Beirut, 31 de mayo. En el lugar donde estalló la bomba estaban regalando rosas. Allí fue asesinado el ex primer ministro Rafiq Hariri el 14 de febrero de 2005, y el cráter de siete metros que dejó el estallido ha quedado como una cicatriz en la historia de Beirut. Pero este jueves, mientras los libaneses […]
Beirut, 31 de mayo. En el lugar donde estalló la bomba estaban regalando rosas. Allí fue asesinado el ex primer ministro Rafiq Hariri el 14 de febrero de 2005, y el cráter de siete metros que dejó el estallido ha quedado como una cicatriz en la historia de Beirut. Pero este jueves, mientras los libaneses se enteraban de que sí se creará un tribunal de la ONU para juzgar a sus asesinos, el cráter -del cual los amigos de Siria en los servicios de seguridad retiraron pruebas esenciales- fue rellenado, se puso una nueva capa de pavimento y jóvenes que vestían playeras con la fotografía de Hariri repartían flores a los automovilistas.
En la foto se le ve sonriente. Pero ¿habría tenido mucho que celebrar este jueves? Cierto, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas invocó el capítulo 7 de la Carta de la ONU para formar un tribunal internacional que juzgue a los sospechosos del crimen, pero el solo hecho de que el gobierno libanés no pudiera solicitar su constitución dice mucho de su impotencia. En ausencia de sus ministros chiítas, el opositor Hezbollah considera que todo el asunto es una mascarada y acusa a la ONU de interferir en los asuntos soberanos del Estado libanés. Siria, cuyo aparato de seguridad sigue siendo el principal sospechoso, gruñe en la frontera. ¿Habrá que pagar un precio por este tribunal? Es probable.
Sin duda George W. Bush estará complacido porque desde hace tiempo colocó en su lista negra al presidente Bashar Assad. Hace no mucho, al recibir visitantes libaneses en la Casa Blanca, anunció -y la cita es ciento por ciento exacta- que iba a «colgar de los güevos a Bashar». El problema, por supuesto, es que no está en posición de hacer tal cosa. De hecho, los insurgentes iraquíes son los que parecen tener por esa parte a Washington, y puede que Bush necesite la ayuda de Assad para liberarse de tan terrible presión. A final de cuentas, Siria e Irán son los dos países que Bush necesita para zafarse de Irak.
Así pues, es posible que Líbano sea objeto de una nueva traición. Sin duda el gobierno del primer ministro Fouad Siniora tiene menos importancia que las vidas de los soldados estadunidenses en Irak. Y el alineamiento en la ONU la noche del miércoles fue igualmente interesante: Qatar y Sudáfrica se abstuvieron de votar, sobre todo porque tienen sustanciales intereses de negocios en Siria. Rusos y chinos están más que conscientes de la frágil situación política y militar en Líbano; estos últimos tienen una unidad en la fuerza de paz de la ONU en el sur del país, la cual depende cada vez más de la protección de Hezbollah. Mientras continúan las batallas alrededor del campamento palestino de Nahr al-Bared, en el norte, Líbano se acerca cada vez con mayor peligrosidad a un precipicio de los que tanto alarman a los políticos. En realidad, se encuentra en un estado de riesgo tan delicado, que el tribunal del caso Hariri -tan importante en los días posteriores al crimen- hoy parece casi irrelevante.
Saad, hijo de Hariri, describió la creación del tribunal como «una gran victoria para Líbano entero» y visitó la tumba de su padre, en el centro de Beirut, cuando se conoció la noticia de Nueva York. Sin embargo, aún no sabemos dónde se constituirá el tribunal, de cuántos jueces constará ni qué poderes se le conferirán. Por toda Beirut los partidarios de Hariri festejaron con cohetes, pero la noche del miércoles alguien lanzó una granada de mano cerca de la iglesia de San Miguel, en la galería Semaan. Y en el calor de principios del verano en la ciudad, las rosas siempre se marchitan.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya