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Ignacio Ramonet desarrolla sus utopías para mejorar el mundo

Alternativas a lo insostenible

Fuentes: Rebelión

Una persona, un colectivo, una organización o cualquier otro actor que tenga por bandera la lucha contra aquellas figuras dominantes que dirigen, gestionan y controlan el mundo no puede llevar a cabo su lucha si no cuenta con una serie de requisitos. Entre ellos podemos destacar varios, como son el uso de medios e instrumentos […]

Una persona, un colectivo, una organización o cualquier otro actor que tenga por bandera la lucha contra aquellas figuras dominantes que dirigen, gestionan y controlan el mundo no puede llevar a cabo su lucha si no cuenta con una serie de requisitos. Entre ellos podemos destacar varios, como son el uso de medios e instrumentos de lucha, o ese vital apoyo popular, tan reclamado desde los movimientos sociales. Pero, sin duda, el elemento clave para asegurarse la permanencia en el tiempo de una lucha de gran envergadura es la esperanza. Es la fe en lo que se está haciendo. La plena convicción de que las acciones que se realizan sirven para mejorar las cosas, defendiendo lo que se cree justo y necesario para salir de una situación injusta, desigual, desfavorable.

Esto que llamamos esperanza puede también recibir el precioso nombre de utopía. Hablamos entonces de un sueño, un sueño que ansiamos vivir algún día. Pero para vivirlo hace falta realizar un esfuerzo, para nada efímero, que logre mover las piezas suficientes de una realidad cuanto menos desgraciada. Para Eduardo Galeano, las utopías son horizontes que nos marcamos hacia los cuales tratamos de avanzar. Éstos se alejan a cada paso que damos. No obstante, el valor de una utopía reside precisamente en esos pasos que vamos dando. El camino andado ya en sí es una utopía cumplida, pues en ese camino se van dejando huellas que señalan grandes cambios. Es posible que la utopía deseada sea inalcanzable y efectivamente nunca se cumpla, lo que no significa dejar de caminar en su búsqueda.

En este ambiente pretendía situarse el periodista, escritor y director de Le Monde Dimplomatique Ignacio Ramonet el pasado 25 de noviembre en una conferencia bajo el título «Siete utopías para cambiar el mundo». La charla tuvo lugar, paradójicamente, en la Casa Encendida de Madrid, perteneciente a la entidad Caja Madrid. Para nuestro protagonista, la persecución de utopías ha sido una constante en la historia de la humanidad. Siglo tras siglo, y en cualquier lugar del mundo, se han ido abriendo muros y derribando barreras. Los derechos que hoy se nos reconocen principalmente se consiguieron en tres grandes momentos: la Revolución Francesa y la Americana trajeron consigo la positivación de los Derechos Humanos, el sufragio comenzó a extenderse después de las revoluciones de 1848 en Europa, y los derechos sociales -como la educación, la sanidad, o la vivienda- fueron supervisados gracias al desarrollo del Estado del bienestar tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, cada una de estas cotas tuvo su réplica en sucesivas contrarrevoluciones que trataron de anularlas: el Congreso de Viena con la restauración del absolutismo, los fascismos y, lo que más nos atañe aquí, el Estado neoliberal, que pretende desmantelar la protección social por parte de las entidades públicas.

Si hoy queremos continuar con este gran sueño que es romper las realidades existentes, el ser humano debe partir de una premisa fundamental: toda realidad es cambiable. Ramonet nos sitúa actualmente en plena deconstrucción de una utopía que él considera positiva. Es el Estado del bienestar. En esa deconstrucción, a los ciudadanos nos están restando derechos sociales. Estamos, por tanto, caminando hacia atrás. Borrando los logros que tantas luchas han requerido. El desmantelamiento lo llevan a cabo tanto gobiernos de izquierdas -si es que aun los hay- como de derechas. Los medios de comunicación azuzan al Estado para apresurar su propio derrumbe. De hecho, la función social que éstos cumplían en cuanto a la creación de una opinión pública consciente de los problemas y propensa a críticas y controles hacia sus gobiernos ha pasado a ser una generación de consentimiento. El disfraz para que la sociedad se trague la píldora tiene un nombre: crisis económica. «Somos sacrificados felizmente», sentencia Ramonet. Los medios fomentan esa muerte feliz. Nos sentimos alegres, satisfechos e ingenuos porque no nos damos cuenta de lo que estamos perdiendo gracias al tan eficiente pan y circo que se vuelca sobre nosotros. Y sobre todo, nos sentimos incapaces. Por ello la primera utopía en la que soñar es simplemente abrir los ojos.

Hoy nadie quiere recuperar al Estado del bienestar. Los medios de comunicación animan al mundo a esforzarse para volver a una situación de abundancia. Todos debemos sacrificarnos, dicen. Pero, ¿Quiénes somos todos? Los ciudadanos, querrán decir. Porque los mercados son más libres -poderosos- que nunca y así quieren seguir. Las organizaciones económicas, que tras la Segunda Guerra Mundial y en unas condiciones económicas imposibles levantaron Europa, dan la espalda a quienes fueran sus creadores. La banca privada hace méritos por ganar libertad y autonomía para restringir sus beneficios, arañando al mismo tiempo todo el dinero posible de las arcas públicas en momentos de pérdidas -el gobierno estadounidense lleva tres planes de salvamento de 700, 800 y 600 mil millones de euros respectivamente. El fraude fiscal anual, que ronda los 250.000 millones de euros en Europa, va a parar a los paraísos fiscales. Y mientras tanto, la pobreza crece, destruye y mata. Vivimos, pues, una situación complicada. Asistimos a un momento histórico en el que debemos salir a la calle y reclamar lo que es nuestro, como lo hicieron tantas otras personas antes. Hoy más que nunca hacen falta utopías que nazcan en las conciencias de las personas.

Resultan especialmente necesarias para ofrecer resistencia al doble juego que se hace con ellas desde arriba. En la actualidad ha recobrado vigencia un viejo mecanismo que las élites ponen en marcha cuando ven tambalear los cimientos que sostienen su privilegiada posición, algo que aparentemente resulta tan sencillo en sus medios como eficaz en sus fines para controlar el ímpetu transgresivo de la sociedad: mientras la población se moviliza para recuperar los derechos arrebatados, no está pendiente de luchar por objetivos nuevos. Eso a lo que se aspiraba inicialmente es lo que no hay que perder de vista. Es necesario evitar la distracción conservando las metas alcanzadas y manteniendo inamovibles aquellas que aún están por conseguir si no queremos caer en la nana neoliberal.

La tendencia del mercado a potenciarse en detrimento del Estado, a convertirse en la suprema entidad reguladora del mundo y todo lo que ello conlleva, es lo que Ramonet llama el Pensamiento Único. A día de hoy, una de las principales armas con las que cuenta este modelo universal es la falta de un planteamiento alternativo consolidado. Tenemos conciencia de estar soportando un sistema fracasado, sabemos que apremia destruirlo, pero todavía no sabemos qué queremos levantar de las ruinas. Los esfuerzos del periodista franco-español van, precisamente, destinados a llenar ese vacío. Las siete utopías que propone constituyen siete frentes a los que dirigir la acción, siete ámbitos a partir de los cuales empezar a edificar: economía, ecología, democracia, sociedad, cultura, geopolítica y la defensa del Sur.

En el terreno económico se busca establecer un impuesto sobre las transacciones financieras mediante la Tasa Tobin , promovida hace años por el Premio Nobel de Economía, James Tobin. Del dinero recaudado con esta medida podría conseguirse una importante fuente de financiación para combatir la pobreza, al tiempo que posibilita un seguimiento mejor controlado del flujo de capitales. De esta forma se evitaría el fraude que suponen los paraísos fiscales, cuya desaparición se considera inminentemente necesaria, así como la creación de un Consejo de Seguridad Económico y Social en la ONU , cuya misión consistiría en evitar las irregularidades citadas desde una posición autónoma y libre para actuar. Igualmente, resulta flagrante que los bancos, los mayores causantes de la crisis actual, sean también los que mayores beneficios están sacando. En esta línea de pensamiento está orientada la iniciativa del exfutbolista Eric Cantona, que ha hecho un llamamiento para que cada persona saque sus fondos del banco el próximo 7 de diciembre. Esa fecha no es casual, ya que coincide con el aniversario del ataque a Pearl Harbor.

Las principales preocupaciones ecológicas abarcan esencialmente la defensa del planeta y el freno al cambio climático, para lo cual se promueve la aplicación definitiva del Protocolo de Kyoto con el fin de preservar la biodiversidad. Se antoja urgente encender la luz de alarma que alerte del brutal desgaste al que estamos sometiendo a la Tierra mediante el uso masivo de hidrocarburos y el actual ritmo de fabricación capitalista, por lo que debemos apresurarnos a encontrar sistemas de producción mansos y respetuosos con el medio ambiente, donde se incluye la oposición a la construcción de megaestructuras como nuevas centrales nucleares o las grandes autopistas si son innecesarias.

Introducir un papel en una urna ya no debe ser suficiente. Hay que apostar por el mejoramiento de la democracia haciéndola más social, de forma que no valga con votar cada cuatro años: fomentar la participación, hacer valer las manifestaciones populares y garantizar la transparencia son algunas medidas a adoptar. Especialmente acerca de ésta última los medios de comunicación tienen mucho que decir. Ramonet viene apostando desde hace tiempo por la creación de lo que él llama ‘El Quinto Poder’, un observatorio independiente que juzgue a unos medios que parecen más preocupados por defender los intereses de las grandes empresas para las que trabajan.

Hace unos días el presidente Zapatero se reunió con los 37 empresarios más importantes del país, de entre los cuales únicamente había dos mujeres: Petra Mateos, presidenta de Hispasat, y Carmen Rui, la consejera delegada de Riu Hoteles; ambas en calidad de invitadas. Exigir la paridad en el mundo empresarial porque en los tiempos que corren se permite a las mujeres ostentar cargos políticos, donde reside el poder simbólico, pero se las sigue excluyendo del poder efectivo, que está en las empresas. Igualmente, debemos recuperar la sensibilidad a la hora de tratar a los animales porque ése es el principio para adquirir sensibilidad ante otros temas. Ha llegado el momento en que tenemos que saber cerrar el ciclo de prácticas como la tauromaquia, que siendo una tradición cultural no deja de ser una aberración contra un animal sentenciado. Respetar los derechos de los animales y moderar la explotación que hacemos de ellos es un paso determinante que hay que dar ya.

Reconocer las demás culturas desde su conocimiento constituye la base para una apertura intelectual al mundo que no conocemos, por ello se debe estimular el aprendizaje de dos o tres lenguas además de la materna. De este modo, la tolerancia y la defensa de las lenguas minoritarias acompañarían a un proceso de alfabetización mundial que se antoja inmediato.

A día de hoy, el Consejo de Seguridad de la ONU -una utopía imperfecta y en construcción del siglo XX- no representa la realidad en la que vivimos, ya que en él no está representado ningún país africano o sudamericano. Por lo tanto, habría que terminar con el sistema de jerarquización mundial existente, donde sólo unos pocos países manejan los hilos, además de acabar con una organización desfasada como la OTAN.

Finalmente, la última gran batalla está por librarse en el Sur. La explotación de esta región está basada en la deuda externa que los países tienen contraída con el Norte, pero, al contrario de lo que mucha gente piensa, ya está pagada. Más bien la deuda no es externa, sino ecológica, y somos nosotros los que la tenemos con ellos.

Todas estas utopías van cobrando cada vez más fuerza en las conciencias de muchas personas en todo el planeta. La esperanza por vivir en un mundo diferente aviva las llamas de una hoguera joven cargada de ideas, impulsos y pasiones. Solo hace falta la voluntad de compartir esos sueños, de expandirlos por el mundo, de transformarlos en pequeñas realidades. Una única orden debe seguirse en este camino: «No hay que dejar al sistema tranquilo, nuestra función es recordarle al sistema que es injusto, que construye un mundo desigual y que los ciudadanos están decididos a cambiarlo».

Víctor Martín Gómez y Daniel Fernández López son estudiantes de Periodismo y de Ciencias Políticas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.