Hoy dicen que todo está cerca gracias a las comunicaciones, internet y el transporte rápido. Creo sin embargo que esto no es así, que las distancias que separan unos de otros a países y sus pueblos son amplias y muy reales. Y es, además, cada día más obvio que viajar ha de encarecerse a medida […]
Hoy dicen que todo está cerca gracias a las comunicaciones, internet y el transporte rápido. Creo sin embargo que esto no es así, que las distancias que separan unos de otros a países y sus pueblos son amplias y muy reales. Y es, además, cada día más obvio que viajar ha de encarecerse a medida que aumenta el precio de los combustibles. Lo que nos confunde y nos da la impresión de acercamiento es la ideología masiva que se trasmite a través de los medios de comunicación en occidente y que pretende que porque hacemos lo mismo y tenemos acceso a ciertos bienes de consumo comunes somos iguales.
Pero el diario vivir de un lugar, sus dificultades, sus luchas y las historias de sus habitantes no siempre se conocen bien ni son entendidas por extranjeros turistas o visitantes. Mi impresión es que esto sucede a los pueblos de España, y quizás de otros lugares del mundo, que reciban millones de visitantes cada año. Quienes compran en su país de origen el viaje que les va a dar distracción, algún conocimiento vago sobre el lugar de visita y porqué no, un cierto estatus frente a los demás, no buscan conocimiento profundo. Para los visitantes los habitantes del lugar, especialmente los involucrados en los servicios, le son indiferentes, en realidad no cuentan, no son nadie. Además, la indiferencia es hoy común; vivimos como que cada uno tiene un mundo propio muy interesante, mundo que chequeamos a través del teléfono móvil. El turismo tampoco es una experiencia como para entender la realidad de los demás o de los pueblos, ni es un intercambio social o cultural muy vasto, más que nunca antes el turismo es una mercancía un tanto deshumanizada y deshumanizadora.
Hace unas pocas semanas vengo de ser un visitante en España. Presté atención a la televisión y a los periódicos del país más que nada porque representan a la clase dirigente y a los ricos y traté de escuchar lo que opina la gente común, en especial los más jóvenes. Saqué varias conclusiones que si bien no son novedad me han servido al menos para comparar, como vivo al otro lado del Atlántico, con Canadá. Por ejemplo, me sorprendió ver que la televisión española está más infectada que la canadiense de programas hechos en Estados Unidos, algunos directamente mal traducidos, programas que generalmente no muestran nada de la realidad del pueblo norteamericano, ni la de ningún otro lugar, y que hasta cuando se trata de documentales son falsos. Estos programas aunque falsos y superficiales tienen un impacto grande en la población, muchos jóvenes españoles críticos de su medio creen sin embargo que Estados Unidos ofrece más oportunidades a su gente que España, simplemente no saben que en Estados Unidos las estadísticas son manipuladas hace mucho tiempo y no reflejan para nada la realidad, ni que la especulación en la bolsa de valores no tiene límites. Situación que también se refleja en Canadá.
En la tribuna que montan algunos canales de televisión en España se le da espacio a la crítica, que aunque seguramente limitada es igualmente algo que no sucede ni en Canadá ni en Estados Unidos donde la crítica pública sobre cualquier asunto que afecte a la sociedad no existe. Los periódicos son lamentablemente igualmente nocivos en ambas partes, no se salva de esto Europa ni Norteamérica y tampoco se salva América Latina. Es que se han convertido en pasquines simplemente, y con histeria escriben al mismo tiempo sobre una actualidad que es muchas veces inventada, al tiempo que realzan la farándula, el fútbol y la pedantería del gourmet. La prensa es una patraña que nos recuerda los ahogantes tiempos de las dictaduras en las repúblicas banana.
Los gobiernos actuales de Canadá y España son ambos de extrema derecha y neoliberales, como todos los de Europa; y, en ambos países, la politiquería huele a azufre al decir de Hugo Chávez. Los fascistas, tan protagonistas en la Europa actual, no necesitan formar otros partidos ni en Canadá ni en España porque los que gobiernan llenan perfectamente ese papel de odiosos y anti-pueblos. El resto de los politiqueros de supuesta oposición, están atrapados en un bipartidismo vicioso al que contribuye la metamorfosis y traición histórica de muchos ex-izquierdistas y socialdemócratas que deja sin mayores opciones a todos los ciudadanos. Esto favorece además la apatía al circo electorero. No queda parado ni el cuento del mal menor, cuento aún vigente en América Latina (Chile, Uruguay, Brasil). En Canadá la misma especie de socialdemócratas es oposición oficial, pero hace ya mucho tiempo se ha subido al tren de la derecha enterrando todo vestigio de socialismo; y, a nivel federal la izquierda ni existe. En España la izquierda y los movimientos sociales políticos existen pero su docilidad crece al punto que tendrán que esperar muchos años para lograr algún poder y supuestamente cambiar algo.
En ambos países casi todos los políticos se han convertido en personajes de la televisión, y se muestran acicalados y arrogantes, sin disimular que son tan corruptos como los mafiosos pero con mucha confianza de que nada malo les ha de suceder porque les sirven muy bien a los ricos y empresarios. Al esperpento de supuestos representantes de la gente se suman muchos dirigentes sindicales, que vestidos más sencillamente -para la foto del Primero de Mayo- defienden a mano partida al sistema que empobrece a los trabajadores que ellos mismos representan. Será quizás que se les hace difícil a estos dirigentes en ambos países mantenerse íntegros frente a los sueldos desorbitantes que reciben -que con ellos se los compra-, y los privilegios que obtienen los alejan sin duda de sus compañeros trabajadores y trabajadoras que supuestamente representan.
Los pueblos de España tienen que soportar además a sus propios reyes en presencia y en remuneración todos los días mientras que en Canadá aunque la monarquía cuesta igual (cuesta más que en el Reino Unido unos 60 millones de dólares al año) al menos tenemos que verlos menos -una visita o dos al año para no perder vigencia y con publicidad desmesurada para que no olvidemos que no somos república. Ambas monarquías son parasitarias y no dejan de ser una vergüenza para occidente con todas esas ínfulas de ilustrado.
Tanto Canadá como España incluyen territorios o naciones muy distintas unas de otras, con historias, lenguajes y creatividades artísticas y productivas particulares. En Canadá existe Quebec, territorio invadido por franceses que crearon su propia nación, y las Primeras Naciones -aborígenes que sufrieron la invasión de ambos franceses y anglosajones. En España el tema de las nacionalidades parece más relevante y nadie cuestiona sus legítimos derechos, pero no todo es claro ya que el grado de racismo y prejuicio que enfrentan las minorías visibles, por decir, es mucho más obvio y brutal en España que en Canadá. Sin ir lejos, una joven catalana me explicaba lamentándose de lo poco que gana en su trabajo y al tiempo que opinaba a favor de la independencia de Cataluña me decía que era necesaria para dejar de «mantener a esos flojos andaluces.» Que diría mi abuela que nació en La Línea y trabajó desde muy niña, y a la que nunca vi durmiendo siesta. Y es que esto de juzgar mal a los andaluces no es nuevo pero se junta a otros malos juicios por ejemplo sobre «los moros», «los negros», «los sudacas», «los gitanos» y «los chinos» que transparentan un racismo abierto y descarnado, que no se avergüenza de existir.
Los pueblos de España son más conscientes y opinados en lo social y político que los canadienses; en Canadá el sistema para elegir representantes en diferentes niveles de gobiernos es anacrónico mientras que en España es al menos proporcional; un partido político en Canadá puede alcanzar un 12 por ciento de los votos y no elegir a nadie mientras que otro partido con un uno por ciento puede lograr elegir, es un sistema ridículo pero que no cambia debido a la apatía ciudadana y su falta de participación. Las protestas en Canadá aunque generalmente pequeñas son fuertemente reprimidas por la policía como en España donde la represión se hace siempre presente aunque sean miles los que protestan. Quizás una razón de protesta masiva en Canadá o en Estados Unidos fuera que le subieran el precio de la gasolina al doble o le cobraran peaje en las carreteras como cobran en España, un experimento que puede ocurra en el futuro no tan lejano y allí podamos ver.
La situación económica y social en España es, como todos saben, muy grave en especial para los desempleados que han perdido ya todo derecho a ayuda, que son muchos; si en el futuro cercano no hay soluciones ni responsabilidad de las élites y sus administradores los pobres serán millones más. Sufren también los jóvenes a quienes se les está robando el futuro, y muchos adultos y mayores a quienes se les está robando el presente. Todo esto tiene un precio que las clases medias (sustento social de los ricos) cuyos miembros tienen aún sueldos decentes se encargan de encubrir -parte una defensa personal para espantar el miedo de caer, parte no querer abandonar la esperanza de que siempre que llovió paró y parte por la consciencia sobre el bastante reciente pasado español de miseria y terror.
En Canadá la situación es por ahora mejor, aunque los canadienses se hayan convertido en grandes deudores, su deuda personal una de las más altas del mundo y de casi 1,7 dólar por cada dólar ganado. Hay, sin embargo, una gran especulación inmobiliaria similar a la que hubo en España, con un sobreprecio de las propiedades de un 10 a un 30 por ciento -que han subido más del 100 por ciento en los últimos 14 años, lo que demuestra que el casino capitalista no termina. En muchas partes del país el desempleo es alto, pero ayuda que la población se mueva hacia el oeste donde el trabajo existe gracias a la explotación de los hidrocarburos. Igualmente hay una cierta incertidumbre en Canadá porque es un país netamente exportador de materias primas y grano y por esto muy dependiente de Asia y de su crecimiento industrial. China es el gran comprador de minerales y maderas canadienses.
En España parece que la solución fuera atraer nuevos ricos rusos para que inviertan en lo que sea; pero a la vez que se persigue esto se difama públicamente a Rusia, como si los rusos fueran autistas y no tuvieran acceso al doble mensaje. Algo similar sucede allí con China, donde el racismo se expresa claramente a todo nivel (llevan a un tribunal al ex presidente chino acusado y condenado por las políticas chinas en Tíbet, al punto que si este visitara España sería detenido) y a la vez se espera que China invierta en el país. No es una actitud amigable ni como para que China favorezca inversiones en España sino más bien una muestra de arrogancia e idiotez de parte del gobierno. Canadá tampoco lo hace mal en este sentido porque a la vez que quiere atraer nuevos burgueses asiáticos, en especial chinos, la prensa canadiense y representantes del gobierno mismo insultan a China al punto que el gobierno de China ha expresado su molestia públicamente advirtiendo consecuencias frente a esta conducta estúpida y arrogante. Canadá tiene vínculos comerciales con Rusia y su actitud con el gobierno ruso es también contradictoria.
Canadá, con un crecimiento mínimo y en una economía globalizada, seguirá dependiendo de sus recursos naturales incluso aunque estos se vayan agotando, posee recursos energéticos que le dan cierta seguridad económica por ahora. España enfrenta una situación mucho más difícil, sin crecimiento económico y sin mayores recursos ni hidrocarburos que consumir o vender y miembro de una Unión Europea mangoneada por Alemania, no hay más salida visible entre el turismo que ocupa unos dos millones de personas, un poco más de un tercio del número de los desempleados, pero que no puede ser destino único del país sin que la población sufra. Ambos países se beneficiarían de otro paradigma pero este no emerge claro ni apoyado masivamente.
Canadá y España, aunque separados por un extenso mar y sin que sus pueblos se conozcan o se entiendan demasiado, caminan juntos por el sendero de la decadencia civilizatoria de occidente. Visitantes, turistas, pisan sus territorios y disfrutan de sus bellezas naturales y ciudades, algunos apenas notando el nivel de penetración que ha logrado la ideología creada por el imperialismo de Estados Unidos a través de los últimos 100 años. Ambos continúan asiduamente destruyendo sus sistemas de bienestar social, soporte del desarrollo social y económico que han alcanzado estas últimas décadas, simplemente por mandato de sus élites que han decidido retomar todos sus privilegios y terminar en todo el Primer Mundo con la prosperidad de corto plazo que este sistema sostuvo y que fuera un período de bienestar único en la historia de ambos países. Ambos países conservan todavía buenas infraestructuras y apariencias, y cuentan con una clase media numerosa y consumista que hace aún brillar de encanto los ojos de millones de personas de otros lugares más pobres del mundo atraídos por la posibilidad de tener mejor vida, muchos arriesgando sus vidas y lo poco que tienen para vivir en España o en Canadá, tratando de escapar el padecimiento que sufren la mayoría de los suyos en sus campos, pueblos y ciudades de origen.
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