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Buen Vivir

Fuentes: Rebelión

En un reciente artículo ya escribí que el decrecimiento no es una opción, es una necesidad. La idea de que no hay límites en este desarrollo convencional que tiene como eje el mercado liberticida es un enorme error, una falacia. Ahora estamos viviendo las consecuencias de una ola de privatizaciones y recortes sociales que han dejado a la sociedad muy debilitada, mientras se fortalece el poder concentrado del dinero. No es nuevo, los efectos malignos de una idea depredadora del desarrollo que convierte en mercancía todo lo que toca, ya la vienen sufriendo el continente africano, regiones de Asia y de América Latina, pero nos pillaba lejos. Hay que cambiar el actual modelo económico que destruye sus propias condiciones biofísicas de su existencia,

Este texto sobre el Buen Vivir quise escribirlo hace ya tiempo. No encontraba el momento en que su contenido pudiera ser acogido con algún interés. Ahora lo hago consciente de que es el momento de que una lluvia de críticas al neoliberalismo debería ir acompañada de reflexiones que miren a un presente que caduca y al futuro. Tengo pues la esperanza de que a alguien le importe lo que digo. También digo que el nombre de Buen Vivir deviene de una cosmovisión indígena que en absoluto pretendo trasladar a Europa. Me vale lo atractivo del lema “Buen Vivir” para referirme a una sociedad inédita pero alcanzable a la que podemos nombrar de otras muchas formas.

En todo caso el propósito esta vez no es explorar los caminos de su viabilidad, sino puntualizar que el Buen Vivir implica una ruptura sustancial con la apropiación de la naturaleza para alimentar un buen desarrollo. Como dicen los pensadores latinoamericanos Alberto Acosta y Antonio Gudynas, en esta propuesta la naturaleza deja de ser un objeto para convertirse en sujeto de derechos. No es un cambio menor: se trata de una ruptura con la ética convencional, pasándose a una postura biocéntrica donde se debe asegurar la sobrevida de especies y ecosistemas.

Lo cierto es que en América Latina el paradigma del Buen Vivir es un concepto en construcción que se propone ir más allá del desarrollo convencional. No es casualidad que sea en América Latina donde las comunidades, pero también intelectuales y académicos, se proponen la tarea de que algún día se pueda organizar la economía preservando los procesos naturales y la biodiversidad. Como parte de las regiones damnificadas por la desigualdad global, en ese subcontinente se buscan nuevas alternativas. Europa ha estado demasiado ocupada en sostener la mentira del desarrollo infinito que en la práctica genera un metabolismo social que supera la capacidad biológica del planeta, lo que supone grandes riesgos para poblaciones vulnerables. Si, el Buen Vivir constituye una enmienda a la totalidad del desarrollo en el que vivimos. Lo estamos haciendo mal, y haríamos mal en fijar nuestro objetivo en “volver a lo de antes” cuando lo de “antes” es el problema.

Buen Vivir no es sinónimo de buena vida, en el sentido hedonista y de cómo la entendemos comúnmente. Si lo es de la vida buena. Lo que significa dar impulso a una sociedad presidida por la igualdad, la fraternidad, la justicia y la libertad. ¿Qué significa esto? Significa que antes incluso que lo político, ya desde lo pre-político, no cabe ya ni discutir que se necesita un Estado social fuerte. Unas instituciones públicas fuertes que inviertan en ciencia, en investigación, en recursos. Que no deje a nadie a un lado. El mantra de que el Estado es el malo que despilfarra, que interviene en la libertad de los mercados, se ha extendido como pensamiento único por todo el planeta, de tal manera que si no se detiene nos llevará a la autodestrucción. Por el contrario, el Estado social, como consecuencia de la voluntad democrática, es el instrumento de la voluntad general.

Las preguntas que hemos de hacernos es ¿qué sociedad habitable queremos? ¿qué vida queremos vivir? Creo que la respuesta pasa por considerar a las personas en su totalidad, como seres que debemos vivir el ciclo natural de la vida de forma digna y plena, en armonía con las demás personas y con la naturaleza.

Recuerdo que en cierta ocasión alguien me preguntó: ¿Qué espíritu fuerte puede oponerse al motor económico del capitalismo, a ese deseo de hacer dinero, de hacer negocios y acumular patrimonio, que es algo que en cinco siglos ha resultado ser muy eficaz? La pregunta sigue siendo muy buena. Quedé pensativo y le respondí: “El cuidado de la vida, de todas las vidas”. De esto hace unos años y es ahora cuando mi respuesta se vuelve realmente potente. La realidad es que todo el recorrido del capitalismo ha topado con una fuerza externa en forma de pandemia que nos advierte que somos hojas movidas por el viento, extremadamente vulnerables. Lo que ahora sucede no es casual, es producto de una causalidad en la que los seres humanos y nuestro modelo de sociedad mucho tienen que ver. Recomiendo leer a Koldo Saratxaga.

Una diferencia sustancial entre el Buen Vivir y el modelo neoliberal predominante se encuentra en que comporta una visión holística de las personas y sus necesidades. La llamada clase política, tan corta de vista, compite para demostrar que la ciudadanía fija su atención en las cosas de comer. No le oigo hablar sobre la importancia de la felicidad. Y fíjense, ni siquiera la razón de Estado se puede invocar contra los derechos fundamentales de la humanidad, el derecho a la vida digna y a la búsqueda de la felicidad. Los poderes públicos deben velar por el común, pero de ninguna manera el Buen Vivir propone una estatización de la sociedad y un intervencionismo prepotente. Pero sí tienen el deber de cuidar el bien general.

El Buen Vivir propone un proceso de cambio que será lento y lleno de dificultades. Un proceso en el que nuevas realidades de economía social, solidaria, convivirán largo tiempo con la realidad del modelo actual. No habrá un cambio milagroso de un día para el otro. Pero como en los años setenta el neoliberalismo emergió teniendo como clave conspirativa las reuniones casi clandestinas de Davos, un nuevo paradigma puede ir abriéndose camino desde nuevas redes globales, locales y territoriales, que apuesten por poner en primer plano las auténticas necesidades de los pueblos, sus territorios y países, necesidades, conocimientos, anhelos y potencialidades. Desde luego las cooperativas en sus diferentes tipos son ya un valor añadido, especialmente las que promueven la democratización de la producción y de las relaciones laborales, y conciben nuevas formas de organización en torno a los recursos productivos, al consumo, así como al bienestar.

El fundamento de una nueva economía democrática y solidaria es la introducción de niveles crecientes de cooperación en las actividades de las organizaciones e instituciones económicas, con la finalidad de generar un conjunto de beneficios sociales y culturales que trasciendan el mero beneficio económico y favorezcan a la sociedad en su conjunto. Insisto, hablo de un muy lento amanecer para alcanzar el equilibrio socio-económico. ¿Difícil en todo caso? Mucho. Como que estamos hablando de refundar la sociedad. Pero me gusta la frase de Jhon Lennon al decir “Si sueñas solo, sólo será un sueño, pero si sueñas con otros será realidad”.

Desde luego que la globalización actual, cómo está guiada en lo económico es un serio problema. Pero también tiene sus ventajas derivadas de una fácil comunicación e intercambio de experiencias; también para construir agendas comunes. Yo sí creo que la batalla es global, aun cuando desde lo local se puede ir conquistando terreno en una estrategia de ir ganando posiciones progresistas frente a la barbarie. Por cierto, hacer del Estado social el instrumento de la ciudadanía para dar esta batalla al neoliberalismo es algo primordial.

Insisto, el neoliberalismo no va a caer mañana. Pero esta crisis pandémica hace que mucha ciudadanía mire hacia la comunidad, hacia el valor de la solidaridad, a los intereses colectivos. Lo que está de fondo aún sin ser expresado es la búsqueda de alternativas viables a las crisis civilizatoria que estamos enfrentando. El Buen Vivir como respuesta pone en el centro a la sociedad humana, pero también pone a la naturaleza como sujeto de derechos. Como dije en el texto sobre decrecimiento según Cornéluis Castoriadis “el decrecimiento es pararse y pensar que si el único objetivo de la vida es producir y consumir, todo es un absurdo, una humillante idea que debe ser abandonada”. Y el decrecimiento es hoy la piedra angular del Buen Vivir.