Los buenos apodos tienen la increíble capacidad de capturar la esencia de la vida de una persona mejor que cualquier biografía bien escrita. Cuando escuchamos «el mejor», «el campeón del pueblo» o el «labio de Louisville», automáticamente pensamos en Mohammed Ali. Cuando alguien se refiere al «rey del rock», automáticamente aparece en nuestra mente la […]
Los buenos apodos tienen la increíble capacidad de capturar la esencia de la vida de una persona mejor que cualquier biografía bien escrita. Cuando escuchamos «el mejor», «el campeón del pueblo» o el «labio de Louisville», automáticamente pensamos en Mohammed Ali. Cuando alguien se refiere al «rey del rock», automáticamente aparece en nuestra mente la imagen de Elvis Presley.
Los apodos de los infames son quizá más poderosos a la hora de cristalizar la vida de una persona que los atribuidos a figuras adoradas en todo el mundo. «El carnicero», por ejemplo, ha sido un apodo útil para algunos de los líderes más crueles de la historia. Desde Genghis Khan, quien era conocido simplemente como «el carnicero», hasta personas como Saddam Hussain, que recibió el título de «el carnicero de Bagdad», este apodo capturó su naturaleza violenta y sádica.
Apodado como el «padre de la bala», el príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman (MBS), ya parecía estar destinado a la notoriedad cuando crecía en Riad. El relato de cómo adquirió este título refleja la psique de un príncipe de la mafia cuyos dos primeros años como príncipe heredero han sido manchados por la muerte, la destrucción y quizá el asesinato más espantoso que jamás se haya cometido en una embajada extranjera. La historia relatada por el New Yorker empieza con Mohammed Bin Salman, también conocido como MBS, exigiendo que un funcionario saudí de registro de tierras le ayudara a adueñarse de una propiedad. Tras negarse, el funcionario recibió un sobre con una sola bala dentro. Así se ganó el príncipe el nombre de «Abu Rasasa»; el padre de la bala.
En sus dos años como príncipe heredero, MBS no ha hecho mucho para disipar la impresión inicial que se tiene de él como un megalomaniaco mimado y hambriento de poder. En cambio, el «padre de las balas» ha cementado su reputación de la infancia al desempeñar su nuevo papel como el «príncipe del caos». Con su brutal guerra en Yemen, donde 13 millones de personas están en riesgo de hambruna; la decisión de imponer un bloqueo sobre el país vecino, Qatar; el acorralar a compañeros príncipes y empresarios y acusarles de cargos de corrupción; el someter a arresto domiciliario al primer ministro del Líbano, Saad Hariri, en Riad; encarcelar a activistas por los derechos de las mujeres y reaccionar exageradamente cuando Canadá exigió la liberación de estas mujeres, cancelando las relaciones diplomáticas con Ottawa, ordenando a 10.000 estudiantes saudíes abandonar sus estudios en Canadá; y rendirse ante la difícil situación de los palestinos, el «príncipe del caos» ha hecho a toda la región caer en picado.
A pesar de ser graves, ninguna de estas catástrofes ha atraído más atención mundial hacia la crueldad mafiosa del «padre de las balas» que el asesinato del renombrado periodista saudí Jamal Khashoggi. Los terroríficos detalles del asesinato han demostrado lo que Occidente, junto a varias corporaciones globales importantes, ha ignorado; que, bajo el mandato de MBS, Arabia Saudí se está convirtiendo en un Estado mafioso.
Quien más ha quedado complacido con el comportamiento de MBS es el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, e incluso ahora, con todas las pruebas señalando a MBS como el cerebro detrás del terrible asesinato de Khashoggi, Trump está dispuesto a desempeñar el papel una empresa de relaciones públicas financiada por Arabia Saudí, al respaldar la afirmación absurda de que el asesinato fue realizado por «asesinos rebeldes». Dejando a un lado el hecho de que los saudíes negaron saber nada de su desaparición durante dos semanas, la disposición de Trump a aceptar una explicación con más agujeros que una teoría conspiranoica del 11S demuestra lo desesperado que está por proteger su activo saudí.
Más allá de las compras de armas y la protección de los empleos e intereses estadounidenses, parece existir un romance más intenso entre la familia Trump y MBS. Trump se jactó una vez diciendo que: «Hemos puesto a nuestro hombre en la cima», acreditándose la llegada de MBS al puesto de príncipe heredero. Su nombramiento como heredero saudí fue ideado mediante un golpe de estado en palacio con el que los conspiradores – entre ellos, personalidades importantes de Emiratos Árabes Unidos -dejaron de lado a Mohammed bin Nayef, una persona poderosa en el aparato de seguridad saudí.
A pesar de la oposición del Departamento de Estado de los EEUU – que prefería que una figura establecida como Bin Nayef tomara las riendas del Reino -, MBS fue identificado por el gobierno de Trump como el eje sobre el que rehacer a Oriente Medio. Según un oficial de defensa, se temía que MBS diera pie a una actitud insensata y con la que fuera imposible llegar a acuerdos creíbles.
Si nos creemos el relato de Michael Wolff sobre la Casa Blanca durante los primeros 100 días de presidencia de Trump, el nuevo gobierno estadounidense «básicamente estaba preparando a Mohammed Bin Salman». El apoyo total de Trump al joven príncipe se consideró un reflejo de la filosofía política del presidente. Según Mohammed Cherkaoui, un profesor de resolución de conflictos en la Universidad George Mason, Trump «quiere lidiar con individuos, no con instituciones y gobiernos; uno a uno».
Con MBS, la familia Trump había encontrado claramente a su hombre. Joven, ambicioso y despiadado, cumplía todos los requisitos para ellos. Wolff escribió en Fire and Fury que había algo que «alineaba curiosamente» a los Trump y a la familia real saudí con el rey Salman. Ambas querían hacer cambios drásticos en sus respectivos países, y esta alineación se adaptaba a los recién llegados; el yerno de Trump, Jared Kushner, y MBS.
Por extraño que parezca, el negocio del crimen organizado y el de dirigir la Casa Blanca nunca han estado tan cerca como con la administración de Trump. Se ha mencionado a menudo que el gobierno actual de Estados Unidos se parece mucho al de la mafia. Muchas de las tácticas empleadas en los últimos dos años se han descrito como imitaciones «malintencionadas» y baratas de los mafiosos del cine clásico. La sorprendente regularidad con la que el propio presidente se refiere a «la mafia» y al notorio gánster neoyorkino Al Capone hace sospechar que su visión del mundo haya sido moldeada por sus encuentros con el crimen organizado y la cultura de la mafia.
Esta característica de la cultura política infundida por Trump fue señalada por el ex director del FBI, James Comey, quien comentó que el comportamiento de Trump le recordaba a «sus primeros años como fiscal contra la mafia». En un esfuerzo por dar sentido a este rasgo distintivo del presidente de los EEUU, los analistas hablan del entorno en el que se crió Trump. La crueldad de la industria inmobiliaria de Nueva York, dicen, explica por qué bebe de la cultura de los gánsteres de Nueva York y por qué la ha llevado hasta la Casa Blanca.
Las referencias de Trump a los gánsteres pueden parecer desconcertantes al principio, debido a la estima que tiene la gente al cargo que se supone que él debe desempeñar. Pero el cargo de presidente parece haber tenido poca importancia a la hora de acabar con la mentalidad de un hombre cuya visión del mundo es difícil de distinguir de la de Al Capone. Como los mafiosos que parecen haber sido su gran fuente de inspiración, Trump también tiene una tremenda aversión por las normas, convenciones, gobiernos e instituciones. Los pilares del orden internacional sólo le son útiles cuando le permiten hacer lo que le place. Cuando se interponen en su camino, Trump está dispuesto a atacar e ignorar los tratados internacionales o a la ONU, incluidos sus jueces, a quienes ha amenazado con imponerles sanciones.
En los próximos días, los saudíes y su padrino americano tratarán de deshacer el daño causado por uno de sus «asesinos rebeldes». Es probable que se emita una declaración que limpie la imagen de MBS y lo distancie del asesinato de Khashoggi. Se diseñará de modo en que quienes tienen al «padre de las balas» y al «príncipe del caos» como cliente favorito puedan seguir trabajando como de costumbre. Esto será un enorme error, casi tan grave como el de no prestar atención a los miles de muertos y millones de hambrientos en Yemen.