Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Después de un golpe de estado planificado, coordinado y ejecutado por los elementos más reaccionarios de Haití, con el sustancial apoyo material de los gobiernos de Estados Unidos y de la siempre dócil República Dominicana, la orgullosa nación de Haití se encuentra de nuevo bajo ocupación militar extranjera. El vergonzoso acto, sin embargo, es que esta vez la ocupación está siendo realizada no sólo por los franceses, cuya salvaje historia imperial es bien conocida, y por los canadienses (perennes asistentes domésticas de EE.UU.), sino por Argentina, Brasil y Chile – tres naciones que han sido ellas mismas las víctimas del establishment de operaciones clandestinas de Estados Unidos, y con gobiernos que pretenden engañosamente, como se ve, ser «progresistas».
El pueblo haitiano y sus organizaciones populares están totalmente sorprendidos por esta grotesca traición y un semejante oportunismo político desvergonzado. Más de un haitiano con el que hablé cuando estuve allí durante tres semanas en junio me puso la pregunta: ¿Cómo reaccionarán estos supuestos gobiernos izquierdistas cuando los ataquemos?
No es una pregunta retórica.
Casi cada persona con la que hablé me dijo explícitamente que saludaría un ataque semejante como un catalizador indispensable para iniciar otro levantamiento generalizado. El espectro de opinión al respecto variaba entre los que sólo afirmaban que atacar a los ocupantes constituía un derecho, a los que dijeron que se convertirá en un deber patriótico. Para decirlo todo, no hablé con la facción macouto-burguesa en Port-au-Prince que ha estado en la nómina de la Embajada de EE.UU., vía el Instituto Internacional Republicano [IRI] y el Fondo Nacional por la Democracia [NED].
En realidad, hablé con pocos habitantes de las ciudades. En este viaje, me pareció adecuado – considerando la demagogia sobre la democracia que nos asedia constantemente – ir donde vive la mayoría haitiana: el campo. No encontré un solo campesino (por lo menos en la Meseta Central) que aceptara a Latortue o a alguna otra persona del gobierno de-facto nombrado por Estados Unidos. No los consideran ni siquiera con temor, sino con escarnio, como imbéciles. Lo que puede sorprender al que no esté familiarizado con Haití es lo bien que muchos campesinos comprenden la paradoja de estos ocupantes latinoamericanos. Casi todos han oído hablar del movimiento de campesinos sin tierra en Brasil, y se preguntaban si ese tipo de organizaciones en América Latina no podrían levantarse contra sus propios gobiernos por participar estos en la consolidación del golpe de estado en Haití.
La oportunidad de este golpe de estado – piensan los haitianos, y estoy de acuerdo con ellos – en el bicentenario de la Revolución Haitiana, constituye una humillación intencional de Haití, encabezada como lo fue por Roger Noriega, el antiguo asistente del archi-racista Jesse Helms. Ese intento degenera con cada día que pasa ante la sombría y ardiente determinación de que esto no puede continuar.
La gente de Argentina, Brasil y Chile (A, B y C) debería tal vez captar el ABC de las operaciones clandestinas estadounidenses mejor que sus líderes aparentes. Darle una mano a EE.UU. en una empresa imperial, no los protegerá de las depredaciones de EE.UU. En realidad, sólo fortalecen la mano del establishment de la política exterior de EE.UU. para que cometa los mismos crímenes contra ellos mismos cuando le convenga. Esto vale para el establishment liberal de EE.UU., que por el momento no está en el poder, que quiere aumentar su dominación mediante estructuras financieras, pero también vale de manera aún más inmediata para los reaccionarios fascistas de esta administración que, si miramos más de cerca, son una réplica avejentada de exactamente la misma camarilla provocó el escándalo Irán-Contra-Cocaína – hombres que dejaron un rastro de miles de cadáveres latinoamericanos.
¿Ha olvidado Kirchner de Argentina el papel de apoyo de EE.UU. durante la Guerra Sucia? ¿Ha olvidado Lagos de Chile 1973 y el ataque de la CIA contra la soberanía popular de Chile? ¿Y tiene de Silva de Brasil un ataque de amnesia respecto al derrocamiento de Goulart a manos de la misma CIA en 1964?
¿Cómo ocurre, entonces, que todas estas naciones, de entre todas, puedan enviar sus militares para reforzar el transparente golpe de estado contra un gobierno democráticamente elegido más? ¿Cómo se han sentido obligados, frente a sus propias historias de lucha contra los complotadores y asesinos de EE.UU., a apoyar esta subyugación racista de otra nación latinoamericana?
Al conducir por Gonaives, vi a jóvenes con caras llenas de granos en uniformes canadienses saludando desde sus transportes de personal blindados esperando que los recibirían con abrazos – una alucinación como la de Chalabi de multitudes delirantes en Irak – sólo para ser recibidos con hostilidad y desprecio desde la calle. Las banderas de A, B y C, se agitaban al viento desde detrás de las barricadas en el aeropuerto Toussaint L’Overture en Port-au-Prince, pero los muchachos post-pubescentes de esos países serán pronto enviados al interior de Haití, y es inevitable que algunos serán atacados.
¿Cómo se explicarán entonces esos gobiernos – que pretenden todos ser progresistas – ante sus propias poblaciones en general? El sello de Naciones Unidas será de poco consuelo entonces para las familias de los caídos y una endeble cataplasma para las heridas políticas que resultarán no de las acciones de una derecha externa, como la crisis fabricada que culminó en el secuestro de Aristide en Haití, sino de la izquierda local en los propios A, B y C.
El consentimiento – no, la colaboración – con los dictados de EE.UU. no aflojará la garra parasítica del Centro Imperial sobre un solo latinoamericano, ni mejorará la intención del Centro de continuar explotando a toda la región hasta que se haya agotado y muerto. La piadosa fantasía de que la cooperación será recompensada ha significado el fin de muchos dirigentes, incluyendo al propio Aristide que fue llevado de su casa después de apelar a una «movilización pacífica» aun cuando se enfrentaba a paramilitares asesinos.
Parece más y más, por lo menos le parece a este autor, que hay sólo tres dirigentes latinoamericanos con carácter – Fidel Castro, Hugo Chávez y Manuel Marulanda. Con el compromiso de enviar tropas al golpe contra la soberanía popular haitiana, Kirchner, de Silva y Lagos han mostrado un cobarde desprecio hacia sus propios pueblos y hacia sus propias historias. Ahora son objetivamente aliados de Jesse Helms – un hombre que elogió los escuadrones de la muerte de D’Abuisson y que nunca vaciló en su compromiso con el apartheid en EE.UU.
Espero que todos reconozcan este terrible error y abandonen Haití, o que la vergüenza los marque para siempre.
Stan Goff es autor de «Hideous Dream: A Soldier’s Memoir of the US Invasion of Haiti» (Soft Skull Press, 2000) y del próximo libro «Full Spectrum Disorder» (Soft Skull Press, 2003). Es miembro del comité coordinador de BRING THEM HOME NOW!, sargento mayor en retiro de las Fuerzas Especiales, y padre de un soldado en servicio activo. El correo electrónico de BRING THEM HOME NOW! es [email protected].
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