La lucha de organizaciones campesinas e indígenas por la soberanía alimentaria y contra las multinacionales que se adueñan del campo señala la importancia de los pequeños agricultores en el sistema agroalimentario. Dos modelos en pugna.
Argentina, país tradicionalmente agrario, es productora de alimentos tanto para el consumo de sus habitantes como para exportación. Gran parte de lo que llega a los hogares es producido por gente que todos los días trabaja en su campo de sol a sol y que lo que cultiva y cosecha es para autoconsumo familiar pero también para vender a los mercados locales que luego los llevaran a las ciudades.
Los campesinos, no salen en los diarios ni en la televisión cuando se habla del «campo». Parecería que el sector patronal de la producción y las empresas transnacionales agropecuarias se han apropiado, no solo de hectáreas y hectáreas de tierra sino del concepto mismo de lo que significa la producción agraria y de todo relacionado a lo rural.
Campo significa, para la clase media de las ciudades, las entidades que el año pasado desataron un feroz lock out agrario. A lo sumo, identifican al campo con las costumbres rurales de antaño o sus manifestaciones musicales folclóricas: la chacarera, la cueca, el chamamé, alguna ranchera, pero nunca asociarán al campesino como el verdadero actor protagónico del campo, con sus luchas sociales, sus relaciones de trabajo, sus formas actuales de existencia. En la Argentina actual, un peón rural no es el «campo».
Lo cierto es que ellos existen y producen. Según cómo y quien hable de ellos, se los llama campesino, pequeño productor, productor familiar, u otros denominaciones. Según datos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), a valores de 2004, el sector abarca el 66 por ciento de los Establecimientos Agropecuarios del país ocupa el 13,5 por ciento de la superficie que representan más de 23 millones de hectáreas. Además produce el 20 por ciento del Valor Bruto de Producción y constituye el 53 por ciento del empleo rural.
Solo en la región del Noreste argentino (provincias de Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones) la contribución de los agricultores pequeños en los cultivos de renta regional constituyen el 62 % del total regional en yerba mate el 52 % en tabaco el 42 %, en algodón, y en té el 69 %. En ganadería aportan más del 20% de la producción de vacunos de la región, y más del 60 % de ovejas y cabras según lo datos de Instituto Interamericano para la Cooperación Agropecuaria.
Además producen y llevan a los mercados locales todo tipo de hortalizas, legumbres, verduras frutas y cereales que cualquier persona puede encontrar en la verdulería de su barrio.
La mirada de las organizaciones campesinas e indígenas acerca de la producción de alimentos siempre esta relacionada con las realidades que viven los campesinos en sus tierras o lugares donde trabajan. Ellos sí amplían el debate sobre la cuestión agraria y sostienen que la lucha y resistencia contra los grandes productores, asociados al monocultivo, y las transnacionales de siembra debe ir de la mano de organización y de propuestas.
El Movimiento Nacional Campesino Indígena afirma en un documento difundido en horas del conflicto agrario de la Mesa de Enlace con el gobierno argentino: «Con la Tierra hemos constituido por décadas comunidades de cultura, vida, arte y producción de alimentos para nosotros y para los pueblos y ciudades que circundan los territorios donde habitamos. Somos más de 500.000 familias las que aún resistimos a través de la agricultura campesina e indígena, mantenemos un potencial capaz de desarrollar procesos y tecnologías sanas de producción de alimentos para la población argentina».
Y ya más en una línea política, prosigue: «Las entidades agrarias con los sucesivos gobiernos…son cómplices de graves violaciones a los derechos humanos de miles y miles de familias campesinas e indígenas. Miembros de APREESID, SRA, CRA, CONINAGRO Y HASTA DE LA FAA, han utilizado todo tipo de métodos criminales e ilegales para expulsar por la violencia, incluso armada, a comunidades enteras campesinas e indígenas, con el accionar cómplice de jueces, policías y dirigentes políticos. Violando y contaminando territorios, aguas, bosques, biodiversidad».
Para Diego Montón, integrante de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Mendoza que habló con el portal Agrobiodiversidad, lo importantes es «fortalecer la idea y la lucha por la soberanía alimentaria, lo que significa poder recuperar los medios de producción de alimentos en manos campesinas para volver a tener mercados locales en los cuales el pueblo pueda acceder a alimentos sanos y a precios justos. Para eso nos parece que es fundamental que se fortalezcan las organizaciones campesinas» dice.
Al respecto de los mercados locales, el destacado antropólogo Daniel Muchnick que trabaja en Francia, sostiene que hay que diseñar e implementar un sistema agroalimentario localizado modelos de desarrollo basados en la valorización de recursos locales: «la alimentación es hecho social, a través de la alimentación se crea identidad, y se funda el sentimiento de territorialidad. Hay que construir -afirma- el espacio socialmente, apropiarse del territorio, de la tierra para construir un sentimiento de territorialidad».
Por su parte la Vía Campesina ha llamado ha luchar contra las multinacionales no solo de los alimentos, sino «todas aquellas que involucran la expansión de industrias contaminantes que están disputando y apropiándose de la tierra, el agua y el territorio».
«Las corporaciones transnacionales son nuestros enemigos comunes, constituyen la forma actual del capital que ejerce el control sobre nuestras economías» asegura en un comunicado emitido esta semana.
«En las zonas rurales estamos viendo una feroz ofensiva del capital y las transnacionales sobre la agricultura y los bienes naturales, es una guerra privatizadora de despojo contra campesinos e indígenas, un robo privatizador de la tierra, la biodiversidad, el agua, las semillas, la producción, el comercio agrícola».
Además llaman a luchar «en particular contra Cargill, Monsanto, Nestlé Syngenta, Walmart», todas multinacionales que se dedican a la producción, distribución comercialización de alimentos.
En el mismo sentido se pronuncia el Frente Nacional Campesino (FNC):
«El FNC alerta a la sociedad y autoridades acerca de los atropellos que llevan adelante empresas nacionales y extranjeras contra familias campesinas y comunidades originarias que han decidido resistir en las tierras que ancestralmente les pertenecen. Los atropellos forman parte de la campaña sistemática que desarrollan empresas agropecuarias y mineras para apropiarse de las tierras, los montes y las aguas que defienden los campesinos e indígenas. Instamos a las autoridades a tomar las medidas que correspondan para frenar los desplazamientos forzados y desalojos compulsivos de familias de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios».
Esta claro que la lucha recién empieza, que será de largo alcance y que se enfrentan dos modelos antagónicos con sectores antagónicos: uno que prioriza el ser humano, la familia campesina, el agua, la tierra, los mercados locales, la producción sana y sustentable que sea amigable con el medio ambiente y otro que solo quiere magnificar sus ganancias comprando tierras, desplazando familias y utilizando técnicas con alta dependencia de insumos contaminantes con un alto poder de influir en los gobiernos y en amplios sectores de la sociedad