Acabo de volver de la ciudad de Mar del Plata, sede la IV Cumbre de las Américas durante los días 4 y 5 de noviembre. Los que allí estuvimos fuimos testigos del clamor de repudio contra la visita del presidente norteamericano George Bush. Ni siquiera la estrategia de convocar la cumbre a 400 kilómetros de […]
Acabo de volver de la ciudad de Mar del Plata, sede la IV Cumbre de las Américas durante los días 4 y 5 de noviembre. Los que allí estuvimos fuimos testigos del clamor de repudio contra la visita del presidente norteamericano George Bush. Ni siquiera la estrategia de convocar la cumbre a 400 kilómetros de la capital y el cierre del aeropuerto, pudo impedir una masiva presencia de argentinos en la ciudad para protestar contra el presidente de Estados Unidos y sus planes de colonización económica a través del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Más de cincuenta mil personas viajaron en autobuses durante toda la noche, se citaron a las siete de la mañana bajo el frío y la lluvia, caminaron durante varios kilómetros en una marcha de protesta y asistieron a un multitudinario acto en el Estadio Mundialista sin dejar de ondear banderas del Che, de Cuba, de Venezuela y con slogans de «Stop Bush» durante cuatro horas sin dejarse doblegar por el agua y las bajas temperaturas.
La radicalidad de la intervención del que se confirmó como nuevo gran líder de América Latina, el presidente venezolano Hugo Chávez, asombra a los europeos, habituados a discursos planos, livianos, políticamente correctos. El gran proyecto económico de Estados Unidos para crear una zona de libre cambio en el continente que supondría la fagocitación de las humildes economías por un imperio que subvenciona su agricultura, controla la tecnología, pretende dominar la agricultura mediante transgénicos y veta a los incómodos como Cuba, se ha estrellado contra un mar de protestas. Bush salió de Argentina sin acuerdo, antes de la hora prevista y humillado hasta por presidentes no considerados radicales, como el propio Nestor Kichner de Argentina.
El discurso de Chávez seguirá siendo enfocado en nuestros países por su lado informal y excéntrico para nuestras almidonadas mentes europeas, por eso hay que recordar su propuesta alternativa al modelo de integración económico de Bush, lo que se denomina Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA). Una propuesta que ha permitido que Venezuela erradique el analfabetismo -según reconocimiento de la UNESCO- y lleve médicos al último rincón del país, que los países del Caribe tengan petróleo venezolano un 40 % más barato a pagar en veinticinco años al 1 % de interés, la compra de bonos argentinos para reflotar la vapuleada economía de este país o la novedosa propuesta de Alianza contra el Hambre para que en diez años, desde el 2005 al 2015, se pueda eliminar el hambre del continente con una primera aportación de diez mil millones de dólares.
En pocas palabras, no promover un libre comercio entre empresas que sólo supondría el campo libre para las multinacionales norteamericanas, sino establecer acuerdos de cooperación y ayuda mutua entre gobiernos. En Europa seguimos esperando que los medios se atrevan a contarlo en lugar de referirse al presidente venezolano como populista y demagogo.
Por eso, mientras Chávez va recibiendo baños de multitudes dondequiera que vaya, Bush necesita dos mil agentes norteamericanos para protegerlo y sólo encuentra indignación y repudio, en Mar del Plata los días cuatro y cinco, en Brasil el día seis, en Panamá el día siete, y así dondequiera que vaya. No es que los pueblos se dejen encandilar inocentemente por las palabras del venezolano, es que están viendo unas realidades que en Europa nos quieren ocultar.