Miramos atrás años, décadas o siglos y nos parece estar viendo un mismo paisaje con pequeños matices que no transforman suficientemente el conjunto como para poder llamarlo ‘diferente’. Pequeños grupos sociales disfrutan del poder que sufre una mayoría dominada por él. Sean señores y vasallos, terratenientes y esclavos o patrones y obreros, un mismo esquema […]
Miramos atrás años, décadas o siglos y nos parece estar viendo un mismo paisaje con pequeños matices que no transforman suficientemente el conjunto como para poder llamarlo ‘diferente’.
Pequeños grupos sociales disfrutan del poder que sufre una mayoría dominada por él. Sean señores y vasallos, terratenientes y esclavos o patrones y obreros, un mismo esquema reproduce unas relaciones entre oprimidos y opresores basadas en la explotación y control de los más por parte de los menos, usando diversas cadenas dependiendo del momento histórico en que se viva.
A veces, la tortilla se gira y aquellos que segundos antes tan seguros estaban, son apartados del Poder a patadas por la acción conjunta de la mayoría, ya sea manipulada para defender los intereses de otra minoría o, muy pocas veces, por tal o cual Utopía necesaria.
Si a ese brusco cambio de control del Poder le llamamos Revolución, las reformas serían (y los reformistas) aquellos cambios sociales que no cuestionan el lugar ni el derecho de quién tiene el Poder a usarlo.
Como parece lógico, reformas y reformistas son imprescindibles como barrera de contención de movimientos revolucionarios, son los ajustes automáticos que permiten la misma salida de presión que hacen las válvulas de vapor de una olla exprés. Mientras exista ese escape no se corre riesgo de alteración del sistema.
Echemos una mirada a cómo estamos posicionados hoy oprimidos y opresores, no hace falta inventar la rueda, nuestro momento no tiene nada de especial que lo haga merecedor de profundas reflexiones ‘nuevas’. Como en una receta de cocina veamos qué nos falta a los oprimidos para crear un cóctel revolucionario que permita poner en cuestión quién nos manda y explota, cómo echarlos a patadas junto con su modelo de organización social y, por último, qué podemos proponer nosotros.
Contra qué luchamos
Se puede estar rápidamente de acuerdo en que quien tiene el Poder en sus manos es un Capital, que usa para mantenerlo los diferentes conglomerados mediáticos, políticos y judiciales que regulan las sociedades en la llamada ‘democracia’.
De la misma forma que ratones en una jaula, los trabajadores competimos entre nosotros dentro y entre regiones políticas como parte imprescindible del proceso expansivo capitalista. En una loca carrera, individualizados y presentes como espectadores de un teatro virtual, nos encontramos en medio de la degeneración del anterior proceso reformista llamado ‘del bienestar’. Este ultracapitalismo desenfrenado presenta su peor cara de la forma más natural posible, eliminando caretas de falsa moralina y pretendiendo que los oprimidos aceptemos su credo para ganar el último obstáculo a invadir: nuestras mentes.
Si este sistema nos parece abominable, si no compartimos ningún principio con esa religión, si creemos en una justicia y solidaridad incompatible con esas reglas, si creemos que ni debe haber oprimidos ni opresores, ni ricos, ni dinero, somos en esencia lo contrario a ese modelo, somos anticapitalistas.
Autocrítica del Movimiento Global de Resistencias al Capitalismo
Antiglobalización (sic)
No es este movimiento de masas nuevo: ni en su definición de global, ni en la de apostar por una cierta movilización, ni en el compromiso militante, ni tan siquiera en las inacabables polémicas entre facciones rupturistas/reformistas.
Las corrientes reformistas siempre son dirigidas, por el motivo que sea, hacia la moderación del descontento social existente, hacia la consecución de objetivos simbólicos, a veces ni tan siquiera reales. El compromiso militante muestra la entrada de una concienciación imprescindible para comprender la naturaleza del modelo oponente y el tipo de vida que se busca, da solidez al movimiento porque lo aparta de vaivenes de moda o reducidos a momentos concretos de la vida de los participantes.
La movilización muestra un carácter, que se llega a la conclusión que nada se nos es dado, que cualquier cosa la tenemos que ganar actuando de forma colectiva, física pero también mentalmente.
Por último no somos ni los primeros ni los últimos en coordinarnos internacionalmente, un movimiento que lucha contra los valores capitalistas sólo puede ser internacionalista, solidario y coordinado en cierta forma.
Pero, ¿qué es lo que no tenemos?. Todos podemos notar que falta algo, que hay una base creciente de comprensión y concienciación de ‘cómo creemos que funcionan las cosas’ pero que no acaba de ponerse en movimiento hacia ‘no podemos permitir que funcionen así las cosas’.
Existen múltiples fogonazos aquí y allá de actitudes colectivas anticapitalistas, de plataformas que crecen y desaparecen para resurgir en otra forma, otro motor, un poco más tarde, en contracumbres, contra avances neoliberales y un largo etcétera. Sin un sentido estratégico, estas acciones y luchas quedan aisladas en su radio de acción, podemos ganar muchas batallas pero sin una iniciativa y estrategia común en la preparación de cada una de ellas jamás ganaremos una guerra.
Un movimiento de masas sin cobertura ideológica y política no es más que una revuelta, momentos de desahogo de fuertes descontentos que no cristalizan en una dirección que permita parar esta inhumana locomotora.
El Movimiento Anticapitalista ha sabido mostrar sobradamente que es posible trabajar juntos desde posiciones ideológicas diferentes, no se trata que una opción prevalezca sobre las demás sino que simplemente se plante de forma conjunta cara a un sistema explotador.
Quién sabe, quizás de todas las visiones surga una forma común de respeto basada, digamos, en multiplicar por -1 todo aquello que defina el capitalismo.
Sería, parece, un punto de partida bastante mejor que el actual.
Coordinación o barbarie
Obviamente sin organización no es posible definir estrategias, sin estrategia no pueden plantearse acciones puntuales hacia un objetivo más o menos concreto, sin ese objetivo en el horizonte no es posible poner punto y final a la barbarie civilizada capitalista.
Darle un empujón político es la mejor forma de evitar que se diluyan esfuerzos en fogonazos puntuales que de momento no inquietan a nadie.
Ese empujón debería realizarse desde la base, sin estructura de mando, sin representantes, sin reproducir ninguna de las estructuras de dominación que pretendemos eliminar, un empujón asambleario donde unas líneas generales, pero con acciones concretas, no impongan estrategias particulares de ningún grupo, donde las decisiones se tomen por consenso de forma activa y con iniciativa, donde el horizonte común sea la superación de la explotación capitalista.
Individualizados, aislados, sin estrategia, no somos nada. Coordinados, debatiendo, discutiendo y tomando la iniciativa, no son nada.
Tenemos la oportunidad de aprovechar el marco que el capital está creando, la degeneración del estado asistencial, la prepotencia militar, el fascismo de estado y el sufrimiento que provoca en la población unas medidas neoliberales que generan el mejor caldo de cultivo para tomar conciencia, comprender el descontento y sus soluciones.
Aún así no es suficiente, comprendiendo nuestra diversidad debemos dirigir los actos que nos unen de forma coordinada, creando plataformas locales permanentes que trabajen por un fin concreto, sin palabrerías, cada paso como parte de una estrategia alcanzable, real, no utópica: la eliminación del capitalismo de nuestras vidas.