Una vez más la revulsiva situación de Cachemira, muestra la anomia, mala voluntad o perversión de, no solo de los sucesivos gobiernos de Pakistán y la India desde 1947, sino y por sobre todo la inoperancia de Naciones Unidas, que desde prácticamente su origen no ha podido resolver el conflicto, que ya no solo ha […]
Una vez más la revulsiva situación de Cachemira, muestra la anomia, mala voluntad o perversión de, no solo de los sucesivos gobiernos de Pakistán y la India desde 1947, sino y por sobre todo la inoperancia de Naciones Unidas, que desde prácticamente su origen no ha podido resolver el conflicto, que ya no solo ha generado dos guerras entre las naciones que disputan el antiguo principado, sino miles de muertos en los continuos enfrentamientos entre las fuerzas estatales y los diferentes grupos independentistas, algunos con raíces en el wahabismo más extremo.
Hoy los dos países además de potencias nucleares, son jugadores en la guerra comercial entre China y los Estados Unidos. Pakistán socio fundamental en la amenazante «nueva ruta de la seda», el proyecto estratégico de Beijín, que hace temblar a muchas economías occidentales e India, que con el ultraderechista Narendra Modi, como primer ministro, abandonó su vieja alianza con Moscú, acercándose no solo a Washington, sino tejiendo una inédita y fuerte alianza, no solo comercial, con Tel-Aviv y azuza de manera permanente a la comunidad musulmana una «minoría» de ´130 millones de fieles. (Ver: I ndia, el lugar donde los Dioses no tienen memoria.)
Ubicada en el Himalaya, Cachemira, que ocupa 740 kilómetros de los 2900 kilómetros de frontera común entre Pakistán e India, ese sector fronterizo está separado por lo que se conoce como «Línea de control» (LOC), conocida tras la guerra del 1947, como «Línea de Cese del Fuego», rebautizada como LOC, después del Acuerdo de Simla, firmado en julio de 1972, es la zona más militarizada del mundo de Control»
Este último sábado 8 de diciembre después de dieciocho horas de enfrentamientos entre la policía y un grupo de supuestos muyahidines del Lashkar-e-Toiba (Ejercito de los puros) un movimiento radical originario de Cachemira, que exigen la unión de la región a Pakistán, dejaron tres milicianos muertos y seis policías hindúes heridos. Según las autoridades de Nueva Delhi, los «terroristas», emboscaron a los policías en Mujgund a unos 25 kilómetros de la ciudad de Srinagar, conocida como la capital del verano del estado de Jammu y Cachemira.
Dada la prolongación de la escaramuza, muchos miembros de la comunidad musulmana, pretendieron llegar al lugar de los enfrentamientos, en solidaridad con los «rebeldes», pero la columna fue detenida y atacada por las fuerzas de seguridad, disparando perdigones y gases lacrimógenos contra los manifestantes que respondieron lanzado piedras, de estos hechos no se reportaron, ni heridos, ni detenidos.
Residentes locales denunciaron que la policía, además incendió al menos al menos cinco casas, una táctica ya común de las fuerzas represivas, para estos casos. Las autoridades para evitar que los manifestantes continúen convocando más personas a la protesta suspendieron los servicios de internet móvil y recién fueron repuestos después del fin de las operaciones de seguridad.
Tras el fin de la revuelta la policía y el ejército, acordonaron un amplio sector de la carretera Srinagar-Bandipora, y lanzaron en horas de la noche una operación de búsqueda de terroristas.
Las autoridades hindúes informaron que los militantes muertos eran dos jóvenes cachemires, Mudasir Rashid Parray de catorce años, que se habría unido al grupo terrorista en septiembre pasado, cuya familia denunció su desaparición el 31 de agosto y Saqib Bilal Sheikh de diecisiete, mientras el tercero sería un pakistaní de nombre Alí, que según los archivos policiales estuvo involucrado en varios ataques terroristas, a unidades de las fuerzas de seguridad y otros objetivos civiles además de participar en el reclutamiento de militantes en el sector de Bandipora.
Si bien hechos como el sucedido el último sábado son muy frecuentes, dada la lucha que lleva la comunidad musulmana, mayoritaria en Cachemira, el 95% de los casi 14 millones de habitantes, por escapar del control de Nueva Delhi y bien unirse a Pakistán, o poder constituirse como un país independiente, la paciencia parece agotarse para las nuevas generaciones que cada vez en mayor número se suman a la causa independentista, particularmente desde el asesinato del joven activista Burhan Wani, el 8 de julio de 2016.
Desde 1989, año en que surgió la resistencia armada contra el gobierno indio, son casi 70 mil las personas que murieron a manos de la fuerzas seguridad indias en la región, 232 en lo que va del año, 85 entre el 15 de septiembre y el 5 de diciembre.
Las autoridades de Nueva Delhi, acusan a los movimientos independistas y particularmente al Lashkar-e-Toiba, de estar controlado, financiado y alentado por el todo poderoso Inter-Servicios de Inteligencia (ISI) el servicio secreto pakistaní. El Lashkar-e-Toiba, ha sido unas de las organizaciones responsables de los ataques en Bombay que entre el 26 y 29 de noviembre de 2008 dejaron 173 muertos. En 2017, fueron eliminados 207 militantes a lo largo de la «Operación Total» (OAO) del gobierno y donde también murieron 81 civiles.
Más sangre joven para derramar
Desde su llegada al poder Modi ha intensificado la idea de la «identidad hindú», haciéndoles el juego a los ultranacionalistas de su partido Bharatiya Janata party o partido Popular Hindú (BJP), la causa independentista se profundiza en Cachemira y nuevos militantes, cada vez más jóvenes se suman a la lucha.
La convulsa situación en Cachemira ha obligado a partido del presidente Modi, el BJP, aliado al gobernante Partido Democrático Popular (PDP) a abandonar la alianza que conformaban, en julio pasado.
Alentados bajo el concepto, del Shahadat (Martirio) a los que le sacan mucha ventaja los líderes wahabitas que radicalizan la lucha, no ya como una causa nacional, sino religiosa, nuevos postulantes se integran a diferentes organizaciones como al Hizbul Mujahideen (Partido de los guerreros santos) a la que pertenecía Burhan Muzzafar Wani asesinado en 2016, quien había ingresado a lo organización en 2010 con solo quince años, habiendo convertido en un referente de la causa cachemir, gracias a las redes sociales que manejaba con particular capacidad, donde armado y vestido como un verdadero muyahidín, convocaba a sus «hermanos» a unirse a la lucha. Esa fama también lo convirtió en un objetivo de las fuerzas de seguridad indias, que festejaron cuando supieron que Burhan, era uno de los tres militantes muertos tras el enfrentamiento de la aldea de Bumdoora.
Burhan, al que el gobierno había puesto un valor de 20 mil dólares por su cabeza, es el nuevo prototipo de militante experto en tecnología que utilizan las redes sociales para encontrar reclutas e influenciar a los jóvenes.
Tras la muerte del joven muyahidín, mientras era enterrado en medio de una procesión de casi 200 mil personas, se realizaron importantes manifestaciones en Pakistán reclamando venganza, al igual que en el centro de la ciudad de Srinagar, donde el estallido social provocó más de 120 muertos, a manos de la policía a lo largo del casi el mes de protestas, donde fueron atacados edificios estatales lo que obligó a las autoridades a establecer el toque de queda durante varias semanas. Al cumplirse en julio dos años de su muerte fue necesario que Tral, su pueblo natal, de unos veinte mil habitantes a unos 60 kilómetros, Srinagar, sea militarizado y se establezca la prohibición a los vecinos de salir a las calles.
Mientras que las autoridades creyeron que con la muerte de Burhan, se resolvía la cuestión de la militancia juvenil, su ejemplo pareció calar profundo en el espíritu de lucha de otros muchos jóvenes que se siguen integrando a la reivindicación de una Cachemira «no hindú», preparados para combatir como fue el caso de este último sábado cuando murió Mudasir Parray, junto a su amigo Saqib Sheikh.
En los funerales de este lunes miles de personas acompañaron los cuerpos de los adolescentes al «cementerio de los mártires» de la ciudad Hajin, cantando consignas vivando a los mártires y jurando continuar la lucha anti-India y exigiendo el fin del dominio Nueva Delhi en la región del Himalaya. Las oraciones fúnebres se debieron repetir tres veces para dar lugar a la gran cantidad de personas que llegaban de diferentes lugares de la región.
La crisis permanente de Cachemira, lejos de solucionarse parece estar iniciando un nuevo ciclo de violencia que anuncia el derramamiento de más sangre joven.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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