Traducido para Rebelión por Hugo Scotte
Se ha dicho, con alguna constancia, que los países andinos están viviendo una fase de »inestabilidad democrática»: Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela, varios serían los ejemplos capaces de inquietar y quitar el sueño de los señores de América.
Es como si, una vez diseñada la arquitectura institucional electoral, los pueblos indígenas debieran cumplir el ritual y, como consecuencia de ello, aceptar todos los obstáculos, embustes y estafas que han sido frecuentes en los procesos electorales latinoamericanos.
En los Andes se gestó una cultura milenaria, cuyos valores, sentimientos y modo de vida son muy distintos de aquellos vigentes en nuestro tiempo, medidos por el ritmo de los relojes cuyos punteros son cronometrados por el capital. La calma indígena, en contraposición, nos enseña a tener paciencia y persistencia, en oposición al tiempo (casi virtual) de los mercados.
Pero los pueblos andinos también saben rebelarse. Y están dando claras señales de cansancio e irritación con relación a la »democracia institucional» cada vez más generadora de conservadurismo, cada vez más acomodada a los mercados globales y sus valores destructivos, cada vez más cómplice de la miseria y la humillación, de la brutalidad y la barbarie, de la desocupación y el flagelo.
En Perú, por ejemplo, el pequeño bonaparte Fujimori, corrupto hasta la alma, salió por la puerta del fondo y ascendió Toledo, apariencia de indio y cabeza de yanqui. Captó el sentimiento de cambio para mantener el recetario de la barbarie. Ahora acumula índices de completo y cabal rechazo popular.
En Ecuador, un ex líder militar llamado Gutiérrez, que encabezó un levante popular e indígena y se volvió presidente por el voto, se transformó en un vil gendarme de EEUU, responsable de un gobierno corrupto y abyecto. De representante elegido por el pueblo »se transfiguró» en representante de las »élites». Fue expulso del país y protagonizó una fuga en la que el gobierno brasileño estuvo tristemente presente. En Bolivia, donde hasta el agua parece estar en las manos de transnacionales oriundas de un continente supuestamente civilizado, los pueblos indígenas no aguantan más la »institucionalidad» de la conservación y del sometimiento. Un presidente fue depuesto hace poco tiempo y el que le sucedió tiene la misma cara de la privatización que trae más privación.
En Venezuela, contra las varias tentativas de golpe sufridas por Hugo Chávez, los pobres de los cerros de Caracas bajaron a las calles para recobrar el poder del pueblo y recolocar a Chávez en la presidencia de la República, después de un innoble golpe civil-militar, a lo cual se siguió un lockout de la empresa petrolífera que se beneficiaría con la privatización, todo esto sin hablar en la majestuosa victoria popular del gobierno de Chávez en el reciente referéndum. Cualquier ciudadano que anda hoy por Venezuela, percibe en todas partes la fuerte organización popular que se está gestando, lo que es suficiente para exasperar a las »elites» que quieren preservar la barbarie latinoamericana. En Colombia, a pesar de la ingerencia militar directa del imperialismo de EEUU, la guerra civil se mantiene intensa y, a pesar de la presencia norte-americana, es fuerte la resistencia armada.
Junto con los andinos, otros pueblos latinoamericanos también se están rebelando, como se puede ver puede visualizar en esta etapa de resistencia y avance de las luchas sociales en toda Latinoamérica. En Argentina, por ejemplo, estamos presenciando desde hace ya hace algunos años la organización de los trabajadores desempleados, denominados »piqueteros», que depusieron junto con las clases medias, en el levante de diciembre de 2001, varios usurpadores-presidentes. Estamos viendo también la ampliación de un importante proceso de ocupación de fábricas por los trabajadores exigiendo trabajo, en un país que llegó al fondo del pozo y del servilismo con el FMI y su política destructiva.
La resistencia zapatista en México, que tuvo un papel fulminante en los años 90, cuando muchos creían que la historia había cerrado su ciclo; la resistencia heroica del pueblo de Cuba que desconcierta el bloqueo tenaz del gigante imperial del Norte; la lucha del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra del Brasil y su bella manifestación contra el país del latifundio y de la concentración de tierra, son ejemplos vivos de los bríos que brotan de las luchas sociales y políticas de América Latina. Algunos pueden, entonces, preguntar: son »¿antidemocráticos» estos movimientos y estas manifestaciones? ¿Quieren la vuelta de las espeluznantes dictaduras militares en América Latina?
Quizá fuese interesante, al contrario, hacer otra indagación: ¿será que la llamada »institucionalidad» vigente no se ha convertido con frecuencia en la antípoda de la efectiva democracia, del real poder popular? No estarán dejando en evidencia los pueblos andinos, amazónicos, indígenas, negros, hombres y mujeres de los campos y de las ciudades, que Latinoamérica no está más dispuesta a soportar la barbarie, la subserviencia y la iniquidad, que en nombre de la »democracia» asume de hecho la postura del imperio, de la truculencia, de la miseria y de la indignidad?