El intelectual anglo-paquistaní habla del islamismo, de Irak, de sus novelas, de Mick Jagger y de John Lennon, y de su amistad política con Jean-Paul Sartre y con Bertrand Russell, para François Armanet y Pilles Anquetil, del semanario francés Le Nouvel Observateur.
Pakistán- Afganistán
Crecí en Lahore. Mi padre era comunista. Ninguno de mis mejores amigos de juventud en el Pakistán era creyente. Más tarde, ya en la universidad, los estudiantes creyentes con los que me crucé eran muy moderados. Pakistán era un país musulmán, pero no fundamentalista. El principal partido fundamentalista, el Jamiat Islami, no obtuvo nunca más del 5 por ciento de los votos. Después, a finales de los 70, el general Zia ul-Haq, un creyente severo, animó el fundamentalismo para poder llevar a cabo la djihad contra los soviéticos en Afganistán. Con el apoyo incondicional de los estadounidenses… Ninguna crítica se admitía contra Zia. Todas las organizaciones fundamentalistas se beneficiaron del apoyo del estado, ya fuere por medio de los servicios secretos (ISI), ya fuere mediante la utilización como tapadera del Jamiat Islami, cuyos estudiantes tenían el derecho de llevar armas sobre el campus para intimidar a sus condiscípulos socialistas o laicos. Este régimen duró 11 años.
Las consecuencias de la intervención soviética en Afganistán fueron devastadoras, y continúan haciéndose notar. Hoy en día, en Pakistán, el ejército controla firmemente el país. Su composición jerárquica no ha sido jamás contestada por ningún golpe de estado o alguna revuelta. De golpe, el cambio no puede venir más que desde arriba. La verdadera cuestión es el grado de penetración del fundamentalismo en el seno del ejército. Pero la jerarquía se declara incapaz de responder, lo que es aún más inquietante.
Al-Qaida no tiene más de 1.000 o 3.000 miembros, según estimaciones estadounidenses y pakistaníes. No dispone de una amplia base popular. Pero su existencia es muy útil a más de uno. Después de la retirada soviética de Afganistán, en 1989, los Estados Unidos se desentienden de Pakistán como de tantos otros de sus sátrapas. Estaban incluso dispuestos a sancionarlo. Después del 11 de septiembre, Pakistán se convierte en el centro neurálgico de la región a los ojos de Washington. El dinero se envía a borbotones, no hay limitación de armamento, aunque sean nucleares. Un día, en el avión que me volvía a llevar a Pakistán, me encontré con un amigo de infancia que se había convertido en un alto responsable de los servicios secretos. Le pregunté amistosamente sin esperar respuesta: «entonces ¿sabes donde se esconde Osama?» Estalló en risas. «Pero ¿algunas personas lo saben? -Sí, tres personas. -¿Quienes? -Es evidente.» Dicho de otra manera: la jerarquía de los servicios secretos sabe, al menos de forma aproximada, dónde se encuentra Ben Laden. Insistí: «Pero, entonces, si quisieran podrían capturarlo.» Entonces replicó, en inglés esta vez, «amigo mío, no se mata a la gallina de los huevos de oro.»
Irak
El conflicto de Irak ¿puede tener las mismas consecuencias que la intervención soviética en Afganistán? En efecto. Y sus efectos se harán sentir a largo plazo en todo el Oriente Próximo. Una parte de la familia real saudita no quiere de ninguna forma un Irak chiíta y amenaza a Washington con sostener la resistencia. Otra facción está dispuesta a negociar directamente con Teherán. En Irak, los estadounidenses sugieren a los chiítas hacer de Nadjaf la capital mundial del chiísmo y romper con Irán, lo que es muy inocentón. Los ingleses lo ensayaron ya en los años 20 y 30, en vano. Durante los doce últimos años de Saddam en el poder, los estadounidenses sostuvieron a los kurdos y a las organizaciones chiítas proveyéndoles de armas y de subsidios. Les permitieron así asentar su poder. Sin embargo muchas organizaciones chiítas sueñan con lograr la unidad religiosa y tienen necesidad para este cometido de Irán. Saddam era un dictador, pero había sabido preservar la independencia de Irak. Esta independencia se ha esfumado. En mi opinión, las regiones kurdas del norte quieren la secesión para convertirse en un protectorado israelita-estadounidense, una gran parte del sur de Irak se convertirá un protectorado iraní, y la región central quizás llegue a ser un protectorado sudanés o sirio. El tiempo de un Irak independiente y que disfrute de una integridad territorial ha pasado. Como Afganistán, representa una verdadera bomba de relojería.
La novela del Islam
Un sultán en Palermo, es la cuarta novela de mi quinteto consagrado al mundo musulmán. La Sicilia del siglo XII, sin ser un modelo de cosmopolitismo y de tolerancia, era una sociedad evolucionada. No había prácticamente ninguna persecución de judíos en Sicilia. Muchos de los lectores de mi segunda novela, El libro de Saladino, quedaron sorprendidos al saber que había muchos judíos en la corte de Saladino. ¡El 70 u 80 por ciento de sus consejeros eran judíos! Esta situación no nos sorprende más que retrospectivamente, a la luz de la situación actual. Todas mis novelas desarrollan el tema de una coexistencia entre civilizaciones mediterráneas que lograron colaborar. Un sultán en Palermo está ambientada después de la derrota musulmana. Pero la cultura musulmana ejerció siempre una influencia profunda. Los reyes normandos tomaban consejeros árabes y confiaban a sus hijos a preceptores musulmanes capaces de enseñarles matemáticas, astronomía, gramática, geografía. Para un novelista es agradable escribir lo que podría calificarse, guardando todas las proporciones necesarias, el «siglo de las Luces islámicas», que duró del siglo IX al XIII, antes de la decadencia. El Islam no conoció jamás una Reforma, pero tuvo sus Luces.
Nunca hubiera pensado que escribiría literatura de ficción. Pero fue el único medio de recrear las últimas horas de una civilización agonizante. Paradójicamente, el ateo, el musulmán no musulmán que soy ¡se ha convertido en un experto en historia del Islam!
Un Londres marchoso
Mi recuerdo más duro en los años 60, cuando yo era uno de los cabecillas del movimiento estudiantil británico, fue el de Hanoi bajo las bombas, entre diciembre de 1966 y febrero de 1967. Había sido enviado por Bertrand Russell y Jean-Paul Sastre. Todos los días había bombardeos; solamente te podías desplazar por la noche. He visto cadáveres, niños mutilados… Este traumatismo me marcó para siempre y cambió mi vida. Gran Bretaña no tenía la tradición revolucionaria de Francia, donde el movimiento estudiantil tuvo un impacto inmediato en una sociedad que conocía su historia, y donde incluso la derecha comprendió lo que ocurría. La huelga general de 1968 fue la más grande de toda la historia del capitalismo. En Gran Bretaña no hemos vivido nada equivalente, sino más bien una revolución cultural, nacida a propósito de la oposición a la guerra de Vietnam, en la que los músicos de rock jugaban un papel esencial. Un día, Mick Jagger me pidió si él podía participar en una manifestación ante la embajada estadounidense que fue reprimida duramente. De golpe, escribió Street Fighting Man y me envió la versión manuscrita para publicarla en mi periódico The Black Dwarf (el enano negro), ya que la canción ¡había sido prohibida en la BBC! En octubre de 1968, hicimos aparecer las palabras de la canción al mismo tiempo que ¡un texto de Engels en el reverso!
No conocí a John Lennon hasta principios de los 70. Habíamos publicado, en The Red Mole (El topo rojo), una crítica negativa de su canción Revolution. Me llamó, furioso, exigiendo un derecho de réplica. Así que nos encontramos para discutir. Se lamentó de no haberse manifestado contra la guerra del Vietnam. Su productor, Brian Epstein, había prohibido a los Beatles que participasen en el movimiento por miedo a que no fuera prohibida la entrada del grupo en los Estados Unidos. Nos ofreció una larga entrevista, aunque se sintiera intimidado porque no se consideraba un intelectual. Congeniamos. Poco después de su salida de la prisión, Régis Debray estaba en mi despacho y rasgó el póster «¡Libertad para Régis!», chillando: «¡finalmente!» Fue entonces cuando Lennon me llamó para mostrarme una nueva canción. Me llevé a Régis al estudio y ¡asistimos juntos a la grabación de Imagine! Lennon nos leyó las palabras de la canción de viva voz. Le dije que tenía la aprobación del buró político (risas). Estuvimos en contacto hasta su marcha a los Estados Unidos: reprochó a la prensa británica su actitud racista hacia Yoko, acusada de la separación de los Beatles y de haber tenido una influencia negativa sobre él, en tanto artista de vanguardia. Inglaterra le resultaba asfixiante y provinciana.
Los tres libros que se llevaría consigo a una isla desierta
¡Voy a hacer trampas eligiendo obras completas! Sin dudar: «En busca del tiempo perdido» que puedes releerse indefinidamente; las obras completas de Stendhal, el novelista francés que prefiero y con el más me identifico; y, finalmente, los doce volúmenes de «La ronda de la música del tiempo» de Anthony Powell, escritor británico desconocido en Francia. A una isla, más vale llevarse novelas. No estoy seguro de que la Crítica de la razón dialéctica de mi amigo Sastre lo sea…
Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós