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La impregnación en los discursos oenegeístas: ¿con quién se coopera?

Fuentes: Pueblos

No se trata de hablar de corruptos ni de depravados que bajo las siglas de determinadas ONG acumulan capital y muerte. Hablemos de las buenas intenciones, de los conceptos impregnados que funcionan desde la omisión, de cómo desatascar inercias totalmente perjudiciales. Palabras-tapadera que han empapado tanto los huesos de nuestra cotidianeidad que apenas consideramos curables […]


No se trata de hablar de corruptos ni de depravados que bajo las siglas de determinadas ONG acumulan capital y muerte. Hablemos de las buenas intenciones, de los conceptos impregnados que funcionan desde la omisión, de cómo desatascar inercias totalmente perjudiciales. Palabras-tapadera que han empapado tanto los huesos de nuestra cotidianeidad que apenas consideramos curables las dolencias reumáticas de ese calado. Adolecidos, continuamos. El principal de los problemas es que, en este trayecto, en esta visita de «cortesía» a nuestros vecinos, la nube nos acompaña y empapa todo lo que encuentra.

Vivimos y soñamos impregnados. Un perfume, las costumbres de los antepasados, una inercia que actúa desde algún que otro recoveco y que ni tan siquiera sabemos reconocer… La impregnación no sólo es inevitable, sino que aparece innata como una de las características de esa tensión con la que nos formamos. Difícilmente impermeables, esta constitución elemental de cualquier ser humano debería, por sí misma, desmontar cualquier discurso político sobre la «integración».

Nadie es refractario, nadie es una esponja indiferente. No se nos escapa que ante la mal sonante «asimilación» (que encubre a la todavía más mal sonante «sumisión»), la «integración» funciona como herramienta de trabajo intercambiable entre la (mano) derecha y la izquierda. Una palabra-tapadera que suele acompañar otros camuflajes ambidiestros, como por ejemplo la ensalzada «cooperación».

Ética y ONG: ¿un bucle?

Issa G. Shivji, profesor de derecho en la Universidad de Dar es Salaam (Tanzania) y uno de los intelectuales africanos que más ha escrito sobre desarrollo y cooperación desde una perspectiva radical, afirma:

«Los discursos de las ONG parecen haber interiorizado las idioteces sin sentido de los intelectuales de derecha, como Francis Fukuyama, que propagan el ‘fin de la historia’ donde el presente (es decir, el capitalismo global bajo la hegemonía del Norte imperialista) es de-clarado permanente. (…) No dudo de las nobles motivaciones y de las buenas intenciones de los activistas y dirigentes de algunas ONG. Pero no juzgamos el resultado de un proceso por las intenciones de sus autores. Debemos analizar los efectos objetivos de las acciones al margen de sus intenciones. (…) Preguntémonos: ¿Cuáles son los mecanismos políticos, morales, ideológicos, económicos y culturales que producen, refuerzan y provocan que este mundo no sólo sea posible, sino que parezca aceptable? [1]

Es evidente que a las organizaciones humanitarias «serias» (no hablamos de sectas, mafias ni trastiendas con enorme afán de lucro bajo la coartada caritativa) la impregnación de este discurso les sobrepasa. Desgraciadamente, una crítica como la que realiza Shivji tiende, por un lado, a estigmatizar todo el trabajo de todas las organizaciones; en segundo lugar, provoca la reafirmación de los posicionamientos, por reacción, de la mayoría de los miembros de estas ONG. ¿Es útil una crítica de este tipo? A mi parecer, está completamente justificada si se acompaña de una reflexión como la que introduce sus tesis y todo su trabajo intelectual: «Antes de continuar debo hacer dos confesiones. Primero, mi posición es indudablemente crítica, a veces incluso grosera, pero no es cínica. Segundo, esta crítica es también una autocrítica, ya que me he implicado en el activismo de las ONG durante unos quince años».

No se trata de resentimiento, ni de agotamiento intelectual o moral. Todo lo contrario: para que desaparezca el penetrante olor de la fritanga, lavémonos. Lejos del baño ritual y de la purificación, la acción cotidiana de impregnarse, desimpregnarse y reimpregnarse puede resultar monótona o, por el contrario, una oportunidad de reflexión y decisión. Si optamos por utilizar baúles-concepto donde almacenar nuestras ambiciones y compasiones, que no sea ni por inercia ni por herencia. Serge Latouche, en su libro La otra África, complementa sus análisis económicos (sobre qué es el desarrollo y cómo sobrevivir a él, qué entendemos por pobreza y riqueza, cómo recuperar el vínculo social, etc.) con el replanteamiento de esa ayuda humanitaria tan en boga cuando nos referimos al continente africano:

«Ayudar a la otra África pasa más bien por una autolimitación de nuestras sociedades del Norte y por un cambio profundo de nuestros modelos y un cuestionamiento del desarrollo, que por la injerencia humanitaria. (…) Un refrán inglés dice que si uno quiere que se cumpla una tarea, debe confiarla a alguien muy ocupado. En la misma línea podríamos decir que si queremos ayudar a alguien, hace falta empezar por tener algo que pedirle. No hay ningún misterio en esta paradoja. Pidiendo a la otra África que nos ayude a resolver nuestros problemas materiales, sociales y culturales, la reconocemos como un socio auténtico, de igual a igual. Es así como podemos contribuir de la mejor manera a reforzarla. Si África es pobre es porque nosotros somos ricos; en cambio, el continente africano todavía es rico de lo que nosotros somos pobres» [2].

¿Cuántas veces escuchamos en los discursos de las ONG estas reflexiones? Imaginemos por un momento que los aparatos publicitarios de las grandes (y pequeñas) ONG aplicaran el consejo de Latouche. ¿Qué no lo hace posible, si no es esa aceptación interiorizada del presente como permanente? ¿Es poco realista pedir ayuda a los africanos o, sencillamente, es más fácil imponer que recibir? El marketing humanitario, apéndice y sustento de los verdaderos fundamentos de cada organización, no parece estar muy dispuesto a dar ese giro, más bien todo lo contrario [3]. ¿Autodefensa o realismo inocuo?

En ese podio de conceptos pringosos, el «desarrollo» ocupa el número uno. En un reciente e interesante informe realizado por IANSA, Oxfam Internacional y Saferworld [4], queda patente, una vez más, el predominio de esa visión economicista del mundo cimentando una supuesta crítica. No es mi intención anular un trabajo de vital importancia como éste, donde se denuncia que «al menos el 95 por ciento de las armas más utilizadas en África provienen del exterior».

Ya en un anterior informe (Municiones: el combustible de los conflictos), destacaban que España es el principal exportador mundial de municiones al África Subsahariana. Estos estudios fundamentados son cruciales para denunciar la perversidad de un sistema deshumanizado. Si en el Estado español se gastan cada día 52 millones de euros en preparar o hacer la guerra [5], es imprescindible saberlo, denunciarlo y, en el mejor de los casos, conseguir su reducción. Dicho esto, mi intención es subrayar esas impregnaciones que llegan a desvirtuar las intenciones y soluciones propuestas.

El informe asegura, por ejemplo, que «la violencia armada representa una las mayores amenazas para el desarrollo de África». Sin embargo, los países más «desarrollados» (para seguir su terminología) son los que más armamento fabrican: la violencia armada y el conflicto permanente no sólo son necesarios, sino fundamentales, en la historia del crecimiento económico de nuestras sociedades del «bienestar». La industria armamentística es la base de nuestro «progreso», y sin sometimiento y explotación, nuestra «prosperidad» carecería de complementos.

Entre las propuestas factibles que propone el informe está «la aplicación de un Tratado sobre Comercio de Armas (TCA) riguroso y eficaz». Como las ONG autoras de la petición son conscientes de que este tratado debe aplicarse lo más rápido posible, deciden amoldarlo a los discursos gubernamentales: «Este tratado no impediría la transferencia responsable de armas a la policía, para su uso en actividades de defensa, para el mantenimiento de la paz u otras finalidades legítimas».

Esta reivindicación de la autodefensa estatal al criticar la fabricación de armamento también la encontramos en otras campañas de ONG contra la proliferación de armamento. Quizá con el ánimo de resultar «realistas», promueven algunos de sus usos, eso sí, únicamente en manos de los aparatos de Estado. Pero, ¿qué significa la autodefensa? El arma que más se utiliza en África es el AK-47. Su creador, el octogenario Mikhail Kalashnikov, duerme tranquilo: «Lo creé para defender mi patria. Y posteriormente muchos lo han utilizado también para defenderse» [6]. El señor Kalashnikov solía inventar herramientas para que fueran útiles para su comunidad, como por ejemplo maquinaria agrícola. Cuando la Segunda Guerra Mundial estalló, aplicó el concepto de cooperación para la autodefensa.

En términos estadísticos, el AK-47 ha logrado más justicia social en África que los miles de millones de los fondos de la Ayuda Pública al Desarrollo de Francia, el primero en la lista del G8 en términos de aportación según su PIB (0,5 por ciento, aumentando hasta el 0,7 en el 2010) [7]. En ese límite entre la autodefensa y el ataque, entre la supervivencia y la devastación, replanteemos y replanteémonos hasta replantar. Armas, turismo e inmigración

En este mismo informe se sostiene que las guerras son perjudiciales para la industria del turismo, supuesta fuente de desarrollo económico para África. Como lamentablemente no nos podemos extender, quedémonos con una reflexión de Hakim Bey [8]:

«Las verdaderas raíces del turismo se encuentran en la guerra. La violación y la expoliación fueron las primeras formas del turismo; o más aún, los primeros turistas siguieron directamente los rastros de la guerra como buitres humanos. (…) El turismo surgió como el síntoma de un imperialismo total, económico, político y espiritual. El turista y el terrorista son quizás los más alienados de todos los productos del capitalismo postimperialista. (…) El turismo es la quintaesencia del ‘fetichismo mercantil».

¿Merece la pena hacer el ejercicio de desimpregnación y revisar los conceptos para determinar con cuáles nos quedamos? ¿O mejor permanecemos como estamos, reproduciendo los tópicos y contribuyendo a la propagación de una imposición altamente corrosiva? El eslogan de la «necesidad de la inmigración»

Un último apunte para terminar: revisemos la «necesidad de la inmigración», un eslogan que se quiere antirracista y progresista. Según el informe citado de Oxfam Internacional y Safeworld, «los costes médicos son uno de los costes directos más evidentes causados por la violencia armada. (…) En las regiones rurales de Ghana, sólo el 51 por ciento de las personas con heridas por armas de fuego reciben atención en un hospital o clínica». Ahora bien: actualmente existen más médicos de Ghana trabajando en Estados Unidos que en su propio país. La «fuga de cerebros» (y de todo el resto de órganos, vivos y muertos, con test de ADN o sin ellos) es una de las mayores catástrofes que padece África.

¿Es necesario apoyar el discurso políticamente correcto sobre la necesidad de la inmigración, o lo añadimos a la lavadora? Sí, efectivamente las armas matan, pero las palabras lapidan y los conceptos entierran.

Notas

[1] Shivji, Issa G (2007): Silences in NGO discourse: The role and future of NGOs in Africa, Oxford, Fahamu. Descargable en www.oozebap.org/biblio.

[2] Latouche, Serge (2007): La otra África. Autogestión y apaño frente al mercado global, oozebap, Barcelona.

[3] Lagarriga, D. (2006): «África, las ONG y la vulneración de la ética». Disponible en: www.oozebap.org

[4] IANSA, Oxfam Internacional y Safeworld (2007): Los millones perdidos de África. El flujo internacional de armas y el coste de los conflictos.

[5] «Los vínculos entre la banca y el mercado de las armas», en www.justiciaipau.org

[6] Paton Walsh, Nick: «I sleep soundly», entrevista con Mikhail Kalashnikov, The Guardian, 10/10/2003.

[7] El famoso 0,7… Para un análisis de la APD francesa ver «France-Afrique. Qui aide vraiment qui? Les dessous de l’aide publique au développement» (10/2007). Disponible en http://survie-france.org

[8] Bey, Hakim (1994): Voyage intentionnel – Overcoming tourism, Carcasona, Musée Lilim.


* Dídac P. Lagarriga es editor de oozebap.org, Web de la asociación cultural Oozebap, creada con la intención de divulgar – traducir – descubrir – profundizar – estudiar – reclamar África, sin paternalismo. Es autor del libro Afroresistències, afroressonàncies. Teixint les altres Àfriques, oozebap / Libed, 2006. Publicado originalmente en el nº 30 de la revista Pueblos, febrero de 2008, especial COOPERACIÓN.