Del 16 al 18 de este mes Barcelona acoge las sesiones del Foro Social Mediterráneo. Este último nace en virtud del designio de descentralizar las actividades propias de lo que ha dado en llamarse Foro Social Mundial, que, como es sabido, se ha reunido ya en cuatro oportunidades en Porto Alegre (Brasil) y en una […]
Del 16 al 18 de este mes Barcelona acoge las sesiones del Foro Social Mediterráneo. Este último nace en virtud del designio de descentralizar las actividades propias de lo que ha dado en llamarse Foro Social Mundial, que, como es sabido, se ha reunido ya en cuatro oportunidades en Porto Alegre (Brasil) y en una en Mumbai (India). Al amparo de ese designio ha visto la luz un puñado de instancias «regionales» intermedias que pretenden encarar los problemas singularizados de determinadas áreas del planeta y acercar en paralelo los contenidos del Foro Social Mundial a la realidad de los movimientos que trabajan sobre el terreno, puntal decisivo, con toda evidencia, de las redes que han tenido a bien contestar la lógica de la globalización capitalista.
Acaso no es preciso demostrar que el Mediterráneo configura un escenario muy singular. Según un argumento muy extendido, en él se aprecia, por lo pronto, la que hoy en día es la fractura más aguda de cuantas separan el Norte rico y el Sur empobrecido. A ello se suma, bien es cierto, una circunstancia que contribuye a acrecentar los problemas de análisis y ensamblaje de los datos: junto a esas dos realidades se hace valer una tercera, allegada por la parte más oriental del espacio que nos ocupa, que, tanto en los Balcanes como en Turquía, revela especificidades, y entre ellas un activo proceso de tercermundización en lo que otrora fue espacio propio del socialismo real. A semejantes peculiaridades se añaden, por lo demás, las que obligan a distinguir entre la condición del Oriente Próximo y la atribuible al Mogreb. Por detrás de todos estos avatares se adivina, en suma, una exigencia: la de dejar atrás algunos de los atrancos que acarrea la atribución a los continentes de una importancia desmesurada a la hora de explicar hechos y formalizar clasificaciones.
Claro es que el interés del Mediterráneo no se deriva sólo de la condición singular de los diferentes espacios que acoge. No está de más que subrayemos el relieve que corresponde, también, a la magnitud de los problemas que se manifiestan. La irritante disparidad de las tesituras económicas y sociales se ve acompañada de delicadas situaciones medioambientales, de conflictos abiertos –Palestina, Sahara occidental– o soterrados –Líbano, Bosnia, Kosovo– y de una trama geoeconómica y geoestratégica que, al menos en lo que atañe al Oriente Próximo, convierte la región en pieza codiciada de los movimientos de las grandes potencias. Por si todo lo anterior fuese poco, las orillas del mar que nos atrae son el teatro en el que se hace valer el más ambicioso experimento neoliberal del momento, no en vano el Mediterráneo ha acabado por tomar el relevo al respecto al Lejano Oriente y a América Latina. Agreguemos, en fin, que, conforme a determinadas lecturas impregnadas de neoconservadora ideología, el mare nostrum es también el recinto en el que despunta una de las versiones más crudas del choque de civilizaciones huntingtoniano.
Tampoco parece necesario justificar que en semejante magma sobran las materias enjundiosas por las que los movimientos de base están obligados a interesarse. En la reunión de Barcelona se pasará revista, así, a la situación de los derechos humanos, a la condición de los conflictos bélicos –con referencia inevitable a las políticas de Estados Unidos y de la Unión Europea–, a la militarización que padecen tantas relaciones, a la liberalización y la privatización generalizadas –con la creación paralela de una zona de libre comercio y la preservación de las injusticias vinculadas con la deuda–, a los impactos sociales de todas estas políticas, al crecimiento inexorable de los flujos migratorios –con su secuela de sufrimiento y, en muchos casos, de muerte–, al porvenir de agresiones ecológicas que ponen en peligro delicadísimos equilibrios y, en fin, a los problemas que atenazan a las mujeres.
Los organizadores del Foro Social Mediterráneo conciben éste como un espacio «de encuentro, de libertad, de pluralidad y de diálogo» en el que, por añadidura, no tienen cabida ni las representaciones partidarias ni las organizaciones militares. Quiere uno creer que el Foro proporciona una ocasión espléndida para calibrar, por cierto, si propuestas como la de la «alianza de civilizaciones» preconizada por el presidente Rodríguez Zapatero se quedan en el mero terreno de la aventura intelectual o progresan camino de la gestación de vínculos y compromisos diferentes. Parece fuera de discusión que para que el segundo de los horizontes se haga realidad no basta con el impulso dispensado por los poderes políticos tradicionales, cada vez más recortados, por cierto, en sus atribuciones: se impone, antes bien, el contacto entre los ciudadanos de pie y, con él, la posibilidad de escuchar las opiniones de los otros.