«El libro habla de los efectos y los mecanismos de esta privatización en distintas áreas, como en la cultura, el tema del software, que es el que abordamos nosotros, pero también en la música, el cine y la literatura, y también de cosas como la vida por el lado de la ingeniería genética, la nanotecnología…» […]
«El libro habla de los efectos y los mecanismos de esta privatización en distintas áreas, como en la cultura, el tema del software, que es el que abordamos nosotros, pero también en la música, el cine y la literatura, y también de cosas como la vida por el lado de la ingeniería genética, la nanotecnología…»
Entre el 27 de enero y el 1 de febrero, se llevará adelante una nueva edición del Foro Social Mundial, en Belem Do Pará, Brasil. Durante esos días, la Fundación Vía Libre estará presentando el libro «Genes, bytes y emisiones: Bienes comunes y ciudadanía» [1]. Este material presenta un siglo XXI donde la ciudadanía sensibilizada será quien ejerza el control social de los bienes comunes, garantizando su vitalidad, protección, equidad en el acceso y control radicalmente democrático. El mercado y el Estado dejarían de ser los actores principales para tal fín.
Para adentrarse en los temas de esta publicación, la Agencia de Noticias Biodiversidadla conversó con Federico Heinz, de la Fundación Vía Libre.
Federico: La participación de Vía Libre está centrada esencialmente en lo que es bienes comunes y su cercamiento. Bienes comunes de la mente esencialmente, todo este asunto de la privatización de la vida y el conocimiento que está teniendo lugar en todo el planeta con gran avidez por parte de las corporaciones y gentes por el estilo. El libro habla de los efectos y los mecanismos de esta privatización en distintas áreas, como en la cultura, el tema del software, que es el que abordamos nosotros, pero también en la música, el cine y la literatura, y también de cosas como la vida por el lado de la ingeniería genética, la nanotecnología se aproxima a eso desde otro lado. También respecto de las culturas originarias y de los mecanismos que están utilizando algunas corporaciones para apropiarse de conocimientos tradicionales, patentarlos y de esa manera impedirnos a todos poder acceder a ellos, conocimientos que han estado disponibles y al alcance de todos durante siglos.
Una de las cosas que vamos a hacer es presentar el libro «Genes, bytes y emisiones», en el que discutimos todas estas cuestiones de ingeniería genética, de cultura, del software -el sofware es parte de la cultura-, las emisiones de la industria, emisiones de gases y desechos tóxicos y cómo todo esto afecta bienes que no son de nadie en particular, sino que son comunes a todos. Mi participación ahí habla concretamente de cómo mantener el software como algo que está al alcance de todos y que todos controlamos en forma social. En nuestra sociedad, que está informatizando cada vez más cosas, se convierte en algo completamente necesario si no queremos vernos en medio de un feudalismo digital en el que unos pocos controlan todo lo que podemos hacer en línea, que es cada vez más cosas.
– Uno de los puntos interesantes de tu aporte en el libro habla de la producción de software como una creación cultural, ¿es un desafío que más personas se involucren en ese proceso?
Ese es «el desafío», y es un desafío de nuestra sociedad. El software es un técnica cultural de la época, es algo básico para los años que se nos vienen, como la escritura, como la aritmética. Durante un tiempo, cuando las máquinas eran tan caras y muy poca gente las tenía, y que solamente se hacían muy pocas cosas con ella, no fue tan grave este asunto. Pero ahora cada vez más aspectos de nuestra vida están relacionados con la informática. Cuando tenemos en cuenta que la computadora no obedece al usuario sino al programa, obedece lo que el programa le dice que haga, si el programa le dice que quiere que haga algo que el usuario no quiere que haga, no importa, lo hace lo mismo. Si el programa le dice que deje de hacer algo que el usuario sí quiere, no lo hace. Se vuelve importantísimo para utilizar esta herramienta tan básica para nuestra vida, y cada vez más básica, que nosotros tengamos control, que nosotros podamos saber de qué se trata.
Imaginate un mundo en donde nadie supiera sumar y restar, sino solamente los contadores, y entonces no nos queda más remedio que creerles lo que dice la contabilidad, o creer lo que dicen que ejecutaron en el presupuesto nacional porque sencillamente nadie sabe matemáticas. Necesitamos que todo el mundo conozca los rudimentos de la programación, y en realidad con eso sólo basta. Si todo el mundo conoce los rudimentos de la programación, por lo menos sabe qué pedirle a la computadora, o tiene alguna idea de cuáles son las capacidades y cuáles son las limitaciones. Tiene alguna idea de a quién pedir, y además si estamos todos expuestos a la programación como tal, es mucho más fácil que encuentre su vocación por ello aquella gente que sí la tiene y traigamos la programación a nuestra sociedad, que haya más gente que domina completamente esta técnica.
– El planteo de que el software pueda compartirse como creación cultural, ¿crees que los usuarios lo perciben?
Ese es el desafío social. Ha habido durante un tiempo importante una divulgación deliberada de que «yo no necesito y no tengo que saber nada de la computadora, yo lo que necesito es saber usarla», quitándole protagonismo al programa diciendo «si yo se usar el programa, entonces puedo hacer con él lo que quiero», cuando en realidad sólo podés hacer lo que el programa quiere, lo que el programa te deja hacer. Esta ha sido una cuestión deliberada, una campaña de propaganda organizada por las empresas que no quieren que nosotros hagamos nuestros propios programas. Es decir que lo que necesitamos ahora como sociedad es contrarrestar esto abiertamente. Necesitamos divulgar este mensaje: «debemos apropiarnos de nuestra computadora». Si bien no hace falta que todos seamos genios de la programación, es importante que comprendamos qué es la máquina, comprendamos qué hace la máquina. La computadora no es un aparato que escribe el documento más bonito. Es un máquina que se puede programar para que escriba documentos más bonitos, y para que haga música, y para que haga un montón de cosas. Eso es lo crucial, lo importante de la computadora es que es programable y eso es lo que no está en la conciencia, y eso es lo que tenemos que lograr que entre en la conciencia. Para eso necesitamos políticas públicas te diría. Necesitamos que haya una campaña tan fuerte como la anterior para que esto se haga visible.
– A medida que avanzan nuevos mecanismos para compartir y más herramientas de software libre se difunden, también avanza una carrera paralela que intenta restringir todo eso, ¿qué opinión tenés de esa realidad?
Por ejemplo en Argentina tenemos una cuestión completamente vergonzosa. En 5 provincias argentinas hay grupos de informativos que han conseguido que se sancionen leyes provinciales que prohíben el ejercicio de la informática a nadie que no haya estudiado informática. Están consagrando esta idea del monje, que la informática es nada más que para los que la estudiaron, en vez de impulsar que todo el mundo lo aprenda, como necesitamos que todo el mundo aprenda matemática, como necesitamos que todo el mundo aprenda a leer y escribir. Otras instancias del estilo, plantear «la necesidad» del patentamiento del software, patentamiento de algoritmos. En general, los programas en Argentina no son patentables, y lo que uno paga generalmente cuando compra la licencia de un programa es una licencia de derecho de autor, no de patente. Derecho de autor y patente son cosas completamente distintas que no tienen nada que ver. Si yo tengo un derecho de autor sobre un programa de procesamiento de textos, yo tengo por ley el derecho de controlar quiénes pueden distribuir ese procesador de textos.
Ahora, otra gente puede escribir procesadores de texto. Puede escribir procesadores de textos distintos al mío, puede escribirlos y distribuirlos. El tema de las patentes es una cosa completamente distinta. Si yo obtengo una patente sobre «utilizar una computadora para escribir textos», ya está, ni siquiera tengo que escribir un programa, yo tengo el monopolio sobre la escritura de programas que sirvan para escribir textos. Entonces nadie puede escribir un programa que sirva para escribir texto sin pagarme licencia a mí. Lo que es una burrada atómica, que está presente en algunos países como EEUU, Japón, y que se está viendo que está causando serios problemas, porque ahora el tema de producir programas es esencialmente una batalla legal de ver quién tiene más patentes para joderle la vida al otro.
Claramente tenemos cuestiones como los llamados «Sistemas de Gestión Digital de Restricciones», en los cuales el programa que corre en tu computadora restringe lo que vos podés hacer, qué archivos podés copiar, qué cosas podés hacer en general. Todo esto en un marco maximalista de derechos de autor y cosas por el estilo.
Estuve leyendo hace poco de algunos docentes de universidades de EEUU que les exigen a sus estudiantes que al final del curso destruyan las notas que hicieron, porque dicen que bueno, que eso fue lo que ellos les dijeron y ellos no tienen derecho de copiarlo, lo que es una ridiculez enorme. Sin embargo en determinados contextos, en determinadas formas de organización, este tipo de cosas están pasando y tenemos que evitar que pasen.
Por Raquel Schrott y Ezequiel Miodownik para la Agencia de Noticias Biodiversidadla
Notas:
[1] El libro «Genes, bytes y emisiones: Bienes comunes y ciudadanía» de la Fundación Heinrich Böll puede descargarse en internet: aquí (PDF)
Para descargar el Índice: aquí (PDF)
Para descargar la Introducción: aquí (PDF)