Un exitoso proyecto permite que los reclusos entren y salgan de sus calabozos durante buena parte del día. El país ha cerrado 19 cárceles en los últimos cuatro años, entre otros factores, por la baja criminalidad.
Son las 11.30 en el centro penitenciario de Zaanstad, a apenas 13 kilómetros de Amsterdam. Paul (nombre ficticio) lleva un rato en el patio, pero se ha cansado de estar con sus compañeros y prefiere regresar antes de la hora estipulada. Cuando entra en su módulo, lo único que se escucha es la música que otro reo tiene puesta en su calabozo. Paul no le presta atención, ni siquiera lo saluda. Pasa al lado de una mesa de ping-pong y se dirige directamente a su celda, identificada con su nombre y una foto suya a la derecha de la puerta. Él mismo saca una llave del bolsillo y la mete en la cerradura. Su carcelero, Johnny (nombre ficticio), lo para antes de que le dé tiempo a entrar: