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Tras la muerte de Samir Kasir en el Líbano

Asesinar el periodismo árabe

Fuentes: Al-Quds

(Traducido del árabe para Rebelión por Ciro Gonasti) Se renueva y se agrava día tras día la aflicción del periodismo árabe, y el salvaje y criminal atentado mortal del que ha sido víctima nuestro colega Samir Kasir delante de su casa constituye una de las más terribles muestras de ello. Vivimos en una época caracterizada […]

(Traducido del árabe para Rebelión por Ciro Gonasti)

Se renueva y se agrava día tras día la aflicción del periodismo árabe, y el salvaje y criminal atentado mortal del que ha sido víctima nuestro colega Samir Kasir delante de su casa constituye una de las más terribles muestras de ello. Vivimos en una época caracterizada por la colusión terrorista entre dos polos que parecen superficialmente contradictorios, los represivos regímenes árabes por una parte y el imperialismo colonialista estadounidense por otra, cuyo común objetivo es el de domesticar el periodismo árabe, amordazar su escritura y enterrar su incipiente despertar para devolverlo a un período de oscuridad, el de ese periodismo miserable cómplice de la corrupción que maquilla el rostro de la más abyecta dictadura y legitima reformas cosméticas puramente formales, naturalizando la «democracia» al estilo estadounidense.

Los regímenes árabes se coaligan para combatir la justicia e impedir que los parlamentos se transformen en espacios donde se debatan las situaciones encubiertas, los casos de corrupción y la violación de los derechos humanos y donde la oposición nacional exprese libremente su opinión. El canal vía satélite Abu Dabi ha abandonado toda objetividad para transformarse en un mero expositor de lujo, riqueza y frivolidad y la propia Al-Yazeera desanda poco a poco su conocido camino de independencia, como lo demuestra con claridad el modo en que ha cubierto el reciente y vergonzoso referéndum en Egipto.

La administración estadounidense, ahora que se ha convertido en vecina nuestra con sus 150.000 soldados concentrados en Iraq, ha pasado a comportarse como los regímenes árabes circundantes y ejerce una censura descarada sobre las televisiones satelitares, distribuyendo sus líneas rojas y sus listas negras contra los que se oponen a ella. La resistencia se ha convertido en terrorismo, la ocupación militar en el valor de la democracia, los asesinos de las fuerzas de ocupación en mártires de la libertad y los iraquíes inocentes que mueren a miles bajo las bombas y los misiles carecen de existencia.

Los medios árabes tienen prohibido dar noticias de las matanzas de Faluya, Qaim, Ramada o Neyef por imperativo estadounidense, líder mundial de las libertades. Como se prohíbe a las cámaras de televisión entrar en los hospitales para entrevistar a las víctimas de la democracia estadounidense.

El único periodismo permitido en esta feliz era estadounidense es el periodismo contrario a los árabes y a los musulmanes, el que da cancha a las divisiones étnico-religiosas en su forma más repugnante, el que se arrodilla ante las botas de los soldados ocupantes.

Las televisiones de la frivolidad y el retortijón de tripas proliferan y se multiplican de una manera terrible, se alimenta la cultura de la inmoralidad y el individualismo y circulan los mensajes electrónicos indecentes y la pornografía. Y desgraciadamente los beneficios del petróleo se alían con los ideólogos de la vileza y el vicio para reforzar este fenómeno y ampliar su círculo de influencia.

Los rasgos de este panorama son pavorosos y su penetración entre nosotros indisimulable. La represión y la censura, la banalización de la cultura y la literatura, la difusión de los valores de la inmoralidad y el individualismo, con el riesgo de producir unas nuevas generaciones árabes envilecidas, no tienen nada que ver con la dignidad y el orgullo ni con la auténtica tradición árabe y musulmana. Todo esto coincide, además, con operaciones de reformas de los estudios, con manipulaciones de aleyas coránicas para justificar la «yihad» y la lucha contra la injusticia y con la transformación de los imanes y predicadores de las mezquitas en payasos o papagayos que repiten lo que quieren los embajadores estadounidenses o sus lacayos árabes americanizados.

Samir Kasir ha sido una de las víctimas de esta agresión contra el periodismo árabe, asesinado por el plomo criminal para que no pudiera difundir la idea de un Líbano libre e independiente y para aterrorizar de paso al periodismo libanés, que había empezado a recuperar su vitalidad, sus tradiciones profesionales y su liberalismo original. Su asesinato es además una señal dirigida a todos nosotros, periodistas árabes, para que recordemos que la fase de los atentados mortales contra los hombres de letras, que en los años 70 y 80 acabó con Gassan Kanafani, Riyad Taha y Salim al-Luzi, ha vuelto y con fuerza renovada. Aún más: no exageramos si decimos que el que mató a Salim al-Luzi (1) es el mismo que ha hecho estallar al colega Kasir y con el mismo propósito, el de aterrorizar a todos los dueños de una pluma libre. Sí, el colega Kasir ha sido una de las víctimas, pero la víctima más importante son las generaciones árabes venideras, esas generaciones que se alimentan ideológicamente en los canales «Super Star» y se reconocen en las informaciones y comentarios de los noticieros de Sawa(2).

El colega Samir Kasir ha caído víctima de la palabra libre. Invocó un proyecto de dignidad, de independencia y de auténticas reformas y los murciélagos de la corrupción y la represión le han recompensado con una bomba de relojería que hizo su cuerpo pedazos.

Reconocemos que somos sólo la minoría de la minoría, una minoría que sigue creyendo en un auténtico cambio democrático, sin renunciar a los cimientos árabes y musulmanes, un cambio que conduzca a un enfrentamiento con la hegemonía estadounidense y la matonería israelí y restituya a nuestra nación la dignidad y a nuestra religión la tolerancia y la excelencia moral. Somos una minoría que se apoya en la mayoría absoluta de nuestras poblaciones y abona en ellas su grandeza, una minoría que se opone al poder, la mentira y el saqueo del capital público, y al carácter hereditario de la corrupción. Una minoría que protesta con fuerza por las ofensas y agresiones sexuales a nuestras colegas y por los golpes recibidos por nuestros compañeros y por la humillación sufrida por el colega Abd-al-Halim Kandil, jefe de redacción del diario Al-Arabi, al que arrancaron la ropa (3).

Se empieza arrancando la ropa y se acaba poniendo bombas. Pero no triunfarán en su propósito de detener los cambios y las reformas que ya están en marcha. Son los golpes de la desesperación y la derrota, los golpes de quienes temen ese futuro en el que tendrán que rendir cuentas ante los tribunales. El compañero Kasir fue grande en su sacrificio como fue grande en su escritura libre y valiente, y con su sacrificio crecerá también su influencia y aumentarán sus efectos. Por eso seguiremos recordándolo y recordándonoslo y enorgulleciéndonos de él como de un ser humano que rechazó la injusticia y el despotismo y persiguió la verdadera democracia, así como las transformaciones profundas que demandan millones de personas en nuestra nación árabe. La lista de los mártires de la palabra se alarga, pero el asesino es siempre el mismo, y el propósito de sus crímenes es también el mismo. Lo único que varía es el plomo, por su cantidad y por su fabricación. Samir Kasir supo ser noble y desafiante en una época de hipócritas y de conspiradores contra la palabra libre y contra los buscadores de la verdad.

NOTAS:

(1) Editor y periodista asesinado en el Líbano.

(2) Sawa, emisora radiofónica financiada por el gobierno de EEUU que, de Marruecos al Golfo Pérsico, promueve la «americanización» de la juventud árabe mediante una combinación de música pop y noticias aparentemente «lights». Su eslogan publicitario es: «La estación musical panárabe que no habla de política».

(3) El autor se refiere, claro, a las recientes agresiones sufridas en Egipto por periodistas y ciudadanos que se manifestaban contra el referéndum fraudulento del presidente Mubarak.