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Afganistán

Regreso al punto de partida

Fuentes: Rebelión

La guerra iniciada en Afganistán hace 13 años por Estados Unidos y su aliado inglés, con el pretexto de derrotar a los Talibán y al gobierno del Emirato Islámico de Afganistán dirigido por el Mulá Omar, para capturar a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, ejecutado en mayo del año 2011 en las afueras […]

La guerra iniciada en Afganistán hace 13 años por Estados Unidos y su aliado inglés, con el pretexto de derrotar a los Talibán y al gobierno del Emirato Islámico de Afganistán dirigido por el Mulá Omar, para capturar a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, ejecutado en mayo del año 2011 en las afueras de Abbottabad, Paquistán – no termina de concluir.

Tras más de una década de ocupación, el conflicto en esa explosiva región del Asia Central, expresa no sólo un fracaso rotundo a la política intervencionista de Washington, sino que ha significado la pérdida de vidas humanas, en una sangría permanente. 50 mil afganos – la mayoría de ellos niños y mujeres civiles – medio millón de heridos de diversa consideración, un millón de desplazados, Cifras que se unen los 3.475 soldados muertos de la coalición (a fines de octubre del 2014), mayoritariamente estadounidenses, seguidos de ingleses y canadienses. Cuando a pocos meses del 11- S del año 2001 Estados Unidos dio inició a la Operación Libertad Duradera, las oficinas de propaganda de la superpotencia se encargaron de transmitir al mundo que la incursión bélica en la nación afgana sería «coser y cantar». Sin embargo, poco a poco, los halcones de Washington se dieron cuenta que lo que iban a coser y en forma creciente eran los sacos con los cuerpos de jóvenes soldados – principalmente de origen hispano y negros – que retornaban a Estados Unidos, empantanados en una guerra que trajo al recuerdo la pesadilla de Vietnam.

El círculo de la guerra en la nación asiática, cual cruel paradoja, comienza a cerrarse para volver a su punto de partida. Con el objetivo declarado de Estados Unidos de sacar a los Talibán del poder y con una guerra civil devastadora, los que pueden volver a ocupar ese poder son precisamente los miembros del movimiento rigorista Talibán, estudiantes de las Madrazas, aliados del grupo fundamentalista Al Qaeda y dominadores de las principales zonas de cultivo de la adormidera, principal ingrediente para la producción de la Heroína. En otro plano, la alianza Talibán con la Red Haqqani se ha consolidado con fuerza y no sólo en los clásicos bastiones del sur del país, sino en la amplia geografía afgana, donde antes tenía escasa o casi nula presencia.

Cercanos a los Talibán, pero dotado de cierta autonomía, la Red Haqqani controla amplias áreas del sureste del país donde su estrategia de control se basa tanto en el vasallaje tribal como en la férrea disciplina en el campo ideológico, sobre todo en las provincias de Paktia y Khost. Este grupo, según los propios informes elaborados por los organismos de inteligencia estadounidenses ha sido relacionado con actividades terroristas y organizaciones criminales en el noroeste de Pakistán durante años. «Son los intermediarios en el corredor de los territorios tribales de Pakistán hasta las provincias afganas de Khost, Paktika y Paktia. Su apoyo permite a los Talibán seguir canalizar tanto combatientes como equipamiento en la zona oriental de Afganistán» sostenía el año 2011 el analista de la Heritage Foundation James Carafano cuando este grupo fue declarado un movimiento terrorista por parte del gobierno estadounidense.

La Red Haqqani no tiene el perfil mediático de Al Qaeda, pero sus objetivos políticos coinciden tanto en lo retórico como en lo documental, signando que detener las acciones de los «cruzados en Afganistán impedirán consolidar la idea de un Gran Israel y eso es apoyar la causa del mundo musulmán«. Este grupo tribal posee cerca de 10 mil combatientes y está estrechamente ligado a Al Qaeda, Los Talibán y los servicios de inteligencia paquistaní. Su financiamiento proviene en la actualidad de la extorsión a los grupos y contratistas del distrito de Loya-Paktia, el dinero proveniente de negocios tales como el contrabando de madera, cromita, protección a empresarios e incluso el secuestro. Se afirma, igualmente, que la Red Haqqani tiene estrechas vinculaciones con el gobierno paquistaní y el servicio de seguridad – ISI – de ese país, lo que ha impedido el desarrollo de actividades terroristas en las zonas donde esa red teje su influencia.       

Los Talibán y su alianza con la Red Haqqani, a lo que hay que unir a Al Qaeda, son hoy más fuertes que nunca, precisamente porque controlan las principales áreas de Afganistán donde se cultiva el 80% del opio que se produce en el mundo – 200 mil hectáreas- que va a parar a las ciudades de occidente. Los propios reportes de las Naciones Unidas han señalado que el alza de los precios del opio en el mercado mundial, conducen a que los agricultores afganos incrementen el cultivo ilícito de la adormidera, sin que surtan efecto políticas de sustitución de productos agrícolas. Sólo en el año 2013 ese incremento fue de un 7% con relación al año 2012. La vuelta de mano a las balas, bombas y ocupación anglo-estadounidense, es una lluvia de polvo para heroinómanos.

Junto a esa ocupación territorial los Talibán ha sido capaz de incursionar en las zonas donde Estados Unidos y el débil ejército afgano tienen sus bases. Así, el pasado sábado 24 de octubre, el Ministerio de Defensa de Afganistán señaló que fuerzas rebeldes atacaron la emblemática Base Aérea de Bagram, una de las principales sedes de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en el país centroasiático. A lo mencionado se suman los hechos del pasado 1° de Noviembre, donde nueve miembros de las Fuerzas de seguridad Afganas, además de 20 civiles murieron en un ataque con explosivos, por parte de un atacante suicida en la provincia de Logar en un puesto de la policía local.

Objetivos más allá de las fronteras afganas

Estas ofensivas se enmarcan en las acciones de las fuerzas insurgentes tras la decisión del nuevo gobierno afgano presidio por el mandatario Ashraf Qani Ahmadzai, de rubricar el Acuerdo de Seguridad Bilateral (BSA, por sus siglas en inglés) entre Afganistán y Estados Unidos, que permite a este último país mantener parte de sus tropas en territorio afgano después de fines del año 2014 – que era la fecha límite signada para el retiro de las fuerzas extranjeras. El acuerdo, que define el estado de las tropas estadounidenses y prevé una presencia limitada de las mismas en el territorio afgano después de la retirada de las principales fuerzas de la OTAN a finales de este año, se selló un día después de la toma de posesión de Ahmadzai, constituyéndose en su primera y polémica decisión política, que mostró la influencia decisiva de la administración estadounidense en lo que se espera de Afganistán para el futuro: Un Estado afgano supeditado a los hilos que se muevan desde Washington y Londres, en el marco de la influencia regional que dicha alianza desea seguir manteniendo en el centro de Asia. Ello, bajo la fuerte acometida económica y política que están ejerciendo tanto China como Rusia.

Estados Unidos ha gastado en Afganistán, en la última década, 120 mil millones de dólares en sus intentos de consolidar gobiernos corruptos, una clase política voraz, parasitaria y absolutamente carente de poder social y político real, destruyendo aún más a un país precario, fragmentado. Todo ello en el marco de objetivos geoestratégicos en la zona del Asia Central, inserto en el vano intento de luchar contra el proyecto de desarrollo exterior impulsado por China como su objetivo estratégico prioritario en materia de salir el cerco que occidente ha querido tenderle junto a sus aliados japoneses y surcoreanos. Y esa salida implica buscar oxigeno, mercados y alianzas hacia el oeste, donde Afganistán y Paquistán cumplen un papel central. A pesar de los intentos estadounidenses y los miles de millones de dólares gastados en sus ofensivas militares, la presencia militar, política y empresarial, tanto China como Rusa llevan enorme ventaja a Washington y sus aliados en materia de fortalecer la presencia de inversiones y acuerdos multilaterales.

El pasado mes de agosto, el comité de asesores políticos del gobierno chino discutió las formas de promover la construcción del Cinturón Económico Ruta de la Seda. De acuerdo con un comunicado emitido luego de la sesión, estos asesores – con amplios poderes dados por el premier chino – acordaron que el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda, una moderna red comercial internacional propuesta el año 2013 por el presidente chino, Xi Jinping, ha generado un gran interés y una respuesta positiva de países como Rusia, India pero también de aquellos países por donde pasará o están en el campo de influencia de esta ruta, como es el caso de Afganistán.

Los asesores chinos refirieron, que la construcción de este cinturón económico, de esta moderna Ruta de la Seda, debe avanzar enfocado en la cooperación económica y que el mercado debe ser aprovechado al máximo respecto a la asignación de recursos. Ello implica una diferencia fundamental con la manera en que la alianza anglo-estadounidense trabaja el tema de su presencia en la región, generalmente a sangre y fuego, con la imposición de un modelo donde el que sale favorecido es la potencia ocupante. Los asesores chinos, para hacer aún más atractiva la oferta que se está haciendo a los gobiernos de Asia Central, también sugirieron que se debe establecer una cadena de varias industrias y fortalecer los intercambios culturales, para atraer beneficios a las naciones a lo largo de la Ruta de la Seda.

En un artículo anterior a propósito de los acontecimientos de protestas en Hong Kong sostuve que los conflictos que se viven en Ucrania, Siria, Irak y aquellos que vive Afganistán hace trece años – siguiendo en esto un interesante razonamiento del analista Raúl Zibechi – están destinadas a atentar contra lo que se ha denominado la Ruta de la Seda «considerada una de las vigas maestras del nuevo orden mundial, ya que en los hechos la Organización de Cooperación de Shanghái – que involucra a China, Rusia y a la cual se sumará la India, tras la petición de este país el pasado 11 de septiembre de sumarse a la OCS – es un desafío al liderazgo estadounidense en una región donde la superpotencia tiene cada vez menos influencia». Región donde se inserta Afganistán y que constituye un pesado fardo económico y político para una superpotencia agotada por los múltiples frente abiertos y que trata de salir del involucramiento directo y consolidar la estrategia de Obama y sus asesores militares del Leading From Behind.

A lo mencionado debemos adicionar el importante papel que están jugando los países agrupados en el BRICS. Bloque de países que comprende a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y que reúnen el 32% del territorio global y con una representación demográfica del 43% del total mundial. Rusia y China se han convertido en parte del nuevo orden internacional emergente, desarrollado en torno a los países BRICS. Señala Zibechi que la nueva Ruta de la Seda, que une dos centros industriales de envergadura: Chongqing en China con Duisburgo en Alemania convirtiendo a China en el primer socio comercial de Alemania y dando un gran varapalo a los intereses económicos y políticos de Washington en el Viejo Continente «está generando un dislocamiento geopolítico de gran trascendencia». La Ruta de la Seda atraviesa en su periplo Kazajstán, Rusia y Bielorrusia, evitando así el tránsito por zonas conflictivas al sur del Mar Caspio.

A esa Ruta terrestre se une la idea de una órbita marítima, que rodeará el Océano Índico, garantizando el intercambio entre China y Europa. Ambas destinadas a ser las mayores rutas comerciales del mundo. Como apoyo a este objetivo, China ha consolidado una red portuaria que incluye bases y estaciones de observación en países como Sri Lanka, Bangladesh y Birmania e incluso Paquistán – vecino de Afganistán y salida del comercio de ese país sin costas marítimas – donde financió la construcción y operación de un puerto en la ciudad de Gwadar y considerado el primer punto de apoyo al ingreso de China al área de mayor producción de petróleo del mundo con un 66% del total de reservas mundiales, donde circula el 30% del petróleo del mundo y el 80% del crudo que recibe China.

Estados Unidos ante la realidad del cinturón económico trilateral entre Rusia, China y Mongolia, donde además se proyecta un ferrocarril que llevará el simbólico nombre de «Ruta de la Seda» ha comenzado ha tratado de intensificar su presencia económica en Asia Central – de allí su presencia multimillonaria y militar en Afganistán pero, que no ha tenido los resultados esperados. Un Plan norteamericano, que se dio a conocer el año 2011 y que pretende unir a ex territorios de la ex Unión Soviética: Kirguistán, Uzbekistán, Turkmenistán, a la India y Paquistán, nucleados en torno a Afganistán y que incluso fue denominado, con escasa originalidad «Nueva Ruta de la Seda». La pugna está lanzada y todos los mecanismos en busca de socios, de mercados y de influencias regionales sirven en este todo vale.

Esa región del Asia Central, posee escasa integración económica y donde, reiteramos, avanza con muchísima más ventaja, no las ideas estadounidenses, sino más bien las de Rusia y China. En el caso de Moscú, con su proyecto de Unión Económica Euroasiática, firmada en mayo del 2014 y que incluye a Kazajistán y Bielorrusia, donde otra ex república soviética, como Kirguistán ha solicitado su adhesión a la cual se sumaría Armenia. Unión que entrará en vigencia el 1 de enero del año 2015 y contempla el libre flujo de capitales, trabajadores y mercancías, al interior de esa unión y con una política común en áreas como energía, agricultura, industria y transporte.

La alianza estratégica entre Rusia y China significa una clara competencia a las pretensiones hegemónicas de la alianza Estados Unidos-Unión Europea, ya sea en Medio Oriente, Eurasia y Asia Central, pues se trabaja fuertemente en una vertiente geopolítica y geoenergética que incluye la construcción de un gasoducto para proveer gas ruso a China, como una manera de asegurar el suministro energético para la industria y la población China. Decisión que diversifica el mercado para la energía rusa, sometida a presiones por parte de sus compradores europeos, en el marco el conflicto en Ucrania y las sanciones impuestas a Moscú. A lo que sumamos el objetivo de enfrentar al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP).

Me voy pero vuelvo

En ese marco de consolidación de alianzas, claramente distintos a los intereses de Washington, los acuerdos del nuevo gobierno afgano y la administración estadounidense se entrelazan con las decisiones del gobierno de Londres – fiel aliado de Washington en cuanta cruzada de dominio, han emprendido en el mundo desde el año 1991 a la fecha. El Ministerio de Defensa del Reino Unido, tras anunciar el fin de las operaciones militares en Afganistán y cerrar la principal Base Militar que mantenía Londres en suelo afgano – Camp Bastion – explicitó que igualmente mantendrá en la nación centroasiática a medio millar de «especialistas militares» destinados, según las autoridades británicas «a apoyar la formación de las fuerzas afganas de seguridad» que formarán parte de la operación militar que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha denominado «Apoyo Resuelto» que iniciará sus acciones a partir de enero del año 2015 con el objetivo de «ofrecer ayuda institucional a Afganistán y aumentar el nivel de mando de sus fuerzas de seguridad».

La pregunta que surge entonces es ¿qué hicieron durante trece años entonces estas fuerzas que invadieron Afganistán bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo? La respuesta tiene diversas aristas pero una sola dirección lógica de afirmación: ¡nada que ayudara al pueblo afgano! Que sufrió y vio incrementar en cientos de miles el número de muertos y heridos, la destrucción del país y su infraestructura, servicios básicos y la certeza que ese estado de violencia no cesará. Esto, pues la inseguridad sigue siendo pan de cada día en Afganistán y el propio Ministro de Defensa Británico, al cerrar Camp Bastion reconoció que la coalición encabezada por Estados Unidos, Londres y la OTAN fueron incapaces, en estos casi tres lustros, de derrotar a los Talibán.

Afganistán, tras trece años de ocupación, tras la aniquilación del concepto y práctica de Estado se ha ido transformando lentamente en una entidad fallida. Está regresando al punto de partida, en la posibilidad que a partir del año 2015 «Apoyo Resuelto» no sea más que una operación destinada a salir de Afganistán, apresuradamente, llevándose sus bártulos en un ¡sálvese quien pueda! por el avance Talibán. Miles de soldados estadounidense y británicos, además de mercenarios contratados por empresas privadas, tal como sucede en Irak, regresarán a sus casas, tras una misión que parecía tener propósitos claros pero que se fueron diluyendo a partir de la constatación que los intereses prioritario eran los de siempre: hidrocarburos, control de oleoductos y gasoductos e influencia geopolítica.

El balance de la ocupación de Afganistán muestra profundas fisuras con lo que se pretendía originalmente: ¿vencer a los Talibán? ¡Ni pensarlo! Hoy, más que nunca están firmes en sus territorios y amenazan al resto del país. ¿Destruir las plantaciones de Opio? ¡Menos aún!. Las propias organizaciones internacionales lo consignan: el alto precio del opio en el mercado, lleva en la lógica del mercado, que tanto defienden justamente Estados Unidos e Inglaterra, que los agricultores afganos incrementen el cultivo ilícito, se intensifique el contrabando donde participan entusiastamente los Talibán, las Fuerzas de ocupación, funcionarios del gobierno afgano, los servicios de seguridad paquistaní y mercaderes de distintas nacionalidades.

En un artículo anterior sobre la situación en Afganistán, citaba las palabras del analista político Txente Rekondo, declaraciones que repiten, exactamente, el actual momento que viven las fuerzas de ocupación, el gobierno afgano y el cómo se avizora el estado del arte en esta zona del mundo. «El paseo triunfal de fines del 2001 ha dado paso a una fotografía mucho más compleja, y la victoria «oficial» anunciada por los dirigentes de Washington se ha transformado en una especie de «sálvese quien pueda». Un breve balance del período muestra a las fuerzas de ocupación acosadas y atacadas en la mayor parte del territorio, recluidas buena parte del día en sus bases militares; una resistencia heterogénea que controla importantes zonas del país; un régimen títere que no tiene jurisdicción real más allá de las cuatro paredes del palacio presidencial de Kabul; una corrupción que asola todos los sectores de la sociedad; un boyante negocio en torno a la producción de opio; un pulso entre diferentes actores extranjeros para sacar tajada de la situación, sobre todo de las riquezas naturales y del negocio de la supuesta reconstrucción».

Los grupos Talibán en los últimos cinco años, bajo el liderazgo del Mullah Omar y la «Shura de Quetta», Hezb-i-Islami de Gulbuddin Hekmatyar o la red de la familia Haqqani acabaron con la vida de importantes figuras del saliente gobierno de Karzai, entre ellos altos mandos militares, políticos, líderes tribales y religiosos, además de atacar instalaciones y establecimientos como el «British Council», la sede de la OTAN, la embajada de EEUU, entre otros edificios, demostrando una capacidad operativa que preocupó a las Fuerzas de ocupación y los decidió a aumentar el contingente militar , sobre todo en el entorno de Embajadas, consulados, sedes de oficinas administrativas y comerciales de los numerosos contratistas que realizan multimillonarias obras de reconstrucción allí donde mismo las fuerzas ocupantes destruyeron carreteras, aeropuertos, hospitales, edifico gubernamentales, servicios básicos entre otras. Es parte del juego: destruir para reconstruir a precios inflados. Ese es el panorama en Afganistán y lo que ha causado más de un dolor de cabeza a Washington, que se debatía entre una pronta retirada o una paulatina, todo ello bajo la sombra de un repliegue estilo Saigón, con los militares estadounidenses colgando de helicópteros.

El análisis de cientistas, políticos y militares centra que el error principal en Afganistán fue devolver el poder a los antiguos señores de la guerra: acusados de crímenes, corrupción, narcotraficantes a los que la sociedad afgana detesta como al propio ex presidente Karzai, sindicado como uno de los políticos más corruptos y puesto allí por occidente, tal como sucede con el actual mandatario Ashraf Ghani Ahmadzai, Antropólogo, en Ministro de Finanzas de Karzai y ex funcionario de organismos financieros internacionales que le garantiza a Washington absoluta fidelidad frente a la política que implemente la alianza anglo-estadounidense. Otro error fue tomar parte, por parte de Estados Unidos y la OTAN por uno de los bandos en la Guerra Civil que divide a la sociedad afgana, en la cual los Talibán son sólo una parte. Recordemos que el año 2007 los Talibán se aprovecharon de la situación de vacío político y tomaron la iniciativa militar. Desde entonces no han dejado de ganar terreno en un país devenido en protectorado de estados Unidos, la ONU y la OTAN.

Los ataques dentro de la llamada Zona Verde de Kabul – se supone la más segura -, la guerra permanente contra las fuerzas de ocupación anglo-estadounidenses a partir del año 2001, el asesinato del ex presidente Burhanddin Rabbabi, el año 2011 (que marcó un punto de quiebre respecto a aquellos señores de la guerra opositores al ex gobierno de Karzai). Este líder de la facción político-militar Jamiati Islami devino en Jefe de Estado de Afganistán tras el derrocamiento del gobierno socialista el año 1992. Unido al avance y consolidación del poder Talibán en gran parte del país, demostraron que este Movimiento, tanto como Boko Haram en Nigeria, Daesh en Siria, Al Qaeda en el Magreb son tentáculos de la misma criatura fundamentalista que suelen nacer, desarrollarse y adquirir relevancia gracias a patrocinadores como Arabia Saudita, las Monarquías del Golfo y los propios Estados Unidos y sus agencias de inteligencia.

Los Talibán y sus aliados de la Red Haqqani están dentro de Kabul y de allí no saldrán más. La Red Haqqani, financiado y armado por la CIA en la época de lucha contra la ex Unión Soviética, comenzó a atacar a sus antiguos aliados estadounidenses tan pronto estos se convirtieron en la fuerza ocupante de Afganistán. Muerto Osama Bin Laden, la Red Haqqani y su alianza con los Talibán, los han convertido en el enemigo número uno. En los últimos seis meses han recrudecido los ataques contra las fuerzas policiales y de seguridad afganas por parte de los grupos rebeldes, sumando 1.300 soldados y 400 policías a la lista de bajas. Cifras que representan el más alto número de muertos locales de la última década.

En ese panorama, el Gobierno del ex presidente Hamid Karzai, que robó sin complejos ni condenas internacionales las elecciones presidenciales de 2009 ante el silencio de sus patrocinadores, no hubiese podido resistir sin el apoyo de las tropas extranjeras, tal como sucederá con el nuevo gobierno de Ashraf Ghani Ahmadzai. Esto, a pesar del cierre de Camp Bastion, los anuncios de retirada de tropas estadounidenses y un New Deal en materia de cooperación militar entre Washington y Kabul. Con la reformulación de la estrategia de la alianza anglo-estadounidense en materia de cuántos hombres dejar, qué líneas de acción fortalecer y cuánto seguir gastando, se sigue pensando en continuar una guerra que no para de sangrar las arcas de estos dos países y seguir llenando de muertos la larga lista de horror y sangre en este país centroasiático.

Eso lo saben Obama, Cameron y la OTAN, que como borrachos porfiados se resisten a admitir, que ya nada tienen que hacer en las tierras que no han sido conquistadas por ningún ejército invasor a lo largo de dos mil años. La Guerra en esas condiciones es el opio para el pueblo tanto afgano como para el estadounidense. Uno porque lo paga con su sangre y destrucción y el otro con los impuestos a su población y el desprestigio crónico de una política imperialista.
 

Artículo del autor cedido por Hispantv

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.