Un sufrimiento colosal expulsa a las personas de su país de origen y otro sufrimiento colosal es lo que encuentran en el camino a un supuesto mundo mejor. Ni siquiera el invierno acabó con la ola de refugiados. Se encontraban repentinamente frente al alambre de espino, con niños, sin nada que comer, sin mantas, sin […]
Un sufrimiento colosal expulsa a las personas de su país de origen y otro sufrimiento colosal es lo que encuentran en el camino a un supuesto mundo mejor. Ni siquiera el invierno acabó con la ola de refugiados. Se encontraban repentinamente frente al alambre de espino, con niños, sin nada que comer, sin mantas, sin alojamiento, ni asistencia médica. Miles de ellos llegan a la isla de Lesbos, medio congelados, casi ahogados; algunos han perdido a sus familias en el camino. Se hunden algunos botes. En los últimos años varios miles de personas perecieron ahogadas. Ahogadas… Se ven casi a diario dramas horribles en botes que se hunden con demasiadas personas a bordo: amigos, padres con hijos, bebés, algunos recién nacidos. Imagínalo.
Muchos nos hemos involucrado en la ayuda a los refugiados. Algunas de nuestras compañeras han estado en Lesbos y han atestiguado lo que está pasando allí. Y Lesbos es solo un pequeño punto en este apocalipsis.
¿Qué se puede hacer? ¿Cómo podemos ayudar? Conocemos las causas globales y políticas que han ocasionado este migración histórica. La situación en los países de origen de estas personas es insoportable. Agricultores que mueren de hambre; disidentes que son asesinados junto a sus familias; niños soldado que son obligados por las milicias a matar a sus padres. Este es el resultado de la colonización llevada a cabo por los Estados industrializados occidentales en los últimos siglos. Del sometimiento a las leyes capitalistas impuestas económica y militarmente en todo el mundo. La riqueza material de nuestras sociedades se basa en la explotación de otros pueblos y culturas. La industria armamentística, con el apoyo de los gobiernos de todas las naciones, suministra armas en las zonas de crisis. No reparten comida ni productos de necesidad básica, sino bombas. Esta es la estructura esencial detrás del drama actual. Algunos grupos progresistas y partidos políticos de Europa intentan romper este círculo vicioso, pero no lo consiguen porque el lobby de la industria armamentística es mucho más poderoso. Esta es la razón por la que estamos estancados en esta simple e inevitable verdad: quien distribuye armas siembra semillas de guerra. Quien siembra guerra cosechará refugiados.
Esto es cierto, ¿pero ahora cómo seguimos? Vivimos en un sistema imperialista que obtiene sus beneficios utilizando ejércitos. Ser conscientes de esto, en sí mismo, no ayuda a los refugiados ni a los voluntarios que les asisten. Los voluntarios en Lesbos u otros lugares, testigos directos del sufrimiento, se encuentran en una posición casi insoportable. Puede que sean capaces de ofrecer ayuda ahora, pero ¿qué pasará después? Los voluntarios mismos vienen de una sociedad que ha generado, en gran medida, este sufrimiento; y se lo perpetúa prácticamente cada vez que uno compra algo.
Frente a este martirio no necesitamos acusaciones o reproches, sino tomar nuevas decisiones que contribuyan a un mundo más humano. Los comunistas ya no son los únicos que denuncian lo que pasa en nuestro planeta. No son los únicos que saben que este crimen organizado a gran escala no es cometido por criminales aleatorios, sino por bancos, empresas, gobiernos, servicios secretos y medios de comunicación. Sabemos que los políticos son fuertemente coaccionados. Angela Merkel es de hecho una mujer agradable. Con mucho coraje, abrió su corazón a los refugiados. Sin embargo, la misma mujer también firma contratos de venta de armas con Arabia Saudí. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no hace algo para parar esta locura? Porque no puede; porque ella es parte de un sistema que es más poderoso que ella.
La catástrofe continuará mientras este sistema exista. Aquellos que huyen necesitan, en este momento, nuestra asistencia. Sin embrago, además de ayudar, debemos pensar en cómo establecer otro sistema global que no se base en el lucro, la tecnología armamentística ni el genocidio. Agradecemos a todos aquellos que lo han dado todo para salvar a los desesperados y torturados, a los que se hundían. Os animamos a continuar a pesar de todo -a pesar de los guardacostas insensibles, los bloqueos policiales, el terror de la derecha y los predicadores del odio de toda Europa. Manteneos firmes. Gracias a vuestro poder, una nueva humanidad puede desplegarse por todo el mundo. Debemos procurar que los poderes de la vieja política no rompan esta nueva humanidad. Estamos todos en el camino a una nueva vida en un nuevo mundo. Junto a la globalización de la violencia, y si seguimos el afán que todos sentimos en nuestro interior, podrá nacer una globalización de la compasión y la solidaridad. El establecimiento de este nuevo movimiento requiere una perspectiva a largo plazo, comunidades fuertes y un objetivo común convincente.
La visión de un mundo sano no es solamente un sueño; es un mundo que ya existe como potencial inmerso en las estructuras de la realidad. Podemos manifestar este potencial en nuestro planeta formando una red internacional comprometida con este propósito. Queremos invitar a todos los colegas, compañeros, hermanos y hermanas comprometidos con la ayuda a los refugiados y con la paz, a trabajar en una solución global. Queremos acabar con la desgracia de todos los refugiados de una vez por todas. Lo que está pasando ahora no es nuevo -es el resultado de una historia muy larga. Durante milenios las personas han huido de atrocidades. Estas migraciones se han convertido en un aspecto de la economía de guerra mundial ya desde el siglo XIX. Podemos ver retrospectivamente los regueros de refugiados al final de la Segunda Guerra Mundial. Como cuando ocurrió el hundimiento del Lusitania en el Mar Báltico -un barco sobrecargado de refugiados que portaba nueve mil personas. Hoy en día vemos los botes hundirse entre Turquía y Lesbos. Siempre y por todos lados la misma imagen, el mismo destino, el mismo llanto de impotencia. En sus diarios desde Lesbos, nuestra compañera Dara Silverman escribe:
He cambiado totalmente mis horarios y me he comprometido con los turnos nocturnos en la carpa de distribución de Moria facilitando ropa y otros productos de necesidad básica, mudando rápidamente de ropa a las personas que llegan empapadas y congelándose.
Hace algunas noches está todo tranquilo. Hay ha llegado solo un autobús. Más de veinte niños pequeños llegaron empapados y con frío. Llovía intensamente. Mi compañera y yo, las únicas mujeres del turno nocturno, llevamos las mujeres y niños a una carpa para mudarles de ropa. Era un caos. Una niña pequeña lloraba intensamente sin cesar. «Ha estado llorando así toda la travesía porque quiere tener a su hermano de vuelta», nos cuenta un hombre con ayuda del traductor. El destino de su hermano no lo sé. […]
Hace dos noches tuvimos otro turno tranquilo en Moria. Tranquilo porque ninguno de los botes que salieron de Turquía llegaron a Grecia. Más de cien personas, muchas de ellas niños, murieron en el mar esa noche.
¿Qué ocurre cuando una madre abraza a su hija que acaba de morir de hipotermia? ¿O cuando una madre, a punto de derrumbarse, ofrece su hijo a un voluntario diciendo: «Cuídalo, por favor»? ¿Qué pasa en los corazones de los involucrados? ¿Y qué pasa en los corazones de los políticos que van a «resolver» el problema construyendo vallas de alambre de espino y empleando la policía? Los guardacostas disparan a botes de refugiados; los hacen naufragar y se quedan allí mirando cómo se ahogan. Es parte de una realidad inimaginable. Y aún, ¿no son esos guardacostas seres humanos como nosotros? Lo son tanto como los nazis, los verdugos del Holocausto, los asesinos americanos en la Guerra de Vietnam, los paramilitares en Colombia, los fanáticos soldados de Israel que devastaron Gaza en 2014 o los jóvenes soldados del Estado Islámico. Son personas con los mismos anhelos de hogar y confianza, con el mismo potencial de vivir una vida adorable. Personas con las mismas experiencias de vida crueles. Agresores y víctimas son parte de la misma lógica infame. Hoy en día necesitamos una visión universal que trascienda este drama y que conecte a ambas partes en la misma matriz vital. Más allá del orden de la sociedad actual existe el orden universal de la «Matriz Sagrada» que está codificada en los genes de todos los seres vivos. Tendremos paz en la Tierra cuando hayamos aprendido a honorar el aspecto sagrado de la vida y tengamos un estilo de vida compatible con los principios de este orden universal. Estos principios no son los mandamientos de religiones institucionalizadas, ni la ley del premio y el castigo, sino las leyes de la empatía, el apoyo mutuo, la cooperación y la solidaridad; los principios de toda comunidad que quiera sobrevivir en el futuro.
Actualmente se debate mucho sobre la integración de los refugiados en la cultura contemporánea. ¿Es esta realmente la única solución? ¿No podrían, ya sea en sus países de origen o de destino, implementar una nueva cultura que les permita ser independientes de los poderes y mercados del capitalismo global? ¿Podrían crear un nuevo tipo de cultura autónoma orientada por las leyes de la vida y no por las del lucro? Entre los refugiados hay personas fuertes que podrían manifestar algo así inmediatamente. Dad tierra a los refugiados y ayudadlos a establecer sus propias comunidades autosuficientes. Necesitarían relativamente poco, pues la tierra produce todo lo que necesitamos si la tratamos correctamente. La autosuficiencia alimentaria puede alcanzarse una vez alcanzada la autonomía en el suministro de energía y agua. Existen métodos probados para asegurarlos: métodos de retención de agua, producción de biogás, el uso de la energía solar, etc. De esta manera, podrían surgir nuevos modelos rápidamente: modelos a los que toda la humanidad tendría que adaptarse si se pretende sobrevivir. Serían modelos para una nueva Tierra, para Terra Nova. Nos enfrentamos a un cambio de sistema enorme.
Los primeros de estos modelos ya se están implementando. No se limitan a satisfacer las necesidades materiales básicas de sus habitantes, sino que tratan de crear nuevas formas de vida. Acabando con la guerra de géneros, promoviendo la sanación del amor y, desde ese punto de partida, crear una nueva relación empática y amable con los animales. A través de una alianza de comunidades trabajando en el mismo espíritu, un nuevo campo de vida planetario puede surgir en la Tierra. La dirección de la nueva evolución humana es clara. Una vez que las primeras comunidades funcionen de esta manera, comenzará un proceso morfogenético mundial; pues en su núcleo todos los seres están conectados con la Matriz Sagrada. Colaboremos por un nuevo concepto de civilización humana en nuestro planeta. Si la vida vence, no habrá perdedores.
Dieter Duhm, sociólogo, psicoanalista, historiador del arte y autor de varios libros, es co-fundador de Tamera (www.tamera.org)..
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