Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín
En Ucrania ya no hay quien se aclare. Por si tuviesen poco con que el país se viese inmerso en la guerra del gas con Rusia, y a punto de hacer lo propio con la Unión Europea (en relación con la apropiación indebida de parte del gas que pasa por los gaseoductos con destino a la UE). Por si no les bastase con la constante pelea a navajazos entre los distintos grupos parlamentarios, en la pugna por salir en una posición ventajosa de cara a las legislativas de marzo. Por si fuera poco que no haya ningún tipo de entendimiento entre el parlamento y el presidente, para acabar de rematarlo, la Cámara Alta de la Rada (parlamento), destituyó el pasado martes al gabinete de ministros encabezado por el primer ministro Yekhanurov.
La noticia ha causado alarma entre la prensa rusa. Los observadores interesados en la subida de su prestigio personal, con el vigor que les caracteriza, declararon que esto era algo absolutamente previsible. Los analistas de los medios sensacionalistas recalcan que era algo completamente inesperado. Pero este es uno de esos extraños casos, en que ambas partes tiene razón.
Ha ocurrido precisamente aquello que tenía que ocurrir. Lo sorprendente ha sido la velocidad con la que se han desarrollado los acontecimientos. Recordemos, que desde el 1 de enero del año que acabamos de estrenar, han entrado en vigor las reformas de la Constitución, que convierten a Ucrania en una república parlamentaria presidencialista. El parlamento tiene ahora competencia para destituir al gobierno sin esperar autorización por parte del presidente.
Un derecho al que han recurrido inmediatamente. Sin embargo la ley que regula la formación de un nuevo gabinete de ministros entra en vigor tras las elecciones del 26 de marzo. Mientras, el presidente no puede designar a un nuevo primer ministro. Es decir, el parlamento puede destituir a un gobierno pero no puede nombrar al que lo sustituya. El presidente se ha quedado sin consejo de ministros, pero lo tiene que conservar de manera «provisional». Un auténtico embrollo.…
Todo es debido a que la llegada de Yushenko a la presidencia fue fruto de un compromiso con el anterior presidente Kuchma. Concedieron la presidencia a Yushenko, pero las reformas constitucionales mencionadas, limitan ahora fuertemente sus competencias. Durante todo un año, Yushenko ha sido amo y señor de la situación, y le ha dado tiempo a acostumbrase al papel de dueño. Ahora el boomerang del compromiso, que llevaba tiempo sobrevolando imperceptible los valles ucranianos, ha vuelto, golpeando en la frente al presidente ucraniano. Ahora está derrotado y confundido, como si no supiera de la existencia del boomerang.
El problema no está en Yekhanurov, sino precisamente en Yushenko. No creo que Yekhanurov, quien desde un principio había declarado que no se iba a entrometer en temas políticos, se hubiese ganado el rechazo parlamentario. Simplemente la Cámara ha dado a entender al presidente, que no le va a permitir recurrir a las prerrogativas del poder del aparato del estado para sacar ventaja en las cercanas elecciones legislativas. El propio Yushenko no lleva intención de presentarse como diputado. Pero el cabeza de lista en el partido pro-Yushenko «Nascha Ukraina» (Nuestra Ucrania), es precisamente Yekhanurov.
Así pues, la guerra del gas con Rusia ha servido de excusa para sacudirse al gobierno y privar a «Nascha Ukraina» de la posibilidad y la tentación de echar mano del recurso administrativo.
La destitución del gobierno admite otras lecturas. A favor del cese del gabinete votaron ante todo los grupos parlamentarios interesados en mantener unas relaciones de buena vecindad con Rusia (el grupo parlamentario del Partido Comunista de Ucrania y el Partido de las Regiones de Yanukovich), además de los grupos que pretenden sacar tajada política de la situación (el Partido Socialdemócrata de Ucrania, el bloque de Yulia Timoshenko y el bloque del presidente del parlamento, Vladimir Litvin).
Podríamos hablar de que se ha tratado de un voto de censura al curso abiertamente pro-occidental de Yushenko, que ha conducido a un enfrentamiento frontal con Rusia, del que solo Ucrania ha salido mal parada.
No han sido las votaciones parlamentarias la prueba del curso equivocado, sino más bien los indicadores económicos ucranianos en este último año, desde la llegada de Yushenko y su abierto viraje hacia Occidente.
La noticia de la destitución del gobierno pilló a Yushenko en el avión de camino a Kazajstán, donde acudía a la toma de posesión del recientemente reelegido presidente Kazajo, Nursultán Nazarbayev.
Estaba claro que Yushenko no esperaba un golpe tan rápido y decisivo del parlamento.
Yushenko y sus asesores, comentaron la situación dando a entender que se trataba de una violación de la Constitución, una violación del reglamento de la Cámara. Amenazan con llevar el asunto al tribunal Constitucional (aunque este tribunal está claramente incapacitado para resolverlo), e incluso avisan de una posible disolución del parlamento.
Pocos creen en la eficacia de medidas semejantes. Lo más probable es que Yushenko tenga que resignarse a asumir la humillante derrota y esperar pacientemente la celebración de las elecciones al parlamento de marzo, que tampoco le auguran excesivas buenas noticias.
Sin embargo, no deberíamos alegrarnos tanto de las desgracias en esta historia en torno a las desventuras en Ucrania, quien se ha visto fuertemente sacudida por lo brusco del viraje del Este hacia Occidente. Aún no sabemos que es peor, si las convulsiones en Ucrania o la supuesta estabilidad política en Rusia.
En Ucrania en estas dificilísimas circunstancias, la sociedad, representada por su parlamento, ha encontrado fuerzas y la posibilidad de comenzar a variar un curso claramente ruinoso.
En Rusia, Putin recurriendo a lemas patrióticos lleva a cabo la misma política destructiva que Yushenko, queriendo meternos en la Organización Mundial de Comercio, lo que sin duda equivaldrá indefectiblemente a la destrucción de los sectores industrial, agrario, de la fuerzas armadas, de la ciencia y la educación.
Pero en Rusia no existe un mecanismo para corregir el curso del poder. O mejor dicho, lo hay, pero solo sobre el papel.
¿Alguien en su sano juicio se puede imaginar a nuestra servil y rastrera Duma, obligando a dimitir al gobierno de Kasianov o Fradkov, por la ruina de la industria automovilística y de aviación?
Es algo inimaginable en una Duma donde los «osos» (símbolo del partido pro-Putin «Rusia Unida». N de la t), no son si no un sumiso departamento de la administración del presidente.
Ucrania, lenta y dolorosamente parece enderezar el curso. Mientras en Rusia la tan traída «estabilidad» esconde en realidad la incapacidad (por ahora) de la sociedad para detener el descenso hacia la catástrofe nacional. Así que más vale no ridiculizar demasiado a la «democracia» ucraniana. Al fin y al cabo ha resultado ser más útil que la «vertical de poder» rusa.