No hablo de la meteorología ni del clima político. Ambos permiten pronosticar huracanes. Me refiero a la interpretación de mi «Carta abierta a los hermanos zapatistas» que hicieron algunos infantiles, unidos en esto, curiosamente, a los anti AMLO viscerales cuautehmistas. No soy partidario de AMLO. Reitero que, en mi opinión, él es decisionista, verticalista, autoritario. […]
No soy partidario de AMLO. Reitero que, en mi opinión, él es decisionista, verticalista, autoritario. Su programa no pasa del nivel del desarrollismo, digamos, de Luis Echeverría y, aunque habla de incorporar a la Constitución los acuerdos de San Andrés, no va hacia una Constituyente que modifique nada de fondo ni anule la contrarreforma agraria salinista. Su visión de las relaciones con Estados Unidos y con América Latina es continuista, no innovadora y mucho menos progresista. No propone la autonomía, la autorganización de los movimientos sociales y de los sujetos ni la redistribución de los ingresos mejorando los salarios y las condiciones de trabajo y, por consiguiente, el mercado interno, sino el asistencialismo paternalista. Subordina su partido y el apoyo de masas a su persona y trabaja con salinistas.
Pero aunque no soy secuaz de AMLO, registro algunas realidades que sólo los ciegos no ven. En primer lugar, a pesar de sus lazos con grandes capitalistas y de no ser temible desde el punto de vista de Washington, no es un candidato seguro para el gran capital y la Casa Blanca lo aceptaría como mal menor, pero sin confiar en él. El intento de desafuero demuestra esa desconfianza.
Porque es decisionista, obstinado, porque como caudillo del PRI o del PRD en Tabasco realizaba acciones directas, porque llegó a movilizar sus bases contra las instituciones, como el Congreso, cuando se sentía perdido, porque no sale del riñón empresarial sino que para las grandes empresas es un advenedizo y es impredecible. Si no llegase a tener una base de masas a escala nacional no pasaría nada, pero si tuviese posibilidades reales de triunfo nada estaría excluido, ni siquiera la «solución Colosio». Porque el PRD estará en efecto corrompido y será ultramoderado pero tiene una base de masas que no es ni una cosa ni la otra y, si triunfase su candidato, le pasaría la factura social. Y porque el PRD, con todos sus vicios, no es como el PRI, el partido de los narcos y del aparato represivo estatal, ni como el PAN, el partido de la reacción organizada y de las grandes empresas.
Ahora bien, narcos, empresas y Estado son la espina dorsal del capital que no quiere perder sus privilegios y su poder. Y aunque AMLO pueda llegar a jurarles en privado que no los va a tocar, sus votantes le darían el sufragio precisamente para barrerlos. De modo que el PRI va con todo por la reconquista legal del gobierno y la afirmación legal del poder de la narcopolítica. En el estado de México se vieron claramente los límites de la campaña de AMLO y que el PRI está dispuesto a violar todas las normas para conseguir lo que quiere. Siempre habría que tener esto presente.
En segundo lugar, aunque no sea secuaz de AMLO, registro el hecho de que es el candidato popular para la Presidencia, lo cual no quiere decir que lo apoye. No es mi candidato, pero para millones de mexicanos deseosos de un cambio político y social sí lo es, y en el campo de los reformistas Cárdenas no le hace sombra. Ese imaginario popular no puede ser desconocido. Es suicida poner un signo de igual entre AMLO, los dirigentes del PRD, los inscritos a ese partido y los simpatizantes del mismo. AMLO piensa en AMLO; los dirigentes, en el hueso; los inscritos, en buena proporción, son en cambio dirigentes y militantes sociales electoralistas que quieren hacer política radical y han puesto en el tapete cientos de muertos, y los simpatizantes prefieren votar, como en Guerrero, por el PRD y no por el PAN, porque ven una diferencia entre ambos partidos, que no son iguales, y ven la posibilidad de utilizar las elecciones -que no son su terreno normal de lucha, pero ahí están- para impedir la afirmación del PRI, de los narcos, de la represión.
Por consiguiente, desde antes de la Sexta Declaración, y con más razón desde ésta, creo que hay que hacer política, diferenciar claramente las fuerzas en conflicto, las propias y las ajenas, y llevar todo al terreno que es el único donde pueden aprender y pesar los trabajadores: es decir, el de las reivindicaciones concretas, expresadas, por ejemplo, en el programa de Querétaro. Nuevamente creo que el centro debe ser la organización y la lucha por el aumento general y masivo de salarios, por el no pago del grueso de la deuda externa para con ese dinero desarrollar el sistema hidráulico, defender Pemex, preparar la sustitución del petróleo para cuando se acabe. Debe ser también la defensa de las empresas estatales vitales para el desarrollo nacional, la libertad de los presos políticos, el saneamiento de la justicia y el castigo a los responsables de la barbarie contra las mujeres, imponer una solución a las reivindicaciones indígenas y a las de los campesinos, construir un movimiento sindical obrero y campesino democrático, elaborar un plan de creación de empleos. Nuevamente creo que la organización de un frente por eso y para esa lucha, antes de las elecciones o después de ellas, es la única base para poder cambiar la relación de fuerzas y para no tener que depender de las promesas de ningún salvador, y es lo único que puede impedir el triunfo del PRI, que la abstención o el sectarismo asegurarían.