadas y el 80 por ciento de la población necesita algún tipo de asistencia humanitaria.

*****

¿Por qué ocurre esto y quién tiene la culpa?

Las fuerzas en Yemen están divididas en dos campos principales. El primero de ellos son los Zaidi Hutíes, que ahora controlan la capital de Sana’a, los que crecientemente contribuyen a la violencia. Este grupo, también conocido como Ansar Allah, es un movimiento político que accede al poder en el norte de Yemen en la década de 1990, después de la reunificación del norte y sur del país. Está estrechamente vinculado a Irán, el principal rival regional de Arabia Saudita.

El segundo campo está compuesto por elementos de la antigua estructura estatal, bajo el control del derrocado ex vicepresidente Abdrabbuh Mansur Hadi, que mantiene un bajo índice de apoyo popular en el país, pero que cuenta con el respaldo de Arabia Saudita y es reconocido internacionalmente.

Las potencias imperiales y regionales que intervienen también han ayudado a generar y a financiar, una serie de grupos armados como al-Qaeda, cada uno con su propia agenda política.

Para entender la escena política actual en Yemen, vale la pena revisar su historia reciente, previa al levantamiento del año 2011.

El conflicto entre los hutíes y el gobierno yemení, aliado de Estados Unidos, se desató el año 2004, bajo el mandato del ex presidente Ali Abdullah Saleh. Después de años de reprimir la resistencia houthi, a través de leyes opresivas y discriminatorias, Saleh ordenó la captura de Hussein Badreddin al-Houthi, uno de los líderes de Ansar Allah. Esto promovió un levantamiento insurgente que duró casi una década, enfrentando a la población minoritaria Houthi contra el ejército yemení.

A comienzos del 2011, cuando los pueblos de todo el mundo árabe se levantaron contra dictadores y autócratas, masivas protestas emergieron en Yemen contra Saleh. El levantamiento de Yemen fue un ejemplo inspirador de revolución popular y movilización masiva. Una semana después de su ruptura, Saleh, anunció que no se postularía a la reelección. Pero las protestas persistieron y para septiembre de ese mismo año, Saleh había declarado su renuncia y transferencia del poder al vicepresidente, Abdrabbuh Mansur Hadi.

Hadi, al igual que Saleh, carecía de una base de apoyo popular entre los líderes tribales, por lo que decidió aliarse con diferentes facciones islamistas, algunas de las cuales habían existido en Yemen durante décadas, como el Partido Islah, un grupo fundado por la Hermandad Musulmana en la década de 1990 y financiado por Arabia Saudita.

Mientras tanto, otros grupos islamistas como al-Qaeda comenzaron a establecerse en la región aliándose con Hadi, y otras fuerzas, contra los hutíes, que habían comenzado a dominar la resistencia. La intervención de las fuerzas de la coalición, lideradas por Arabia Saudita, ha instigado aún más el sectarismo y ayudado a mantener el impulso político detrás de estos grupos.

*****

Durante los siguientes dos años, Hadi y sus aliados se enfrentaron en una constante batalla contra los hutíes y sus seguidores en el norte de Yemen. La resistencia popular al gobierno de Hadi fue aplastada y calumniada como una afrenta a la democracia.

En agosto del 2014, después de que el gobierno de Hadi duplicó los precios del combustible en un intento por frenar el déficit presupuestario del país, las protestas masivas convocadas por los hutíes se extendieron por la capital. Las fuerzas del gobierno reprimieron violentamente las manifestaciones, hasta el punto de asesinar a una mujer que protestaba frente al palacio presidencial.

La insurgencia se intensificó, y cinco meses después, los hutíes tomaron el control de la capital, forzando la renuncia de Hadi y sus ministros. El depuesto Hadi huyó a Adén, donde, con el apoyo de Arabia Saudita, declaró a esa ciudad como capital provisional.

En un mes, Arabia Saudita armó una coalición militar de países de Medio Oriente, bajo el apoyo de las potencias imperialistas, encabezadas por Estados Unidos, y comenzó una guerra despiadada contra la población yemení.

La campaña militar, llamada «Operación Tormenta Decisiva», debía durar sólo unos meses, sin embargo, al día de hoy ya cumple su tercer año.

Las alianzas fueron reconfiguradas después que elementos del antiguo régimen de Saleh se aliaron a los hutíes en un intento por recuperar el control del país. A principios de este año, hubo rumores de que Saleh intentaba negociar con miembros de la coalición, en un intento de volver a unir lazos con sus aliados originales, esto se da a conocer en una entrevista televisada. Días más tarde, Saleh fue asesinado cuando su convoy fue emboscado.

El campo de batalla por Yemen, hoy, luce así: Hay muchas fuerzas involucradas y los conflictos entre ellas no muestran indicios de relajación. Los que soportan las peores consecuencias son civiles yemeníes que, ya sea en la ciudad de Sa’dah, controlada por Houthi, o en Aden, controlada por Hadi, viven bajo la constante amenaza de muerte, ya sea por ataques aéreos saudíes, por enfermedades como el cólera o el hambre.

*****

El bombardeo y el bloqueo por parte de la coalición, apoyada por Estados Unidos, son los principales factores de muerte y destrucción en Yemen.

Los barcos estadounidenses ayudan a controlar el acceso a los puertos navales de Yemen, convirtiendo a Washington en uno de los principales culpables del bloqueo a la ayuda humanitaria tan urgentemente necesitada por una población que enfrenta la peor hambruna del mundo en décadas. Siete millones de personas podrían morir si el alimento y los medicamentos no son rápidamente desembarcados.

En octubre del 2016, cuando un buque estadounidense disparó misiles contra los hutíes en Sana’a, el Pentágono intentó convencer al público de que su escalada de violencia fue en respuesta al ataque sin provocación de los hutíes contra naves estadounidenses. Sin embargo, Estados Unidos ha intervenido militarmente en Yemen desde principios de la década del 2000 cuando comenzó su programa de guerra de drones.

Recientemente, un dron asesinó a Nawar al-Awlaki, de 8 años, por los supuestos vínculos de su familia con al-Qaeda. Ésta fue la primera acción militar realizada por Trump después de asumir el cargo. Antes de eso, Barack Obama ordenó la operación que mató al hermano de al-Awlaki, Anwar, de 16 años, en el 2010.

El gobierno de Estados Unidos es responsable de muchas más muertes en Yemen que Al Qaeda o los hutíes. Solo en los últimos dos años, EE. UU. y su aliado saudí han atacado escuelas, hospitales, aeropuertos, bodas, funerales y hogares, todo en nombre de «erradicar las células terroristas». Estados Unidos siempre justifica la muerte de civiles a «problemas de inteligencia», pero los bombardeos y los ataques con drones inevitablemente causan bajas civiles.

Mientras Estados Unidos utiliza la presencia de Al Qaeda en Yemen como excusa para mantener su guerra de drones y su apoyo a la guerra aérea liderada por Arabia Saudita, las verdaderas razones de EE. UU. son sus intereses imperiales en la región.

Además de los acuerdos de armas que lo benefician (sólo este año, Trump firmó un acuerdo de armas entre Estados Unidos y Arabia Saudita por el valor de $110 mil millones), Estados Unidos necesita asegurarse que el control de Yemen se encuentre en manos de alguien dócil y obediente a su influencia y control económico. El gobierno de Hadi, y el gobierno de Saleh, hicieron justamente eso. Los hutíes y las oleadas de protestas populares que sacudieron al país en el 2011, se le interponen en el camino.

Los saudíes también tienen mucho que perder si los hutíes mantienen el control o si se produce otro levantamiento popular en Yemen. Yemen, aunque pequeño y débil, puede obstaculizar a Arabia Saudita de acceder a algunas de las rutas comerciales más lucrativas en el Mar Rojo. Sin un régimen alineado con sus intereses en Yemen, Arabia Saudita y sus aliados temen que estos puertos puedan ser controlados por otras potencias en la región, particularmente Irán.

Las otras fuerzas de la coalición, como Jordania y Egipto, son gobiernos contrarrevolucionarios o monarquías. En el caso de Jordania, el régimen depende únicamente de la ayuda de Estados Unidos para mantenerse a flote. Del mismo modo le da la espalda a Palestina y abre el camino para que Trump marche hacia Jerusalén. También ha traicionado a Yemen y se ha confabulado con las potencias que bombardean el país y lo destrozan en mil pedazos.

*****

La catástrofe social ha provocado una enorme crisis de refugiados, incluso aquellos que pueden escapar del país y buscar refugio en EE. UU. o Europa están siendo rechazados o deportados.

Los mismos países ricos, cómplices en la creación y el mantenimiento de la guerra, cierran sus puertas, bajo el pretexto de temor a la violencia y la falta de fondos. Por el contrario, las naciones más pobres, como Djibouti y Somalia, que también han sido devastadas por el imperialismo estadounidense, han abierto sus puertas a los refugiados que huyen.

La prohibición de Trump, al ingreso de musulmanes a Estados Unidos, recientemente reinstaurada por la Corte Suprema de ese país, está dirigida a toda la población de Yemen.

Bombardear sus países de origen y luego negarles acceso cuando huyen, es un conocido patrón del imperialismo estadounidense y un importante recordatorio del vínculo inherente entre las políticas nacionales y las extranjeras. Esto significa que cuando protestamos, debemos exigir no solo «dejarlos entrar» sino también «detener la guerra».

Traducción de Orlando Sepúlveda – Obrero Socialista

Fuente: