Cuando se creó en Lucerna, Suiza, el Grupo de Trabajo Suiza-Colombia en 1987, Colombia vivía una coyuntura particularmente compleja condicionada por la guerra que padeció por más de medio siglo. Hoy, la novedosa aunque frágil etapa de discusión-construcción de la paz desplaza la brújula de la solidaridad en otra dirección. De la militancia activa de […]
Cuando se creó en Lucerna, Suiza, el Grupo de Trabajo Suiza-Colombia en 1987, Colombia vivía una coyuntura particularmente compleja condicionada por la guerra que padeció por más de medio siglo. Hoy, la novedosa aunque frágil etapa de discusión-construcción de la paz desplaza la brújula de la solidaridad en otra dirección.
De la militancia activa de los 80 a la nueva dinámica asociativa europea se percibe una diferencia significativa…Tal como lo constata dicha organización, que como toda la solidaridad internacional confronta hoy nuevas encrucijadas producto no solo de los cambios en Latinoamérica y en el denominado «sur», sino también de las muy diferentes prácticas asociativas europeas.
Nada es igual
«La efervescencia participativa que predominaba en los 80 en Suiza y Europa ha dado lugar hoy a un funcionamiento más estable, menos *militantista*», afirma Stephan Suhner, actual coordinador del Grupo de Trabajo Suiza-Colombia. Suhner, Licenciado en Historia, 45 año, es miembro de la asociación desde hace 20. Recuerda que entonces «ciertos procesos de liberación en países de lo que se denominaba el Tercer Mundo despertaban mucho interés en Europa». Eso facilitó la tarea del grupo, que se concentró en la información, en los derechos humanos y en el apoyo a organizaciones colombianas de la sociedad civil en la construcción de la paz, pero que siempre mantuvo una total independencia de todos los actores políticos y militares.
Hoy, prosigue, abunda la información; hay mucha más gente que viaja allá como turistas -y tiene un contacto directo con ese país. Al mismo tiempo, el interés de algunos sectores, en particular de los jóvenes, se desplaza a otras temáticas, como la ecología, el clima o la cultura.
Eso explica, en parte, que el «trabajo por los derechos humanos y la paz en la Colombia actual, no tenga la misma atracción que motivó hace tres décadas la militancia activa, en la calle, en los mercados, con actividades regulares de sensibilización, stands, fiestas para recaudar fondos etc.», subraya Suhner.
Por otra parte, las ONG más grandes que tienen proyectos en el «sur» viven sus propias restricciones presupuestarias y hay menos personal para igual o más trabajo. En muchas ocasiones, se impone el nuevo *marco lógico* que predomina en el mundo de la cooperación, con informes, planillas, presupuestos y balances técnicos, sobre la reflexión de contenidos, valores y procesos. «No podemos pensar que los tiempos, métodos y prioridades de las organizaciones de base de mujeres afrodescendientes del Caribe colombiano, por ejemplo, puedan encajar automáticamente con las exigencias y expectativas definidas desde Europa», subraya.
Recrear la utopía solidaria
Es fundamental «volver a conceptualizar nuestra tarea y adaptarla tanto a la nueva realidad colombiana como a la actual dinámica asociativa suiza», enfatiza Stephan Suhner al proyectarse hacia el futuro.
En particular, porque, hay muchos indicios que llegan desde Colombia que «podrían dar a entender que en la actualidad se trata más de la dejación de armas y desmilitarización de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y del ELN (Ejército de Liberación Nacional) que de resolver los grandes problemas estructurales de fondo que provocaron la guerra». Y aunque es objetivo que Colombia está mejor, si se analiza el descenso del número de secuestros, muertos y heridos a causa del conflicto, hay temas esenciales todavía pendientes.
Entre ellos, continúa, los ataques sistemáticos a líderes sociales y defensores de derechos humanos; los paramilitares; la mala distribución de la tierra; los cultivos ilícitos y los programas de erradicación forzada; las consecuencias nefastas de la presencia de numerosas multinacionales como la Glencore, tanto para las comunidades como para el medio ambiente de las zonas donde ellas operan.
El Grupo de Trabajo junto con una decena de ONG latinoamericanas y europeas acaban de publicar el Informe Sombra de la Red de Observadores de Glencore, sobre la presencia de dicha empresa en Colombia, Argentina, Bolivia, Colombia y Perú.
El mismo establece los impactos de siete operaciones mineras de la multinacional anglo-suiza en dichos países. Con sede operativa y domicilio fiscal en el cantón helvético de Zug, es la cuarta empresa minera más grande del mundo y la primera comercializadora de materias primas a nivel global.
«Es interesante comprobar que toda la temática de las empresas suizas en Colombia concita una particular atención de sectores interesados de la sociedad civil helvética», puntualiza Suhner indicando un eje actual a profundizar en el futuro.
Una mirada «externa»
«Mis primeros contactos con el Grupo de Trabajo se remontan a su fundación en 1987. Desde entonces, la colaboración en el sector de Derechos Humanos fue muy positiva. El desafío común de varias de nuestras organizaciones fue el de asegurar la coherencia de la política oficial suiza de DDHH. La mayor parte de los fundadores del Grupo regresaban a Suiza luego de haber vivido en barrios populares o zonas rurales conflictivas en Colombia. Y aportaron experiencias y conocimientos esenciales», subraya Marta Fotsch, quien durante casi 30 años fue la responsable del trabajo de Amnistía Internacional Suiza para Colombia. El gran mérito fue que desde el inicio aportaron ideas creativas y una visión crítica, y en particular una gran energía de trabajo, recuerda. Sin menospreciar el aporte del Grupo de Trabajo a todo el movimiento de solidaridad. «Muchas de sus concepciones fueron integrados por organizaciones y comités que trabajaban sobre Colombia y con otras realidades latinoamericanas», enfatiza. «Es un gran mérito que en 30 años y con pocos recursos haya podido lograr impactos tan contundentes y haya tenido la capacidad de adaptarse a las nuevas dinámicas mundiales», subraya.
¿Tiene perspectivas de futuro el Grupo de Trabajo? La respuesta de Marta Fotsch no admite dudas. «Más que nunca. El acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC fue firmado, hay negociaciones con el ELN… Lamentablemente por ahora no se llega a visibilizar suficientemente si se van a aplicar integralmente. Se necesita un seguimiento fuerte en el terreno. Lo que es muy importante ya que Colombia en tanto *país post-conflicto* corre el riesgo que muchas ONG y parte de la cooperación de Estados pueda retirarse».
Sigue siendo esencial y prioritario -agrega- el acompañamiento a las organizaciones de bases y sus dirigentes, quienes por medios pacíficos reivindican sus derechos a la tierra, la defensa de los recursos naturales y del medioambiente. «Y el apoyo a los defensores de derechos humanos. Solo en el primer semestre del 2017, según Somos Defensores/Minga, se registraron 335 agresiones contra defensores de DDHH, entre los cuales 51 fueron asesinados», concluye. Visión con la que coincide Stephan Suhner. Quien subraya que el Grupo de Trabajo se confronta a una disyuntiva vital: la redefinición de si misma o el riesgo de ser víctima de una inercia peligrosa para quien fuera en su momento referencia del movimiento de solidaridad suizo y europeo.
«Aunque es muy importante seguir existiendo, la celebración de los 30 años con una decena de actividades públicas en Lucerna y Berna, nos confronta con el futuro. Recrearnos conceptualmente es esencial para asegurar que nuestra práctica tenga el mismo sentido que cuando nacimos en los 80», concluye.
*En colaboración con swissinfo.ch
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.