Texto presentado en el Panel 5. El secuestro de la verdad en la «guerra contra el terrorismo».
Una de mis reflexiones sobre la relación entre el terrorismo de Estado, del que tan infausto recuerdo tiene América Latina, y la situación de los medios de comunicación actuales es que si el objetivo del primero era silenciar a los intelectuales, académicos y líderes sociales que se posicionaban en la búsqueda de un modelo social justo e igualitario, hoy, bajo el formato de democracia representativa, esa función la están cumpliendo los medios de comunicación. Y una de esas facetas es la que da nombre a este panel: «El secuestro de la verdad en la guerra contra el terrorismo». Yo creo que estamos ante una omertá, ese pacto de silencio de la mafia italiana para ocultar lo no deseado.
Una parte de esa verdad ocultada es la del terrorismo de los poderosos. Quiero recordar que en España, y en Europa en general, hasta dos meses después de que el autor de la voladura de un avión civil anunciase su presencia en EE.UU. pidiendo asilo, no fue noticia en los medios de comunicación. La omertá pudo mantener el silencio dos meses, pero un pueblo y un líder lo terminaron rompiendo. Me estoy refiriendo a Luis Posada Carriles, responsable de la voladura de un avión de Cubana de Aviación que provocó la muerte de 73 personas en 1976, quien se refugió en territorio norteamericano en marzo del año 2005.
En Europa, la omertá mediática sigue eficaz en el caso de cinco cubanos encarcelados por luchar contra el terrorismo. En España a cinco personas se nos impidió contratar una esquela en la gran prensa por la muerte de mil iraquíes en Faluya. Hace un año unos españoles de una delegación de solidaridad entrevistaron al director médico del hospital de esa ciudad. Varios meses después de los bombardeos, ningún periodista había entrado en Faluya para contar al mundo la situación.
Los grandes medios no son cómplices del terrorismo, del mismo modo que EE.UU. o los grandes grupos económicos tampoco son cómplices del terrorismo. Y digo que no son cómplices porque ellos son el terrorismo. Si la muerte de miles de personas en el mundo por hambre o enfermedades es terrorismo, silenciarlo en los medios, también es terrorismo.
Y si terrorismo es volar un avión cubano con inocentes a bordo, silenciar a sus responsables y las ansias de justicia de un pueblo, también es terrorismo.
Y si también es terrorismo querer encarcelar de por vida a cinco cubanos que tienen como único delito luchar contra el terror, silenciar esa injusticia forma parte de los estructuras del terrorismo.
Hoy, en 2006, ya no hay un golpe de Estado o un crimen de Estado o una masacre que no cuente con su correspondiente complicidad mediática.
Y si para enfrentar a ese terrorismo hacen falta ciudadanos valerosos y concienciados y organizaciones sociales eficaces y comprometidas, también necesitamos crear una red de medios y métodos de comunicación que permitan sumarse al clamor de la verdadera lucha contra ese terrorismo. Un clamor que diga que terrorismo no es levantarse contra una ocupación en Iraq, sino derribar aviones con inocentes. Que terrorismo no es manifestarse contra las instituciones económicas al grito de otro mundo posible, sino contaminar los cultivos de una pequeña isla para hacer pasar hambre a un pueblo.
Un clamor y unos medios que digan que terrorismo no es alfabetizar Nicaragua sino desviar fondos procedentes de la venta de armas a Irán para financiar a la contra que asesina campesinos en la frontera de Nicaragua con Honduras. Que terrorismo no es ser solidario y acoger a los líderes sociales del mundo como hace Cuba, sino asesinarlos como hace EEUU.
Para el poder, informar es tener periodistas empotrados entre sus tropas, informar es organizar un escándalo mediático contra un presidente norteamericano por una felación, pero no por invadir o masacrar un país. Y para ellos terrorismo es toda iniciativa popular que se enfrente al imperio. Por eso dicen que Cuba hace terrorismo biológico cuando investiga vacunas contra el cáncer o que el partido más apoyado por los palestinos es un grupo terrorista.
No olvidemos que a los 18 años Nelson Mandela era considerado por los medios y por EE.UU. «terrorista» mientras los guerrilleros mujaidines en Afganistán, entre cuyas filas estaba Osama Bin Laden, eran calificados de «héroes luchadores por la libertad» por su labor en la guerra contra la Unión Soviética.
Del mismo modo, en los años 30, las fuerzas clandestinas judías en Palestina eran consideradas como una organización «terrorista», y fueron ofrecidas recompensas en el Reino Unido de cien mil libras esterlinas por la captura de Menachem Bejín, hombre que más tarde fue el primer ministro electo de Israel. Años después, cuando los poderosos crearon el estado de Israel, los terroristas pasaron a ser los palestinos para los grandes medios. Sin embargo, cuando se iniciaron los diálogos palestino-israelíes, el líder de la OLP, Yaser Arafat, pasó de ser terrorista a ser el dirigente internacional más veces recibido por el presidente Bill Clinton.
Recordemos también, que George Washington y sus tropas fueron considerados «terroristas» por el imperio británico. Calificación similar a la que dieron a Gandhi.
Más recientemente, el elegido presidente de Timor Oriental, Xanana Gusmao, fue un terrorista separatista a ojos de las potencias occidentales y sus medios, amigos del dictador indonesio Suharto.
Su hipocresía es tan grande que Eden Pastora pasó de ser terrorista sandinista a ser héroe de la contra nicaragüense. En su época «terrorista» luchaba contra la dictadura de Somoza, y en su «heroica» fase en la contra, guerreaba contra el legítimo gobierno sandinista que había ganado unas elecciones generales.
También han sido frecuentes los casos de quienes, al igual que Bin Laden, pasaron de ser «luchadores por la libertad» a ser «terroristas». Desde Sadam Hussein, a Noriega en Panamá o Montesinos en Perú.
Mi amigo, y amigo de todos nosotros, Alfonso Sastre en su libro «La batalla de los intelectuales», editado además de en España, en Cuba y Argentina, ha denunciado la falta de compromiso del intelectual actual, tal y como lo tuvieron antes Jean-Paul Sartre o Bertrand Rusell. Se sumaba así a las denuncias de Noam Chomsky («La responsabilidad de los intelectuales». 1969) y de James Petras («Los intelectuales y la guerra». 2002). Yo entonces le dirigí una carta crítica y amistosa que generó un debate recogido en las ediciones cubana y argentina.
Mi reflexión era llamar la atención sobre un elemento que creo que muchas veces se olvida cuando se analiza el papel, rebelde o sumiso, que están hoy adoptando los intelectuales.
Existe un cambio a tener en cuenta en los últimos cincuenta años: el papel de los medios de comunicación. Hoy, ellos pueden someter -y someten- a embargo informativo al díscolo y promover y elevar -y lo elevan- a los altares al sumiso como nunca antes había ocurrido. Desde el mensaje del político hasta el del intelectual, todo se difunde tamizado y expurgado por ellos. Se purgan ideas y líderes o intelectuales desaparecen de la realidad de los medios y, por tanto, de la sociedad. Si, en algún caso, no se les puede desaparecer, como a presidentes como el cubano o el venezolano, se les sataniza. Pero suele bastar la primera opción.
Por ello, quizás no sea del todo precisa la percepción de que apenas existen intelectuales críticos con el poder y que la mayoría de éstos se han pasado al bando del dominante. Percepción que nos hace a muchos sentirnos paralizados por lo que yo llamaría el síndrome del perro verde, percibirnos extraños en nuestra propia sociedad y en nuestro propio tiempo. Individuos que no nos reconocemos en nuestro mundo. Primer paso para la frustración, la impotencia y el enclaustramiento.
Estoy convencido de que muchos de los ejemplos de intelectuales críticos de otros tiempos, Sartre, Rusell o en mi país Lorca, Machado o Hernández, hoy estarían en la penumbra social fruto de la oscuridad mediática. Cualquier tiempo pasado no fue mejor en lo referente al compromiso de los intelectuales. Sí lo fue mejor en lo que respecta al acceso de la sociedad a su pensamiento. Lo vemos constantemente en eventos que son sistemáticamente silenciados en los medios de comunicación, la omertá mediática que he denunciado antes. No estamos ante el dominio del pensamiento único, sino ante la difusión de un único pensamiento.
Existen clamores ciudadanos constantes de indignación que son silenciados sistemáticamente: en Euskadi, contra la monarquía española, contra el saqueo de los países empobrecidos, apoyos a la nacionalización de los recursos de Bolivia. En mi país es imposible acceder a la imagen televisiva de veinte mil personas manifestándose a favor de una III República Española o quince mil en Salamanca en apoyo a Cuba y Venezuela. Del mismo modo, y por poner algunos ejemplos, es laminado cualquier pensamiento que defienda la soberanía cubana o la democracia participativa que el gobierno venezolano quiere poner en marcha en ese país. Están machacados los dos gobiernos que han aprobado la figura de la revocación de mandatos, es decir, que los ciudadanos puedan cesar a un cargo electo si no cumple con su responsabilidad. A la opinión pública se le niega el desarrollo de los juicio contra los ex presidentes de Yugoslavia y de Iraq, a pesar de que supuestamente por sus políticas nos vimos involucrados en guerra ilegales. Hace dos años yo denunciaba que hasta un periodista en absoluto radical, pero honesto como Ignacio Ramonet, que vende por decenas de miles sus libros, se ve obligado a publicar en un periódico regional en España. Hoy debo de decir que lo han expulsado de sus páginas, junto al escritor Ramón Chao, por sus posiciones de defensa de Cuba y Venezuela. El resto apenas vemos nuestros textos impresos en Gara, un periódico vasco sobre el que se cierne la amenaza constante del cierre.
Hoy no haría falta encerrar a Miguel Hernández hasta que muriese de tuberculosis, ni fusilar a Lorca o que se tuviese que exiliar Antonio Machado. La plutocracia mediática los silenciaría con quizás el mismo efecto. ¿Se representan los magníficos textos de Alfonso Sastre en el teatro? ¿acaso un medio de difusión nacional masiva publicaría hoy los llamados revolucionarios de Bertolt Brecht? ¿o defendería «violencias» como las de franceses o italianos bajo la ocupación nazi? ¿cómo tratarían hoy los medios al Che si existiera? ¿qué diría hoy lo crítica si un escritor plantease el dilema de Camus en Los Justos?
Las crónicas de sociedad de la televisión pública dedican extensos reportajes en sus noticieros rosas a las bodas de los hijos de banqueros que están en prisión por ladrones. ¿Dedicarían un segundo a la boda de la hija de un luchador antifranquista?
El problema no es la ausencia de intelectuales comprometidos, quizás sea mayor todavía, no lo sé. La tragedia es la puesta en marcha de un sistema de genocidio informativo de todo intelectual rebelde y de consolidación de la meritocracia mediática del sumiso y halagador.
Por eso tenemos ante nosotros un gran reto, si no más importante que el del compromiso intelectual, sí más necesario. El de romper el cerco mediático, romper el bloqueo. Durante la clandestinidad, el Partido Comunista de España creó lo que llamó los «equipos de pasos». Eran comandos de militantes cuya función era que los líderes y militantes comunistas pudiesen atravesar los Pirineos sorteando los controles fronterizos. Ahora debemos crear también «equipos de pasos» para que el pensamiento, las ideas y las palabras, sonidos e imágenes que se enfrentan a este nuevo orden criminal atraviesen los controles fronterizos interpuestos por los medios entre los ciudadanos y los intelectuales díscolos. Los militares fronterizos y represores o el burdo censor que antes había que burlar para que el intelectual subversivo no terminará en prisión, ahora se ha transmutado en responsable de medios que son la voz de su amo, gran empresa accionista o publicitaria.
Los intelectuales comprometidos están ahí, presos y exiliados por el apagón informativo que les han impuesto, pero muchos sabemos que están. Vamos a ir organizando grupos de pasos que emitan al aire vuestra palabra, que impriman sus letras, que iluminen sus imágenes. En editoriales, en periódicos en internet como Rebelión.org y otros muchos más, en radios y televisiones libres y comunitarias, en la elaboración de buenos documentales y publicaciones que se distribuyan en redes sociales que desplacen a las telarañas mediáticas que utilizan para apresar a los individuos en el mundo de la mentira y la sumisión. Ahí se encuentra la gran batalla.
En América Latina comienzan a surgir gobiernos dignos como nunca los tuvimos en Europa, ya no está sola Cuba. Algunos sustos han servido para demostrarles hasta dónde pueden llegar los medios de comunicación en su acoso y poder de golpismo de Estado. Tan importante es tener un ejército leal y un servicio de seguridad para proteger a los líderes como trabajar en crear una estructura comunicacional que enfrente la constante agresión a la que están y estarán siempre sometidos. Una red que no se limite al interior de sus países, sino que ha de ser global, como global es la agresión y global es la solidaridad.
Si en España vinieron en 1936 a luchar contra el fascismo personas de todos los rincones del mundo en las denominadas Brigadas Internacionales, sabedoras de que allí se jugaba algo más que la democracia de un país, hoy nuevas Brigadas Internacionales, ahora informativas, deben crearse en los cinco continentes.
Este texto está basado en la intervención en el Encuentro Internacional contra el Terrorismo, por la Verdad y la Justicia. La Habana 5 de mayo. 2005 y en la Carta a Alfonso Sastre escrita el 13 de julio de 2004, e incluida en la obra de Alfonso Sastre, La Batalla de los intelectuales en su edición de la Editorial de Ciencias Sociales (La Habana 2004) y Clacso (Buenos Aires 2005)