Las manifestaciones contra el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan se han comparado con la revuelta de mayo del 68. Pero entonces los jóvenes se manifestaban en las calles para derrocar el sistema. Mientras que, en el caso de los turcos, luchan por la supervivencia del Estado del bienestar. Siempre hay algo de fascinante en […]
Las manifestaciones contra el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan se han comparado con la revuelta de mayo del 68. Pero entonces los jóvenes se manifestaban en las calles para derrocar el sistema. Mientras que, en el caso de los turcos, luchan por la supervivencia del Estado del bienestar.
En los últimos años, el entusiasmo se ha transformado rápidamente en frustración. Los disturbios que estallaron en Grecia, en España y en Gran Bretaña hace tiempo que se desvanecieron, al igual que el movimiento global Occupy. Carecían del glamour revolucionario, de destellos, de fuerza. En realidad, al observador le faltan puntos de referencia. Porque, incluso en el siglo XXI, la imagen romántica de la revolución que prevalece sigue siendo la de 1968, el año que marcó el punto de inflexión.
Es difícil no sucumbir a esta imagen romántica de la insurrección.
Es cierto que 1968 tan sólo es un símbolo al que la percepción colectiva asocia todos los acontecimientos excitantes de los años 1954 a 1973, desde los conciertos de Bob Dylan a las guerrillas de Latinoamérica, pasando por las barricadas parisinas y las fiestas privadas (supuestamente) en los pisos compartidos alemanes. La cultura pop se caracteriza hasta hoy por una extraña nostalgia de esa época revolucionaria, que la mayoría de adultos de hoy sin embargo no han vivido o en todo caso, lo han hecho con la mirada de un niño. Pero como realmente influyeron en el curso de los acontecimientos, los levantamientos populares y los movimientos de defensa de los derechos cívicos de esa época hoy siguen siguiendo, incluso en el ámbito político, el modelo en vigor.
Romper con el pasado
No obstante, la diferencia fundamental entre 1968 y 2013 estriba en la estrategia. En 1968, el objetivo era romper con el pasado y cambiar el sistema. En 2013, se trata de mantener el pasado y lograr que las cosas cambien lo menos posible. En Europa y en Estados Unidos, es una lucha por los derechos adquiridos del siglo XX. En 1968, nadie quería parecerse a sus padres en ningún sentido. En 2013, queremos a toda costa vivir tan bien como ellos, aunque si es posible, no en sus casas. Y ese es precisamente el destino que les espera a demasiados jóvenes adultos que ya no tienen acceso a las carreras estables de la generación anterior. Y cuando se produce una crisis, la libertad que ofrece la vida profesional nómada se convierte rápidamente en pobreza.
El fenómeno no es algo nuevo. La generación «X» ya se quejaba de no vivir tan bien como sus padres. Esto sucedía a comienzos de los años noventa. Las prácticas, los contratos temporales, la creación de empresas por cuenta propia, pero también la cultura de las «start-ups», tan de moda actualmente, son signos de la rápida degradación de las perspectivas burguesas. Entre ellas, todas esas cosas que los insurgentes de 1968 consideraban como las cadenas de la vida pequeñoburguesa: la jubilación, el acceso a la propiedad, los seguros sociales, el contrato de trabajo, el carné del sindicato, la familia con las necesidades cubiertas. Sin embargo, los burgueses y los trabajadores habían luchado durante un siglo para conquistar todas esas redes de seguridad burguesas.
Lucha por la supervivencia
En España y en Grecia, esa vida burguesa ya no es posible. En Inglaterra y en Estados Unidos, corre peligro. El contexto de los disturbios que han estallado en Turquía es mucho más complejo que el de los demás países del Mediterráneo. Junto a las camisetas del Che flotan las banderas de los kemalistas conservadores y el estandarte del islam. Y sin embargo, en este caso el objetivo es el mantenimiento de los derechos adquiridos y no el derrocamiento del sistema.
El paralelismo con la oposición suscitada por el proyecto de la estación ferroviaria Stuttgart 21 no es una casualidad. El cambio estructural no es tan dramático en Alemania. Los costes de la crisis del euro son controlables. Y sin embargo, aquí también se entiende, poco a poco, que este furor revolucionario tan sólo es la expresión de la desesperación, que el levantamiento no tiene como objetivo la inversión del sistema, sino que se trata de una lucha por su supervivencia. Ahora bien, la defensa nunca es tan poderosa como el ataque. Porque a la defensa le falta el triunfo de la conquista.
Fuente: Süddeutsche Zeitung, 11 de junio, 2013 [traducido y republicado por Presseurop]