«Felicito a los ciudadanos por demostrar que Serbia es una democracia europea». Estas fueron las palabras con las que el presidente reelecto de Serbia, Boris Tadic, se dirigiera a la nación luego de conocer su victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del domingo pasado. No son casuales estos dichos, ya que Tadic […]
No son casuales estos dichos, ya que Tadic es el candidato elegido por Occidente para encaminar a Serbia por la senda europea, dejando de lado un siglo de influencia directa de Rusia. Su contrincante, el nacionalista y pro ruso Tomislav Nikolic, que había triunfado el mes pasado en la primera vuelta, alertó a los votantes serbios que mirar hacia Europa significa renunciar a la soberanía de Kosovo y que «Rusia es un socio más cercano a Serbia que la Unión Europea (UE) porque puede garantizar su desarrollo».
Con este resultado se consolida el giro hacia Europa, que comenzó en el año 2000 cuando fue derrocado el presidente Slovodan Milosevic, luego de los constantes bombardeos de la OTAN, que terminaron con la opresión serbia a los albaneses que viven en la provincia de Kosovo.
Por lo visto, el electorado tomó bastante en serio la importancia de estas votaciones, ya que el nivel de participación fue alto para Serbia; el 67 % acudió a las urnas, cifra que no se registraba desde la época de Milosevic.
Sin embargo, estas elecciones se vieron influidas tanto por la UE, como por Rusia, para inclinar la balanza a su favor. La semana pasada, la UE anunció que el próximo jueves va a firmar con Serbia un acuerdo de cooperación por el cuál se va a reactivar el diálogo político, se van a suprimir visados, Bruselas va a prestar ayuda en materia educativa y va a eliminar barreras para estimular el libre comercio. El anuncio se hizo público unos días antes de las elecciones, para minar la influencia del nacionalista Nikolic y contrarrestar la propuesta rusa hecha tres días antes.
Durante el encuentro realizado, el 25 de enero, entre el presidente serbio, Tadic y su par ruso, Vladimir Putin, Moscú anunció la firma de un acuerdo energético con Belgrado de 400 millones de euros por el cuál la empresa estatal rusa Gazpromneft le va a comprar a Serbia, sin concurso previo, el 51 % de la industria petrolera, a lo que se suma la construcción de un nuevo ramal del gasoducto ruso South Stream, que transformaría a Belgrado en intermediario en el millonario negocio de la venta de gas ruso a Europa.
Los votantes se vieron influidos por el estímulo de las inversiones rusas y del acuerdo con Europa, que además prometió que iba a trabajar para que Serbia se convierta en candidato a formar parte de la UE, como su estado número veintiocho.
Pero, para ello debe renunciar a la soberanía de Kosovo y debe abandonar su reticencia de entregar al Tribunal Penal Internacional a Ratko Mladic y Radovan Karadzic, que están acusados de crímenes de guerra y de limpieza étnica durante la guerra civil yugoslava en la década del 90.
Varios analistas de la UE no comprenden cómo Belgrado tarda tanto en arrojarse a los brazos de la familia europea, que es sinónimo de unidad y modernidad, y pierde el tiempo en coqueteos con Rusia, que para ellos significa retroceso y falta de democracia.
El etnocentrismo europeo, vigente en el siglo XXI, impide vislumbrar a algunos expertos en política el trauma que tuvo que atravesar Serbia desde 1991, cuando comenzó su desmembramiento: guerra civil, limpiezas étnicas por parte de Serbia y de sus vecinos yugoslavos, autoritarismo de Milosevic, humillantes bombardeos de la OTAN, separación de Montenegro, y una inminente independencia de Kosovo, la cuna de la civilización serbia, estimulada por la UE y los EE.UU.
La ruina económica fortaleció los lazos de Belgrado con Moscú, algo lógico en esas circunstancias, que parecen no comprender los europeístas.
La UE que celebra que Serbia está siguiendo el camino de la democracia y que condenó la persecución étnica de albaneses en Kosovo, es la que miró para otro lado cuando la OTAN conquistó la provincia disidente y los albaneses comenzaron a perseguir a la minoría serbia.
Es cierto que Europa le está allanando el camino a Serbia para que forme parte de la Unión y que con el tiempo esto va a beneficiar a Belgrado, pero para ello debe alejarse de los beneficios de la alianza con Rusia y dejar el nacionalismo de lado, mostrándose pasiva mientras le arrebatan la provincia donde comenzó a erigirse su nación.
Detrás del discurso de democracia y modernidad, por el lado de la UE y del nacionalismo por el lado de Rusia, ambas potencias buscan en Serbia un aliado en la Nueva Guerra por los Recursos en Europa Oriental, ya que por Serbia va a transitar el gasoducto ruso South Stream y el europeo Nabucco. Por medio de este último la UE busca desprenderse de la dependencia del monopolio ruso del gas y extraer sus propios hidrocarburos del Mar Caspio.
Mientras que Rusia pretende que Serbia se convierta en una pata más de su tentacular red de gasoductos de la que dependen las industrias europeas.