Entre febrero y abril de 2003, centenares de manifestaciones en todo el territorio, varias de ellas de más de un millón de personas, hicieron visible una condena sin precedentes a la política belicista y proyanqui del gobierno español. El Partido Popular ignoró este clamor que, de forma unánime, masiva y sostenida, le reprochaba su actuación […]
Entre febrero y abril de 2003, centenares de manifestaciones en todo el territorio, varias de ellas de más de un millón de personas, hicieron visible una condena sin precedentes a la política belicista y proyanqui del gobierno español. El Partido Popular ignoró este clamor que, de forma unánime, masiva y sostenida, le reprochaba su actuación al margen de la Constitución y de las Leyes Internacionales, exigiéndole desvincular a España de la coalición agresora contra Iraq. Un mes después de la ocupación de Iraq, ésta confrontación del gobierno del PP con la ciudadanía, pasó, el 25 de Mayo de 2003, por la prueba de las elecciones municipales en todo el Estado y a los Parlamentos de 13 Comunidades Autónomas. El castigo democrático que ha sufrido el partido del gobierno, por su política ilegítima e ilegal ha consistido, nada menos que en «síntomas de cambio en la tendencia de voto». El Partido Popular, tras las elecciones, sigue siendo la primera fuerza política en número de alcaldes y concejales, gobierna en la gran mayoría de capitales, ampliando su representación en muchas ciudades. Es el partido más votado en 8 de las mencionadas Comunidades Autónomas y gobernará en 6 de ellas.
Cabe preguntarse, ¿cómo es posible que, con el 90% de la opinión pública en contra de la guerra, miles de personas ocupando las calles, la embajada de EEUU, la sede del PP y el Parlamento, rodeados durante varios días, la mayoría de las veces sin comunicación administrativa a la delegación del gobierno: a) el PP no se haya hundido electoralmente b) el PSOE, gran animador (con todos sus satélites institucionales, académicos, sindicales, mediáticos y profesionales) de la movilización social, no recoja la cosecha de dicho hundimiento electoral.
Sin menoscabo de que en las próximas elecciones generales de marzo de 2004, estos resultados pudieran cambiar, aventuraremos algunas ideas para comprender este misterio. Por un lado, no es la primera vez que las convicciones y los comportamientos políticos aparecen divorciados de los comportamientos electorales. En las primeras elecciones democráticas del 15/06/1977, tras el franquismo, no sólo ganó la UCD (Unión de Centro Democrático), refugio de la mayoría de la burocracia franquista, sino que también, el PSOE, poco más que un grupúsculo tres años antes, se convirtió, con más de cinco millones de votos, en la representación mayoritaria de la izquierda, multiplicando por cuatro los votos del PCE, verdadera fuerza social, principal dinamizadora de la lucha en la clandestinidad en casi todo el estado. En las primeras elecciones sindicales de 1979, la UGT, sindicato del PSOE, desconocida en el pujante movimiento obrero, tuvo prácticamente los mismos delegados que CCOO, organización que, con muy alto coste de despidos, detenciones, cárceles, torturas y muertes, organizó y dinamizo la porción mayoritaria de dicho movimiento obrero. El 12 de Marzo de 1986, en el referéndum de la OTAN, el 38% de los votantes del PSOE votó a favor de la salida de España de la OTAN, es decir, contra el PSOE y sin embargo, en las elecciones generales 2 meses después, solamente el 8% de los votantes del PSOE dejó de votar a dicho partido.
Por otro lado, la proliferación de agresiones que las políticas globalizadoras y neoliberales perpetran contra la sociedad y la democracia, suponen una guerra global que se materializa en diversos frentes: guerra contra el trabajo digno, la protección por desempleo, la garantía de vivienda, salud y jubilación, el derecho a trabajar y vivir dignamente en el campo, la seguridad alimentaría, el ejercicio de las libertades civiles, el respeto de las garantías jurídicas y procesales. Logse, Prestige, Decretazo, Plan Hidrológico Nacional, Ley de Partidos, modificaciones del Código Penal, ilegalización de Batasuna, vulneración del derecho de sufragio para cientos de miles de personas en el País Vasco, son escenarios de guerra que tienen un origen, una lógica común. Como no podía ser de otra manera, las víctimas del terrorismo globalizador protagonizan innumerables episodios de protesta, lucha y enfrentamiento contra estos daños. Sin embargo, estas luchas se producen rigurosamente aisladas unas de otras y en muchas de ellas, aparecen como dirigentes personas o grupos pertenecientes al PSOE o a su entorno. La experiencia de lo que este partido hizo durante catorce años de gobierno, arruina la confianza de la gente que, cargada de razones y harta de injusticias y mentiras, se moviliza cuando se dan las condiciones adecuadas.
Esto es lo que lo que nos ha pasado con la inmensa movilización contra la guerra. Por un lado, una vez que hemos cantado «Mírala, la Puerta de Alcalá» con los artistas que hacían la campaña electoral al PSOE y que nos ha arengado Baltasar Garzón, martillo del movimiento popular vasco por la autodeterminación, ha quedado claro quien administra nuestras numerosas manifestaciones, pegatinas en el pecho y gritos de «No a la guerra» y «Nunca Mas».
En esta situación inédita de plasticidad social, ocupación de las calles y desafío al poder totalitario, ha sido imposible comunicar el discurso elaborado desde las redes sociales que hacen trabajo antiglobalización territorializado y anclado en los problemas de la gente. El No a la Guerra debía ser la resultante de No a las guerras contra l@s trabajador@s, las mujeres, la protección social, el derecho de los pueblos a su autodeterminación, el derecho a la vida y a la integridad física de precari@s e inmigrantes. El No a la Guerra debía aparecer asociado con el No a la OTAN y a las Bases Norteamericanas en España, con el No a la globalización y la Europa del Capital, con la exigenciad e una salida dialogada, pacifica y democrática del lladmado «conflicto vasco» Pero esas determinaciones necesarias del No a la Guerra, en caso de aparecer claramente ante la opinión pública, pondrían de manifiesto la falta de sinceridad de quienes, oponiéndose a la segunda guerra contra Iraq, defienden la globalización, la OTAN, la precariedad y la represión contra los movimientos sociales, además de haber protagonizado en 1991, desde el gobierno, la primera guerra contra Iraq.
El No a la Guerra, separado de su contenido verdadero, oculta, en la subjetividad de los millones de manifestantes, la estrecha relación entre las víctimas de Iraq y ell@s mism@s como víctimas de los escenarios de guerra domésticos producidos por el mismo capitalismo global. Con esta separación, no solo se empobrece el contenido de No a la Guerra, también se favorece la fragmentación de las resistencias múltiples de colectivos implicados en luchas, en los que lo único que cuenta es «lo suyo», cuando «lo suyo» no se puede explicar sin una mirada global y no puede defenderse eficazmente sin la cooperación de todos «los suyos» Esta operación política, dirigida por la socialdemocracia, vacía de contenido y de fuerza social profunda a la lucha contra la ocupación de Iraq, convirtiéndola, como hemos podido comprobar, en mercancía electoral que se activa o se detiene con el calendario de elecciones. También pretende mantener en una perpetua despolitización a los movimientos sociales, que se agitan en acciones aisladas, incapaces de transcenderse a sí mismas para encontrarse, conocerse, dialogar y apoyarse mutuamente.
La separación artificial de las movilizaciones «políticas», (reducidas a las campañas electorales), respecto a las movilizaciones «sociales» y de estas entre sí, esterilizan un inmenso potencial de energía democrática, impiden el desarrollo de un movimiento social constituyente, el movimiento antiglobalización, que agregue las energías dispersas frente al enemigo común y reúna la fuerza suficiente para impedir al PP cometer las tropelías y delitos que ha cometido – y sigue cometiendo – en Iraq y aquí.
La sospecha, por parte de millones de ciudadan@s contrari@s a la guerra de que, votando al PSOE y poniéndole de nuevo en el poder, tendríamos lo mismo que votando al PP, hace que, a la hora del voto, las aguas vuelvan a su cauce. Es decir, a las aguas muertas de la televisión basura, la creación de empleo basura, la garantía de las pensiones basura, la seguridad ciudadana basura, la rebaja del precio de la gasolina basura y la solidaridad basura, junto a la posibilidad de ir de vacaciones basura a la India o a Yemen, una vez que se acabe con el terrorismo de fuera (y por descontado con el de dentro) Esta ausencia de salidas y el correspondiente amoldamiento a una vida basura y una política basura, es la base del fascismo, pero esta vez, no en contra de la democracia, sino desde dentro de la misma.
El movimiento antiglobalización como posibilidad de encuentro de las luchas fragmentadas, de la enorme cantidad de militancia social que aún existe, mucha de la cual se debate y agoniza en las organizaciones de la izquierda mayoritaria, ha sido manipulado, dividido, ninguneado. Dentro del mismo movimiento, se ha producido una alianza entre, por un lado, una de las familias de IU, procedente del radicalismo de la transición, que ha impedido con toda clase de maniobras la cooperación desde abajo de los colectivos sociales y por otro, la burocracia del propio movimiento, integrada por individuos o coaliciones de individuos que, sin trabajo social alguno y con la franquicia de alguna «marca», no pueden aceptar el protagonismo de los colectivos reales, porque eso es contrario a los intereses de la socialdemocracia a la que representan dentro del movimiento y a su protagonismo, respectivamente.
Este vacío de movimiento antiglobalización plural, generoso, combativo, constituyente y autónomo respecto a la izquierda globalizadora y cómplice, tiene mucho que ver con la ruptura que se ha producido entre las movilizaciones de la calle y los resultados electorales. Esta vez nos lo han impedido. Pero seguiremos intentándolo.
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