Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Las mujeres que viven en zonas dominadas por los talibanes aseguran que una vez más están siendo amenazadas, atacadas y obligadas a dejar sus puestos de trabajo y su desarrollo educativo, a la vez que aumentan los temores de que se sacrifiquen sus derechos como parte de algún acuerdo con los insurgentes para poner fin a la guerra en Afganistán.
Las mujeres están informando de ataques y de que reciben cartas amenazándolas con hechos violentos si continúan trabajando o incluso si contactan con emisoras de radio para solicitar que les pongan una canción.
Una profesora de una escuela de niñas en una provincia afgana sureña recibió una carta en la que se le decía: «Te advertimos para que dejes tu trabajo como profesora cuanto antes o cortaremos las cabezas a tus niños y quemaremos a tu hija».
Otra mujer, Yamila, recibió amenazas en agosto de 2009, en una carta en la que figuraba la insignia de los talibanes, cuando trabajaba para una comisión electoral local. En ella se decía: «Trabajas en la oficina electoral junto a los enemigos de la religión y los infieles. Deberás dejar tu trabajo, porque si no lo haces vamos a arrancarte la cabeza del cuerpo».
Yamila ignoró la carta pero pocos días después asesinaron a su padre. Dejó el trabajo y se cambió de casa.
Las activistas temen que se vendan sus derechos en aras de facilitar un acuerdo entre los talibanes u otros grupos insurgentes y el Gobierno afgano que EEUU apoya. Creen que si a los talibanes se les da una porción de poder volverán a reducir a las mujeres a una condición cercana a la esclavitud, de la misma forma que hicieron cuando gobernaron en la mayor parte de Afganistán entre 1996 y 2001. En aquel tiempo, las mujeres no podían salir de sus casas sin la compañía de un pariente cercano y tenían que cubrir sus rostros y cuerpos con un burka o chador que las cubriera por completo.
A las mujeres, que representaban el 70% de los profesores y el 50% de los funcionarios, se les prohibió trabajar excepto en el sector sanitario. Incluso como trabajadoras sanitarias sufrieron graves restricciones y muchas mujeres murieron al dar a luz o de enfermedad debido a la carencia de cuidados médicos. Las Naciones Unidas averiguaron que sólo el 3% de las niñas recibió educación primaria bajo el dominio talibán.
Como la guerra llegó el año pasado a un punto muerto, los dirigentes extranjeros y afganos han preparado el terreno para tratar de celebrar negociaciones con los insurgentes, afirmando que éstos son más moderados y pragmáticos que el gobierno talibán derrocado en 2001. El jefe de la unidad de reintegración de las Fuerzas Internacionales de Ayuda a la Seguridad, el Teniente General Graeme Lamb, dijo: «¿Quiénes son esos talibanes? Son gente local. La gran mayoría son mercenarios; no luchan por razones ideológicas».
La idea de que los actuales talibanes son menos hostiles hacia las mujeres que los de antes se contradice con las experiencias sufridas por las mujeres en los distritos controlados por los talibanes. Un informe de Human Right Watch -basado en las entrevistas realizadas con noventa mujeres en distritos en gran medida controlados por los insurgentes en cuatro provincias diferentes- muestra que a las mujeres les están negando todos sus derechos.
El informe, titulado The «Ten Dollar Talib» and Women’s Rights: Afghan Women and the Risks of Reintegation and Reconciliation, salió a la luz esta semana. En él se dice que es errónea la creencia de que los nuevos talibanes están más influidos por el dinero que por la ideología.
Se critica en él la idea del «Talibán de los Diez Dólares» que lucha por dinero como un intento de las fuerzas de EEUU y de la OTAN para que las audiencias occidentales se traguen mejor que pasen a compartir el poder con ellos tras haber estado anteriormente machacando que eran un enemigo que había que aniquilar. No son sólo los talibanes los que manifiestan hostilidad hacia las mujeres, también la sienten otros dirigentes de la insurgencia. La fuerza rebelde más fuerte en las provincias al sur de Kabul es la Hezb-i-Islami, de la que algunos dirigentes occidentales y afganos están hablando como un grupo al que podría tentarse para que se incorporara al gobierno.
El líder de ese movimiento es Gulbuddin Hekmatyar, cuyo primer acto político fue, según se ha informado, arrojar ácido a los rostros de las estudiantes que no llevaban velo en la Universidad de Kabul en los primeros años de la década de 1970.
El informe de Human Right Watch representa la primera vez que se estudia sistemáticamente la represión contra las mujeres en las zonas bajo control talibán en Afganistán. Todas las mujeres entrevistadas -a las que se refieren con pseudónimos por razones de seguridad- manifestaron haber perdido sus libertades; también habían asesinado a un cierto número de ellas.
El 13 de abril de este año a Hossai, de 22 años, una trabajadora de la ayuda humanitaria, le dispararon cuando salía de la oficina de una organización por el desarrollo estadounidense y murió al día siguiente. Muchas de las amenazas expresadas en cartas se entregan en las puertas por la noche -por lo que se conocen como las «cartas nocturnas»- o se dejan en la mezquita local. Poco después de que asesinaran a Hossai, a Nadia -que trabajaba para un ONG internacional- le llegó una carta en la que la advertían que dejara de trabajar para los infieles porque «de la misma forma que ayer matamos a Hossai, cuyo nombre estaba en nuestra lista, también tu nombre y el de otras mujeres están en ella». Algunas veces envían la misma carta a varias mujeres. A finales de 2009, en la provincia de Kapisa, al este de Kabul, se advirtió a las mujeres de que no telefonearan a las emisoras de radio para pedir que pusieran canciones. Se les dijo que les cortarían la cabeza o les arrojarían ácido al rostro.
Muchas mujeres se han visto forzadas a renunciar a sus trabajos y a quedarse en casa a pesar de que la mitad de la población gana menos de 2 dólares al día y se padece una situación crónica de desempleo.
Se está ordenando de nuevo que se cierren los colegios para niñas, que habían florecido después de 2001. En la provincia de Kunduz, en el norte, el gobernador talibán en la sombra envió órdenes para que no se educara a las niñas a partir de la pubertad. En una de las amenazadoras cartas que llegó hasta un colegio se leía: «Ya estáis informados de que tenéis que cerrar el colegio y no seguir confundiendo a las puras e inocentes niñas bajo este gobierno no musulmán».
En Kunduz, estas amenazas se vieron reforzadas por ataques incendiarios, con cohetes y bombas. Ha habido también algunos brotes de enfermedades extrañas en varios colegios, que podrían ser consecuencia de envenenamientos masivos. Un líder espiritual talibán explicó de la siguiente manera por qué se estaban atacando los colegios de niñas: «Nos oponemos a una educación para las niñas que no sea islámica. Cerramos los colegios donde se enseñan el adulterio, el nudismo y conductas no islámicas».
Se ha atentado contra mujeres que desarrollan actividades políticas, asesinando a algunas de las más importantes. El fracaso para atrapar a los asesinos desalienta a otras mujeres de comprometerse a jugar un papel activo. El Gobierno afgano se ha mostrado ambivalente en relación con este problema.
El informe de HRW dice que las mujeres deben implicarse y proteger sus intereses en cualquier negociación que se lleve a cabo sobre reintegración o reconciliación con los talibanes. Una integrante del Parlamento duda de que esto sea posible porque «los talibanes prefieren que una mujer se muera en la calle antes de acercarse a un restaurante para conseguir comida si hay hombres allí. Ése es el tipo de gente del que estamos hablando».
Letra de la ley:
«Estás trabajando para el gobierno. Nosotros, los talibanes, te advertimos de que dejes de trabajar o te quitaremos la vida. Te mataremos de la forma más dura que ninguna mujer haya experimentado antes. Será una buena lección para las mujeres que como tú están trabajando. El dinero que recibes es haram [prohibido para el Islam] y viene de los infieles. Eres tú quien decide».
rCR