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Vivir bien con menos

Ajustarse a los límites físicos con criterios de justicia

Fuentes: Viento Sur

Desvelar la falacia del crecimiento continuo en un planeta con límites ha sido desde hace décadas el núcleo central del ecologismo. De forma más reciente, estos análisis han calado en otros grupos y sectores de pensamiento crítico que, a su vez, han complementado y enriquecido el discurso ecologista aglutinándose en torno a un movimiento que […]

Desvelar la falacia del crecimiento continuo en un planeta con límites ha sido desde hace décadas el núcleo central del ecologismo. De forma más reciente, estos análisis han calado en otros grupos y sectores de pensamiento crítico que, a su vez, han complementado y enriquecido el discurso ecologista aglutinándose en torno a un movimiento que se declara objetor del crecimiento.

El decrecimiento, que es el término con el que se conoce este movimiento, constituye una corriente de pensamiento con orígenes muy diversos y procedentes de distintas disciplinas que defiende la necesidad de abandonar la lógica que sostiene el modelo de vida occidental. Pretende denunciar la inviabilidad de la sociedad del crecimiento y apunta a una disminución radical de la extracción de materiales y generación de residuos, con todos los cambios sociales, económicos, ecológicos y culturales que deben acometerse para que esta reducción se apoye en criterios de justicia social.

Fundamentalmente, se nutre de la crítica social y ecológica a la economía convencional, de numerosos análisis feministas y de reflexiones procedentes de los países del Sur. El término es, al decir de sus defensores, un eslogan, una palabra bomba1 que trata de llamar la atención sobre la necesidad de romper con la sociedad de la desmesura y la ausencia de límites, que ha conducido a la crisis global.

Una crisis multidimensional

La diversidad de dimensiones, la complejidad y los riesgos que plantea la crisis actual son tales, que se habla de crisis de civilización y de la urgencia de un cambio de paradigma civilizatorio para poder afrontarla. Se habla de crisis global porque afecta tanto a los modos de producir, distribuir y consumir como a la propia reproducción social y a los valores y actitudes de las personas e instituciones que sostienen el sistema.

Nos hallamos ante un cambio global en la Biosfera, cuya dimensión más conocida es el cambio climático. El rápido incremento de la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera, está desencadenando un proceso de cambio en cadena que afecta a los regímenes de lluvias, a los vientos, a la producción de las cosechas, a los ritmos de puesta y eclosión de aves, a la polinización o a la reproducción de multitud de especies vegetales y animales. En definitiva, altera el funcionamiento de los sistemas naturales al cual está adaptada la especie humana.

Nos encontramos ante lo que hace años Hubbert denominó el «pico del petróleo»2, es decir ese momento en el cual se ha alcanzado el punto de extracción máxima. Hoy día, no existe ninguna alternativa limpia que dé respuesta a las desmesuradas exigencias de este modelo urbano-agro-industrial, sumamente energívoro, que, además, continúa creciendo3.

La biodiversidad disminuye a un ritmo escalofriante. Ésta, constituye una especie de «seguro de vida para la vida»4, ya que confiere a los ecosistemas cierta capacidad para resistir perturbaciones externas. Es la primera extinción masiva provocada por una especie, la humana5.

Si añadimos la proliferación de la industria nuclear, la liberación de miles de nuevos productos químicos al entorno que interfieren con los intercambios químicos que regulan los sistemas vivos, la liberación de organismos genéticamente modificados cuyos efectos son imprevisibles o la experimentación en biotecnología y nanotecnología cuyas consecuencias se desconocen, podemos completar el panorama de riesgo de cambio catastrófico.

La crisis ecológica se da en un entorno social profundamente desigual. El mundo se encuentra polarizado entre un Centro que atrae materias primas, personas y capitales, y una Periferia que actúa como gran almacén de recursos y vertedero de residuos, en la que amplias mayorías de su población no tienen acceso a los recursos básicos y ven progresivamente destruidas sus condiciones materiales de subsistencia.

Para terminar una breve caracterización de este panorama amargo, hemos de señalar la incidencia de una preocupante e invisibilizada crisis de cuidados. La construcción de la identidad política y pública de las mujeres se ha realizado a partir de la copia del modelo de trabajo remunerado de los hombres, sin que éstos paralelamente, asuman la paridad en los trabajos domésticos. El sistema económico capitalista es posible porque se apoya sobre los trabajos no remunerados de las mujeres que se ocupan de la reproducción social; nunca podría pagar la reproducción de la fuerza de trabajo.

Un planeta con límites

El planeta Tierra es un sistema cerrado. Esto significa que intercambia energía con el exterior pero no materiales (excepto aquellos proporcionados por los meteoritos, tan escasos, que se pueden considerar despreciables). Por tanto, inevitablemente tenemos que concluir que el crecimiento continuo y sin límites es imposible en un planeta que sí que los tiene. La ignorancia de este planteamiento obvio es lo que ha conducido a la situación actual de translimitación6.

En efecto, los recursos que los seres humanos utilizamos cada año como fuentes de materiales y energía y como sumideros de residuos superan hace tiempo la producción anual de la tierra. Según el informe Planeta Vivo 7 , se calcula que a cada persona le corresponden alrededor 1,8 hectáreas de terrenos productivos por persona. Pues bien, la media de consumo mundial supera las 2,2has.

Además, este consumo no es homogéneo. Mientras que en muchos países del Sur no se llega a las 0,9has, un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6, un canadiense 7,2, y un europeo medio unas 5has. Los datos anteriores ponen de manifiesto la inviabilidad de la extensión del modelo de producción y consumo occidental a toda la población del planeta y que, por tanto, la única opción viable, desde una perspectiva de justicia y equidad, es que aquellos que sobreconsumen por encima de lo que corresponde a la biocapacidad de sus territorios rebajen significativamente su consumo material.

La constatación de la injusticia ambiental, que acompaña a la económica, a nivel global, es lo que ha hecho que los movimientos del ecologismo de los empobrecidos del Sur sean los mejores aliados de los defensores del decrecimiento en el Norte. Estos movimientos reclaman el reconocimiento de la deuda ecológica, denuncian la exportación de los residuos del Norte, se rebelan contra la biopiratería, desarrollan iniciativas contra las leyes del comercio internacional y se enfrentan con las grandes compañías transnacionales, defendiendo un derecho a la subsistencia y a una «vida buena» que sólo es posible si los países enriquecidos dejan de expoliar y depredar sus territorios.

Las promesas incumplidas de la desmaterialización

Desde los años 80, se ha venido sosteniendo que gracias a un progreso tecnológico que aumentara la eficiencia en el uso de los recursos, era posible presagiar una progresiva independencia del crecimiento económico respecto al consumo de energía y recursos naturales. Este proceso, que desligaba crecimiento y límites, fue denominado desmaterialización de la economía8.

Lamentablemente, la realidad no ha acompañado estos augurios optimistas y los costes ambientales de los nuevos procesos de fabricación, así como el aumento de consumo global (efecto rebote) muestran que la necesidad de considerar los límites es cada vez más perentoria9.

Aunque se pueda discutir caso por caso el impacto en el consumo de recursos por unidad de producto, lo que se constata con una claridad meridiana es el incremento del consumo en términos absolutos. La economía ecológica denomina a este fenómeno efecto rebote y a poco que estudiemos qué ha sucedido con la ecoeficiencia aplicada a la producción del automóvil, de la telefonía o de la informática veremos cómo a pesar de que cada vez hacen falta menos materiales y se generan menos residuos para fabricar una unidad de cualquiera de ellos, el número de unidades fabricadas y consumidas se ha multiplicado de una forma alarmante, demostrándose, que siendo necesaria, la ecoeficiencia no es suficiente. Hace falta que sea acompañada de estrategias y medidas que limiten fuertemente la producción y el consumo.

Librarnos del crecimiento: menos para vivir mejor

Hoy nos encontramos ante una trampa. Si nuestro sistema económico crece arrasa los sistemas naturales, genera unas enormes desigualdades sociales y pone en riesgo el futuro de los seres humanos, pero si no crece, se desvertebra la sociedad con una enorme conflictividad social y una gran sufrimiento por parte de los sectores más desfavorecidos.

Necesitamos, por tanto, salir de esta lógica perversa. La imposibilidad del crecimiento desbocado en un planeta con límites, dejan como única opción la reducción radical de la extracción de energía y materiales, así como la generación de residuos, hasta ajustarse a los límites de la Biosfera. Mientras no salgamos del fundamentalismo económico del crecimiento, el proceso económico seguirá siendo incompatible con la sostenibilidad y la equidad.

 Reducir el tamaño de la esfera económica no es una opción que podamos o no aceptar. El agotamiento del petróleo y de los minerales, el cambio climático y los desórdenes en los ciclos naturales, van a obligar a ello. La humanidad obligatoriamente va a tener que adaptarse a vivir con menos. Esta adaptación puede producirse por la vía de la pelea feroz por el uso de los recursos o mediante un proceso de reajuste tranquilo con criterios de equidad.

Una razonable reducción de las extracciones de la biosfera obliga a plantear un radical cambio de dirección. Descolonizar el «imaginario económico»10 y cambiar la mirada sobre la realidad, promover una cultura de la suficiencia y la autocontención, cambiar los patrones de consumo, reducir drásticamente la extracción de materiales y el consumo de energía, controlar la publicidad, apostar por la organización local y las redes de intercambio de proximidad, restaurar la agricultura campesina, disminuir el transporte y la velocidad y aprender de la sabiduría acumulada en las culturas sostenibles y los trabajos que históricamente han realizado las mujeres, son algunas de las líneas directrices del cambio de la sociedad del crecimiento a una vida humana que se reconozca como parte de la biosfera.

Vivir bien con mucho menos: principio de suficiencia

Georgescu-Roegen, ante la pregunta de qué puede hacer la humanidad ante la crisis actual destaca «la necesidad de reducir el consumo para reducir el agotamiento de nuestros recursos vitales al mínimo compatible con una supervivencia razonable de la especie. (…) No cabe duda de que debemos adoptar un programa de austeridad (…) Además de renunciar a todo tipo de instrumentos para matarnos los unos a los otros, también deberíamos dejar de calentar, enfriar, iluminar, correr en exceso, y así sucesivamente.» 11

En una economía circunscrita a los límites de la Biosfera, la energía fósil deberá tender a desaparecer. Si descartamos por sus riesgos, sus costes y por estar basada en un recurso no renovable la energía nuclear, sólo nos quedan las energías renovables, es decir: la solar, la eólica y, en una pequeña parte la biomasa e hidráulica. Esto dos últimos recursos, debiendo ser compartidos con otros usos distintos a la producción de energía como es la alimentación, necesariamente tienen que ser utilizados a escala limitada.

Las renovables limpias son la verdadera fuente de energía del futuro, pero no para las formas de uso a las que están acostumbradas las sociedades industriales y menos en un marco de crecimiento. Podemos vivir con renovables, pero con estilos de vida mucho más sencillos. No dan para una movilidad masiva en coche, para puentes de tres días en la otra punta de Europa, para vacaciones anuales en otro continente, para usar el aire acondicionado a nivel particular o para tener segundas residencias que se ocupan 50 días al año.

La reducción de la extracción es necesaria también para otros minerales, que también se aproximan a su propio pico de extracción o incluso para bienes renovables, como el agua, que ya son escasos, no sólo por problemas de coyuntura, sino por problemas estructurales derivados del enorme incremento de la escala de uso.

Paradójicamente, se sigue animando desesperadamente a consumir de una forma exagerada. La exigencia de gobernantes y actores económicos de que las personas gasten cada euro que tengan en el bolsillo para reactivar la economía, pone de manifiesto la falacia de la soberanía del consumidor. Más bien nos encontramos encadenados a la obligación de consumir lo que sea para que no se desplome un modelo económico extremadamente irracional

En un mundo lleno y progresivamente devastado, la estrategia a adoptar es la de «cartilla de racionamiento». No se trata de que la oferta responda a los deseos de las personas, sino de saber cuánto es razonable consumir y gestionar la demanda para que se corresponda con lo que es físicamente posible.

Una producción ligada al mantenimiento de la vida y no a su destrucción

La convicción de que tanto la tierra como el trabajo son sustituibles por capital propició que la economía se centrase sólo en el mundo del valor monetario, olvidándose del mundo físico y material.

Al reducir la consideración de valor a lo monetario, muchas cosas quedan ocultas a los ojos del sistema económico. Suman positivamente el valor mercantil de lo producido, pero no restan los deterioros asociados o la merma de riqueza natural. Al contabilizarse sólo la dimensión creadora de valor económico y vivir ignorantes de los efectos negativos que comporta esa actividad, se alentó el crecimiento de esa «producción» (en realidad extracción y transformación) de forma ilimitada, cifrándose el progreso de la sociedad en el continuo aumento de los «bienes y servicios» obtenidos y consumidos.

Esta forma de razonar sitúa el objetivo de la economía en incrementar las producciones sin que importe la naturaleza de las mismas, celebrándose el crecimiento de actividades que son a todas luces dañinas para el conjunto de las personas y el medio ambiente, que crecen a expensas del deterioro los servicios ecosistémicos y de invisibilizar los tiempos de trabajo necesarios para la reproducción social.

La ceguera de los instrumentos económicos ante los motivos reales de la bonanza económica de los últimos años (el crecimiento excesivo del crédito y la burbujas inmobiliaria, la hipertrofia de determinados sectores o la dependencia de la financiación exterior,) pone de manifiesto la necesidad de olvidar indicadores como el PIB para interpretar el éxito económico y adoptar un conjunto de indicadores que consideren otras dimensiones como son los flujos físicos, la apropiación de la producción primaria neta o los tiempos necesarios para las tareas de cuidados. 

Para que la producción pueda estar asociada al mantenimiento de las condiciones de vida, es necesario volver a algunas preguntas básicas, tal y como se propone desde la economía feminista ¿Cuáles son las necesidades que hay que satisfacer? ¿Que es lo que hay que producir para satisfacerlas de forma equitativa? 

En los mercados capitalistas, la obligación de acumular determina las decisiones que se toman sobre qué se produce, cómo y cuánto se produce, acerca de cómo estructurar los tiempos, los espacios o las instituciones legales.

Desde el punto de vista de la sostenibilidad, la economía debe ser el proceso de satisfacción de las necesidades que permiten el mantenimiento de la vida para todas las personas. Este objetivo no puede compartir la prioridad con el lucro. Si prima la lógica de la acumulación, las personas no son el centro de la economía. El beneficio no se puede conciliar con el desarrollo humano, o es prioritario uno, o lo es el otro y esta opción determina las decisiones que se toman en lo social y en lo económico.

Biomímesis, una forma de producir compatible con la naturaleza

J. Riechmann expone que la naturaleza nos proporciona el modelo para una economía sostenible y de alta productividad. La economía de la naturaleza es «cíclica, totalmente renovable y autorreproductiva, sin residuos, y cuya fuente de energía es inagotable en términos humanos: la energía solar en sus diversas manifestaciones (que incluye, por ejemplo, el viento y las olas). En esta economía cíclica natural cada residuo de un proceso se convierte en la materia prima de otro: los ciclos se cierran.»12

Estas son las mejores pautas para reconvertir los procesos productivos hasta hacerlos compatibles con la naturaleza. Cara a favorecer el cierre de ciclos de materiales, Naredo ha planteado que, además de registrarse los costes de la extracción y manejo de los minerales de la corteza terrestre, deben consignarse los costes de reposición, es decir de transformación de los residuos en recursos naturales ya que de los contrario, al no restar en las cuantas la degradación, se favorece el deterioro del patrimonio natural.

La fiscalidad ecológica, en esta línea pretende cambiar la base de los impuestos desde el valor añadido hacia el flujo material que se produce desde la extracción de recursos al sistema económico y la posterior vuelta de los residuos.

Promover los mercados locales y regionales y la distribución cercana será una necesidad en un mundo con las fuentes energéticas de origen fósil en declive y con una urgente necesidad de reducir emisiones de gases de efecto invernadero.

Además, resulta esencial exigir el principio de precaución, de forma que no se comercialicen o se extiendan tecnologías o productos que no hayan demostrado de una forma convincente que no son nocivas para el medio y para las personas. En la actualidad más bien se imponen las «innovaciones» y se suponen inocuas hasta que se demuestre lo contrario.  

Un cambio radical en el modelo de trabajo

Una vez conocidas las necesidades que hay que satisfacer y qué hay que producir para hacerlo, la siguiente cuestión es determinar cuáles son los trabajos socialmente necesarios para esta producción.

Ajustarse a los límites del planeta requiere reducir y reconvertir aquellos sectores de actividad que nos abocan al deterioro e impulsar aquellos otros que son compatibles y necesarios para la conservación de los ecosistemas y la reproducción social. 

Nuestra sociedad ha identificado el trabajo exclusivamente con el empleo remunerado. Se invisibilizan así los trabajos que se centran en la sostenibilidad de la vida humana (crianza, alimentación, cuidados a personas mayores o enfermas, discapacidad o diversidad funcional) que siendo imprescindibles, no siguen la lógica capitalista. Si los cuidados y la reproducción social siguiesen una lógica de mercado, muchas personas no podrían simplemente sobrevivir.

El sistema capitalista no puede pagar los costes de reproducción social, ni tampoco puede subsistir sin ella, por eso esa inmensa cantidad de trabajo, impregnada de la carga emocional y afectiva que les acompaña, permanecen ocultos y cargados sobre las espaldas de las mujeres. Ni los mercados, ni el estado, ni los hombres como colectivo se sienten responsables del mantenimiento último de la vida. Son la mujeres, organizadas en torno a redes femeninas en los hogares las que responden y actúan como reajuste del sistema. Cualquier sociedad que se quiera orientar hacia la sostenibilidad debe reorganizar su modelo de trabajo para incorporar las actividades de cuidados como una preocupación social y política de primer orden.

El espinoso tema del empleo

Pero además es necesaria una gran reflexión sobre el mundo del actual empleo remunerado. El gran escollo que se suele plantear al habar de transición hacia estilo una vida mucho más austero es el del empleo. Históricamente, la destrucción de empleo ha venido en los momentos de recesión económica. Es evidente que un frenazo en el modelo económico actual termina desembocando en el despido de trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, algunas actividades deben decrecer y el mantenimiento de los puestos de trabajo no puede ser el único principio a la hora de valorar los cambios necesarios en el tejido productivo. Hay trabajos que no son socialmente deseables, como son la fabricación de armamento, las centrales nucleares, el sector del automóvil o los empleos que se han creado alrededor de las burbujas financiera e inmobiliaria. Las que sí son necesarias son las personas que desempeñan esos trabajos y por tanto, el progresivo desmantelamiento de determinados sectores tendría que ir acompañado por un plan de reestructuración en un marco fuertes coberturas sociales públicas que protejan el bienestar de trabajadores y trabajadoras.

Una red pública de calidad de servicios básicos como son la educación, la sanidad, la atención a personas mayores, enfermas o con diversidad funcional requiere personas. Igualmente las tareas de rehabilitación, de reparación, las que giran en torno a las energías renovables o a la agricultura ecológica pueden generar empleo; en general, todas las que tengan que ver con la sostenibilidad, necesitan del esfuerzo humano.

La disminución de la jornada laboral y el reparto de todos los tiempos de trabajo necesario (remunerado y doméstico) podrían permitir articular otra sociedad diferente. Ahora, la disminución de los beneficios se repercute directamente sobre los puestos de trabajo asalariados, pero podría repercutir sobre los «bonus» y reparto de dividendos a accionistas o sobre algunos salarios, que muy bien podrían bajar sin poner en peligro la subsistencia de quienes los perciben. Además, es preciso tener en cuenta que existen fórmulas empresariales, como las cooperativas, en las que el objetivo primordial no es maximizar el beneficio, sino el mantenimiento de los puestos de trabajo.

Igualdad y distribución de la riqueza

Tradicionalmente, se defiende que la distribución está supeditada al crecimiento de la producción. La economía neoclásica presenta una receta mágica para alcanzar el bienestar: incrementar el tamaño de la «tarta», es decir, crecer, soslayando así la incómoda cuestión del reparto. Sin embargo, hemos visto que el crecimiento contradice las leyes fundamentales de la naturaleza y que no puede tener más que un carácter transitorio y a costa de generar una gran destrucción. Así, el bienestar vuelve a relacionarse con la cuestión esencialmente política de la distribución.

El reparto de la tierra será en el futuro un asunto nodal. La tarea será sustraer tierra a la agricultura industrial, a la especulación urbanística, a la expansión del asfalto y el cemento y ponerla a disposición de sistemas agroecológicos locales.

La exploración de propuestas como la renta básica de ciudadanía o los sueldos complementarios se hace urgente. Igualmente sería interesante considerar la posibilidad de establecer una renta máxima. Del mismo modo que existen muchos empleos precarios e insuficientemente remunerados, hay personas que podrían disminuir el salario neto sin que se viesen afectadas sus condiciones de vida.

Reducir las desigualdades nos sumerge en el debate sobre la propiedad. Paradójicamente nos encontramos es una sociedad que defiende la igualdad de derechos entre las personas que la componen y que sin embargo asume con toda naturalidad enormes diferencias en los derechos de propiedad. En una cultura de la sostenibilidad habría que diferenciar entre la propiedad ligada al uso de la vivienda o el trabajo de la tierra, de aquellas otras ligadas a la acumulación ya sea en forma de bienes inmuebles o productos financieros y poner coto a éstas última, ya que suponen situar fuera del alcance de otras personas la posibilidad de satisfacer necesidades básicas.

Cara a limitar la acumulación y reducir gradientes de desigualdad es fundamental modificar el sistema monetario internacional para establecer regulaciones que limiten la expansión financiera globalizada, regular la dimensión de los bancos, controlar su actividad, aumentar el coeficiente de caja, limitar las posibilidades de creación de dinero financiero y dinero bancario y suprimir los paraísos fiscales de modo que no constituyan vías de escape para que los oligarcas sitúen su patrimonio y negocios fuera de las leyes estatales.

Apostar por la redistribución equitativa de la riqueza supone unos servicios públicos fuertes, una fiscalidad progresiva y que la prioridad del gasto público se oriente al bienestar: sanidad, educación, protección y cuidado de la población.

En definitiva, se trata de cambiar los criterios que hoy prevalecen por otra racionalidad económica que se someta a las exigencias sociales y ambientales que permiten el mantenimiento de la vida. Orientar las decisiones económicas hacia la igualdad no es sólo cuestión de normativa o instrumentos económicos, sino de impulsar también cambios culturales en dirección contraria de los que se han venido estimulando en las últimas décadas.

Tejer alianzas: construir mayorías

En el momento actual, dentro de los movimientos sociales y políticos que defienden la necesidad de un transformación que conduzca a la sostenibilidad ecológica y humana y a la justicia social, la potencia del análisis crítico de la realidad y las propuesta de cambio no guardan relación con las escasas fuerzas que existen para forzar estos cambios. Nos encontramos en un momento que reúne todas las condiciones de una situación prerrevolucionaria sin sujetos revolucionarios13.

Aunque cada vez son más las iniciativas y movimientos de todo tipo que comparten análisis y cuyas propuestas son convergentes y no excluyentes, aún se está lejos de confluir y articular una base sólida que exija y apoye los cambios necesarios.

Si queremos forzar cambios, habrá que dar la batalla en el ámbito de las ideas, en los planos económico, ecológico, social y político. Pero sobre todo será necesario construir poder colectivo y sumar mayorías que puedan impulsar y exigir un cambio.

No cabe pensar que el colapso social y ambiental venga en nuestra ayuda. Si no somos capaces de articular movimiento, lo que venga detrás de este capitalismo puede ser aún peor.

Para ello tendremos que superar viejas tendencias en la forma de militar o de ser activista que han hecho de cada diferencia un motivo de fragmentación, que han convertido en enemigo a aquel del que menos nos separaba.

Desarrollar la crítica feroz es fácil, estamos muy acostumbrados a ello. Es más difícil buscar acercamientos, convivir con algunas diferencias, acostumbrarnos a hacer trechos de camino en una dirección que nos convenga sin romper demasiado pronto porque la meta a la que queremos llegar no es exactamente igual.

Los seres humanos evolucionaron gracias a la cooperación y el apoyo mutuo y nosotros seguimos siendo seres humanos que sólo conseguiremos fuerza para imponer cambios a partir de la construcción colectiva, de la búsqueda incansable de acuerdos y del cuidado a lo único que tenemos para dar la batalla: nuestros compañeros y compañeras.

No queda otra. O sumamos o preparémonos para la que se avecina.

Notas:

1 Latouche, S. (2008) La apuesta por el decrecimiento. Icaria

2 Hubbert, K. «Energy from Fossil Fuels» e n Science vol 199. www.eoearth.org 1949

3 Fernandez Durán R. (2008) Crepúsculo de la historia trágica del petróleo. Coed. Virus y Libros en Acción

4 Riechmann, J. (2000) Un mundo vulnerable. Madrid. Libros La Catarata

5 Oberhuber, T. (2004) «Camino de la sexta gran extinción» en Ecologista , n.41. Ecologistas en Acción.

6 García, E. (2004). Medio ambiente y sociedad. Alianza Ensayo

7 Informe planeta vivo 2006, WWF Adena

8 Carpintero, O. (2005). El metabolismo de la economía española. Recursos naturales y huella ecológica (1955 – 2000). Madrid. Fundación César Manrique

9 Carpintero, 2005 Íbidem

10 Latouche, S. ïbidem

11 Georgescu-Roegen, N (1997). La ley de la entropía y el proceso económico. Fundación Argentaria

12 Riechmann, J. (2005) «Sobre biomímesis y autolimitación» ISEGORÍA nº 32 p. 95-118

13 Beck U. (1998) «La sociedad del riesgo» Paidos

Fuente: Viento Sur nº 108 Año XVIII Febrero 2010