El acuerdo firmado por la India y Estados Unidos sobre cooperación nuclear, es de los que dejan sin habla. Según han declarado el presidente Bush y el primer ministro Singh, EEUU proporcionará tecnología nuclear a India para usos civiles, a cambio de que la India permita que una parte de sus centrales nucleares sea supervisada […]
El acuerdo firmado por la India y Estados Unidos sobre cooperación nuclear, es de los que dejan sin habla. Según han declarado el presidente Bush y el primer ministro Singh, EEUU proporcionará tecnología nuclear a India para usos civiles, a cambio de que la India permita que una parte de sus centrales nucleares sea supervisada por el OIEA. Según los términos públicos de este acuerdo, la India accederá a tecnología punta sin renunciar a su condición de potencia atómica. Aunque no se diga, el acuerdo, al fortalecer la capacidad científico-técnica de la India, permitirá a este país modernizar su ya respetable capacidad nuclear, pues lo militar ha quedado fuera del acuerdo. La contrapartida otorgada, a favor, además, del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), resulta ridícula en comparación con lo obtenido por la India.
La respuesta a la generosidad estadounidense no está en el apetitoso mercado indio, ni en la súbita conversión de Bush a cruzado del OIEA y la no proliferación nuclear. Las razones que explican el espaldarazo y reconocimiento de Nueva Delhi como una de las capitales del mundo no son económicas, sino geopolíticas. Radican en el deseo de EEUU de fortalecerla frente a China y de apretar el cerco sobre las aspiraciones nucleares de Irán.
El acuerdo explica, entre otras cosas, por qué en la reunión del OIEA que decidió remitir el caso al Consejo de Seguridad de ONU, India votó a favor, pese a que su primer ministro había garantizado a la comunidad musulmana hindú que la India no asumiría ninguna posición contraria a los intereses iraníes.
El acuerdo, de ahí la perplejidad, puede tener efectos netamente negativos para los propósitos de la Administración Bush. De entrada, el Gobierno chino lo tomará como un desafío, dada la rivalidad de medio siglo que mantiene con India, que provocó una guerra y llevó a este país a una alianza estratégica con la desaparecida Unión Soviética y que, visto el acuerdo, cree no cabe continuar con Rusia. China podría responder fortaleciendo sus vínculos con Irán y ampliando la cooperación nuclear con su viejo aliado, Pakistán.
A Teherán el acuerdo le viene como anillo al dedo, pues mientras EEUU premia a la India, país que ni siquiera ha firmado el Tratado de no Proliferación Nuclear, pretende privarle del derecho de desarrollar su propio programa nuclear. Si argumentos le faltaban para criticar el doble rasero de los países occidentales, este inesperado regalo contribuirá a reafirmarlo en sus posiciones y fortalecerá su decisión de poseer una capacidad nuclear autónoma.
Pakistán, tercero en discordia, ha dicho que quiere un trato similar. Karachi es esencial para Estados Unidos, si quiere mantener su presencia en Asia Central e impedir que la situación en Afganistán se termine de descomponer. Tres guerras con la India, más la disputa irresuelta sobre Cachemira, son razones suficientes para exigir de Washington concesiones igual de generosas. Una respuesta negativa haría crujir sus relaciones, pues colocaría a Pakistán, nuclearmente hablando, muy por debajo del potencial indio.
Se explican, pues, las ampollas que ha levantado el acuerdo firmado entre India y EEUU y la incertidumbre que introduce en la región más insegura del mundo. Bush, maestro en desaguisados, regala al mundo uno más. Su lucha por mantener a EEUU como superpotencia mundial tiene la virtud de provocar lo contrario. La acelera, fortaleciendo a las potencias emergentes, y la degrada, convirtiéndola en fuente de inestabilidad.
Augusto Zamora es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid [email protected]