Sería un error descifrar la fijación de Mahmud Ahmadineyad por Israel en clave religiosa, por su compromiso con la causa palestina o en el marco de la disputa que libran Teherán y Tel Aviv por la hegemonía de uno de los enclaves más estratégicos del mundo. Sus motivos van por otros derroteros. Hace unos meses, […]
Sería un error descifrar la fijación de Mahmud Ahmadineyad por Israel en clave religiosa, por su compromiso con la causa palestina o en el marco de la disputa que libran Teherán y Tel Aviv por la hegemonía de uno de los enclaves más estratégicos del mundo. Sus motivos van por otros derroteros.
Hace unos meses, una avalancha de suposiciones invadió la prensa iraní cuando un diario oficial, por descuido, reveló que el apellido original de Ahmadineyad es Saborjhian, el de un clan judío iraní. Dato irrelevante si no fuese porque en la República Islámica un judío no puede ocupar ningún cargo público. Este vecino de Aradan había cambiado su apellido por Ahmadineyad «Descendiente de Mahoma», al emigrar con su familia a Teherán. Tras el escándalo, el reformista Mehdi Karrubi le preguntó acerca de su verdadera identidad, el antiguo Saburjian evadió el tema. Tras autoproclamarse presidente, nombró jefe de su oficina a Rahim Mashai, quien hubo calificado al pueblo israelí amigo de Irán. Ex jefe de los Servicios Secretos y dirigente del principal partido que apoya a Ahamdineyad, Asgar Oladí, también procede de familia hebrea. ¡Sólo faltaba que desde Israel atizara el fuego de la sospecha! Un diario hebreo animaba a los Parsims, la comunidad judía iraní, a darle el voto en las elecciones de junio, y Meir Dagan, el jefe del Mossad, decía que «Israel tendría un grave problema si Ahmadineyad perdiera en las elecciones». Mohsen Rezaí, ex comandante de los Guardianes Islámicos, le llamó públicamente «agente de Israel». Misterios genealógicos y de espionaje por resolver, no hay duda de que los discursos de Ahmadineyad le van de perlas a su colega Netanyahu, que siendo consciente de que el apoyo del islamista a la causa palestina no es más que una táctica política, se sirve de «la amenaza iraní» para continuar su política militarista en la zona.
Durante el último asalto de Israel a Gaza, el mero apoyo verbal de Teherán a Palestina sorprendió a Hamás y a Israel, convencidos de una implicación directa de Irán, que optó por no enfrentarse a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Atrapado en su propia propaganda, el régimen, por un lado animaba a los jóvenes a ir a Gaza, y por otro, mandaba al hermano de Ahmadineyad a desalojarlos una vez en el aeropuerto. Aprovechando este clima bélico, Ahmadineyad paralizó la moción de censura contra sus ministros y cerró varias publicaciones por criticar a Hamás por su estrategia suicida ante el poderoso ejercito israelí. El pretexto, la necesidad de unirse contra «la amenaza israelí».
Con este enfoque, su intento de reabrir el extemporáneo debate del Holocausto, más que desenmascarar el doble rasero de los organismos internaciones para medir los crímenes cometidos por los diferentes Estados o denunciar el recurso de Tel Aviv al victimismo cuando bombardea Palestina, contamina un trato honesto y sano sobre aquella barbarie, en la que además de judíos, también fueron exterminados cientos de miles de comunistas, anarquistas y demócratas anti-fascistas, entre otros. No se dice que, por ejemplo, de los 25 millones de personas que los nazis mataron en la Unión Soviética, sólo 6 millones eran militares.
En Ahmadinayed, razones políticas, económicas y militares se unen al afán de desmentir los rumores sobre su origen. Su exagerada exhibición como salvador del pueblo palestino -cortina de humo para ocultar los crímenes que comete contra los ciudadanos de su país- incluso ha levantado los gritos de un rotativo ultraconservador como el Jomhuri.e Eslami, que le recuerda que es presidente de Irán y no de palestina, y que deje de desviar la atención de los problemas de la población.
Cuando organizó el infame encuentro sobre el Holocausto reuniendo a los Ku Klux Klan y nazis -con los que comparte el exterminio marxista, de homosexuales, y en las técnicas de acabar con sus adversarios-, en Irán se preguntaban qué motivos había para despilfarrar tantos millones en hablar de algo que sucedió hace sesenta años a miles de kilómetros de allí. Ayatolá Abtahi se quejaba de que «no es justo que el mundo entero vea a los iraníes, un pueblo con tanta civilización, sentado junto a los fascistas», mientras decenas de políticos e intelectuales propusieron llevarle a los tribunales por «atentar contra la seguridad nacional del país» provocando a Israel.
El empeoramiento de las relaciones con Occidente y mantener aislado el país, de paso, ha aportado un ingente beneficio por el tráfico de mercancías a los militares, que controlan la economía del país y son el principal apoyo de Ahmadineyad.
Hay más. La caída del precio del crudo de 180 dólares el barril a unos 50 en un año, para un gobierno que basa su presupuesto en un 70% en la renta del petróleo, se traduce en una crisis total. ¿Pretende aumentar la tensión en la zona para empujar al alza el precio del barril? La galopante inflación, la falta de inversión en un Irán políticamente inestable y el desempleo de unos 12 millones de jóvenes, anuncian un estallido social. Una guerra como cortina de humo le servirá, además, para aplastar el movimiento de los ciudadanos por los derechos civiles que avanza sin parar. Basa su experiencia en la guerra con Iraq en los 80, cuando exterminaron a miles de opositores y luego montaron el escándalo sobre los «Versículos Satánicos», a fin de que el mundo no viese las fosas comunes que ocultaban la mayor matanza política de la historia contemporánea del país.
Irán desconoce semejante retórica antijudía. Esta milenaria tierra acogió a los hebreos cuando Ciro el Grande, creador de la Primera Declaración de Derechos Humanos, les liberó de la cautividad en Babilonia y les invitó a vivir en un Irán que respetaba la identidad de los pueblos que lo integraban. Hecho reflejado en Isaías, que llama «mesías» a Ciro.
Fue así como Esther se convirtió en la reina judía de Irán y que aún siguen en pie los 32 lugares sagrados de este pueblo, como la tumba del profeta Daniel.
De los casi 100.000 parsims que vivían en Irán hasta 1978, unos 70.000 salieron junto con los cerca de cinco millones de iraníes que abandonaron el país a consecuencia de la represión política, religiosa, étnica y de género, en el mayor éxodo de la población durante su larga historia.
Irán e Israel hoy, gobernados por la ultraderecha religiosa, se retroalimentan para garantizar su supervivencia en tensión y conflictos.
Fuente: www.nazaninamirian.es
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.