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Premio Nobel de la Guerra

¿Qué dijo Barak Obama en Oslo?

Fuentes: Rebelión

Si el presidente de los Estados Unidos Barak Obama tenía fama de ambiguo, luego de su discurso en la entrega del Premio Nobel de la Paz en Oslo el 10 de diciembre ya no debería quedar ninguna duda de que puede hablar el viejo lenguaje imperialista como el que más. Mucho se ha comentado acerca […]

Si el presidente de los Estados Unidos Barak Obama tenía fama de ambiguo, luego de su discurso en la entrega del Premio Nobel de la Paz en Oslo el 10 de diciembre ya no debería quedar ninguna duda de que puede hablar el viejo lenguaje imperialista como el que más. Mucho se ha comentado acerca del disparate (la gran hipocresía, el cinismo, etcétera) que implicó el concederle un premio de paz a un presidente que hace todo lo posible por escalar la guerra. Sin embargo, se han dedicado menos páginas a analizar lo que realmente dijo durante la entrega del premio. Es una lectura escalofriante. La era Bush no terminó, sólo continúa bajo otras formas.

El discurso de Obama fue un discurso de guerra:

  • No contiene la más mínima autocrítica de la actuación de los Estados Unidos ni en el pasado, ni en el presente. Los Estados Unidos son la fuente de todo lo bello, hermoso y progresista que hay en el mundo. Hasta cuando torturan, los EE.UU. obran bien, porque al final reconocen que algo no ha andado como debía.
  • Ni por un momento examina las causas de la guerra a no ser como resultado de reactividad ante la globalización y fanatismo religioso. Apenas de pasada menciona la crisis del capitalismo y la crisis ecológica.
  • Considera inaplicable el pacifismo y ve la guerra y las sanciones como el medio más al alcance de la mano para conseguir la paz, aunque reconoce que hay que andarse con un poco de cuidado con los países a los que se quiere dominar.
  • Es fundamentalista: «El Mal existe» dice. Dice que el Islam libra una guerra santa que por definición no es justa, pero él mismo invoca la última chispa de Dios que llevamos dentro como fuente de legitimidad para luchar por los valores occidentales en todo el mundo. Su guerra sí es justa, la de los otros no.
  • Dice que los Estados Unidos seguirán siendo la policía del mundo, y que necesitan ayuda de «todos» para imponer los valores universales a través de intervenciones humanitarias. «Todos» deberían aprender de la OTAN y aportar un grano de arena mayor a las guerras civilizadoras del futuro.
  • Dice que hacia afuera hay que invocar a Gandhi y a Martin Luther King, pero que en realidad esas ideas no sirven en el mundo real. Dice que hay que seguir el discurso de John F. Kennedy (guerra cultural por la libertad, reformas contrainsurgentes como la Alianza para el Progreso e instituciones coloniales como la OEA ) pero hay que renovar las hojas de parra ideológicas de esa política.

¿Quién dijo cambio? Ni la práctica ni el discurso han cambiado. ¿Poder inteligente? No mucho. Es un presidente que cree que «la razón tiene límites». ¿Imperio en su fase Terminal? Definitivamente, y muy pero muy peligrosa. Estimado lector, siga leyendo y saque sus propias conclusiones.

Su discurso

Lo que dijo en pocas palabras

1

Sus Majestades, Sus Altezas Reales, distinguidos miembros del Comité Nobel de Noruega, ciudadanos de Estados Unidos y ciudadanos del mundo:

Ciudadanos de Estados Unidos y ciudadanos y gobiernos del mundo:

2

Recibo este honor con profunda gratitud y gran humildad. Es un premio que habla sobre nuestras mayores aspiraciones: que a pesar de toda la crueldad y las adversidades de nuestro mundo, no somos simples prisioneros del destino. Nuestros actos tienen importancia y pueden cambiar el rumbo de la historia y llevarla por el camino de la justicia.

No seamos fatalistas. A pesar de toda la crueldad y los problemas que tenemos, nuestros actos tienen importancia y pueden cambiar el rumbo de la historia.

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Sin embargo, sería una negligencia no reconocer la considerable controversia que su generosa decisión ha generado. (Risas..) En parte, esto se debe a que estoy al inicio y no al final de mis labores en la escena mundial. En comparación con algunos de los gigantes de la historia que han recibido este premio -Schweitzer y King; Marshall y Mandela- mis logros son pequeños. Y luego hay hombres y mujeres alrededor del mundo que han sido encarcelados y golpeados en su búsqueda de la justicia; gente que trabaja en organizaciones humanitarias para aliviar el sufrimiento; millones en el anonimato cuyos silenciosos actos de valentía y compasión inspiran incluso a los cínicos más empedernidos. No puedo contradecir a quienes piensan que estos hombres y mujeres -algunos conocidos, otros desconocidos para todos excepto para quienes reciben su ayuda- merecen este honor muchísimo más que yo.

Debo reconocer que la decisión de otorgarme el Premio Nóbel ha generado controversia: Soy nuevo en la política, no he hecho tanto como otros que son unos gigantes y hay gente que ha ofrendado más que yo por el prójimo.

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Pero quizá el asunto más controversial en torno a mi aceptación de este premio es el hecho de que soy Comandante en Jefe de un ejército de un país en medio de dos guerras. Una de esas guerras está llegando a su fin. La otra es un conflicto que Estados Unidos no buscó; uno en que se nos suman otros cuarenta y dos otros países -incluida Noruega- en un esfuerzo por defendernos y defender a todas las naciones de ataques futuros.

Pero quizá lo más controversial sea que yo soy el Comandante en Jefe del ejército de un país en guerra en Irak y Afganistán. En Irak la guerra está terminando y la guerra de Afganistán no fue culpa nuestra, además muchos de ustedes (hasta Noruega) nos han ayudado a hacerla.

5

De todos modos, estamos en guerra, y soy responsable por desplegar a miles de jóvenes a pelear en un país distante. Algunos matarán. A otros los matarán. Por lo tanto, vengo aquí con un agudo sentido del costo del conflicto armado, lleno de difíciles interrogantes sobre la relación entre la guerra y la paz, y nuestro esfuerzo por reemplazar una por la otra.

Okay, estamos en guerra y yo soy responsable de miles de jóvenes que van a matar o morir en el campo de batalla. Sé muy bien lo que cuesta la guerra y lo difícil que es elegir entre guerra y paz. Lo que queremos es reemplazar la guerra por la paz.

6

Bueno, estas interrogantes no son nuevas. La guerra, de una forma u otra, surgió con el primer hombre.. En los albores de la historia, no se cuestionaba su moralidad; simplemente era un hecho, como la sequía o la enfermedad, la manera en que las tribus y luego las civilizaciones buscaban el poder y resolvían sus discrepancias.

Yo no inventé esto. Siempre ha habido guerra. Es parte de la naturaleza humana. Los primitivos y las primeras civilizaciones la veían como un modo terrible pero normal de resolver sus discrepancias.

7

Y con el tiempo, a medida que los códigos legales procuraban controlar la violencia dentro de los grupos, los filósofos, clérigos y estadistas también procuraban controlar el poder destructivo de la guerra.. Surgió el concepto de «guerra justa», que proponía que la guerra solamente se justifica cuando cumple con ciertas condiciones previas: si se libra como último recurso o en defensa propia; si la fuerza utilizada es proporcional y, en la medida posible, si no se somete a civiles a la violencia.

Las leyes y los sabios trataron de controlar la destrucción de la guerra. Surgió la idea de la «guerra justa», es decir, la guerra librada en defensa propia, con un uso proporcional de la fuerza y, hasta donde sea posible, sin víctimas civiles.

8

Por supuesto, sabemos que durante gran parte de la historia, se ha cumplido pocas veces con este concepto de guerra justa. La capacidad de los seres humanos de idear nuevas maneras de matarse unos a los otros resultó ser inagotable, como también nuestra capacidad para tratar sin ninguna piedad a quienes no lucen como nosotros o le rinden culto a un Dios diferente. Las guerras entre ejércitos dieron lugar a guerras entre naciones: guerras totales en que la distinción entre combatiente y civil se volvía borrosa.. En el transcurso de treinta años, este continente se sumió dos veces en matanzas de ese tipo. Y aunque es difícil pensar en una causa más justa que la derrota del Tercer Reich y las potencias del Eje, la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto en el que el número total de civiles que murieron superó al de soldados que perecieron.

Por supuesto, esto casi nunca se cumplió. Los seres humanos somos así: creativos para buscar formas de matarnos entre nosotros e inmensamente crueles con el Otro. De las guerras entre ejércitos se pasó a las guerras entre naciones. La vida de los civiles valía aún menos. Europa tuvo dos grandes matanzas en treinta años. La guerra contra Alemania Nazi fue la más justa de todas, pero murieron más civiles que soldados.

9

Como consecuencia de esa destrucción y con la llegada de la era nuclear, quedó claro para vencedores y vencidos, por igual, que el mundo necesitaba instituciones para evitar otra guerra mundial. Y, entonces, un cuarto de siglo después de que el Senado de Estados Unidos rechazara la Liga de Naciones, una idea por la cual Woodrow Wilson recibió este premio, Estados Unidos lideró al mundo en el desarrollo de una estructura para mantener la paz: un Plan Marshall y Naciones Unidas, mecanismos para regir la manera en la que se libran guerras, los tratados para proteger los derechos humanos, evitar el genocidio y restringir las armas más peligrosas.

Al terminar la guerra, a todos les quedó claro que había que crear instituciones para evitar otra guerra mundial. Al final, los EE.UU. lideramos la formación de las Naciones Unidas y el Plan Marshall con tratados para regular las guerras, proteger los Derechos Humanos, evitar el genocidio y restringir las armas más peligrosas.

10

De muchas maneras, estos esfuerzos fueron exitosos. Sí, se han librado guerras terribles y se han cometido atrocidades. Pero no ha habido una Tercera Guerra Mundial. La Guerra Fría concluyó con una muchedumbre jubilosa que derrumbó un muro. El comercio tejió lazos entre gran parte del mundo. Miles de millones han salido de la pobreza. Los ideales de libertad, autonomía, igualdad y el imperio de la ley han avanzado a tropezones.. Somos los herederos de la fortaleza y previsión de generaciones pasadas, y es un legado por el cual mi propio país legítimamente siente orgullo.

Es cierto que desde ese entonces ha habido guerras terribles y atrocidades, pero no ha habido una Tercera Guerra Mundial. Hubo fiesta al caer el muro de Berlín, la globalización ha conquistado el mundo y miles de millones han dejado de ser pobres. Los ideales de la igualdad, la libertad y la democracia se abren paso aunque sea a los tropezones. Los EE.UU. estamos orgullosos de este legado.

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Pero aún así, transcurrida una década del nuevo siglo, esta antigua estructura está cediendo ante el peso de nuevas amenazas. El mundo quizá ya no se estremezca ante la posibilidad de guerra entre dos superpotencias nucleares, pero la proliferación puede aumentar el peligro de catástrofes. El terrorismo no es una táctica nueva, pero la tecnología moderna permite que unos cuantos hombres insignificantes con enorme ira asesinen a inocentes a una escala horrorosa..

Pero hoy aquel sistema está empezando a ceder ante nuevas amenazas. La proliferación de armas de destrucción masiva y el terrorismo.

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Es más, las guerras entre naciones con mayor frecuencia han sido reemplazadas por guerras dentro de naciones. El resurgimiento de conflictos étnicos o sectarios; el aumento de movimientos secesionistas, las insurgencias y los estados fallidos – todas estas cosas progresivamente han atrapado a civiles en un caos interminable. En las guerras de hoy, mueren muchos más civiles que soldados; se siembran las semillas de conflictos futuros, las economías se destruyen; las sociedades civiles se parten en pedazos, se acumulan refugiados y los niños quedan marcados de por vida.

Las guerras entre naciones se han ido reemplazando por guerras dentro de naciones: conflictos étnicos, movimientos secesionistas, insurgencias y estados fallidos han atrapado a civiles en un caos interminable. Mueren muchos más civiles que soldados. Surgen nuevos conflictos, las economías se destruyen, las sociedades se parten, se acumulan refugiados y los niños quedan marcados de por vida.

13

No traigo hoy una solución definitiva a los problemas de la guerra. Lo que sí sé es que hacerles frente a estos desafíos requerirá la misma visión, arduo esfuerzo y perseverancia de aquellos hombres y mujeres que actuaron tan audazmente hace varias décadas. Y requerirá que repensemos la noción de guerra justa y los imperativos de una paz justa.

Yo no sé cómo resolver el problema de la guerra para siempre. Sólo sé que las nuevas amenazas requieren de la misma visión, esfuerzo y perseverancia de los que han guerreado en el pasado. También tenemos que repensar las nociones de guerra justa y de paz justa.

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Debemos comenzar por reconocer el difícil hecho de que no erradicaremos el conflicto violento en nuestra época. Habrá ocasiones en las que las naciones, actuando individual o conjuntamente, concluirán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino también justificado moralmente.

Hay que aceptarlo: no resolveremos el problema de la guerra en nuestra época. En ocasiones se verá que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino también justificado moralmente.

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Hago esta afirmación consciente de lo que Martin Luther King dijo en esta misma ceremonia hace años: «La violencia nunca produce paz permanente. No resuelve los problemas sociales: simplemente crea problemas nuevos y más complicados». Como alguien que está parado aquí como consecuencia directa de la labor a la que el Dr. King le dedicó la vida, soy prueba viviente de la fuerza moral de la no violencia. Sé que no hay nada débil, nada pasivo, nada ingenuo en las convicciones y vida de Gandhi y King.

Estoy aquí como consecuencia directa de la obra de Martin Luther King. Reconozco la fuerza moral de la no violencia de King y de Gandhi..

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Pero en mi calidad de jefe de Estado que juró proteger y defender a mi país, no me puede guiar solamente su ejemplo. Enfrento al mundo como lo es, y no puedo cruzarme de brazos ante amenazas contra estadounidenses. Que no quede la menor duda: la maldad sí existe en el mundo. Un movimiento no violento no podría haber detenido los ejércitos de Hitler. La negociación no puede convencer a los líderes de Al Qaida a deponer las armas. Decir que la fuerza es a veces necesaria no es un llamado al cinismo; es reconocer la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón.

Pero como jefe de estado tengo que enfrentar el mundo tal como es y proteger a los EE.UU. de las amenazas. El Mal existe. Al Qaida es igual a la Alemania Nazi. Con ellos no se puede negociar. Esto no es cinismo. El ser humano es así, imperfecto. La razón tiene límites.

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Menciono este punto, comienzo con este punto porque en muchos países hoy en día hay un profundo cuestionamiento del accionar militar, independientemente de la causa. Y a veces, a esto se suma una suspicacia automática por tratarse de Estados Unidos, la única superpotencia militar del mundo.

Digo esto porque hay muchos países que cuestionan las guerras. A veces se sospecha automáticamente de nosotros, la superpotencia militar del mundo.

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Sin embargo el mundo debe recordar que no fueron simplemente las instituciones internacionales -no sólo los tratados y las declaraciones- los que le dieron estabilidad al mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Independientemente de los errores que hayamos cometido, hay un hecho clarísimo: Estados Unidos de Norteamérica ha ayudado a garantizar la seguridad mundial durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y el poderío de nuestras armas. El servicio y sacrificio de nuestros hombres y mujeres de uniforme han promovido la paz y prosperidad desde Alemania hasta Corea, y permitido que la democracia eche raíces en lugares como los países balcánicos. Hemos sobrellevado esta carga no porque queremos imponer nuestra voluntad. Lo hemos hecho por un interés propio y bien informado: porque queremos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos, y creemos que su vida será mejor si los hijos y nietos de otras personas pueden vivir en libertad y prosperidad.

Pero acuérdense de que fuimos nosotros los que durante más de 60 años ayudamos a garantizar la paz mundial con nuestros soldados y nuestras armas. Con ellos hemos hecho ricos desde Alemania hasta Corea (del Sur) y llevamos la democracia a los países balcánicos. No lo hicimos porque quisimos, fue una carga para nosotros. Lo hicimos porque amamos a nuestros hijos y nietos, que tendrán una mejor vida si los hijos y nietos de los demás pueden vivir en paz y prosperidad.

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Entonces, sí, los instrumentos de la guerra tienen un papel en mantener la paz. Sin embargo, este hecho debe coexistir con otro: que independientemente de cuán justificada, la guerra conlleva tragedia humana. La valentía y el sacrificio del soldado están llenos de gloria, expresan devoción por la patria, la causa y los compañeros de armas. Pero la propia guerra nunca es gloriosa, y nunca debemos exaltarla como si lo fuera.

Sí, la guerra puede ser buena para la paz. Pero hay que aceptar que toda guerra conlleva tragedia humana. El soldado es glorioso, pero la guerra nunca lo es. No debiéramos hablar de la guerra como si fuese gloriosa.

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Entonces, parte de nuestro desafío es reconciliar estos dos hechos aparentemente irreconciliables: que la guerra a veces es necesaria y que la guerra es, de cierta manera, una expresión de desatino humano. Concretamente, debemos dirigir nuestros esfuerzos a la tarea que el Presidente Kennedy propuso hace tiempo. «Concentrémonos», dijo, «en una paz más práctica, más alcanzable, basada no en una revolución repentina de la naturaleza humana, sino una evolución gradual de las instituciones humanas». Una evolución gradual de las instituciones humanas.

Tenemos que conciliar esa contradicción: la guerra a veces es buena, pero es también una expresión de la locura del ser humano. Sigamos a Kennedy: No pensemos en cambiar repentinamente la naturaleza humana, pensemos en un cambio gradual de las instituciones humanas.

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¿Qué apariencia cobraría esta evolución? ¿Cuáles podrían ser estas medidas prácticas?

¿Qué quiere decir esto en la práctica?

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Para comenzar, considero que todos los países, tanto fuertes como débiles, deben cumplir con estándares que rigen el uso de fuerza. Yo, como cualquier jefe de Estado, me reservo el derecho de actuar unilateralmente si es necesario para defender a mi país. No obstante, estoy convencido de que cumplir con estándares, estándares internacionales, fortalece a quienes lo hacen y aísla -y debilita- a quienes no.

Yo, como jefe de Estado, me reservo el derecho a actuar unilateralmente si hace falta, para defender mi país. Claro que es más inteligente no quedar aislado y cumplir con las normas internacionales.

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El mundo respaldó a Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre y continúa apoyando nuestros esfuerzos en Afganistán, debido al horror de esos atentados sin sentido y el principio reconocido de defensa propia. De la misma manera, el mundo reconoció la necesidad de confrontar a Saddam Hussein cuando invadió Kuwait, un consenso que envió un mensaje claro a todos sobre el precio de la agresión.

El mundo nos apoyó después del 11-S y nos apoya en Afganistán por el horror de los atentados y porque se reconoce el principio del derecho a la defensa propia. Lo mismo pasó en la primera Guerra del Golfo contra Saddam Hussein porque había que mostrarle que estuvo mal invadir a Kuwait.

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Es más, Estados Unidos — de hecho ningún país — puede insistir en que otros sigan las normas si nosotros nos rehusamos a seguirlas. Pues cuando no lo hacemos, nuestros actos pueden parecer arbitrarios y menoscabar la legitimidad de intervenciones futuras, por más justificadas que sean.

Nadie que no siga las normas internacionales puede insistir en que otros las sigan ya que esto menoscabaría la legitimidad de intervenciones futuras.

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Esto pasa a ser particularmente importante cuando el propósito de la acción militar se extiende más allá de la defensa propia o la defensa de una nación contra un agresor. Más y más, todos enfrentamos difíciles interrogantes sobre cómo evitar la matanza de civiles por su propio gobierno o detener una guerra civil que puede sumir a toda una región en violencia y sufrimiento.

Esto es de especial importancia cuando el motivo de la guerra no es la autodefensa, sino que se trata de una intervención humanitaria.

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Creo que se puede justificar la fuerza por motivos humanitarios, como fue el caso en los países balcánicos o en otros lugares afectados por la guerra. La inacción carcome nuestra conciencia y puede resultar en una intervención posterior más costosa. Es por eso que todos los países responsables deben aceptar la noción de que las fuerzas armadas con un mandato claro pueden ejercer una función en el mantenimiento de la paz.

La intervención humanitaria es justificable. El no actuar, es malo para nuestra moral y puede hacer futuras intervenciones más caras. Todos los países responsables deben aceptar este principio siempre y cuando tengan un mandato claro.

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El compromiso de Estados Unidos con la seguridad mundial nunca flaqueará. Pero en un mundo en que las amenazas son más difusas y las misiones más complejas, Estados Unidos no puede actuar solo. Estados Unidos por su cuenta no puede lograr la paz. Ése es el caso en Afganistán. Es el caso en estados fallidos como Somalia, donde el terrorismo y la piratería van de la mano con la hambruna y el sufrimiento humano. Y lamentablemente, seguirá siendo la realidad en regiones inestables en el futuro.

Los EE.UU. nunca dejaremos de querer mantener el orden en el mundo, pero no lo podemos hacer solos. Ayúdennos en Afganistán, en Somalia y en todas las regiones inestables que surjan en el futuro.

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Los líderes y soldados de los países de la OTAN -y otros amigos y aliados- demuestran este hecho por medio de la habilidad y valentía que han mostrado en Afganistán. Pero en muchos países, hay una brecha entre los esfuerzos de los militares y la opinión ambivalente del público en general. Comprendo por qué la guerra no es popular. Pero también sé lo siguiente: la convicción de que la paz es deseable rara vez es suficiente para lograrla. La paz requiere responsabilidad. La paz conlleva sacrificio. Es por eso que la OTAN continúa siendo indispensable. Es por eso que debemos reforzar esfuerzos de mantenimiento de la paz a nivel regional y por la ONU , y no dejar la tarea en manos de unos cuantos países. Es por eso que les rendimos homenaje a quienes regresan a casa de misiones de mantenimiento de la paz y entrenamiento en el extranjero, en Oslo y Roma; Ottawa y Sydney; Dhaka y Kigali; los homenajeamos no como artífices de guerra sino como promotores, como promotores de la paz.

Los líderes y los ejércitos de la OTAN cumplen con su papel. Pero en muchos países hay una opinión pública vacilante. Entiendo que a la gente no le guste la guerra. Pero tienen que entender que por lo general el pacifismo es una ilusión. Hay que ser responsables. Hay que hacer sacrificios. La OTAN sigue siendo indispensable. No podemos dejar la tarea del mantenimiento de la paz en manos de unos cuantos países que no controlemos.

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Permítanme un punto final sobre el uso de la fuerza. Incluso mientras tomamos decisiones difíciles sobre ir a guerra, también debemos pensar claramente sobre cómo librarla. El Comité del Nóbel reconoció este hecho al otorgar su primer premio de paz a Henry Dunant, el fundador de la Cruz Roja , y un promotor del Tratado de Ginebra..

Hay que pensar claramente en cómo librar la guerra. Pensemos en cosas como la Cruz Roja y en el Tratado de Ginebra.

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Cuando la fuerza es necesaria, tenemos un interés moral y estratégico en obligarnos a cumplir con ciertas normas de conducta. Incluso cuando enfrentamos crueles adversarios que no cumplen con ninguna regla, creo que Estados Unidos de Norteamérica debe seguir dando el ejemplo respecto a estándares en conducta de guerra. Eso es lo que nos diferencia de quienes combatimos. Ésa es la fuente de nuestra fuerza. Es por eso que prohibí la tortura. Es por eso que ordené que se clausure la prisión en la Bahía de Guantánamo. Y es por eso que he reiterado el compromiso de Estados Unidos de cumplir con el Tratado de Ginebra. Perdemos nuestra identidad cuando no cumplimos los ideales mismos que estamos luchando por defender. Y honramos – honramos dichos ideales al cumplir con ellos no sólo cuando es fácil, sino cuando es difícil.

Los EE.UU. tenemos que seguir dando el ejemplo en el cumplimiento de ciertas normas de conducta en la guerra. Nuestros enemigos no cumplen con ninguna norma, nosotros sí. Por eso cerré la base de Guantánamo y reiteré nuestro compromiso de cumplir con el Tratado de Ginebra. Nosotros cumplimos no sólo cuando es fácil, sino también cuando es difícil.

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He hablado extensamente sobre asuntos que debemos sopesar con la razón y el corazón cuando optamos por librar guerra. Pero permítanme pasar ahora a nuestro esfuerzo por evitar opciones tan trágicas y hablar sobre tres maneras en que podemos promover una paz justa y duradera.

Ahora hablaremos de cómo evitar la guerra. Hay tres opciones para promover una paz justa y duradera..

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En primer lugar, al tratar con aquellos países que trasgreden normas y leyes, creo que debemos desarrollar alternativas a la violencia que son suficientemente firmes como para cambiar la conducta, pues si queremos una paz duradera, entonces las palabras de la comunidad internacional deben tener peso. Se debe hacer que aquellos regímenes que van en contra de las normas rindan cuentas por sus actos. Las sanciones deben conllevar un escarmiento real. La intransigencia debe combatirse con mayor presión, y esa presión existe sólo cuando el mundo actúa al unísono.

En primer lugar, hay que buscar formas de castigar a los países que transgredan las normas de modo que no lleven a la violencia. Las sanciones deben conllevar un escarmiento real. Para ello hace falta que todos los otros países actúen al unísono.

33

Un ejemplo urgente es el esfuerzo por evitar la proliferación de armas nucleares y lograr un mundo sin ellas. A mediados del siglo pasado, las naciones acordaron regirse por un tratado con un objetivo claro: todos tendrán acceso a la energía nuclear pacífica; quienes no tienen armas nucleares deben renunciar a ellas, y quienes tienen armas nucleares deben procurar el desarme. Me he comprometido a plasmar este tratado. Es el eje de mi política exterior. Y estoy trabajando con el Presidente Medvedev para reducir las reservas de armas nucleares de Estados Unidos y Rusia.

Los principios de no-proliferación del pasado deben seguir vigentes: Todos tienen derecho al desarrollo de la energía nuclear pacífica; los que no tienen armas nucleares no deben desarrollarlas, y los que las tienen deben tratar de desarmarse. Eso es lo que estamos haciendo junto con el presidente de Rusia.

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Pero también nos incumbe a todos insistir en que países como Irán y Corea del Norte no jueguen con el sistema. Quienes afirman respetar las leyes internacionales no deben hacer caso omiso de cuando se incumplen dichas leyes. Quienes se interesan por su propia seguridad no pueden cerrar los ojos ante el peligro de una carrera armamentista en el Oriente Medio o el Extremo Oriente. Quienes procuran la paz no pueden permanecer cruzados de brazos mientras los países se arman para una guerra nuclear.

Todos debemos insistir en que Irán y Corea del Norte no abusen del sistema y desarrollen armas nucleares..

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El mismo principio se aplica a quienes incumplen con las leyes internacionales al tratar brutalmente a su propio pueblo. Cuando hay genocidio en Darfur; violaciones sistemáticas en el Congo, o represión en Birmania, deben haber consecuencias. Sí, habrá acercamiento; sí, habrá diplomacia – pero tienen que haber consecuencias cuando esas cosas fallen. Y mientras más unidos estemos, menores las probabilidades de que nos veamos forzados a escoger entre la intervención armada y la complicidad con la opresión.

Lo mismo vale para los que traten brutalmente a su propio pueblo. Habrá diplomacia, pero hasta cierto punto. Entre más unidos estemos, menor la posibilidad de tener que intervenir.

36

Esto me lleva al segundo punto: el tipo de paz que buscamos. Pues la paz no es simplemente la ausencia de un conflicto visible. Solamente una paz justa y basada en los derechos inherentes y la dignidad de todas las personas realmente puede ser perdurable.

En segundo lugar, para que la paz sea perdurable deberá ser justa y respetar los derechos y dignidad de las personas.

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Fue este entendimiento lo que motivó a quienes redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos después de la Segunda Guerra Mundial. Tras la devastación, reconocieron que si no se protegen los derechos humanos, la paz es una promesa vana.

Lo anterior es lo que se aprendió de la Segunda Guerra Mundial.

38

Sin embargo, con demasiada frecuencia, se ignoran estas palabras. En algunos países, la excusa para no defender los derechos humanos es la falsa sugerencia de que éstos son principios occidentales, extraños a culturas locales o etapas de desarrollo de una nación. Y dentro de Estados Unidos, desde hace tiempo existe tensión entre quienes se describen como realistas o idealistas, una tensión que polariza las opciones: una mera lucha en defensa de nuestros intereses o una campaña interminable por imponer nuestros valores alrededor del mundo.

Pero esto es ignorado a menudo. El tercer mundo dice que los derechos y la dignidad de las personas son ideas occidentales. Y en los EE.UU. hay tensión entre los que dicen que sólo debemos cuidar nuestros intereses (realistas) y los que promueven una campaña interminable para imponer nuestros valores (idealistas).

39

Rechazo estas opciones. Creo que la paz es inestable cuando se les niega a los ciudadanos el derecho a hablar libremente o practicar su religión como deseen; escoger a sus propios líderes o congregarse sin temor. Los agravios que no se ventilan empeoran, y la supresión de identidad tribal y religiosa puede llevar a la violencia.. También sabemos que lo opuesto es cierto. Sólo cuando Europa obtuvo la libertad pudo finalmente encontrar la paz. Estados Unidos nunca ha librado una guerra contra una democracia, y nuestros amigos más cercanos son los gobiernos que protegen los derechos de sus ciudadanos. Independientemente de la frialdad con que se definan, no se satisfacen los intereses de Estados Unidos ni del mundo con la negación de las aspiraciones humanas.

Estados Unidos nunca ha librado una guerra contra una democracia. Los intereses de los Estados Unidos no se satisfacen si se renuncia a luchar por la libertad de los seres humanos a realizar sus aspiraciones.

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Entonces, incluso mientras respetamos las culturas y tradiciones particulares de diferentes países, Estados Unidos siempre será una voz para las aspiraciones universales. Daremos testimonio de la silenciosa dignidad de reformistas como Aung Sang Suu Kyi; de la valentía de los zimbabuenses que emitieron sus votos a pesar de golpizas; de los cientos de miles que han marchado silenciosamente por las calles de Irán. Dice mucho el que los líderes de estos gobiernos les teman a las aspiraciones de sus propios pobladores más que al poder de cualquier otra nación. Y es la responsabilidad de todas las personas libres y los países libres dejarles en claro a estos movimientos que la esperanza y la historia están de su lado.

Respetamos las identidades, pero los Estados Unidos siempre será una voz para las aspiraciones universales. Todas las personas libres del mundo deben ayudarnos a condenar gobiernos como el de Irán y el de Zimbabwe.

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Permítanme decir esto también: la promoción de los derechos humanos no puede limitarse a la exhortación. A veces, debe ir acompañada de laboriosa diplomacia. Sé que el trato con regímenes represivos carece de la grata pureza de la indignación. Pero también sé que las sanciones sin esfuerzos de alcance -y la condena sin discusión- pueden mantener un status quo agobiante. Ningún régimen represivo puede ir por un nuevo sendero a no ser que tenga la opción de una puerta abierta.

Sin embargo, hay que tragarse el orgullo y ofrecerles a esos regímenes acorralados una puerta de escape para no caer en el mantenimiento de un agobiante status quo.

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En vista de los horrores de la Revolución Cultural , la reunión de Nixon con Mao parecía inexcusable, pero no hay duda de que ayudó a llevar a China por un camino en el cual millones de sus ciudadanos han podido salir de la pobreza y conectarse con sociedades abiertas. Los lazos del Papa Juan Pablo con Polonia creó un espacio no sólo para la Iglesia Católica sino también para líderes sindicales como Lech Walesa. Los esfuerzos de Ronald Reagan por el control de armas y la aceptación de la perestroika no sólo mejoraron las relaciones con la Unión Soviética sino que les otorgó poder a disidentes en toda Europa Oriental. No existe una fórmula simple. Pero debemos tratar de hacer lo posible por mantener el equilibrio entre el ostracismo y la negociación; la presión y los incentivos, de manera que se promuevan los derechos humanos y la dignidad con el transcurso del tiempo.

Estuvo bien que Nixon se haya reunido con Mao porque al fin y al cabo, China terminó siguiendo un camino capitalista. Estuvo bien que Juan Pablo II hablase con Varsovia porque eso trajo el fin del comunismo. Las conversaciones de Reagan con Moscú y su aceptación de la perestroika le dieron poder a los que se oponían al socialismo en toda Europa Oriental. Es difícil decir cómo actuar en cada caso, pero en general hay que balancear el garrote con la zanahoria.

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En tercer lugar, una paz justa incluye no sólo derechos civiles y políticos, sino que debe abarcar la seguridad económica y las oportunidades, pues la paz verdadera no es solamente la falta de temor, sino también la falta de privaciones.

En tercer lugar, una paz justa incluye no sólo derechos civiles y políticos, sino también los económicos y sociales.

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No hay duda de que el desarrollo rara vez echa raíces sin seguridad; también es cierto que la seguridad no existe cuando los seres humanos no tienen acceso a suficiente alimento, el agua potable o los medicamentos que necesitan para sobrevivir. No existe cuando los niños no pueden aspirar a una buena educación o un empleo decente que mantenga a una familia. La falta de esperanza puede corromper a una sociedad desde su interior.

La seguridad no existe si hay pobreza, desempleo y falta de esperanza.

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Y es por eso que ayudar a los agricultores a alimentar a su propia gente, o a los países a educar a sus niños y a cuidar a los enfermos no es simplemente caridad. También es el motivo por el cual el mundo debe unirse para hacerle frente al cambio climático. Hay pocos científicos que no estén de acuerdo en que si no hacemos algo, enfrentaremos más sequías, hambruna y desplazamientos masivos que alimentarán más conflictos durante décadas. Por este motivo, no son sólo los científicos y activistas los que proponen medidas prontas y enérgicas; también lo hacen los líderes militares de mi país y otros que comprenden que nuestra seguridad común está en juego.

La ayuda a los pobres y el enfrentar el cambio climático también son necesidades militares que los líderes del ejército de mi país comprenden.

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Acuerdos entre naciones. Instituciones sólidas. Apoyo a los derechos humanos. Inversiones en desarrollo. Todos éstos son ingredientes vitales para propiciar la evolución de la cual habló el Presidente Kennedy. Sin embargo, no creo que tendremos la voluntad, la determinación o la resistencia para concluir esta labor sin algo más: esto es, la expansión continua de nuestra imaginación moral; una insistencia en que hay algo intrínseco que todos compartimos.

Es necesario hacer lo que proponía Kennedy: Acuerdos entre naciones, instituciones sólidas, ayuda a los derechos humanos e inversiones al desarrollo. Pero además hay que expandir continuamente nuestra imaginación moral en algo intrínseco que todos compartimos.

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Al reducirse el mundo, uno pensaría que iba a ser más fácil que los seres humanos reconozcamos lo similares que somos; que comprendamos que todos nosotros queremos básicamente lo mismo; que todos anhelamos la oportunidad de vivir con cierto grado de felicidad y satisfacción para nosotros y nuestra familia.

Creíamos que con la revolución de las comunicaciones iba a ser más fácil entendernos los unos a los otros.

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Sin embargo, dado el vertiginoso ritmo de la globalización y la homogenización cultural promovida por la modernidad, no debería sorprendernos que la gente tema perder lo que aprecia de su identidad particular: su raza, su tribu y quizá más que nada, su religión. En algunos lugares, este temor ha producido conflictos. A veces, incluso parecemos estar retrocediendo. Lo vemos en el Oriente Medio, donde el conflicto entre árabes y judíos parece estar agravándose. Lo vemos en los países donde las divisiones tribales causan estragos.

Pero la globalización ha ido tan rápido que hay gente que teme perder lo que aprecia de su identidad particular, de su raza, de su tribu y de su religión. Esto parece ir en aumento en el mundo.

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Y más peligroso aun, lo vemos en la manera en que se usa la religión para justificar el asesinato de inocentes por personas que han distorsionado y profanado la gran religión del Islam, y que atacaron a mi país desde Afganistán. Estos extremistas no son los primeros en matar en nombre de Dios; hay amplia constancia de las atrocidades de las Cruzadas. Pero nos recuerdan que ninguna Guerra Santa puede ser jamás una guerra justa, pues si uno realmente cree que cumple con la voluntad divina, entonces no hay necesidad de templanza, no hay necesidad de perdonarle la vida a una madre embarazada o a un asistente médico, o trabajador de la Cruz Roja , ni siquiera a una persona de la misma religión. Una perspectiva tan distorsionada de la religión no sólo es incompatible con el concepto de la paz, sino también creo que es incompatible con el propósito de la fe, pues la regla de vital importancia en todas las principales religiones es tratar a los demás como te gustaría que te traten a ti.

Lo más peligroso son los crímenes contra inocentes perpetrados por el Islam y que atacaron a mi país desde Afganistán. La guerra de ellos, por ser guerra santa, jamás puede ser justa. Ellos matan madres embarazadas y asistentes médicos.. (Nosotros no)

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Cumplir con esta ley de amor siempre ha sido el foco en la lucha de la naturaleza humana. No somos infalibles. Cometemos errores y caemos presa de las tentaciones del orgullo y el poder, y a veces la maldad. Incluso aquellos de nosotros con las mejores intenciones a veces dejamos de rectificar los errores ante nosotros.

Nosotros queremos hacer el bien pero a menudo caemos en la maldad. Es la naturaleza humana, incluso los que tenemos las mejores intenciones fallamos.

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Pero no tenemos que pensar que la naturaleza humana es perfecta para continuar creyendo que se puede perfeccionar la condición humana. No tenemos que vivir en un mundo idealizado para seguir aspirando a los ideales que lo harían un lugar mejor. La no violencia que practicaban hombres como Gandhi y King quizá no sea práctica o posible en todas las circunstancias, pero el amor que predicaron, su fe en el progreso humano, siempre debe ser la estrella que nos guíe en nuestra travesía.

La naturaleza humana no es perfecta pero se puede perfeccionar. Los ideales de Gandhi y King no son practicables hoy en día, pero siempre los invocaremos aunque no los practiquemos.

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Pues si perdemos esa fe, si la descartamos como tonta o ingenua, si existe un divorcio entre ésta y las decisiones que tomamos sobre asuntos de guerra y paz… entonces perdemos lo mejor de nuestra humanidad. Perdemos nuestro sentido de lo que se puede lograr. Perdemos nuestro compás moral.

Porque si no invocamos esos ideales, si de una vez decimos que son tonterías ingenuas, entonces ya nadie va a creer que somos humanistas y perderemos nuestra legitimidad moral.

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Al igual que las generaciones anteriores a la nuestra, debemos rechazar ese futuro. Como dijo el Dr. King en una ceremonia similar hace tantos años, «Me rehúso a aceptar la desesperanza como la respuesta final a la ambigüedad de la historia. Me rehúso a aceptar la idea de que la realidad actual de la naturaleza humana haga que el hombre sea moralmente incapaz de alcanzar las aspiraciones eternas que siempre enfrenta».

No podemos decir que ofrecemos un futuro sin moral, sin esperanza, `porque entonces ya nadie nos creería.

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Aspiremos al mundo que debería existir: esa chispa de divinidad que aún llevamos como inspiración en el alma.

Debemos decir que aspiramos a lo que debería ser y debemos aferrarnos a Dios.

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Hoy en algún lugar, en estos precisos momentos, en el mundo como lo es, un soldado ve que alguien lo sobrepasa en potencia de fuego pero permanece firme para mantener la paz. Hoy en algún lugar de este mundo, una joven manifestante aguarda la brutalidad de su gobierno, pero tiene la valentía de seguir marchando. Hoy en algún lugar, una madre enfrenta una pobreza devastadora pero de todos modos se da tiempo para enseñarle a su hijo, junta las pocas monedas que tiene para enviar a ese niño a la escuela porque cree que un mundo cruel todavía puede dar cabida a sus sueños.

En el mundo hoy en día hay gente que hace sacrificios en todos lados y por diversas causas.

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Vivamos siguiendo su ejemplo. Podemos reconocer que la opresión siempre estará entre nosotros y aun así, esforzarnos por lograr la justicia. Podemos admitir la inflexibilidad de la depravación y aun así, esforzarnos por lograr la dignidad. De ojos abiertos, podemos comprender que habrá guerras y aun así, esforzarnos por lograr la paz. Podemos hacerlo, pues ésa es la historia del progreso humano; ésa es la esperanza de todo el mundo, y en este momento de desafíos, ésa debe ser nuestra labor aquí en la Tierra.

Eso siempre va a ser así. La opresión y la depravación son eternas, pero siempre diremos que luchamos contra ellas. Así es que progresa la humanidad materialmente, esa es la misión nuestra aquí en la tierra.

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Muchas gracias.

Muchas gracias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.