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Los proyectos que ponen la economía al servicio del ser humano no deben ser abandonados al libre mercado

Fuentes: Rebelión

El Comercio Justo se presenta como una alternativa loable al comercio internacional actualmente establecido. El blindaje informativo de las grandes corporaciones, en lo que a su actividad productiva se refiere, comienza a tambalearse ante la evolución de un nuevo modelo más trasparente de hacer las cosas. Respeto al medio ambiente, actividad productiva sin atropellos a […]

El Comercio Justo se presenta como una alternativa loable al comercio internacional actualmente establecido. El blindaje informativo de las grandes corporaciones, en lo que a su actividad productiva se refiere, comienza a tambalearse ante la evolución de un nuevo modelo más trasparente de hacer las cosas. Respeto al medio ambiente, actividad productiva sin atropellos a los derechos de los trabajadores, información sobre la procedencia de los bienes y remuneración real de los procesos productivos que tratan de evitar un exceso de intermediarios son algunos de los objetivos de esta alternativa.

Sin embargo, no creo que pensar en este modelo como la panacea de desarrollo para los países del Tercer Mundo sea lo más acertado. Sin duda, iniciativas de este tipo facilitan el desarrollo de los sistemas productivos nacionales, ofreciendo oportunidades para los trabajadores de esos países. El principal problema que veo gira en torno al tipo de productos a los que se dirigen estas iniciativas: algodón, café, plátanos, té… Son productos que tienen una gran repercusión e importancia en el mercado internacional actual, por lo que deberíamos cuestionarnos si realmente estas iniciativas terminan con la dependencia externa de esos países. ¿Por qué no orientar este tipo de iniciativas a productos que mejoren el autoabastecimiento de esas mismas comunidades, para no verse obligadas a depender de la importación de bienes extranjeros?

Estas iniciativas les remuneran justamente su trabajo, pero los mercados locales siguen regulados y fuertemente limitados por las reglas internacionales. El modelo productivo que propone el Comercio Justo debería establecer unas bases extensibles al resto de la economía nacional y no limitarse a las relaciones con el exterior. Los mayores avances que se están consiguiendo tienen que ver con los derechos de los trabajadores, sobre todo porque algunos gobiernos están percibiendo los beneficios sociales y económicos que suponen estas alternativas en pro de una mayor estabilidad.

El modelo económico y comercial actual obliga a los países del Tercer Mundo a competir entre sí para atraer los capitales extranjeros. Esta situación deriva en una devaluación de los estándares sociales en los países en desarrollo y produce que la situación de la población sea peor que la de hace 50 años. Si los modelos del Comercio Justo adquieren fuerza, aunque sea gracias a exenciones fiscales e imposición de parámetros y requisitos, los gobiernos se verán obligados a reformar su legislación para obtener participar de los beneficios. Pero las iniciativas privadas de asociaciones y ONG deben ir acompañadas de acciones gubernamentales que faciliten los cambios.

La Tasa Tobin, una medida propuesta por el economista James Tobin, en 1971, para imponer tasas a las transacciones financieras supondría un gran ataque al liberalismo y a la libertad de movimiento de capitales, pero pondría freno a un sistema que cada vez se acelera más hacia la debacle. Medidas como esta, unidas a las iniciativas comerciales comentadas, dejarían de compensar más al capital que a la mano de obra, que ahora es considerada como una materia prima más del proceso productivo. Este concepto quizá sea difícil de comprender, pero las cooperativas formadas en torno al Comercio Justo quizá respondan mejor a esta cuestión. En este modelo productivo la plusvalía no es arrebatada por unos pocos, sino que los beneficios repercuten en los propios trabajadores. Por tanto, los trabajadores son dueños de su propia producción, del mismo modo que cargan con los costes medioambientales, sociales, materiales, etc. del proceso. Actualmente no es así, ya que las grandes empresas, sobre todo multinacionales, externalizan los costes para tratar de ganar el máximo dinero posible en el proceso de llegada al consumidor. Externalizan el coste medioambiental contaminando otros países, el coste humano aprovechándose de la devaluación de los estándares sociales ya comentados, los de recursos alimentando guerras o regímenes autoritarios y haciendo presión (a través de lobbys) para que los gobiernos occidentales favorezcan sus intereses a través de políticas determinadas…

La expansión del modelo cooperativista nos permitiría cambiar la situación económica actual, donde se socializan los costes y se individualizan los beneficios, avanzando hacia otra en la que ambos campos participasen de la equidad y la justicia de reparto. Pienso que la clave está en hacer democratizar la economía. El Estado, que representa a la ciudadanía, debería jugar un papel clave en los sistemas de control. El libre mercado, con sus numerosos fracasos y atropellos, ha puesto de manifiesto que las decisiones individuales no pueden crear un modelo de desarrollo equitativo. Es cierto que existen foros en los que, empresas y gobiernos, discuten los modelos económicos de crecimiento y desarrollo (el Diálogo Empresaria de Ginebra, el Diálogo Empresarial Trasatlántico, el foro económico anual de Davos, etc.), pero en ellas no suelen estar presentes las voces alternativas que provienen de movimientos como el Foro Social Mundial, cuyos planteamientos podrían hacer temblar el sistema. Afortunadamente, el apoyo de la opinión pública a estos grupos está permitiendo que adquieran, poco a poco, cada vez más fuerza.

El consumidor es otro de los elementos básicos del modelo económico y productivo. Actualmente, el modelo de consumo encierra a las personas en un bucle circular: el sistema crea necesidades que deben ser satisfechas, lo cual les obliga a trabajar cada vez más. El bucle se sustenta en la idea preconcebida de que, cuanto más se tiene, mejor. Esta situación lleva al consumidor a buscar lo bueno, bonito y barato, lo cual alimenta el sistema injusto actualmente establecido. Las cosas no cambiarán si el consumidor no demanda un nuevo tipo de sistema, ya que el tipo de consumo determina el proceso productivo. Si el consumidor quiere cosas buenas, bonitas y baratas, las empresas buscarán ofrecerles eso. Si por el contrario reclaman justicia y equidad, las empresas deberán adaptarse a ese tipo de demandas si quieren sobrevivir en el mercado. La conciencia colectiva debe comenzar en cada consumidor. Por otro lado, la política de sellos acreditativos creo que puede ser un buen comienzo hacia el reconocimiento de las buenas prácticas, pero debe tender a desaparecer. Estamos acostumbrados a enaltecer las buenas obras de manera desmesurada, cuando creo que lo realmente útil sería sancionar de manera ejemplar las malas prácticas. El problema es que estas medidas requieren de políticas intervencionistas, por parte del Estado (de la sociedad, en definitiva), que chocan directamente con la libertad de mercado actual. Todos los procesos productivos deberían llegar a una situación en el que el sello sirviera para todo lo contrario, para identificar las malas prácticas.

En definitiva, podemos decir que las iniciativas de Comercio Justo no pueden desarrollar solas un nuevo modelo económico más justo y equilibrado. El mayor peligro de los grandes proyectos alternativos radica en su abandono al contexto dominante. Muchas ONG permiten (queriendo o no) esta política, pues una vez terminado el proceso creación de las cooperativas dejan que ellas mismas penetren en el juego económico global. Es necesario un seguimiento para asegurar su eficacia. La alternativa cambia de forma pero la búsqueda de mayores beneficios, lo cual no se les puede negar, les lleva a hacer negocios con las grandes multinacionales. Los productores mejoran su situación económica y las multinacionales se benefician de los valores y la imagen implícitos. De todas formas, creo que los próximos años serán clave para comprobar si la Responsabilidad Social Corporativa de las multinacionales, que debería ser obligatoria y no una elección, sigue la misma dinámica o verdaderamente se implica por el cambio. El mundo se ha convertido en un gran negocio, en el que las personas se han convertido en un producto más. El curso de las cosas debe cambiar para que la economía sirva al desarrollo humano, dejando atrás este sistema en el que las personas sirven a la economía.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.