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Las cárceles agudizan el problema, no lo solucionan

Fuentes: Editorial Virginia Bolten

El abolicionismo penal es una corriente que plantea la eliminación del sistema penal. Es decir, la construcción de una forma alternativa para la resolución de conflictos, que no sea a través del castigo mediante lugares de encierro. Cuando alguien se identifica como abolicionista, está diciendo que es el opuesto al prohibicionista; decide problematizar los hechos […]

El abolicionismo penal es una corriente que plantea la eliminación del sistema penal. Es decir, la construcción de una forma alternativa para la resolución de conflictos, que no sea a través del castigo mediante lugares de encierro. Cuando alguien se identifica como abolicionista, está diciendo que es el opuesto al prohibicionista; decide problematizar los hechos y busca resolver -o lidiar-con conflictos, partiendo del presupuesto que lo que está «mal» y lo que está «bien» está condicionado por un conjunto de patrones. Es quien denuncia que estos patrones son en si mismos injustos, ya que reproducen el ideario dominante, cristalizando el sistema excluyente, racista, selectivo y de manutención de privilegios.

Un buen ejemplo de la critica abolicionista es la reflexión frente al encarcelamiento masivo de personas negras empobrecidas, Angela Davis, filosofa y feminista negra, remarca: «Los lugares de encierro y la esclavitud son instituciones estructuradas en el racismo». En Estados Unidos y Brasil -los dos países líderes de encarcelamiento a nivel mundial ocupando el primer y tercer lugar respectivamente- la mayoría de las personas privadas de su libertad son negras y pertenecen a los sectores más vulnerables de la sociedad. Gran parte de estos encarcelamientos son por uso o venta de substancias psicotrópicas.

Partiendo del presupuesto que lo que hace que un hecho sea asumido como un crimen es lo es determinado por el estado como delito, descriminalizar el uso de las drogas haría que el número de personas privadas de libertad se redujera importantemente. Más allá de esto, la selectividad de los encarcelamientos devela la orientación del sistema punitivo. No es que la clase media y blanca no consuma drogas, es que las instituciones elijen quienes son los castigables, siguiendo una lógica de eliminación de las personas no funcionales al sistema y a su reproducción. De hecho en las clases medias y altas, los consumos de drogas están pseudodespenalizados y en el caso de los psicotrópicos avalados por la ciencia blanca y la industria farmacéutica.

El sistema industrial-carcelario -término utilizado para definir las relaciones económicas y políticas entre gobiernos, monopolios económicos y políticos- necesita más personas en las cárceles para la manutención del negocio punitivo. Este negocio, que utiliza la mano de obra de las personas encerradas y que también obtiene ganancias de estos cuerpos sistemáticamente torturados a través de su mantenimiento en lugares de encierro, es el que determina la cantidad de personas castigadas e influye en las políticas públicas y en la elaboración de las leyes.

La estrategia de deshumanización de estos cuerpos también juega un rol importante. A partir del momento en que se convierte en delincuente, la persona pasa a ser un enemigo de la sociedad. Esta sociedad culturalmente punitivista comprende que la solución para los problemas sociales (como la violencia, la precariedad, y el malestar social) es aislar a «los malos». También se crea a partir de esta ilusión el miedo hacia el otro.

El delincuente es construido socialmente a partir de patrones impuestos por este sistema penal y es posicionado por los medios de comunicación hegemónicos. Los conflictos en las zonas más pauperizadas de la sociedad y la persecución hacia los distintos modos de existencia crean una subjetividad que construye al enemigo. La violencia desplegada por las fuerzas represivas del Estado es vista como un «cuidado hacia el bien común», así la violencia sufrida por estos cuerpos marginalizados es validada por el conjunto de la sociedad que clama por justicia y castigo.

La dificultad en pensar otras formas de organización social que puedan resolver conflictos se da por esta naturalización y aceptación pasiva de la crueldad que, muchas veces, remite a la Edad Media. Romper con esta estructura es también no aceptar la imposición de un conjunto de mecanismos de control los cuales, nos hacen ver hoy, necesarios para existir en colectividad. Lo que nos preguntamos desde Virginia Bolten es ¿hasta cuándo vamos a sostener este sistema de castigo? ¿Cuándo vamos a asumir que todx presx es político?

Fuente: http://virginiabolten.com.ar/editorial/las-carceles-agudizan-el-problema-no-lo-solucionan/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de las autoras mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.