Entre los estímulos fiscales y la expansión monetaria, el primer ministro Shinzo Abe arriesga una fórmula para sacar a su país del estancamiento
¿Japón está de regreso? ¿Sorteará la trampa del estancamiento y la pertinaz deflación de precios que acorraló a su economía los últimos veinticinco años? Tal es la promesa de su primer ministro, Shinzo Abe. Quien fuera el premier más joven de la historia de su país -con una infructuosa gestión entre 2006 y 2007- es hoy un político animado por una férrea voluntad. Abe se propone mover cielo y tierra para devolver a Japón hacia un sendero firme de crecimiento, y así quebrar la inercia envenenada que lo condena a la declinación. Desde el día uno, el hombre de Nagato no tiene otra obsesión. Para un mundo que precisa encender los motores de crecimiento a pleno se trata de una excelente noticia.
La primera batalla: las expectativas. Abe desembarcó con una estrategia ultra ambiciosa de estímulo y reformas. La Abenomía -o «Abenomics», parafraseando la «Reaganomics» de Ronald Reagan- es, antes que nada, una formidable herramienta de marketing. El pasado controversial de Abe ha sido borrado de raíz. Heredero de una huella en el Partido Demócrata Liberal (su abuelo Nobusuke Kishi fue primer ministro entre 1957 y 1960, y su tío abuelo Eisaku Sato lo fue también entre 1964 y 1972, amén de Premio Nobel de la Paz en 1974), Abe supo reinventarse. Basta exhumar la agenda de 2006 -en torno a la reescritura de la historia, la educación patriótica teñida de reivindicación nacionalista y la reforma constitucional- para advertir la mudanza. La Abenomía, el nuevo mantra, es una pulsión urgente por reflotar la economía. Está constituida por tres flechas, dice el premier. Una, la agresiva expansión monetaria. Otra, la aplicación de estímulo fiscal a través de un aumento inicial vigoroso del gasto público. La tercera saeta apunta al crecimiento por el camino de las reformas, movilizando la inversión privada. Las dos primeras flechas ya se lanzaron. La euforia se encendió. Pero la decisiva es la restante. Debe dar en el blanco, sí o sí, para que la recuperación de la economía se afiance, y no sea apenas una efímera ave de paso.
La voluntad política de Abe es un huracán que no descansa. La primera flecha requería alinear al Banco de Japón -sus autoridades y objetivos- como brazo ejecutor. Así fue: el 4 de abril, su flamante titular, Haruhiko Kuroda, anunció la política monetaria más audaz de los tiempos modernos. El QQE -por «relajamiento cuantitativo y cualitativo» según sus siglas en inglés- se propone suturar la deflación y lograr una inflación minorista del 2% en «el tiempo más pronto posible». Doblará la cantidad de base monetaria antes que termine 2014. Con esos recursos, comprará bonos públicos, fondos de acciones e inmobiliarios duplicando las tenencias en cartera. Se comprende el calibre de la iniciativa cuando se la coteja con el empeño de la FED en EE.UU. El QE3 de Bernanke compra bonos por 85 mil millones de dólares al mes. El plan de Kuroda, para una economía que es un tercio en tamaño, prevé adquisiciones por 70 mil millones de dólares mensuales (a la paridad actual del yen). Es artillería pesada. Su repercusión financiera es global. Los rendimientos de las deudas soberanas de Europa, por caso, cayeron a plomo desde que se anunció.
Las expectativas soplan a favor. La Abenomía sabe retribuir a sus creyentes. En la Bolsa, el índice Nikkei avanzó más del 50% desde que se anticipó su victoria electoral. La luna de miel es completa. La aprobación popular de la gestión alcanza el 70%. La prensa pondera sus aciertos (en las antípodas del trato ácido de 2007) y los críticos reconocen que el primer ministro ha hecho mella en el escepticismo propio de una sociedad presa de la mentalidad deflacionaria. Los logros son visibles en el plano psicológico de la confianza, en la arena volátil de las variables financieras, y en las precoces evidencias de un derrame hacia la economía real. En marzo, la tasa de desocupación cayó al 4,1%, un piso desde 2008. Las empresas parecen proclives a incrementar su dotación como rápida respuesta al mejor clima de negocios. Un dato valioso es el aumento importante de la participación femenina en la oferta laboral (un ingrediente clave de la reforma estructural). En paralelo, el gasto real de las familias creció un muy robusto 5,2% interanual, algo que no sucedía desde febrero de 2004.
La flecha monetaria debió sortear el recelo internacional. La depreciación del yen es una de sus consecuencias, y el mundo está en vilo ante una posible «guerra de monedas». En febrero, el G-7 emitió un comunicado especial que se leyó como una sutil carta de protesta orquestada por Europa (el presidente francés, François Hollande, llegó a pedir un mecanismo cambiario regional para proteger al euro de la sobrevaluación). Sin embargo, la última reunión de ministros del G-20 le concedió la bendición. Las acciones de política japonesas, se sostuvo, «están dirigidas a frenar la deflación y apoyar la demanda interna». Objetivos que el G-20 alienta en su prédica por una mayor cooperación internacional. El declive del yen -que, sin dudas, pone nerviosos a Europa y a China- es un efecto colateral como pudo ser la caída del dólar cuando se aplicó el QE2. Y ello no la privó a la FED de insistir con el QE3. La Abenomía tiene, pues, una cuarta flecha oculta: el respaldo político de Estados Unidos.
La Abenomía ya obtuvo lo que lucía imposible: producir, en tiempo récord, un voto de confianza en la economía japonesa, dentro y fuera del archipiélago. Más arduo le resultará abatir la deflación. Los precios minoristas son hoy en Japón un 2,5% más bajos que en 2008, y los mismos de 1992. Cuando el Banco de Japón afirma que duplicará la base monetaria, todo el mundo le cree. Cuando postula que la inflación subirá al 2% antes de 2015, el 60% de los orientales piensa que fallará. Y del 40% convencido, buena parte suscribe la idea, no porque piense que los precios de los productos y servicios locales se encarecerán el 2% sino por obra de la «inflación importada» en energía y alimentos. La batalla de las expectativas -cuando de deflación se trata- es una guerra de trincheras a pelear palmo a palmo.
Japón le interesa al mundo, no sólo porque es la tercera economía del orbe. Es que allí, en 2001, tuvo su bautismo la política monetaria no convencional, el primer QE. Pasaron los años y la deflación y la falta de crecimiento, no el desborde de precios, son los principales dolores de cabeza. Conviene a todos (en especial a Europa) prestar atención a lo que acontece en el único laboratorio de experiencias reales. No hay deuda pública del tamaño relativo de la de Japón, el gobierno debe más de dos PBI completos, y aun así, en el marco del dilema entre estímulo y austeridad, Tokio recurre a más incentivos monetarios y fiscales. Pero ello no es suficiente. De ahí la tercera flecha de la Abenomía: el problema del estancamiento no es sólo la falta de demanda agregada. Su persistencia revela daño grave en el sistema económico, y la necesidad de recomponer su salud.