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El chantaje de la «revuelta naranja»

Fuentes: Pravda

Traducido del ruso para Rebelión por Andrés Urruti y Josafat S.Comín.

El tema de la «Revolución naranja en Rusia» invade hoy los canales informativos rusos. Funcionarios del estado, políticos, analistas, periodistas, debaten sobre ello a puerta cerrada o en intervenciones públicas. Representantes de diferentes capas sociales, que de uno u otro modo, parecen haberse convertido en expertos para los distintos medios informativos.

Dicho de otra forma, este tema se está convirtiendo en un lugar de encuentro para la vida político-social de nuestro país.

Por eso nos gustaría entrar a analizar aunque sea en líneas generales, las características del presente fenómeno, por cuanto hoy ya podemos- si juntamos todos los fragmentos que lo componen- formarnos una visión, si no definitiva, si bastante definida, que nos permita seguir avanzando en su análisis posterior.

La esencia de la «revoluciones naranjas»

Para empezar sería conveniente definir los parámetros clave del objeto de nuestro análisis.

En el plano económico se está produciendo una variación en el mismo algoritmo de desarrollo, tanto en las repúblicas postsoviéticas, como en Rusia. Esta variación de nuevo se estimula desde fuera, por parte de los «demiurgos» occidentales del proceso; especialmente de los americanos. Ya no estaríamos hablando del cultivo en territorio de la URSS, y especialmente en Rusia, de estados capitalistas plenamente desarrollados, como se prometía en el ocaso de la «Perestroika» y en el amanecer de las «reformas democráticas». Es más, ya no se habla siquiera de la conservación de las formaciones intermedias semiestatales, ya se llamen Federación Rusa o Kirguizistán, Ucrania o Georgia etc., cuyos recursos se redistribuyen a Occidente de manos de nuestros domésticos y primitivos oligarcas.

Los «capitanes de la globalización» ya no necesitan al capitalismo nacional en Rusia, ni en las demás repúblicas postsoviéticas.

En la comunidad occidental de expertos hablan abiertamente del traspaso de los principales recursos económicos de Rusia directamente a manos de las compañías trasnacionales, sin necesidad de dirigentes ni intermediarios «aborígenes». En otras palabras, se han fijado como objetivo, que sea el capital extranjero el que lleve las riendas de la economía rusa.

Ya no interesa el desarrollo de la pequeña y mediana (apenas existente) empresa. Según este modelo, les corresponde jugar un papel menor, de depósito social y amortiguador, que suavice de algún modo una situación social explosiva. No permitirán crecer al empresariado ruso originario, más allá del nivel de pequeño comerciante.

En el plano social, este modelo económico presupone la desaparición o la inmovilización inevitable, de los escasos «hombres de peso» del mundo de los negocios ruso, que fueron cultivados en suelo ruso, por los mismos tecnólogos occidentales, que ahora prescinden de ellos.

Los Gusinsky, Berezovsky, Khodorkovsky y demás, con sus instintos primarios acaparadores de poder, se convierten en las condiciones actuales, en una carga agobiante para el amo occidental.

Aceptar sus pretensiones se convierte en algo sencillamente irracional.

Por eso el clan de los «oligarcas elegidos», se intenta extirpar de raíz.

Bien marchan al exilio, bien acaban entre rejas, bien comienzan a toda prisa a sacar sus bienes de Rusia, invirtiéndolos en lo que sea: desde equipos de fútbol, a mansiones en la costa azul.

Aunque eso no siempre ayuda. A juzgar, por ejemplo, por los constantes interrogatorios con los que persiguen a Gusinsky, al que no dejan tranquilo, siquiera en Israel, o si miramos lo activa que se muestra la fiscalía de Liechtenstein, que ha presentado cargos contra los antiguos socios extranjeros de Putin en la empresa SPAG:,: E. von Hoffen y R. Ritter. Como se cita en la acusación, estos dos personajes, en el periodo entre 1997 y el 2000 ocultaron un patrimonio superior a los 150.000 francos suizos, generado como resultado de los crímenes de otras personas, así como medios provenientes de los negocios con el cartel de Cali.

Asistimos a una operación de limpieza total de toda la élite rusa de los negocios. Ya no son necesarios los intermediarios. Su lugar lo ocupan directamente los plenipotenciarios «plantadores» occidentales.

La propia población actual de Rusia como valor histórico, les resulta prescindible y peligrosa. Una población fuertemente ligada a esta tierra, que todavía conserva, aunque sea de una forma desvirtuada, sus puntos de referencia históricos y sus valores éticos y morales, representa una eterna amenaza para Occidente. Obligar a esta población a coger de buenas a primeras y entregar su tierra a un señor de fuera, es algo arriesgado. Por eso en el orden del día (como obedientemente nos recuerdan nuestros gobernantes) figura la política migratoria total, y la introducción del elemento étnico ajeno, a razón de medio millón de personas al año. Con ellos si que podremos negociar. Y los rusos y demás pueblos autóctonos que se mueran de forma intensiva.

En el plano político, la variación del paradigma socio-económico de desarrollo de nuestro país, está conduciendo a una dura purga de toda la élite, que se había formado durante el periodo postsoviético en las antiguas repúblicas de la URSS. Las figuras políticas, surgidas de la época soviética son obligatoriamente sustituidas de los puestos clave del estado. Incluso aunque hayan demostrado sobradamente su anticomunismo y antisovietismo patológico. Incluso aunque hayan extendido la alfombra a los pies de sus amos americanos.

No en vano, el conocido politólogo Zbigniew Brzezinski (1) no se priva de asegurar en publico que: «No me sorprendería, si llegase a presidente de Rusia algún licenciado de la escuela de negocios de Harvard o de la escuela londinense de economía«. Parece que no les basta con tener súbditos americanos al frente de los gobiernos de Ucrania, Letonia y Lituania.

Occidente, como ya ha ocurrido en más de una ocasión, hace gala de su férreo pragmatismo: todos aquellos que de un modo u otro, hayan podido ser influenciados por la civilización soviética, son peligrosos y están condenados a marcharse. En el espacio postsoviético no debe quedar ni rastro de la cultura imperial rusa, ni de su civilización.

En el plano geopolítico, todo se esto se combina con un nuevo zarandeo de las últimas bridas de sujeción, que conferían una cierta, aunque ilusoria, unidad al espacio postsoviético. De nuevo comienzan a inflar artificialmente la idea de una supuesta reforma de la CEI (2), de la creación de algo nuevo sobre su base.

Conociendo la incapacidad del gobierno ruso ante cualquier empresa relevante, no es difícil imaginar lo que ocurrirá: terminando de destruir los restos de la CEI, esta ya no estará en condiciones de crear nada en la superficie que quede, la cual pasará a manos, al fin y a la postre de su nuevo usuario occidental. Ya hoy, Occidente-EE.UU., Alemania, Turquía- está rehaciendo por completo el espacio postsoviético, reorientándolo hacia un sentir rusófobo.

Parece que a Occidente le sigue asustando una cosa extraña en la situación actual: la nostalgia socialista. No solo en el espacio postsoviético, sino en los países del antiguo campo socialista. Los estudios sociológicos dicen que continúan considerando el socialismo «como algo muy positivo» el 44% de los polacos, el 76% de los alemanes del este, el 64% de los rumanos etc. En otras palabras. La perspectiva socialista no solo no ha muerto, sino que presenta una tendencia a renacer. Y esto solo sería posible entorno a una Rusia socialista fuerte. Por eso es necesario desintegrar a Rusia, destruirla, borrarla del mapa como sujeto de las relaciones internacionales.

De ahí la poco comprensible actitud de Occidente con respecto a la iniciativa de Putin sobre el pago anticipado de préstamos Lo lógico sería que los acreedores se alegrasen. Pero no. La deferencia del gobierno ruso parece quemarles. Algo que se puede entender bajo la luz de la actual situación: En las condiciones actuales, la disposición servil de la élite gobernante rusa de devolver a Occidente todas las deudas, se interpreta como el deseo de salir de su tutela, como la aspiración a adquirir algo de independencia, como algo amenazante e insultante, como una huida geopolítica. El pago por este desmarque puede resultar muy cruel. En este sentido, las comparaciones que aparecen en los medios, sobre los destinos de Putin y Ciaucescu (quién también saldó la deuda con Occidente, a cambio de tener las manos libres) son muy sintomáticas.

En el plano ideológico, la garantía de éxito de la «revolución naranja» sería la creciente descomposición de la sociedad. Parece claro que volveremos a ser testigos de las nuevas oleadas de descrédito y humillación de los ideales nacionales que todavía se conservan (o se recuperan). La degradación de la sociedad rusa alcanzará límites insospechados no solo en los «Batallones de castigo» y las «Sagas de Moscú». También en «Los hijos de Rosental» en el escenario del Bolshoi. Los llamamientos que estamos oyendo de celebrar marchas conjuntas de veteranos del ejército rojo, junto con veteranos de las SS, desvirtúan por completo las celebraciones del Día de la Victoria, y toda la historia rusa.

En el plano tecnológico, en calidad de principal instrumento de los cambios sociales, ya no se apostará por las elecciones, la presión autoritaria de los líderes ni por las palancas administrativas. El protagonismo será para el instrumento de la muchedumbre dirigida. La muchedumbre se convertirá en el ariete de la acción política y en escudo viviente, tras el que se ocultarán, llevando a cabo sus políticas, los nuevos inquilinos de ese mismo viejo «partido del poder».

Para esto, como elemento de anestesia moral y psicológica, se recurrirá a la utilización del título de «revolución», que todavía conserva para muchos rusos ese halo romántico e histórico, merecedor de respeto. Esta etiqueta revolucionaria, que pegarán a las convulsiones de la muchedumbre dirigida, está llamada a legitimarlas a los ojos del pueblo, confiriéndoles un aspecto si no de legitimidad, si al menos de justificación histórica.

De este modo, se trataría de un sistema completo de acciones, con el fin de transformar la sociedad rusa dentro de los cauces de la globalización.

Los EE.UU. se encargarían de la parte militar de la operación, dejando a Alemania el componente social y económico. No es casual, que haya sido precisamente el capital alemán el que haya acaparado, sin hacer demasiado ruido, las posiciones dominantes en los países postsocialistas de la Europa central y oriental, así como en Ucrania y los países bálticos. Ahora con la bendición del equipo pro-germano de Putin-Gref (3)-Miller (4), le toca el turno a Rusia.

Es importante señalar otro momento: todas las luchas, relacionadas con las «revoluciones naranjas», se producen dentro del marco de la misma clase dirigente. Solo cambian los equipos y los clanes. Los viejos grupos, formados en los años noventa, que ya han engordado, y perdido el dinamismo y la autoridad, son relevados de la primera línea del escenario del poder. En su lugar se promueven nuevos grupos, más hambrientos y codiciosos, y por tanto más activos y sumisos. Asistimos a una riña dentro del mismo clan mafioso. De ahí la sorprendente docilidad de los dirigentes apartados del poder, ante la muchedumbre. De ahí su extraña renuncia a la resistencia. De ahí la postura de los ministros del interior y defensa, de conservar la «neutralidad», aunque no gratuitamente, claro.

El ejemplo de Akayev (5), que de ordenar abrir fuego sobre las manifestaciones, pasa a salir huyendo del palacio presidencial, de forma inesperada, con movilizaciones mucho menos masivas, es muy demostrativo. La vida confortable de los presidentes (y sus perros preferidos) derrocados por las pseudo revoluciones, es comprensible. A fin de cuentas todo queda en casa, todo se decide siguiendo las instrucciones del tío del otro lado del océano.

Los escenarios de la «revolución naranja»

Tampoco es menos cierto que la perspectiva de una «revolución bananera» en Rusia aparece como algo perfectamente real. Y, por tanto, merece un examen analítico, que muestra que, tras ese rótulo, pueden esconderse muy distintos desarrollos de los acontecimientos, muy distintos escenarios y tecnologías políticas

Existen cuatro variantes de esa futura perspectiva, que son las más probables.

Primera. Putin, de hecho, aparece a los ojos de Occidente como una figura que ya ha realizado todo lo que era capaz de hacer. Las posiciones geopolíticas han sido entregadas. Las últimas bases militares en el extranjero, cedidas. A la OTAN se le ha permitido instalarse en el territorio de la antigua URSS. Rusia aparece casi completamente rodeada por un anillo de estados hostiles en el perímetro de sus fronteras y se ha quedado sin aliados. El absceso chechenio no ha sido liquidado, y en cualquier momento puede inflamarse de nuevo. La economía se ha privatizado hasta el final. Y el potencial productivo del país ha resultado aniquilado. El armamento nuclear ha pasado a control ajeno. El país se ha convertido prácticamente en un consorcio marginal criminalizado. El pueblo está desprovisto de cualquier idea que pudiera unirle. Las instituciones representativas de la democracia están consecuentemente desacreditadas. El joven sistema de partidos, desestabilizado. No cabe ni hablar de diálogo entre el poder y la oposición. El sistema de administración se precipita cada vez más hacia un autoritarismo cavernario. La autoridad del mismo Putin, sobre la cual se sustenta el sistema político, cae inexorablemente cuesta abajo.

Y esto ha sido preparado por la decadencia de todo el modelo existente de poder y la creación, en un momento dado, de su vacío. Justamente es ese vacío lo que da a la oposición (en las circunstancias rusas, el PCFR) una oportunidad para la irrupción en la administración del estado, lo que Occidente no puede permitir de ninguna manera.

Dicho de otra manera, Putin ha pasado de garante de la estabilidad a factor de desestabilización del presente modelo de «estatalidad parcial» rusa. Esto significa que Putin, como el engranaje desgastado de una máquina, debe ser cambiado. Respecto a ello no se debe dejar de tener en cuenta el momento psicológico. El pasado en la KGB del presidente ruso no ha sido olvidado por Occidente. Y sus tentativas de jugar el papel de un fuerte hombre de estado, cubriendo su falta de fuerza con palabrería artificiosa sobre la «Gran Rusia», empiezan a volverse contra él mismo. La retórica patriótica ya no tiene el respeto de Occidente. Aunque ya no asusta, irrita. Así que la probabilidad de utilizar para el reemplazo de Putin (si este no quiere irse por las buenas) las palancas de la «revolución naranja» es teóricamente posible. Por ejemplo, lanzar a las calles de Moscú, después del correspondiente acto terrorista, una masa de gente exasperada bajo el lema «¡Paz en Chechenia!».

Segunda variante. No está excluido que el publicitar la amenaza de los «disturbios de colores» sea provocada por el propio clan de Putin. La tarea es sencilla: asociar fuertemente la figura de Putin con el estado ruso, algo del tipo: «sin Putin, Rusia perecerá». El objetivo de semejante operación es comprensible. Lo importante es neutralizar a la oposición, y, si hay suerte, maniatarla. Atarla fuertemente al carro del régimen. Un paso a la derecha o a la izquierda de la línea del presidente será tratado en tal caso como traición al estado ruso, si no como traición a la nación. Dicho de otro modo, el espantajo de la «revolución naranja»va a apuntalar el cada vez más tambaleante régimen de poder personal de Putin.

Tercer escenario. La «revolución naranja», o, hablando más exactamente, el golpe de estado en las calles es creado por el mismo poder. Y después es solemnemente aplastado. De este modo, el régimen de Putin por fin consigue la tan deseada por él «pequeña, pero victoriosa guerra». En este caso, una guerra civil, quizás en las mismas calles de Moscú.

No en vano en la página web del Kremlin «Kreml.org» comenzaron a aparecer y desaparecer consejos de este tipo: «Pero, allí donde sea necesario, la fuerza debe emplearse resueltamente y sin ningún miedo a la responsabilidad… Por cualquier desviación del cumplimiento de las órdenes han de adoptarse los castigos más duros y severos…Es imprescindible pensar con antelación en la separación de secciones de voluntarios dentro de las fuerzas del orden público y apoyarse precisamente en dichas secciones…».

La triunfal «extinción de los disturbios» se utilizará para aumentar el prestigio en declive del presidente, desatar moral y políticamente sus manos para la consiguiente reordenación del espacio político ruso. Aprovechando estos acontecimientos, intentarán ahogar la oposición, ante todo al PCFR, al cual, de un modo u otro se le identifica con los «revoltosos».

Cuarta. El masivo movimiento callejero empieza a ser explotado enseguida por algunas fuerzas políticas que representan básicamente a diferentes ramificaciones del «partido» del poder». Surge no una protesta de masas, sino un caos de muchedumbre teledirigida. La sociedad se descompone.

El tiempo nos mostrará cual de estas perspectivas resulta real. Pensamos que, en las estructuras analíticas del poder se trabaja con todas estas posibilidades. Aunque el que aparece como más real es el segundo escenario, puede ser que «aderezado» con elementos del tercero.

Tampoco es menos cierto que todas y cada una de las probabilidades enumeradas son extremadamente peligrosas para Rusia. Aunque sólo sea porque el régimen de Putin hace tiempo que demostró su completa incapacidad para llevar a la práctica cualquier operación sociopolítica de algún calado. El resultado que consiguen es siempre «precisamente al revés». Los intentos de sobrevivir a cualquier precio, amontonando una aventura política tras otra, muy probablemente van a multiplicarse. Y cualquiera de ellos puede costarle muy caro al país. Por eso la única garantía frente a los «disturbios de colores» es la retirada de la administración estatal, del grupo que detenta el poder.

El PCFR frente al chantaje «multicolor»

Y aquí mucho depende de cómo, y en que dirección, se desarrolla el movimiento actual de protestas masivas. No es un secreto para nadie, que esto se ha convertido ya en una poderosa arma para la acción política a nivel de toda la Federación. Lo principal es en manos de quien queda ese arma. No hay duda de que el poder dedicará todas sus fuerzas a apartar al movimiento de protesta de la influencia predominante del Partido Comunista.

Pues su potencial es enorme. Las encuestas sociológicas realizadas por el Centro de Investigación de Cultura Política de Rusia (CICPR) muestran que, si en las protestas contra la «monetización» de los «privilegios» participó o apoyó moralmente de forma activa un 13% de los rusos, ya contra la reforma de la administración de viviendas comunales (sociales) está dispuesta a participar, saliendo a la calle, casi la mitad de los ciudadanos del país.

Más aun, ya hoy en día el movimiento de protesta comienza, de manera intensiva, a desarrollarse en amplitud y profundidad. De Moscú y San Petersburgo, también de las megalópolis se extiende a las ciudades medias y pequeñas, y a los demás centros de población. De las exigencias de abolición de la monetización, la gente ha pasado a reclamaciones de carácter estatal. El movimiento de protesta no solo se politiza y se socializa, sino que se profesionaliza de modo activo. Penetra en la esfera productiva, afecta a las relaciones laborales, como no había ocurrido en la última década. Empiezan a surgir rasgos, no sólo de lucha social común, sino de lucha de clases.

Además , como resultado del reforzamiento de la injerencia extranjera en la vida política y económica del país, el aspecto de lucha de liberación nacional incluido en el movimiento democrático general, asentado en la cuestión rusa, crecerá sin interrupción.

Teniendo en cuenta que los comunistas han sido y continúan siendo la principal fuerza organizada de este proceso, así como la organización con más autoridad, se puede constatar: en Rusia se está produciendo la formación de un auténtico movimiento de liberación nacional, encabezado por el Partido Comunista.

¿Qué puede hacer, en estas condiciones, el régimen imperante? En perspectiva, como ya se ha dicho, utilizar el chantaje de la «revolución naranja», y, bajo eslóganes patrióticos, quebrar a la oposición. No le quedaría nada más, excepto sacar a relucir su ya vieja y experimentada arma, el descrédito del PCFR, la destrucción de su imagen.

No olvidemos que cualquier movimiento de masas siempre actúa conforme a su propia lógica. Concretamente: le es consustancial elegir las orientaciones más sencillas, comprensibles y concretas. La principal de ellas, la figura del líder. Independientemente de si el líder es alguna persona concreta o un sujeto político colectivo bajo la forma de un partido. Si esa figura se ensombrece, si es poco comprensible, el movimiento de masas está perdido. Empieza a vacilar. Se desgarra en pedazos.

De aquí se deduce, precisamente, una de las tareas más importantes para el PCFR: no permitir que se desfigure su imagen, ser cada vez más comprensibles para la gente, defender a su líder G. A. Ziugánov. El PCFR debe permanecer absolutamente reconocible, sin parecerse a nadie, en ningún caso «duplicarse» o «triplicarse» organizativamente, estar claramente identificado y ser comprensible para la gente que sale a las calles y plazas del país.

El partido necesita crecer en afiliados en todas y cada una de las regiones. Con ese activo, podría dar un carácter permanente a las acciones de protesta, compensando sus inevitables «bajadas» y reforzando sus «subidas».

Los comunistas no deben, bajo ninguna circunstancia, abandonar las calles. No se pueden empezar cada vez acciones de protesta desde el principio, desde el vacío. En cada ciudad y aldea hay una masa de problemas acuciantes, puede que locales, no globales, pero perceptibles para todos: los comunistas están llamados a ponerse a la cabeza para su resolución.

El partido necesita hablar en un lenguaje adecuado a las circunstancias del momento: con contenido e imaginativo, de forma clara, concisa y cercana a las personas.

Los programas y panfletos de muchas páginas, las propuestas de decenas de párrafos, no son, aquí y ahora, efectivos. Las personas participantes del movimiento masivo de protesta necesitan otra cosa: una, dos, como mucho tres tareas y objetivos, que sean comprensibles y respondan a la resolución de problemas concretos e importantes para cada uno.

Como muestra la experiencia de los tres meses transcurridos de protestas masivas, el PCFR, especialmente a nivel regional, pudo dar una serie de importantes pasos, que han llevado el movimiento comunista en Rusia a un nuevo nivel de desarrollo. Lo importante ahora es no dejarse empujar fuera de las posiciones conquistadas.

Serguei Vasiltsov es director del Centro de Investigación de Cultura Política de Rusia, doctor en ciencias históricas;

Serguei Obukhov es subdirector del CICPR, candidato en ciencias económicas

NOTAS

1. Zbigniew Brzezinski, ex consejero del presidente estadounidense Jimmy Carter, encarna la continuidad de la política extranjera de los EE.UU. Brzezinski preconiza hoy cómo se debe debilitar y acorralar militarmente a Rusia, y está convencido de que la mejor manera, es la desestabilización de sus regiones fronterizas. (www.redvoltaire.net).

2 . Comunidad de Estados Independientes: Bierlorrusia. Ucrania. Armenia. Azerbayán. Turkmenistán. Uzbekistán. Moldavia. Rusia

3. Guerman Gref, ministro ruso de desarrollo económico.

4. Alexei Miller. Titular de la empresa Gazprom (conglomerado estatal ruso. Principal productor de gas natural en Rusia).

5. Askar Akayev, presidente derrocado en Kirguizistán.