Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La desesperación presente en el núcleo de los planes de la administración de Obama para una escalada de la guerra en Afganistán se puso de manifiesto en la entrevista que el New York Times le hizo al Presidente el viernes pasado.
Al preguntarle que si las fuerzas que EEUU dirige estaban ganando la guerra en Afganistán, Obama afirmó sin rodeos: «No». La respuesta era la única que podía darse. La insurgencia armada contra la ocupación estadounidense y de la OTAN se ha expandido inmensamente en los últimos años.
Grandes zonas de las provincias sureñas de Afganistán pobladas por la etnia pastún y las áreas tribales de Pakistán están en efecto controladas por el movimiento islamista talibán u otras fuerzas anti-ocupación, como el movimiento Hebz-e-Islami del señor de la guerra Gulbuddin Hekmatyar.
El índice de víctimas de la ocupación se ha duplicado en lo que va de año comparado con el mismo período en 2008, habiendo muerto hasta ahora 54 soldados estadounidenses y de la OTAN. Los ataques contra las fuerzas de seguridad del gobierno afgano se han triplicado, según la Accountability Office del gobierno estadounidense. Los insurgentes están matando más de cincuenta policías afganos al mes. En muchas zonas del sur de Afganistán, la policía no se atreve a salir de las comisarías.
La resistencia se está viendo impulsada por el resentimiento y hostilidad de una población machacada por la pobreza, que lleva ya más de siete años sufriendo represión e intimidación por parte de las fuerzas que EEUU dirige en Afganistán, y del ejército pakistaní, apoyado también por esas fuerzas, a través de la frontera. Con una situación en la que los islamistas son apreciados como los únicos que combaten contra los intentos estadounidenses por dominar la región, han continuado atrayendo apoyos.
Las células vinculadas con los talibanes parecen estar ahora activas en todas las ciudades importantes en Pakistán, aumentando el peligro de una guerra más amplia. La ruta terrestre de los suministros para las tropas de EEUU y la OTAN a través de ese país es ya muy insegura, lo que está obligando a Washington a buscar alternativas vía Rusia y Uzbekistán. La preocupación en los círculos militares estadounidenses por las líneas de suministros hacia Afganistán les ha llevado incluso a sugerir que se pida ayuda a China e Irán. Resulta muy significativo que la Secretaria de Estado Hillary Clinton haya invitado a Irán a tomar parte en una cumbre que se celebrará en Afganistán a finales de mes.
La realidad militar en Afganistán es que las fuerzas ocupantes han sido incapaces de suprimir una insurgencia que cuenta con importante apoyo popular. Incluso con los 17.000 soldados más que está enviando Obama, habrá aún menos de 90.000 soldados de EEUU y la OTAN y apenas llegan a 80.000 el personal del gobierno afgano. Teniendo en cuenta el tamaño, la geografía y la población del país, los analistas militares estiman que sería necesario tener más de 500.000 tropas allí.
En la región tribal de Pakistán, las operaciones en las que se implicaron alrededor de 100.000 soldados pakistaníes no consiguieron romper el control talibán allí, ni cerrar los refugios seguros utilizados por los insurgentes afganos ni contener los movimientos a través de las fronteras.
Dentro de este contexto, la estrategia diseñada por Obama depende de la capacidad de las fuerzas de ocupación para repetir lo que se llamó «Despertar» en Iraq durante los últimos meses de 2006 y 2007.
Coincidiendo con el «incremento» de 30.000 tropas más que aumentaron las fuerzas estadounidenses en Iraq a más de 160.000, se autorizó al comandante General David Petraeus a poner en marcha una política de sobornos hacia los líderes insurgentes y sus combatientes a fin de que cesaran en sus ataques. Los grupos que se buscaron estaban abrumadoramente compuestos de árabes sunníes. Finalmente, unos 100.000 se unieron a las milicias pagadas por EEUU, especialmente en los suburbios de Bagdad y en la provincia occidental de Anbar, ayudando al ejército estadounidense a aplastar a una minoría islámica radical dentro de la insurgencia.
Obama dijo al Times: «Si hablan con el General Petraeus, creo que él defendería que parte del éxito en Iraq se basó en que se implicó a gente que podríamos considerar fundamentalistas islámicos, pero que estaban dispuestos a trabajar con nosotros porque rechazaban totalmente las tácticas de Al Qaida en Iraq». En Afganistán y Pakistán, dijo, «podrían darse oportunidades parecidas».
Sin embargo, la perspectiva de un «Despertar» afgano o pakistaní ignora el principal factor implícito en su desarrollo en Iraq. Mientras que en la provincia de Anbar los tradicionales dirigentes tribales sunníes y las facciones aliadas con Al Qaida estaban enfrentadas, los insurgentes sunníes en Bagdad cambiaron de bando porque habían sido derrotados en una viciosa guerra civil sectaria contra los partidos fundamentalistas chiíes dominados por el gobierno apoyado por EEUU.
Miles de sunníes tuvieron que huir de la capital para escapar de las diarias matanzas indiscriminadas. Al poner fin a su resistencia, los insurgentes sunníes buscaban sobre todo conseguir protección militar estadounidense para sus suburbios y comunidades frente a los escuadrones de la muerte chiíes que operaban con impunidad dentro de las fuerzas policiales y militares iraquíes.
Incluso ahora, la situación sigue siendo frágil. La ocupación estadounidense ha creado una división sectaria en Iraq que beneficia sobre todo a la elite chií a expensas del estrato gobernante predominantemente sunní que dominaba el régimen de Saddam Hussein. A largo plazo, la amargura y frustración entre quienes sentían que no tenían más opción que la de alistarse en el Despertar podría provocar nuevos combates contra las fuerzas estadounidenses y el gobierno de dominio chií.
En Afganistán y en las regiones tribales de Pakistán, no hay ninguna razón obvia para que los talibanes o Hezb-e-Islami se dobleguen ante la ocupación o acepten el gobierno apoyado por EEUU, como ocurrió en Iraq. Aunque han sufrido grandes bajas a manos de las mucho mejor equipadas fuerzas de EEUU y la OTAN, su posición estratégica es mucho más fuerte ahora que antes.
Haroun Mir, un antiguo asesor del señor de la guerra tayico anti-talibán Ahmad Shah Massoud, comentó al británico Guardian: «La reconciliación fue una gran idea en 2003 o 2004, cuando el gobierno tenía ventaja, pero ahora las cosas están yendo a favor de los talibanes. Están en las afueras de Kabul y no tienen ningún interés en ponerse del lado del gobierno».
Sebastián Morley, un ex mayor de las fuerzas especiales británicas que dimitió del ejército en protesta por la forma de llevar la guerra, hizo el 6 de marzo una caracterización especialmente tajante de la situación en la provincia clave de Helmand.
Morley dijo al Telegraph: «Las operaciones que estamos llevando a cabo son anodinas. Controlamos zonas muy pequeñas de territorio en Helmand y estamos haciéndonos ilusiones si pensamos que nuestra influencia llega más allá de 500 metros de nuestras bases de seguridad. Es una temeridad pensar que controlamos esa tierra o que tenemos alguna influencia en lo que sucede más allá de las bases. Salimos para alguna operación, tenemos una pelea con los talibanes y después nos volvemos a la base a tomar el té. No controlamos en absoluto el terreno.
«Los talibanes saben dónde estamos. Saben muy bien cuándo hemos vuelto a la base. No creo que hayamos siquiera arañado la superficie en la medida en que el conflicto continúa. El nivel de desgaste y bajas no va a dejar de aumentar. Este es el equivalente al comienzo del conflicto de Vietnam. Queda mucho más por venir».
En este punto, el acuerdo político sugerido por Obama sólo podía llevarse a cabo ofreciendo a facciones de los talibanes o de Hezb-e-Islami el control sobre la mayoría de las provincias pastunes o de los ministerios en el gobierno afgano. Sin embargo, esto implicaría dar de lado a sus oponentes pastunes que han colaborado con la ocupación, especialmente todos los que rodean al Presidente Hamid Karzai.
Esa es la política que claramente se está considerando. Las recriminaciones estadounidenses contra la administración de Karzai, sobre su corrupción e incompetencia, han aumentado rápidamente al deteriorarse la situación militar. Se afirma que los partidarios de Karzai han amasado fortunas considerables robando los ingresos estatales y cogiendo sobornos de los traficantes de heroína. Sobre todo Ahmed Ali Karzai, el hermano del presidente, ha sido acusado públicamente por agencias de EEUU de supervisar el tráfico de drogas en la provincia sureña de Kandahar.
La administración Obama ha dejado claro que su prioridad es impedir que el imperialismo estadounidense se vea desalojado de Afganistán. Ha declarado que tiene una valoración «realista» sobre el gobierno que se necesita en Kabul, esto es, ha abandonado la propaganda de Bush de que la ocupación estadounidense trataba de transformar el país en una «floreciente democracia».
Ya se están dando pasos para debilitar y quitar a Karzai. Su mandato termina el 21 de mayo. La constitución del país afirma que deben celebrarse elecciones presidenciales entre treinta y sesenta días antes de que termine el mandato presidencial. Sin embargo, la comisión electoral, apoyada por las potencias de EEUU y la OTAN, ha pedido que las elecciones se celebren el 20 de agosto, pretendiendo que no se pueden llevar a cabo antes de esa fecha por los problemas de seguridad sobre el terreno en gran parte del país.
Karzai ha interpretado legítimamente la decisión como un movimiento hostil. Se enfrenta a las demandas de que se haga a un lado para que se ponga en marcha un gobierno «provisional» después del 21 de mayo. Su decreto para que la elección tuviera lugar de acuerdo con la constitución fue rechazado por la comisión electoral la semana pasada. Ahora está insistiendo en que seguirá de presidente hasta las votaciones, pero hay demasiada agitación en el ambiente como para que pueda acabar su mandato según establece el programa.
La oposición más ruidosa a Karzai viene de la Alianza del Norte: de los señores de la guerra de etnia tayica, uzbeca y hazari que combatieron junto a las fuerzas estadounidenses en 2001. Son la misma gente que la administración Obama tendría que implicar en cualquier acuerdo de reparto del poder con los talibanes. Los seguidores de la Alianza del Norte dominan también el cuerpo de oficiales del ejército afgano.
Implícitamente, la política de Obama hacia Afganistán se basa en crear un nuevo régimen de señores de la guerra para reemplazar a Karzai. Siempre que las facciones de los talibanes y otras facciones influyentes pastunes acepten una continuada presencia estadounidense en el país, Obama patrocinaría la división y distribución de esferas de influencia entre ellos y los hombres fuertes de la Alianza del Norte.
Esta sórdida real politik pone de relieve el carácter reaccionario y neo-colonial de la ocupación de Afganistán. Decenas de miles de afganos y cientos de tropas extrajeras han perdido la vida con el único objetivo de asegurar una base de operaciones para el imperialismo estadounidense mientras trata de extender su dominio sobre las regiones ricas en recursos energéticos de Asia Central y Oriente Medio.
Enlace con texto original:
http://wsws.org/articles/2009/mar2009/afgh-m11.shtml