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La OTAN, bloque agresivo de siempre, con una jefatura norteamericana

Fuentes: La Arena

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha vuelto al centro de la escena con las pujas de Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia. La presidenta argentina le hizo una buena denuncia, por Malvinas. Para muchos latinoamericanos y caribeños la OTAN no es una incógnita, pues se conocen sus fechorías y guerras, […]

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha vuelto al centro de la escena con las pujas de Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia. La presidenta argentina le hizo una buena denuncia, por Malvinas.

Para muchos latinoamericanos y caribeños la OTAN no es una incógnita, pues se conocen sus fechorías y guerras, pero se la visualiza como bastante lejana. Se la ubica en Europa o guerreando en destinos tan exóticos como Afganistán y Libia.

Al revelar que ese pacto militar agresivo vive cerca, metido en la región latinoamericana, tuvo mucho mérito la presidenta argentina en el acto conmemorativo del Día de los Caídos y Veteranos de Guerra de Malvinas, el pasado 2 de abril.

En esa ocasión dijo Cristina Fernández de Kirchner: «Malvinas es la mayor base militar al sur del paralelo 50. Desde allí se maneja todo el despliegue militar británico y también los sistemas de inteligencia electrónica». Puntualizó que era la mayor base nuclear de la OTAN en el Atlántico Sur, con posible introducción de armamento nuclear, amén de «los 1.500 a 2.000 efectivos en la base de Mont Pleasant, un submarino nuclear, aviones de combate de quinta generación y misiles capaces de alcanzar gran parte del Cono Sur, algunos dicen que hasta Ecuador».

Queda claro que la base inglesa es también de la OTAN, que es como decir de los norteamericanos, quienes sin ninguna duda son los que controlan a la alianza atlántica en lo político, militar y financiero. ¿Una base del Atlántico Norte en los confines del Atlántico Sur? Sí, el control geopolítico de esas aguas que bañan a Sudamérica y África, que conectan con el Pacífico vía el Beagle y hacia el océano Índico, que permiten a los imperios alentar sueños de dominación de la Antártida, hacen que les dé lo mismo si es el Norte, el Sur o los otros puntos cardinales. Tienen que ser todos suyos. Y las armas, incluso eventualmente las nucleares, están para asegurar ese dominio.

A disipar todas las dudas: la OTAN está muy cerca, acá en el vecindario.

A órdenes yanquis

A lo largo de su historia -ayer cumplió 65 años de su fundación el 4 de abril de 1949- la entidad se ha mantenido como un bloque político y militar orientado por EE.UU., a fin de luchar contra el comunismo durante buena parte de esos años. Y más recientemente contra algunos países socialistas y otros que sin serlo se muestran renuentes a aceptar el orden mundial unipolar, neoliberal, de guerras y ajustes contra las poblaciones.

En esa última categoría, no socialista, entra Rusia que cuando era la URSS fue el blanco elegido por EE.UU. y sus aliados europeos para la Guerra Fría y eventualmente la Caliente. Luego del desplome orientado en Moscú por Boris Yeltsin y Mijail Gorbachov, la OTAN se dio una táctica diferente: arrimarse a las fronteras rusas, con nuevos socios de la Alianza y emplazamientos militares extras, a fin de lograr una capitulación moscovita y hasta una captación de la misma para la entidad.

Hasta el período 2004-2007 los norteamericanos y europeos tenían relaciones amistosas con Rusia y no abandonaban la idea de que pudieran ser socios. Aquellos estaban en guerra en Afganistán y creían que la lucha contra los talibanes y Al Qaeda podía ser un motivo de unidad con Vladimir Putin y Dmitri Medvedev.

No lo lograron. Rusia condenó el proyecto atlantista de escudos antimisiles y bases de radares en Polonia y República Checa; ocupó posiciones en Moldavia y partes de Georgia en 2008, como Abjasia y Osetia del Sur. Y, más importante aún, fundó con China la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), con países asiáticos que habían sido integrantes de la ex URSS: Kazajstán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán. Incluso Afganistán hoy es «observador» en esa OCS.

Por eso, ante la reciente crisis en Ucrania, con un golpe de Estado parlamentario contra el presidente pro-ruso Viktor Yanukovich en Kiev y la reacción de la parte ruso-parlamente de Crimea, que decidió separarse y pedir su ingreso a la Federación Rusa, era obvio que la OTAN volvería a sus planes antirrusos.

El 1 de abril pasado se reunieron en Bruselas los cancilleres de los 28 miembros de la Alianza, bajo la presidencia de hecho del estadounidense John Kerry y decidieron sancionar a Moscú. Por ejemplo, suspendieron toda cooperación civil y militar entre Rusia y la OTAN.

Eso no fue todo. Decidieron intensificar sus patrullas aéreas sobre el mar Báltico y los vuelos de vigilancia sobre Polonia y Rumania, así como un posible envío de más efectivos militares a Polonia y los países bálticos, apurando el calendario de entrenamientos y ejercicios militares.

Y todo eso porque Putin y su primer ministro Medvedev apoyaron un referendo en Crimea, antigua zona rusa y luego soviética. La presidenta argentina, en declaraciones anteriores a las malvineras recién citadas, había puesto de manifiesto la incongruencia de las grandes potencias, más concretamente de EE UU y Reino Unido: avalaron un plebiscito trucho de los kelpers en Malvinas y rechazaban el de Crimea.

Zona de guerra

La II Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac), celebrada en La Habana, Cuba, el 28 y 29 de enero pasado, declaró a la región como zona de paz.

A tenor de la denuncia argentina se ve que esto es incumplido por el Reino Unido con su base militar en Malvinas, con o sin armas nucleares. En esta categoría de violadores de la zona de paz también entran los norteamericanos, no sólo por su calidad de socio mayor de la OTAN sino también por sus bases bélicas en Guantánamo, Honduras, El Salvador, Colombia, Chile, Perú, Aruba, Curazao, etcétera, y en menor medida Paraguay, más el accionar de su IV Flota y los planes antidemocráticos que alienta el Pentágono en la región por medio del Comando Sur.

De las 76 bases militares norteamericanas en esta parte del mundo, la única cerrada fue Manta, en Ecuador, por decisión soberana de su presidente Rafael Correa.

Salvo para quienes quieran engañarse o peor aún subirse al carro del agresor (caso de Carlos Menem obteniendo de Bill Clinton en 1997 el título de «aliado especial extra-OTAN), la entidad no ha cambiado de esencia en estos 65 años. Sirve a los intereses norteamericanos de dominación mundial, comenzando por Europa, donde nació, y como se comprobó a fines del siglo XX con la agresión militar a Yugoslavia en la Guerra de los Balcanes (1999), y ya en el XXI con la invasión a Afganistán (2001), Irak (2003), Libia (2012) y actualmente, por medio de aliados que reciben su ayuda política y bélica, en Siria.

Algunos mandatarios sudamericanos son profundamente atlantistas, como el colombiano Juan M. Santos, que en junio de 2013 anunció junto con su ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón que firmaría un acuerdo de cooperación para sumarse a la OTAN.

Amo yanqui

Gente muy desinformada puede creer por cierto tiempo la envenenada versión de que la OTAN es «defensiva». Las agresiones mencionadas, como la de Libia, donde murieron 160.000 personas, demuestran que no es así. Es para agresión a terceros países.

Otra falsedad consiste en disimular parcialmente quién manda en la entidad. Como tiene su sede en Bruselas, donde también se suelen reunir los cancilleres de los 28 países miembros de la Unión Europea, se puede pensar que es una institución «europea». En tiempos de fricciones, la burguesía gala con Charles De Gaulle no integraba la OTAN, pero Nicolas Sarkozy en 2009 volvió al redil.

Para reforzar ese equívoco, los yanquis consienten que la secretaría general de la OTAN, cargo político, lo desempeñe usualmente un europeo que rota cada cuatro años. Hasta 2009, por ejemplo, estuvo en esa secretaría el holandés Jaap de Hop, quien entregó la posta al ex primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, quien la ha piloteado. El próximo 30 de setiembre, luego de una reunión en el Reino Unido, dejará ese lugar al ex dos veces primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, designado el 28 de marzo último.

Normalmente son políticos de derecha liberales y conservadores; el próximo es de procedencia laborista y en su juventud militó contra la OTAN. Esa traición no es novedosa. En 1982 España se sumó al pacto bajo el «socialista» Felipe González (PSOE) y en 2004 Rodríguez Zapatero sumó más efectivos a las tropas en Afganistán.

Pero esas figuras son decorativas, en comparación con los secretarios de Estado y del Pentágono, quienes cortan el bacalao: Colin Powell, Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, Robert Gates, Leon Pannetta, Chuck Hagel, Kerry y otros que pasaron por esas carteras.

El gasto militar de la OTAN supone el 70 por ciento del total mundial, y el 75 por ciento del presupuesto de la entidad lo aporta Washington. Como dato adicional vale recordar que las decisiones militares se toman en el cuartel central del pacto en Mons, a 70 km al sur de Bruselas. Y allí los jefes han sido todos norteamericanos; los últimos: hasta 2012 el almirante James Stavridis y luego los generales John Allen y Philip Breedlove.

Hasta está establecido el mecanismo sucesorio: primero el militar yanqui encabeza la ISAF en Afganistán -aún hay 105.000 efectivos pese a tantas mentiras de Barack Obama- y de allí salta a Mons. Desde ese trampolín algunos sueñan con llegar a la jefatura del Pentágono, por ahora sin éxito. Wesley Clark (1997-1999) fue un fugaz precandidato presidencial demócrata.

Fuente original: http://www.laarena.com.ar/opinion-otan__bloque_agresivo_de_siempre__con_una_jefatura_norteamericana-112332-111.html