En ese Chile tan distante y tan presente que supo ser de Allende, desde hace casi seis meses se vive una crisis institucional por el reclamo de un derecho: el acceso a una educación gratuita. Y, complementariamente, de calidad, democratizadora, universal y crítica. Allí los estudiantes, luminosos «jóvenes revoltosos», con Camila Vallejo a la cabeza, […]
En ese Chile tan distante y tan presente que supo ser de Allende, desde hace casi seis meses se vive una crisis institucional por el reclamo de un derecho: el acceso a una educación gratuita. Y, complementariamente, de calidad, democratizadora, universal y crítica. Allí los estudiantes, luminosos «jóvenes revoltosos», con Camila Vallejo a la cabeza, reclaman el desmantelamiento de la escuela clasista heredada de Pinochet, Augusto, y la articulación de un sistema educativo estatal gratuito, próximo al argentino, cuyo sistema universitario implica un ingreso universal, irrestricto y cuya condición es masiva y democrática. Reclamo estudiantil frente al cual el gobierno de Piñera respondió con un discurso descalificador del movimiento, y el pasado viernes en el país trasandino se quebró la mesa de diálogo entre el gobierno y los estudiantes, porque el Ejecutivo no quiere declinar su inflexión categórica frente al pedido de gratuidad. La ruptura de la mesa de diálogo implicó que los estudiantes hicieran una fogata frente a la Universidad de Chile, cosa que provocó la represión de los carabineros. ¿Qué muestra esto? A las claras, diría, la incapacidad del gobierno para resolver un problema urgente como la crisis estudiantil. Crisis que implica una restricción democrática -del ejercicio del derecho al estudio tendencialmente para todos- y en la sincronía una nítida discriminación hacia los sectores más postergados de la sociedad chilena. Uno.
Dos: otros parajes, otras latitudes. El mismo viernes, en Roma concretamente, el día arrancó a los apurones contra un atronador sonido de miles de despertadores para «despertar» al gobierno -que segrega derecha a la manera de Piñera- de Berlusconi, Silvio, acerca de las deficiencias del sistema público de instrucción y a su ministra de Educación, Mariastella Gelmini, quien implementó una reforma vectorizada en función de la desarticulación de ese mismo sistema público de instrucción. Es un hecho: la ministra lo vació de instrumentos, recursos humanos, dignidad: de sentido, en un sentido amplio. Ademán que implica una desarticulación de su dimensión pública que, como correlato, implica una pauperización de la sociedad italiana. Reforma cuyas falacias son justificadas apelando a la recesión financiera y la crisis que está atravesando Europa, pero que en realidad mercantiliza el derecho al estudio en nombre de una privatización ciega, consagrada a un capitalismo especulador. Reforma negadora del derecho al estudio. Además, esa performance de los despertadores, también, sirvió para insinuarle al gobierno, nada subrepticiamente, que su hora llegó. A la madrugada, frente al Palazzo Chigi (sede del gobierno italiano), con un ruidoso blitz de despertadores, la Rete degli Studenti arrancó una jornada de manifestaciones que vieron a los estudiantes italianos «revoltosos» desfilar en más de 90 plazas, reclamando con vehemencia su rol de actores políticos. Y el sábado, en Milán, un reclamo mayor: las dimisiones del gobierno y el «renacimiento» de una Italia desarticulada a causa de escándalos y divisiones. Voz pre y pro-política de la cual la izquierda debería categóricamente hacerse eco.
Tres. De Santiago de Chile a Roma, pasando quizá por la ocupación durante semanas, contra lluvia y viento en Puerta del Sol en los madriles, y en algunas otras cuantas ciudades del mundo (la vieja Atenas, por ejemplo, con una concentración de clase media, sectores anarcos y estudiantes organizados), leo un entramado sutil, una experiencia compartida. O quizá la corporización transnacional de una nueva generación: la de los indignados. Una generación que apela intrépida a la indignación como un indispensable sentimiento político. Generación que ve su escuela pública y la universidad pública hechas pedazos, con una escuela privada inaccesible por cuestiones económicas e ideológicas en la sincronía y un mercado del trabajo -especialmente, quizás, en Europa- que ofrece alguna silla en algún call center junto con pañales para adultos para volver más redituable el trabajo para la firma e ignominioso para el trabajador. Esta generación ha descubierto que la precariedad es un fenómeno global. Y ahora esa generación ha vuelto a comprender que de jóvenes se quiere cambiar, todavía, una vez más, el mundo. Porque el peligroso revés de trama podría ser el no future que en Londres a los menores de edad del East le empezó a inspirar saqueos e incendios.
Rocco Carbone es ensayista y profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento (Argentina)
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-178626-2011-10-11.html