Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
«Las drogas no eran la prioridad de Kissinger», explicó Jim Ludlum.
«Las drogas constituían una situación sin salida».
Despiadada es la jauría en busca de presas, despiadados son los lobos.
Meticulosa es la revelación de la verdad sobre la auténtica «guerra contra la droga» tal como la describe Douglas Valentine en La fuerza de la jauría («Jauría»). Podrá haber otros historiadores por ahí con la atención al detalle y el acceso a fuentes sólidas, incluyendo entrevistas con los propios agentes, como Valentine, pero si existen, no los he leído.
No es una «historia» al uso, no trata de una serie de ostentosas redadas antidroga o de heroísmo, aunque están presentes esos elementos; se trata sobre todo de la dinámica interior y exterior, donde el funcionamiento interno interactúa con fuerzas exteriores. La jauría es un libro complejo, tan complejo como los sistemas entrelazados que lo definen. Es el examen exhaustivo de Valentine sobre cómo encajan los engranajes.
La «jauría de lobos», que es diferente de «La jauría» del anterior libro de Valentine, The strength of the wolf [La fuerza del lobo], es la multitud de agencias, y sus agentes y burócratas, que forman «El Sistema» (No sólo autoridades policiales y aduaneras federales, sino actividades de EE.UU. en el exterior).
Una vez, El Lobo, el solitario agente del Buró Federal de Narcóticos (FBN, por sus siglas en inglés), el último de los vaqueros de la serie negra, duro y espabilado, acechaba a su presa: mafiosos, narcotraficantes nacionales e internacionales (the French Connection [Contra el imperio de la droga]), el drogadicto callejero ocasional, muchos de los cuales eran útiles como informadores, y otros tarambanas. Pero el ascenso de la superpotencia Estadounidense en los años cincuenta y comienzos de los sesenta, vio el reemplazo del Lobo Solitario de FBN por un sistema burocrático más adecuado para el Imperio: La Jauría. La jauría de lobos incluye al FBI, la Aduana, la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas (BNDD), numerosas agencias con acrónimos demasiado largos para mencionarlos, y finalmente la DEA, creada específicamente con el propósito de «ganar la guerra contra las drogas».
«Durante su presidencia, Bush pidió más de 8.000 millones de dólares para financiar las guerras de la droga. Entre 1989 y 1992, más de 20 millones de estadounidenses utilizaron drogas ilegales, y cerca del treinta por ciento del presupuesto de Bush se dedicó al tratamiento y la prevención. El diez por ciento del presupuesto federal «para la reducción del suministro de droga» se destinó a la DEA, mientras que los militares recibieron la mayor parte, y el diecinueve por ciento (el doble de lo que obtuvo la DEA) fue sólo para los guardacostas. En lugar de dejar la lucha antidroga en manos de profesionales capacitados, Bush la politizó y militarizó de maneras que Gordon Liddy nunca soñó que era posible.» (pág. 391)
La «guerra contra las drogas», como la «guerra contra el terror», tiene que ver con la política y el botín político, con llenar bolsillos profundos, crear burocracias con el propósito deliberado de crear confusión, y de financiar diversos grupos paramilitares que el Departamento de Estado y/o la CIA consideran favorables para la «seguridad nacional».
Las palabras de moda «seguridad nacional», permiten que la CIA y otros subsistemas hagan lo que les da la gana, literalmente.
«Existe una famosa foto de Donald Rumsfeld con una amplia sonrisa dando un fuerte apretón de mano a Sadam Hussein el 20 de diciembre de 1983, sabiendo perfectamente que ‘el brutal dictador’ estaba lanzando armas químicas contra los kurdos. Casi al mismo tiempo, Bush se reunió con otro brutal dictador, Manuel Noriega, para sellar un trato igualmente retorcido… [El coronel Oliver] North estaba tan contento con la ayuda de Noriega que sugirió que la Oficina de Diplomacia Pública de la CIA ‘ayudara a limpiar su imagen’ y levantara la prohibición de la venta de armas a la Fuerza de Defensa de Panamá. Lo hizo a sabiendas de que Noriega estaba cerrando acuerdos privados con los cárteles colombianos». (Págs. 393-394)
Nada es lo que parece, por lo menos no como nos parece a nosotros, porque la información que «Nosotros el Pueblo» recibimos se filtra a través de medios dóciles (y a veces cómplices). Según el cuento de hadas de los Medios Dominantes, el panorama antes mencionado es disparatado. «Nosotros» invadimos Panamá porque Noriega era un «hombre malo» que abusaba del poder, infligiendo dolor a los demás panameños, o alguna tontería semejante.
Valentine no se preocupa sólo de sistemas, sino de seres humanos vivos que respiran, quienes les dan energía y poder; la gente que define esos sistemas y les infunde vida. Todos los seres humanos tienen defectos. Pero un sistema defectuoso corrompe todos los sistemas dependientes e interdependientes (y a los seres humanos en su interior) de arriba abajo.
«La corrupción se convierte en un problema irresoluble dentro de la DEA cuando los oficiales de la CIA sobornan a agentes y hacen que realicen su trabajo sucio. Algunos agentes idealistas creen que sirven a Dios y a la patria al trabajar en secreto para la CIA; otros lo ven en términos más prácticos, como progresar en su carrera. Todos caen al abismo» (pág. 346).
Arriba están el Departamento de Estado, la CIA, el Departamento de Justicia, el Departamento de Defensa. Esencialmente, los mayores subsistemas dentro de El Sistema.
Valentine encuentra cajas dentro de cajas dentro de cajas. Al informar sobre Operation Intercept, un intento fracasado de subyugar a México a la política de la droga de EE.UU., Valentine escribe:
«Entre bastidores, el Departamento de Estado veía Intercept como un inmenso fracaso en relaciones exteriores. También llevó a Henry Kissinger a involucrar más profundamente al Consejo Nacional de Seguridad [NSC] en políticas de la guerra contra la droga de la Casa Blanca, en gran parte a través de su adjunto, el general Alexander Haig, así como a través de los asesores del NSC para narcóticos Arthur Downey y Arnold Nachmanoff y su personal. Pero Nixon estaba dispuesto a pagar el precio, porque Operation Intercept probaba que era ‘firme contra el crimen'» (pág. 41)
A algunos de los protagonistas los conocemos muy bien: Nixon, Kissinger, Reagan, los Bush, J. Edgar Hoover, los Kennedy. Pero la mayoría son tan crípticos para la mayoría de los estadounidenses como los acrónimos que sirven de etiqueta a los subsistemas, en particular aquéllos de los cuales reciben sus sueldos.
«En octubre de 1975, EE.UU. convocó un jurado de acusación y pidió inteligencia DEACON I respecto a varias redadas antidroga. Sin embargo la inteligencia que la CIA suministra a la DEA no se puede utilizar en el procesamiento de infractores de la ley sobre la droga; y porque la CIA se negó a revelar la identidad de sus agentes, o incluso a confirmar ante el tribunal el hecho de su cooperación con la DEA, se decidió abandonar los cargos por Motivos de Seguridad Nacional. Todos eran casos latinoamericanos, muchos de ellos involucraban a ‘recursos’ cubanos exiliados de la CIA que traficaban en narcóticos y participaban en terrorismo; y terminaron por trabajar para Oliver North suministrando a los Contras, como North documentó en su chismoso diario. La línea entre las investigaciones de la DEA y el contrabando y el terrorismo de la CIA, siguió siendo turbia.» (pág. 306)
Valentine explica alto y claro que «Nosotros el Pueblo» no tenemos la menor idea de «lo que sucede». Y, una vez más, es difícil creer que alguien fuera de los máximos escalones del poder (Departamento de Estado, CIA) sepa realmente lo que sucede; La Jauría describe las numerosas maneras en que la misión se desvía siempre de su rumbo. Por ejemplo, en un caso, jefes de la DEA y de la CIA deciden que es tan corrupto que tienen que infiltrar agentes de la CIA como inspectores «secretos» para arrancar de raíz a agentes malévolos de la DEA -pero en realidad la CIA utiliza la inspección «secreta» para montar operaciones verdaderamente secretas.
«…el público obtuvo su primer vistazo de la influencia corruptora de la CIA sobre agentes antidrogas federales en 1975 cuando la Comisión Rockefeller informó de que la CIA, a través de su programa MKULTRA, había probado LSD en personas desinformadas, y que una había muerto como resultado… la CIA había probado toda una gama de drogas poderosas sobre personas desinformadas; había utilizado equipos electrónicos y fotográficos para registrar su conducta en pisos francos del FBN [siglas en inglés de Buró Federal de Narcóticos]… Un subproyecto de MKULTRA involucraba el mantenimiento de siete criminales continuamente drogados con LSD durante 77 días. Otro usó callampas venenosas; otro, instrumentos que administraban drogas a través de la piel sin ser detectados, como parte de ‘Acción Ejecutiva’, un programa de asesinatos. Tal vez lo más inquietante de todo, un documento de la CIA, con fecha 10 de febrero de 1954, describió el uso de hipnosis para crear asesinos involuntarios.» (pág. 346)
Consecuentemente, la realidad superó a la ficción mientras la CIA trataba de crear su propio «Mensajero del miedo» [«Manchurian Candidate.»]
La «guerra contra la droga», es la guerra contra narcotraficantes que no están alineados con los intereses de EE.UU. Si se pasa el examen con la CIA se puede traficar con todas las drogas que se quiera. Sea lo que sea lo que se contrabandea para controlar su uso, es probablemente algo que la gente quiere y hará mucho por obtener. En cuanto se establece un sistema en el cual materiales de contrabando (que pide la gente y pagará caro) son suministrados por personajes «clandestinos» y es bloqueado por agentes cuyos puestos se crearon con la única intención de bloquear el suministro, tenemos una «guerra» intestina perdida de antemano contra la codicia humana, el deseo, el ego, etc.
«La congresista Bella Abzug en el Subcomité sobre Información del Gobierno y Derechos Individuales de la Cámara estaba investigando [otro caso de narcóticos]. Presentó preguntas al DCI [director de la inteligencia central) George H.W. Bush. Como le aconsejó Seymour Bolten, Bush explicó por escrito que la maniobra para encubrir el asunto era legal según un acuerdo de 1954 entre la CIA y el Departamento de Justicia, dando a la CIA el derecho a bloquear un procesamiento o mantener en secreto sus crímenes en nombre de la seguridad nacional. En su informe, el Comité Abzug declaró: ‘Era irónico que a la CIA le dieran la responsabilidad de la inteligencia sobre narcóticos, particularmente ya que apoya a los principales operadores.'» (pág. 319)
A pesar de la niebla y de los espejos de la «guerra contra las drogas» tal como se presenta en los medios, y los supuestos poderes de una DEA castrada, la política de EE.UU., como la llevan a cabo la CIA y el Departamento de Estado, es utilizar las drogas como un vehículo de dinero e influencia en apoyo a terroristas «amigos», como los Contras y grupos en todo el mundo demasiado numerosos para mencionarlos. El narcotráfico, con pleno conocimiento de que las drogas entrarán las venas y las narices de ciudadanos estadounidenses, es política de EE.UU., y ciertamente la CIA «apoya a los principales operadores».
«A inicios de los años setenta, cuando el exiliado cubano Alberto Sicilia Falcón, un importante proveedor latinoamericano de cocaína, también comenzó a traficar con armas avanzadas, suministradas por contactos en la CIA, «la guerra contra las drogas» entró a una etapa más violenta y sofisticada, con narcotraficantes armados con armas automáticas y ligados a las actividades contrarrevolucionarias de la CIA en México y América del Sur. Falcón admitió que trabajaba para la CIA, ‘para establecer una red que intercambiaba heroína y marihuana mexicana por armas’. Las armas se enviaban a las guerrillas con la esperanza de que los gobiernos asediados en Latinoamérica solicitaran ayuda militar de EE.UU. Como relata en Underground Empire, Peter Bensinger pensaba que Falcón era un doble agente de los soviéticos, mientras varios agentes de la DEA pensaban que era un informador de la CIA que informaba sobre revolucionarios mexicanos a cambio de gozar de libertad de acción. El motivo de la CIA, naturalmente, era desestabilizar al Gobierno mexicano, para que las corporaciones estadounidenses pudieran manipular con más facilidad la competitiva industria petrolera de México» (pág. 311)
Valentine se preocupa tanto por la participación de la CIA y de EE.UU. en el exterior como por la lucha antidrogas dentro de nuestras fronteras, y tiene razón. ¿Cómo llegan las drogas a nuestras fronteras si tenemos un multimillonario aparato antidrogas y de inteligencia?
Los Lobos también proporcionan a la política exterior de EE.UU. la utilización de las drogas como moneda para sostener causas que apoyan, y destruir las drogas, o más bien a los narcotraficantes, de sus enemigos: comunistas, ex aliados rebeldes, naciones desventuradas que poseen recursos valiosos (Iraq) y otras entidades que supuestamente amenazan la «Seguridad Nacional».
Y de nuevo, ¿qué se puede esperar? Existe una inmensa demanda de algo que es más valioso que el oro, y por cierto los protagonistas en el poder lo utilizarán para apoyar operaciones ocultas. ¿Dónde más iban a conseguir el dinero? ¿En el Congreso? No sin «comprometer la Seguridad Nacional». No es que sea tan desconcertante que la CIA trafique con drogas, o que la DEA sea un títere de los traficantes republicanos de influencias, por no mencionar a la CIA. Es la ignorancia deliberada del público estadounidense. Seguro que hay «rumores» sobre la creación por la CIA de la epidemia del crack, aunque considerando los tratos de la CIA con los narcotraficantes de Afganistán y Suramérica, no es ir demasiado lejos, pero Valentine nos muestra pruebas concretas de muchos abusos verificables, grandes y pequeños.
No se puede terminar de leer La Jauría con la credulidad intacta. Aparte de seguir la pista de papel, Valentine realmente entrevistó a muchos de los operadores, lo que otorga aún más credibilidad al hecho de que gente en lo profundo de El Sistema «sabe lo que sucede», y que el resto de nosotros, o la mayoría de nosotros, nos quedamos a oscuras, creyendo que la CIA son ‘los buenos espías’, como nos cuentan las películas.
Los lobos rabiosos están fuera de control. Los sistemas se rompen y los protagonistas dentro de esos sistemas se convierten en antagonistas de otros sistemas, de la nación a la que supuestamente sirven, y de la vida en el propio planeta (ya que toda la vida ahora cae bajo la rúbrica general de «daño colateral»).
La facilidad con la que los que «siguen el Programa» (tal como es desarrollado por la CIA) logran dinero y prestigio (la aprobación del Departamento de Estado y de la CIA nunca ha perjudicado la carrera de alguien) puede corromper hasta al agente de moralidad más estricta. Tal vez sea más significativo que los que no siguen a la jauría en busca de progreso en su carrera y del botín reciben el mismo tratamiento que el NYPD [policía de Nueva York] dio una vez a Frank Serpico:
«Los denunciantes que revelaron las acciones clandestinas del Gobierno de Reagan en Centroamérica -especialmente su complicidad en el narcotráfico- fueron investigados, en vez de los funcionarios como Oliver North que estuvieron involucrados en el tráfico. Por su complicidad con el Gobierno de Reagan al respecto, altos responsables de la DEA jugaron un papel central del que se informó muy poco en la maniobra para encubrir Irán-Contra.» (pág. 374)
Para cuando llegó la era de Reagan, cuando la política pública de la Casa Blanca era financiar fuerzas reaccionarias anticomunistas en el extranjero (por ejemplo: el escándalo Irán-Contra; por ejemplo: Afganistán y el «ex» recurso de la CIA Osama bin Laden):
«A comienzos de los años ochenta, los narcotraficantes latinoamericanos infligían una terrible violencia contra políticos que consideraban colaboradores del Gobierno de EE.UU. Reagan, trastocando el enfoque de Derechos Humanos de Carter en la política exterior, reaccionó con más violencia. Declaró que el narcotráfico era una amenaza para la seguridad nacional, y comenzó la era del narcoterrorismo, que encajaba perfectamente con las desaforadas ambiciones imperiales de Reagan. Para neutralizar la amenaza para la seguridad de EE.UU. planteada por el Gobierno sandinista de Nicaragua, el Director de Inteligencia Central de Reagan, William Casey, puso al vicepresidente George Bush (con ese aspecto enjuto y hambriento) a cargo de una operación secreta para organizar un grupo insurgente apodado los Contra. Para esquivar al Congreso, Casey, Bush, y el asesor nacional de seguridad de Bush, Donald Gregg, formaron y operaron una ‘red contraterrorista’ de ideólogos derechistas cuyo propósito secreto era armar ilegalmente a los Contras. Entre ellos estaba el antiguo recurso de DEACON I Félix Rodríguez, quien había servido como el asesor del equipo contraterrorista de Gregg en Vietnam. Asignado como asesor del departamento de Asuntos Civiles del Ejército salvadoreño, Rodríguez dirigió el esfuerzo de pacificación de la CIA en El Salvador y Guatemala, aplicando la misma técnica que había refinado en Vietnam. El general Paul Gorman, quien comandó las fuerzas de EE.UU. en Centroamérica a mediados de los años ochenta, definió ese tipo de contraterrorismo como ‘una forma de guerra repugnante para los estadounidenses… en la cual las víctimas no combatientes podrían ser un objetivo explícito.'» (pág. 376)
Gradualmente, los agentes de la DEA, junto con el resto del país, se dieron cuenta de que no tenían otra alternativa que adaptarse a los caprichos de los «dirigentes de la jauría».
«Las operaciones de la DEA eran ahora indistinguibles de las acciones políticas de la Casa Blanca, comparables con el Servicio de Acción Cívica del general De Gaulle. [El ex jefe de operaciones de la DEA, David Westrate] racionalizó la situación como sigue: «Como usted sabe, la DEA siempre ha tenido un tremendo conjunto de recursos en el extranjero, de modo que no es sorprendente que hayamos desarrollado información sobre los rehenes. Eso continúa actualmente una y otra vez en la guerra contra el terror. Siempre hemos sido un participante comunitario.» (pág. 378)
No olvidemos que «Nosotros el Pueblo» estamos pagando por esto, no sólo con nuestros dineros públicos, sino con nuestro futuro. De nuevo las drogas no son el problema, sino la gente que las usa -no usuarios típicos que ingieren drogas para drogarse, sino los controladores, para quienes las drogas son la moneda para comprar poder, influencia, armas, y promover los intereses de EE.UU. en el extranjero.
Valentine hace lo que todos los historiadores y periodistas honestos deben hacer: hallar la verdad y documentarla, aunque las palabras de la verdad enfrentan una dura competencia frente a la andanada permanente de televisión, vídeos, películas y otros medios audiovisuales en todas las pantallas, grandes y pequeñas. Por cierto, nunca se encontrará este tipo de información en ninguna pantalla -excepto en algunos sitios «alternativos» en Internet; por consiguiente Valentine dispara al lector eventos, escenas, comprobaciones, de un modo muy parecido a cómo las noticias en la televisión bombardean cada noche a los televidentes con un desfile de imágenes horripilantes que anestesian y amansan. Valentine hace cualquier cosa pero no «anestesia ni amansa». Plantea preguntas serias con su revelación, pero se niega sabiamente a responderlas.
No hay una respuesta para El Sistema, tal como existe, sino la inercia, el colapso y la decadencia inevitables. ¿Qué lo reemplazará? Quién sabe. Pero Valentine es elegantemente imparcial en su trato de los defectuosos seres humanos que componen cada subsistema dentro de El Sistema. Hay unos pocos personajes verdaderamente malévolos siguiendo las líneas de George H. W. Bush, Nixon y otros bribones, pero la masa de agentes, operadores, funcionarios, burócratas, etc., son productos de los subsistemas en particular -DEA, FBI, CIA- para los que trabajan. Aunque la CIA es corrupta más allá del deber, en su reclutamiento de sádicos y asesinos, la mayoría de las agencias están formadas por gente que cree que lo que está haciendo «es lo correcto», y dedica y arriesga su vida para «hacer lo correcto», por erróneo que sea cuando se ve «objetivamente» fuera de El Sistema.
El Sistema es implacable, y por lo tanto el libro tiene que ser implacable si quiere ser verídico. Pero de nuevo, es su tratamiento de seres vivos, atrapados y a menudo demolidos bajo la maquina de El Sistema y sus diversos subsistemas lo que hace que La fuerza de la jauría sea el más «humano» de los libros. Valentine siente compasión por los protagonistas dentro de El Sistema, que creen casi todos, de un modo algo ridículo, que gozan de «libre albedrío».
Adam Engel es autor de TOPIARY: a NOVEL (con el nombre de A. Stephen Engel), publicado por Oliver Arts & Open Press, y la próxima colección de ensayos, I HOPE MY CORPSE GIVES YOU THE PLAGUE: LIFE DURING THE BUSH-ERA OF GHOSTS, también de Oliver (www.oliveropenpress.com).
Fuente: http://www.counterpunch.org/
rCR