Pasito a pasito pero con optimismo, así es como yo veo la lucha. Sólo lo que se sueña se puede realizar. Soñar es diseñar el futuro. El pesimismo es paralizante, como tan bien explican las compañeras Iria Meléndez, Victoria Permuy y Sonia Alberca en su artículo «El mantra del «todos son iguales»: indefensión aprendida, fatalismo […]
Pasito a pasito pero con optimismo, así es como yo veo la lucha. Sólo lo que se sueña se puede realizar. Soñar es diseñar el futuro. El pesimismo es paralizante, como tan bien explican las compañeras Iria Meléndez, Victoria Permuy y Sonia Alberca en su artículo «El mantra del «todos son iguales»: indefensión aprendida, fatalismo y disonancia cognitiva», lectura que recomiendo vivamente [1].
Me gusta repetir las estrofas de un poema, del que no recuerdo autor ni procedencia, que leí en un libro sobre la resistencia antifranquista:
No te sientas vencido, ni aún vencido
no te sientas esclavo, ni aún esclavo
y que maldiga y muerda vengadora
aún rodando en el polvo tu cabeza.
Esa es la actitud, aunque no veamos el final, aunque podamos dudar de todo. Caminar con una sonrisa producto del hecho de caminar y del deseo de llegar a la meta imaginada.
De la creencia en la grandeza del futuro sale la audacia necesaria para dar el primer paso de un viaje largo y repleto de desafíos que debemos emprender con la decisión de llegar a un lugar diferente del que partimos.
Por desgracia, hay quienes, desde posiciones decisorias, ni tienen optimismo, ni tienen audacia. Prefieren el refrán, convertido en su hoja de ruta, del «virgencita que me quede como estoy», o, si las circunstancias llevan al desbordamiento y obligan a moverse, el andar trastabillado de la cojera simulada.
Representan el inmovilismo atornillado a los sillones, el statu quo del exiguo tanto por ciento que permite ver desde la barrera la sangre en la arena. Lo importante es seguir en el tendido como espectador, sin que falte la almohadilla.
Por eso las llamadas a la tranquilidad, los artículos que miran con los prismáticos al revés, las fortalezas de puentes levadizos, los búnkeres y los rodillos. Y por eso, también, la tensión y el crecimiento de la exigencia interna en el cambio de rumbo para poner la nave a favor de los vientos de la calle.
Sí, hay régimen también dentro de las organizaciones. Inmovilistas que buscan la muleta para seguir dando medio pasito adelante y dos pasos para atrás. Prestos a pactar con los sagastas que se despeñan para salvar su sitio en una transición desconchada que ya no sirve ni de freno al neofeudalismo de los mercados.
No se trata de abandonar las ideas, ni de una pretendida lucha entre jóvenes y viejos, es justo lo contrario. Es mantener las esencias del socialismo, cuando el proyecto de pacto social surgido de la Segunda Guerra Mundial es sustituido por la dictadura financiera al no hacer falta ya la contención ni la sugestión ante el contrapoder soviético.
Hoy podemos recuperar la calle y lanzar un órdago, pero sólo con la audacia, las palabras claras y la práctica de una ruptura real con un pasado que no volverá.
Así hicieron en América Latina y hoy son ejemplo mundial sus exitosos proyectos soberanos de redistribución económica. Rompieron con lo podrido, no se conformaron con las migajas del que te tolera pequeñito. Se llenaron de optimismo y con la sonrisa audaz, buscaron el futuro.
Nota
[1] «El mantra del «todos son iguales»: indefensión aprendida, fatalismo y disonancia cognitiva»