En la actualidad esta sociedad ha desarrollado mecanismos para orientar y desarrollar los procesos de movilidad humana, los mismos que están basados en las prerrogativas que tienen los Estados, sin ser un reflejo de las necesidades reales de los actores de los movimientos migratorios; para quienes, en lo fundamental, no respetan los derechos recogidos en […]
En la actualidad esta sociedad ha desarrollado mecanismos para orientar y desarrollar los procesos de movilidad humana, los mismos que están basados en las prerrogativas que tienen los Estados, sin ser un reflejo de las necesidades reales de los actores de los movimientos migratorios; para quienes, en lo fundamental, no respetan los derechos recogidos en el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Podemos aseverar que hoy existen dos categorías diferenciadas de movilidad humana:
a) Para los ciudadanos de los países llamados «ricos», a quienes se les posibilita la libre circulación; y
b) Para más del 80 % de la población mundial, la cual no pueden escapar a lo que constituye una «cárcel domiciliaria», lo que genera una serie de aberraciones sociales a nivel mundial, tales como: violencia institucional, criminalización de la migración, tráfico de seres humanos, desarrollo de redes criminales, explotación laboral, situaciones laborales de esclavitud, arbitrariedad de determinadas autoridades, abuso de autoridad, irrespeto a los derechos humanos, odio racial, xenofobia, y un largo etcétera.
A los migrantes, que residimos en los países auto denominados «desarrollados», se nos han convertido en víctimas de campañas masivas de falsos rumores, en las que el miedo, xenofobia, racismo, la desinformación, la demagogia política, etc. son alentadas por los sectores más atrasados y retardatarios de estas sociedades, como parte de planes estratégicos que diseñan, planifican y ejecutan falsas contradicciones con los habitantes nativos de esos países. Leyendas como «la invasión», «la identidad nacional», peligros en la «integración», «convivencia», les han permitido crear «verdades» sobre prejuicios que usan para «justificar» las violaciones a elementales derechos humanos que los tratados y convenciones internacionales nos reconocen.
El cierre de las fronteras, en Europa, Norteamérica y Australia se han convertido en instrumento de muerte y mutilaciones para miles de personas desde hace más de dos décadas. Por ejemplo, solamente frente a Lampedusa -se cree- que han muerto más de 8.000 personas, ante lo cual su alcaldesa Giusi Nocolni escribió una carta a la Unión Europea en la que señalaba: «¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?», y el Papa Francisco I advertía sobre «la globalización de la indiferencia». Según Amnistía Internacional desde el 2000, hasta la presente, unas 23.000 personas han muerto intentando llegar a Europa.
Pensar que el control y cierre de las fronteras pararán los movimientos migratorios es desconocer que las personas que sueñan con una vida mejor, lo intentarán las veces que sean necesarias. Igualmente lo harán las personas y familias que han sido expulsadas de sus sociedades producto de las crisis económicas, sociales, ecológicas, guerras, violencia generalizada, violaciones a los derechos humanos, entre otras. El número de refugiados y desplazados en el mundo superó a los 51 millones el año pasado, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. El número de refugiados climáticos, se estimada en más de 38 millones actualmente, y podría llegar a 150 millones en 2050.
El número de desplazados internos (movilidad dentro de cada país) en el mundo es alto. Según los datos del Observatorio sobre el Desplazamiento Interno del Consejo Noruego para Refugiados (IDMC-NRC), hasta finales de 2013 había 33,3 millones, 4,5 millones más que en 2012, y de estos el 63% procede solamente en cinco países afectados por conflictos: Siria, Colombia, Nigeria, República Democrática del Congo y Sudán.
Consideramos imprescindible y urgente iniciar procesos de análisis y sensibilización a fin de que en los hechos se considere a los procesos de movilización humana como hechos sociales propios del desarrollo de la humanidad, que caracterizan su presente y su futuro, y están profundamente vinculados a las transformaciones de las sociedades, de las cuales es a la vez causa y consecuencia.
La humanidad ha construido su historia, sus riquezas culturales y materiales con la participación de los procesos migratorios, por lo que sería un gran error, pretender negar la realidad del pasado, presente y futuro. Por lo tanto, es hora de exigir el respeto de los derechos fundamentales de las personas.
Oscar Imbaquingo. Comunicador Social, Arquitecto, Sociologo, D.E.A. Université de Paris I, Profesor Universitario.
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