Tras la llegada a Gran Bretaña de los 15 militares ingleses capturados en aguas territoriales iraníes y retenidos durante casi dos semanas por el gobierno de Teherán, la cadena Sky News difundió una entrevista realizada días antes de la detención, en la que el jefe del grupo, el capitán Chris Air, declaraba que al menos […]
Tras la llegada a Gran Bretaña de los 15 militares ingleses capturados en aguas territoriales iraníes y retenidos durante casi dos semanas por el gobierno de Teherán, la cadena Sky News difundió una entrevista realizada días antes de la detención, en la que el jefe del grupo, el capitán Chris Air, declaraba que al menos parte del trabajo que realizaban consistía en espiar los movimientos de Irán en la zona de Chat al Arab, fronteriza con Irak. El dato fue confirmado sin rubor por el propio secretario británico de Defensa, Des Browe, quien no tuvo empacho en comentar que «todas las operaciones militares modernas implican una recogida de información de inteligencia». En los días en que permanecieron cautivos, al menos tres de los efectivos admitieron públicamente haber incursionado en la zona territorial iraní y pidieron perdón por ello.
Se configura, con los hechos mencionados, que la partida de soldados ingleses realizaba una operación de espionaje, a todas luces delictiva, en territorio de Irán, un país que se encuentra bajo la amenaza militar de Estados Unidos y acaso también de la propia Gran Bretaña, uncida por su primer ministro Tony Blair a los desatinos bélicos del presidente George W. Bush. Es inevitable suponer que la frustrada tarea de inteligencia de los capturados buscara obtener información útil para una eventual agresión bélica contra la República Islámica.
Durante los 13 días que duró la crisis diplomática entre Teherán y Londres, el gobierno de Blair se aferró a una actitud de desinformación y mentiras sistemáticas, empezando por las declaraciones del propio primer ministro, según las cuales los marinos habían sido capturados en aguas iraquíes. A ello debe agregarse que Blair eludió responder cuando los informadores le pidieron que confirmara el envío al gobierno de Irán de una carta de disculpa por la incursión de los marinos, así como la vergonzosa opacidad del Ministerio de Defensa de Londres, ilustrada por el hecho de que los medios se enteraron de la identidad de varios de los detenidos por conducto de los familiares de éstos y no por la vocería oficial.
Queda al descubierto, tras el fin del episodio, una triple inmoralidad inglesa: el envío de una misión encubierta de espionaje a incursionar en el territorio de un país soberano, el engaño deliberado a la opinión pública y el uso de muchachos de 20 años, o poco más, y de una joven madre para realizar tareas de gran riesgo que un mando militar mínimamente escrupuloso confiaría más bien a comandos especiales con alto grado de entrenamiento.
En suma, el incidente constituye un grave fracaso moral y diplomático para un gobierno que padece ya los efectos de sus propias derrotas políticas, ante el electorado inglés y ante su propio partido, y militares, como la que sufrió ayer en el Irak ocupado, en donde la lista de bajas mortales de los efectivos británicos sumó cuatro nuevos nombres, para totalizar 140 desde la invasión de 2003.
Es posible que no hagan falta muchos más episodios como los referidos para que el gobierno británico, encabezado por Blair o por otro, se convenza de que sus tiempos imperiales en Medio Oriente y el Golfo Pérsico terminaron hace muchos años, y que hoy día no tiene más papel en la región que el de escudero y compañero de derrota de la Casa Blanca.