Como era de esperar, la Cumbre de los líderes de América Latina y la Unión Europea, concluyó sin grandes avances. Mientras algunos de los líderes latinoamericanos luchaban dentro de la Cumbre para lograr recortar los aranceles agrícolas en Europa, centenares de manifestantes se enfrentaban a la policía en las afueras de la conferencia. Si bien […]
Como era de esperar, la Cumbre de los líderes de América Latina y la Unión Europea, concluyó sin grandes avances. Mientras algunos de los líderes latinoamericanos luchaban dentro de la Cumbre para lograr recortar los aranceles agrícolas en Europa, centenares de manifestantes se enfrentaban a la policía en las afueras de la conferencia.
Si bien casi todos los jefes de Estado llegaron a Guadalajara, México, con excepción del presidente argentino Néstor Kirchner enfermo, y del presidente cubano, Fidel Castro, que rechazó participar de una reunión que predijo no iba a concluir en ningún avance para el comercio entre los dos bloques, las expectativas de que esta tercera reunión concluyera con un acuerdo importante, eran escasas.
Por otro lado existía la expectativa del papel que podría jugar el presidente español en la reunión, un cambio de dirección en las tensas relaciones entre la Unión Europea y Cuba y la posibilidad de conformar un bloque extracontinental que confrontara a EE.UU.
Pero, desde la discusión del borrador de la declaración final, previo a la reunión, estaba claro que ni siquiera en el ámbito político la Cumbre iba a resultar en un gran avance. El reclamo de un mayor involucramiento de las Naciones Unidas en Irak y la defensa de ese organismo en los conflictos internacionales, fue una repetición de pronunciamientos anteriores. La condena a EE.UU por su agresión a Irak y por las torturas, muertes y desapariciones en las prisiones iraquíes a cargo de las tropas ocupantes, fue más discutida de lo necesario, y apenas condenó los «abusos» norteamericanos. En principio Europa pretendió dejar fuera de la declaración el tema y en lo que evidencia un claro retroceso, evitó que la Cumbre condenara explícitamente el bloqueo norteamericano a Cuba, poco meses después que la Asamblea General de la ONU se pronunciara en ese sentido.
El egoísmo de los líderes europeos, o las presiones internas para mantener los subsidios agrícolas y no bajar los aranceles, les impide llegar a acuerdos más profundos con América Latina y desplazar a EE.UU como principal socio comercial de la región, y por lo mismo, limitar su influencia política.
Entre 1965-70, el 56% de las exportaciones de Latinoamérica se dirigieron a Europa occidental, de donde recibió el 57% de sus importaciones. En ese mismo periodo, EE.UU recibió el 19% de las exportaciones latinoamericanas y fue origen del 35% de sus importaciones. En el periodo 1995-2000, en cambio, la UE significó apenas el 15% de las exportaciones y el 14% de las importaciones latinoamericanas, contra el 55% y 51%, respectivamente, de EE.UU. Un informe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), señala que «existe una situación mutuamente excluyente entre Europa y EE.UU», aunque la tendencia es a que EE.UU se afiance «como el mayor y más completo proveedor de la región».
Está claro que lo que gana un bloque en el comercio con América Latina, lo pierde el otro. No parece haber espacio suficiente para europeos y norteamericanos en la región.
La apuesta norteamericana por crear un Área de Libre Comercio en las Américas (ALCA) aparece como lo que es, un proyecto dirigido a capturar el mercado latinoamericano, excluyendo o reduciendo a mínimos la presencia europea en la región. En un sentido similar, los acuerdos y esfuerzos de la UE por firmar tratados de libre comercio apuntan a lo contrario.
Varios analistas internacionales sostienen que EE.UU es más influenciable desde Latinoamérica y Europa que desde otras zonas del mundo. Por lo que una acción concertada de estas regiones tendría un efecto beneficioso en el mundo y contribuiría a fortalecer, incluso, los movimientos internos que hay en EE.UU contra el militarismo instalado en Washington.
España podría haber jugado un papel destacado en este proceso, pero el alineamiento de Aznar con el gobierno Bush y su actitud confrontativa con Cuba y Venezuela boicoteó estos acuerdos. El nuevo gobierno socialista de España podría haber comenzado cambiando en algo esta política, pero Rodríguez Zapatero no fue capaz de un solo gesto en ese sentido. Por el contrario, antes de viajar a México ya estaba cuestionando al gobierno de Venezuela. Cabe recordar que su antecesor, Aznar, fue el primero en reconocer al gobierno golpista de sólo 42 horas de vida. Al parecer, Zapatero va a continuar con el respaldo al saqueo que las empresas españolas están realizando en América Latina, y Europa continuará sin definir que papel quiere jugar en la arena internacional: un bloque independiente o un ladero de EE.UU que acepta su modelo de reparto del mundo.