Sin letreros luminosos. Sin ofertas. Sin escaparates. Incluso, sin nombre. La tienda de mi barrio lo tiene todo para ser devorada por estos miserables tiempos modernos. En la mañana, bien temprano, cuando Ana Mari levanta la persiana, ese sencillo gesto, abrir, supone toda una victoria. ¡Aquí estamos! ¡Aquí seguimos! La tienda de mi barrio es […]
Sin letreros luminosos. Sin ofertas. Sin escaparates. Incluso, sin nombre. La tienda de mi barrio lo tiene todo para ser devorada por estos miserables tiempos modernos. En la mañana, bien temprano, cuando Ana Mari levanta la persiana, ese sencillo gesto, abrir, supone toda una victoria. ¡Aquí estamos! ¡Aquí seguimos!
La tienda de mi barrio es chiquita aunque dentro cabe un mundo. Otro mundo. Detrás del mostrador, por ejemplo, entra una familia entera. Pequeños heroes empeñados en un negocio honesto, un trabajo decente. Del otro lado, sus vecinos. Mil y una historias. Nadie nos conoce tan bien, y escucha tanto, como nuestras tenderas. Conversación. Compañía. Vida.
Quién tenga tienda… que la desatienda. Cuatro de cada cinco compras de alimentos se realizan hoy en grandes empresas. El número de tiendas ha pasado de 95.000, en 1988, a poco menos de 25.000, en 2004. Cada día desaparecen en el Estado español once tiendas tradicionales. Colectivos de agricultores, ecologistas y consumidores han lanzado en abril una campaña contra las gigantes cadenas de distribución (www.supermercadosnogracias.org). Cuatro empresas y dos centrales de compra controlan el 70% del mercado. Y la plaga avanza. Durante este año, y el próximo, el Estado español será el que más superficie destine en Europa a centros comerciales: 1.93 millones de metros cuadrados (toda Gipuzkoa, 1.922 km2, sembrada de hipermercados).
La tienda de mi barrio es un espacio de resistencia. Un taller de relaciones comerciales humanas. Pese a sus reducidas dimensiones, junto al expositor de la carne, nunca falta una silla. Sola. Gastada. Pasada de moda. Un asiento salvavidas. Para descansar y hacer la compra sentado. Para mirar, contar, conocer a la gente de al lado… Esa misma silla, o muy parecida, tiene su sitio también en otras «tiendas de toda la vida». Es el secreto de las pequeñas superficies. La gente se siente, y se sienta, como en casa. El día que Ana Mari no suba la persiana, que nos quiten su silla, la compra estará perdida. Vendida.