Cualquier ciudadano estadounidense que, preocupado u horrorizado por la peligrosa deriva antidemocrática que en EEUU han sufrido los derechos humanos y la política nacional (mentiras oficiales para la invasión de Irak, cárceles de Guantánamo y Abu Ghraib, vuelos de la CIA, prisiones secretas en el extranjero, violación continua de la intimidad personal, etc.) como consecuencia […]
Cualquier ciudadano estadounidense que, preocupado u horrorizado por la peligrosa deriva antidemocrática que en EEUU han sufrido los derechos humanos y la política nacional (mentiras oficiales para la invasión de Irak, cárceles de Guantánamo y Abu Ghraib, vuelos de la CIA, prisiones secretas en el extranjero, violación continua de la intimidad personal, etc.) como consecuencia de la guerra global antiterrorista proclamada por Bush, hubiera empezado a advertir con alivio que la opinión pública internacional mostraba cada vez más abiertamente su oposición a tan abusivas prácticas, ya puede dar por perdida la esperanza. Osama Ben Laden ha venido a echar una mano a Bush con el reciente vídeo difundido en todo el mundo, seis años después de los atentados del 11 de septiembre en EEUU.
No es coincidencia que el mismo día en que se publicaron algunos detalles del citado vídeo el director de la CIA compareciera públicamente con dos claros objetivos: asustar un poco más -si esto es aún posible- a la población, no solo la de EEUU sino la de todo el mundo, y defender sin el menor asomo de crítica interna las actividades de la CIA que, con el pretendido objeto de capturar y destruir a los miembros de Al Qaeda, no conocen límites legales ni morales y violan sin sonrojo las normas internacionales sobre derechos humanos.
Parecería como si el comunicado de Ben Laden hubiera sido preparado en el departamento de propaganda negra de la CIA. Aunque no contiene ninguna amenaza concreta e inmediata, el recuerdo del 11-S sirve para reavivar los miedos ocultos en los habitantes de EEUU: desde la alusión a los «19 jóvenes que fueron capaces de cambiar el rumbo» de la vida estadounidense (referida a los terroristas aéreos) hasta la risible invitación a «abrazar el Islam». Todo ello ha permitido al director de la CIA, general Hayden, declarar que Al Qaeda «prepara atentados de gran envergadura contra la nación americana», atentados que, según él, «causarían enormes daños materiales y tendrían importantes consecuencias económicas». Por si quedaba alguna duda, remachó: «Quiero ser lo más crudo posible acerca del peligro que tenemos que afrontar».
Hayden insistió en la conveniencia de seguir utilizando cárceles secretas para confinar a los sospechosos de terrorismo, donde los interrogatorios puedan llevarse a cabo sin restricciones. Afirmó que la Agencia actuaría siempre dentro de la legalidad «pero en el límite de lo que está permitido por la Ley». A la vista de lo ocurrido a este respecto desde el 11-S, está claro que, a pesar de sus eufemísticas declaraciones, la tortura en sus diversos grados sigue estando a la orden del día entre los métodos habituales de la CIA. El dimitido Fiscal General, Alberto Gonzales, que en su día apoyó tales prácticas, se sentirá personalmente reivindicado, aunque sea con retraso.
Como aviso a los «blandos» europeos, el general Hayden dijo que la crítica que en Europa se ha hecho a los vuelos secretos de la CIA y a la existencia de centros ilegales de detención en varios países de la UE, ha sido mal dirigida y exagerada. Ya lo saben, pues, los diputados del Parlamento Europeo y los miembros del Consejo de Europa, que en su día se empeñaron en saber la verdad, tras las denuncias de algunos medios de comunicación. Y que mostraron estar doblemente equivocados al apuntar sus sospechas hacia la CIA -que es inocente, por definición y por voluntad de su Director- y al ignorar, ahora sí culpablemente, que sus propios gobiernos cerraban los ojos ante las tortuosas andanzas de la Agencia por los aeropuertos europeos.
Aunque la cuenta de muertos en Iraq sobrepase ya con mucho a la suma de todos los que perecieron en las Torres Gemelas, en el Pentágono y en el avión que se estrelló en Pensilvania, y aunque la ruina causada en aquel país supere en muchos órdenes de magnitud a los efectos del 11-S en EEUU, el mito del 11-S volverá a actuar sin remedio. Ben Laden lo sabe. Sabe que el mejor modo de ahogar la democracia e impedirla desarrollarse, para que no pueda actuar como un espejo que deslumbre a quienes todavía rigen su vida por los dictados de Alá, es tener permanentemente asustados a los ciudadanos en los que debe sustentarse todo esfuerzo democrático. Que los propios demócratas vayan poco a poco destruyendo su democracia, limitando sus derechos y libertades, creando un mundo orwelliano donde todos estén debidamente vigilados. Donde pedir que se ponga fin a una ocupación injusta de un país extranjero sea tachado de antipatriota. Donde recordar que la tortura es la más vil humillación que un ser humano puede infligir a otro, se considere un acto dirigido a socavar la seguridad nacional.
Osama y los suyos han jugado sus cartas, y el Occidente ha respondido con lo único que sabe hacer Bush: más de lo mismo. En la Casa Blanca, el vídeo de Ben Laden ha debido caer como agua de mayo y quizá les haya sabido a poco. Con un par de ellos más antes de las próximas elecciones, el triunfo del «bushismo» estará asegurado así como su continuidad a través del presidente sucesor.
* General de Artillería en la Reserva